“Porque es eterna su misericordia”: Salmo 135, Audiencia General
Miércoles, 19 oct (RV).- Ante más de 20 mil peregrinos convenidos a la Plaza de San
Pedro para escuchar la catequesis del Papa, Benedicto XVI en el marco de la Audiencia
General se refirió al amor eterno de Dios que implica fidelidad, gracia, bondad,
ternura, motivo del Salmo 135 (136) que celebra al Señor como a aquel que cumple grandes
maravillas: la primera de ellas es la creación del cielo, la tierra y los astros,
con esta creación el Señor se manifiesta en su bondad y belleza. En esta ocasión el
Papa al referirse al Salmo 135 (136), recordó que también es llamado el «Gran Hallel»,
el himno de alabanza a Dios que se cantaba tras la cena de Pascua y que probablemente
recitó también Jesús en la Última Cena. Les proponemos la catequesis que sobre esta
lectura pronunció el Santo Padre en nuestro idioma:
Escuchar lectura del Salmo
135 (Audio):
Escuchar catequesis
del Papa en nuestro idioma (Audio):
Numerosos
grupos de peregrinos del Continente Americano y de España fueron saludados por el
Papa, escuchemos la presentación realizada por un Oficial de la Curia Romana (Audio):
Estos los
saludos que el Papa les dirigió (Audio):
TEXTO CATEQUESIS
DEL PAPA LENGUA CASTELLANA:
Queridos hermanos y hermanas: Meditamos hoy
el Salmo 135, llamado el «Gran Hallel», el himno de alabanza a Dios que se cantaba
tras la cena de Pascua y que probablemente recitó también Jesús en la Última Cena.
En él se proclaman las maravillas que Dios ha hecho a lo largo de la historia de salvación,
respondiendo a modo de letanía con el motivo de la alabanza: «Porque es eterna su
misericordia». Este motivo unifica el salmo: un amor que implica fidelidad, bondad,
gracia. Se enumeran las grandes manifestaciones de este amor: la creación, el comienzo
de su maravillosa obra que dará al hombre la posibilidad de reconocer a su Hacedor;
la liberación de Israel de Egipto, la intervención poderosa del Señor para dar la
libertad a su pueblo, dando origen a la historia de Israel; la entrega de la tierra
prometida. La tierra es heredad de Dios, que ha entrado en la historia, sigue actuando
en su pueblo y da «da alimento a todo viviente» (v. 25). Este poder creador y providente
se abre al cumplimiento neotestamentario en el «pan cotidiano», el «pan de vida»,
la Eucaristía, en la que Cristo mismo se nos da en persona, haciéndonos entrar en
una alianza que nos convierte en hijos.
TEXTO DEL PAPA SALUDOS EN NUESTRO
IDIOMA:
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular
a los grupos venidos de España, México, Panamá y otros países latinoamericanos. Invito
a todos a cantar con gozo la alabanza al Señor por el amor eterno que nos tiene.
CATEQUESIS COMPLETA Aún inmersos en
la noche oscura, sabemos que mañana Dios nos liberará, igual que después de las persecuciones
nazi y comunista
SALMO 136
1 ¡Aleluya! ¡Den gracias al Señor,
porque es bueno, porque es eterno su amor! 2 ¡Den gracias al Dios de los Dioses,
porque es eterno su amor! 3 ¡Den gracias al Señor de los señores, porque
es eterno su amor! 4 Al único que hace maravillas, ¡porque es eterno su amor!
5 al que hizo los cielos sabiamente, ¡porque es eterno su amor! 6 al que
afirmó la tierra sobre las aguas, ¡porque es eterno su amor! 7 Al que hizo
los grandes astros, ¡porque es eterno su amor! 8 el sol, para gobernar el
día, ¡porque es eterno su amor! 9 la luna y las estrellas para gobernar la
noche, ¡porque es eterno su amor! 10 Al que hirió a los primogénitos de Egipto,
¡porque es eterno su amor! 11 y sacó de allí a su pueblo, ¡porque es eterno
su amor! 12 con mano fuerte y brazo poderoso, ¡porque es eterno su amor! 13
Al que abrió en dos partes el Mar Rojo, ¡porque es eterno su amor! 14 al que
hizo pasar por el medio a Israel, ¡porque es eterno su amor! 15 y hundió en
el Mar Rojo al Faraón con sus tropas, ¡porque es eterno su amor! 16 Al que
guió a su pueblo por el desierto ¡porque es eterno su amor! 17 al que derrotó
a reyes poderosos, ¡porque es eterno su amor! 18 y dio muerte a reyes temibles,
¡porque es eterno su amor! 19 a Sijón, rey de los amorreos, ¡porque es
eterno su amor! 20 y a Og, rey de Basán, ¡porque es eterno su amor! 21
Al que dio sus territorios en herencia, ¡porque es eterno su amor! 22 en herencia
a Israel, su servidor, ¡porque es eterno su amor! 23 al que en nuestra humillación
se acordó de nosotros, ¡porque es eterno su amor! 24 y nos libró de nuestros
opresores, ¡porque es eterno su amor! 25 Al que da el alimento a todos los
vivientes, ¡porque es eterno su amor! 26 ¡Den gracias al Dios de los cielos,
porque es eterno su amor!
