La Iglesia "no puede permanecer al margen en la lucha por la justicia"
Lunes, 31 oct (RV).- Benedicto XVI ha recibido esta mañana las cartas credenciales
del nuevo embajador de Brasil ante la Santa Sede, Almir Franco de Sa Barbuda. En el
discurso que ha entregado al diplomático brasileño, el Papa recuerda el gran afecto
y cariño que recibió durante su visita pastoral en 2007 y agradece con profunda gratitud
y con profundo aprecio la voluntad demostrada por el gobierno y la nación, en dar
apoyo a la Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará, Dios mediante, en 2013
en Río de Janeiro.
Rememorando la historia, el Pontífice ha recordando que
una vez lograda su independencia, Brasil estableció muy pronto relaciones diplomáticas
con la Santa Sede, un paso más en los fecundos lazos de este país con la Iglesia Católica,
que empezó con una misa celebrada el 26 de abril de 1500 y que ha dejado a lo largo
de los siglos muchos testimonios. Como las ciudades con nombres de santos, y diversos
monumentos religiosos, como la estatua del Cristo Redentor con los brazos abiertos,
en un gesto de bendición para toda la nación. Pero sobre todo, la Iglesia ha ayudado
a forjar el espíritu de Brasil, que se caracteriza por la generosidad, la laboriosidad,
el aprecio por los valores familiares y la defensa de la vida humana en todas sus
etapas.
El Santo Padre ha señalado que un capítulo importante de esta historia
fructífera fue escrito con el acuerdo firmado entre la Santa Sede y el gobierno brasileño
en 2008, que reconoce la independencia y la colaboración entre estas dos realidades,
y está inspirado en las palabras de Jesucristo "dad al César lo que es del César y
a Dios lo que es de Dios". La Iglesia espera del Estado una sana laicidad, que no
considere a la religión como un simple sentimiento individual relegado a la esfera
privada, sino que proteja la dimensión pública de la fe, como una realidad reconocida
también por sus estructuras visibles.
Es deber del Estado, escribe el Papa,
garantizar la posibilidad del libre ejercicio de culto de las confesiones religiosas,
siempre que no esté en contraste con la moral y el orden público. Por su parte, la
Iglesia no habría de limitarse a iniciativas de asistencia humanitaria, educativa,
etc, sino también al crecimiento ético de la sociedad, impulsando la apertura a la
trascendencia a través de la formación de las conciencias para cumplir con los deberes
de la solidaridad.
Entre estos campos de la cooperación mutua, el Papa ha
señalado las numerosas instituciones educativas, cuyo prestigio es reconocido en toda
la sociedad. Por último, en el campo de la justicia social, manifiesta el Pontífice
“el gobierno brasileño sabe que puede contar con la Iglesia como un socio privilegiado
en todas sus iniciativas encaminadas a erradicar el hambre y la pobreza. La Iglesia
"no puede ni debe ponerse en el lugar del Estado, pero no puede permanecer al margen
en la lucha por la justicia".