Lunes, 1 nov (RV).- Sí, esto que sucede al final de los cuentos y las películas, donde
los protagonistas, despues de pasar duras pruebas y contradicciones terminan sobre
el umbral de una felicidad para siempre, eso es lo que viven verdaderamente y no en
ficción, los que llamamos “santos”.
Jesús no los llama santos sino “felices”
en las bienaventuranzas, esa famosa predicación del Reino del amor de Dios, mientras
contempla a todos los momentaneamente “infelices” que lo buscan porque están cansados,
agobiados, heridos por una prueba tan dura de la vida que parece que los vencerá,
como le pasó a él mismo en la cruz. Les promete una felicidad imposible para el estado
en que están, y lo cumple, porque ellos ahora le abren las manos a Jesús para que
siga derramando sus milagros desde el cielo.
Hablando de milagros, en los cuentos
de hadas es una intervención mágica la que revierte la desgracia en felicidad para
siempre. Los cristianos no creemos en la magia. Pero es la intervención divina, sobrenatural,
la que permite superar los males, con su luz y su fuerza, para entrar en la fiesta
sin fin.
Los que aún no entraron en el laberinto oscuro y apretado del sufrimiento,
pueden pensar que esa sensación fuerte, esa emoción placentera que buscamos con ahínco
y que se esfuma rápidamente, como la droga, por ejemplo, es sólo una muestra efímera
y hasta engañosa de la felicidad sin fin que gozan los bienaventurados en el cielo,
después de peregrinar en asenso y con sacrificio, el camino de Cristo. (jesuita Guillermo
Ortiz)