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy
quisiera meditar con vosotros sobre un salmo que resume toda la historia de la salvación,
de la cual el Antiguo Testamento nos da testimonio. Se trata del gran himno de alabanza
que celebra al Señor en las múltiples manifestaciones de su bondad a lo largo de la
historia de los hombres; es el Salmo 136 o 135 según la numeración greco-latina.
Solemne
oración de acción de gracias, conocida como el "Gran Hallel", este salmo es tradicionalmente
cantado al final de la cena de la Pascua judía, y fue probablemente también rezado
por Jesús en la última Pascua, celebrada con sus discípulos; a ello parece aludir
la anotación de los Evangelistas: "Después de haber cantado el himno, salieron hacia
el Monte de los Olivos" (Mt 26,30, Mc 14:26). El horizonte de alabanza ilumina así
el difícil camino hacia el Gólgota. Todo el Salmo 136 se desarrolla en forma de letanía
marcado por la repetición antifonal: ¡porque es eterno su amor!
A lo largo
del Salmo, vienen enumerados los múltiples prodigios de Dios en la historia de los
hombres y sus continuas intervenciones a favor de su pueblo. Y a cada proclamación
de la acción salvífica del Señor responde la antífona con la motivación fundamental
de la alabanza: el amor eterno de Dios. Un amor que, según el término hebreo utilizado,
implica fidelidad, misericordia, bondad, gracia, dulzura. Es éste el motivo unificador
de todo el salmo, que se repite siempre igual, sólo cambian las manifestaciones puntuales
y paradigmáticas: la creación, la liberación del Éxodo, el don de la tierra, la ayuda
providencial y constante del Señor en favor de su pueblo y de toda criatura.
Después
de una triple invitación a dar gracias al Dios soberano (vv. 1-3), se celebra al Señor
como el que hace "grandes maravillas" (v. 4), la primera de ellas es la creación:
los cielos, la tierra, los astros (vv. 5-9). El mundo creado no es un simple escenario
en el que inserta la acción salvífica de Dios, sino que es el comienzo mismo de aquella
acción maravillosa. Con la creación, el Señor se revela en toda su bondad y belleza,
se compromete con la vida, revelando una voluntad de bien de la que brota cualquier
otro acto de salvación. Y en nuestro salmo, se hace eco el primer capítulo del Génesis,
el mundo creado viene sintetizado en sus elementos principales, con especial énfasis
en los astros, el sol, la luna, las estrellas, criaturas magníficas que rigen el día
y gobiernan la noche. No se hace mención aquí a la creación del hombre, pero el ser
humano siempre está presente; el sol y la luna son para él, para marcar el tiempo
del hombre, poniéndolo en relación con el Creador, sobre todo, a través de los tiempos
litúrgicos.
Y es la fiesta de Pascua, la que se evoca inmediatamente después,
cuando, a través de la manifestación de Dios en la historia, comienza el gran evento
de la liberación de la esclavitud de Egipto, el Éxodo, trazado en sus elementos más
significativos, a saber: la liberación de Egipto con la plaga de los primogénitos
egipcios, la huida de Egipto, el paso del Mar Rojo, el camino en el desierto hasta
la entrada a la tierra prometida (vv. 10-20).
Estamos en el origen de la historia
de Israel. Dios ha intervenido con fuerza para llevar a su pueblo a la libertad; por
medio de Moisés, su enviado, se ha impuesto a faraones, revelándose en toda su grandeza
y, finalmente, ha doblegado la resistencia de los egipcios con el terrible flagelo
de la muerte de los primogénitos. Así pues, Israel puede salir del País de la esclavitud,
con el oro de sus opresores (cf. Ex 12,35-36), "con la mano alzada" (Éxodo 14,8),
en el signo exultante de la victoria. Incluso en el Mar Rojo, el Señor actúa con poder
misericordioso. Frente a Israel, temeroso ante la llegada de los egipcios, que los
persiguen, muy a pesar, de haber dejado Egipto (Éxodo 14,10-12), Dios, como dice nuestro
Salmo, "dividió en dos partes el Mar Rojo [... ] hizo pasar a Israel por el medio
[...] arrollando al Faraón y a su ejército" (vv. 13-15). La imagen del Mar Rojo, "dividido"
en dos, parece evocar la idea del mar como un enorme monstruo, que se corta en dos
partes, para hacerlo así inofensivo. La potencia del Señor vence la peligrosidad de
las fuerzas de la naturaleza y aquellas militares de los hombres: el mar, que parecía
cerrar el paso al pueblo de Dios, deja pasar a Israel en seco y luego se cierra sobre
los egipcios, arrollándolos. "La mano fuerte y el brazo extendido" del Señor (cf.
Dt 5,15, 7,19, 26,8) se muestran así en toda su fuerza salvífica: el opresor injusto
ha sido vencido, tragado por las aguas, mientras que el Pueblo de Dios "pasa a través"
para continuar su camino hacia la libertad.
A este camino hace referencia ahora
nuestro Salmo recordando con una frase muy breve el largo peregrinar de Israel hacia
la tierra prometida: guió a su pueblo por el desierto ¡porque es eterno su amor! (v.
16). Estas pocas palabras contienen una experiencia de cuarenta años, un tiempo decisivo
para Israel que, dejándose guiar por el Señor, aprender a vivir de fe, en la obediencia
y la docilidad de la ley de Dios. Fueron años difíciles, marcados por la dureza de
la vida en el desierto, pero también años felices, de confianza en el Señor, de confianza
filial; es el tiempo de la "juventud", como lo define el profeta Jeremías, hablando
de Israel, en nombre del Señor, con expresiones llenas de ternura y de nostalgia:
"de ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo, aquel seguirme tú por el
desierto, por la tierra no sembrada "(Jer. 2,2). El Señor, como el pastor del Salmo
23, que hemos visto en una catequesis anterior, durante cuarenta años ha guiado a
su pueblo, lo ha educado y amado, conduciéndolo hasta la tierra prometida, venciendo
resistencias y hostilidades de los pueblos enemigos que querían obstruir el camino
de la salvación (cf. vv. 17-20).
En la lista de las "grandes maravillas" que
nuestro Salmo enumera, se llega finalmente al don conclusivo, en cumplimiento de la
promesa divina hecha a los Padres: "dio sus territorios en herencia, ¡porque es eterno
su amor!; en herencia a Israel, su servidor, ¡porque es eterno su amor!"(vv. 21-22).
En la celebración del amor eterno del Señor, se recuerda ahora el don de la tierra,
un don que el pueblo debe recibir sin hacerse con la tierra, viviendo constantemente
en una actitud de aceptación agradecida y grata. Israel recibe el territorio en el
que vivir como "herencia", un término que significa de manera genérica la posesión
de un bien recibido por otro, un derecho de propiedad que, específicamente, se refiere
al patrimonio paterno. Una de las prerrogativas de Dios es "dar"; y ahora, al final
del camino del éxodo, Israel, el destinatario del don, como un hijo, entra en el país
de la promesa realizada.
Ha terminado el tiempo del vagabundeo, bajo las tiendas,
la vida marcada por la precariedad. Ahora inicia el tiempo feliz de de la estabilidad,
de la alegría, de la construcción de las viviendas, de la plantación de las viñas,
del vivir en seguridad (cf. Dt 8,7-13). Pero es también el tiempo de la tentación
de la idolatría, de la contaminación con los paganos, de la autosuficiencia que hace
olvidar el Origen del don. Por ello el salmista habla de la “humillación” y de los
“opresores” enemigos, una realidad de muerte en la que el Señor, una vez más, se revela
como el Salvador: en nuestra humillación se acordó de nosotros, ¡porque es eterno
su amor! y nos libró de nuestros opresores, ¡porque es eterno su amor!"(vv. 23-24).
En
este contexto, nace la pregunta de cómo podemos hacer que este Salmo sea una oración
nuestra, cómo podemos apropiarnos de este Salmo para nuestra oración. Es importante
el marco del Salmo, comienzo, fin y creación. La creación como gran don de Dios en
la cual vivimos, en la que Él se revela en su bondad y grandeza, por lo que, tener
presente la creación como don de Dios, es un punto común para todos nosotros.
Luego,
sigue la historia de la salvación, naturalmente podemos decir que la liberación de
Egipto, el tiempo del desierto, la entrada a Tierra Santa y luego los otros problemas,
no son nuestra historia. Sin embargo, debemos estar atentos a la estructura fundamental
de esta oración. La estructura fundamental es que Israel se recuerda de la bondad
del Señor. En esta historia donde hay tantos valles oscuros, llenos de dificultades
y de muerte, Israel recuerda que Dios es bueno, y ese recuerdo ayuda a sobrevivir
en estos valles oscuros, haciendo memoria de la bondad del Señor, de su poder y de
su misericordia eterna.
Es algo importante también para nosotros hacer memoria
de la bondad del Señor. La memoria se vuelve fuerza de la esperanza y la memoria nos
dice: Dios existe, Dios es bueno, eterna es su misericordia. Y así la memoria - aun
en medio de la oscuridad de un día y de un tiempo - nos abre el camino hacia el futuro.
Es luz, es estrella que nos guía. También nosotros tenemos una memoria del bien y
del amor misericordioso y eterno de Dios. Pues la historia de Israel es también memoria
nuestra. Vemos cómo Dios se ha mostrado y se ha creado un pueblo.
«Dios se
hizo hombre, uno de nosotros, vivió con nosotros, sufrió con nosotros, murió por
nosotros y permanece con nosotros en los Sacramentos y en la Palabra. Es una historia,
una memoria de la bondad de Dios que nos asegura su bondad y que su amor es eterno.
También en estos 2000 años de historia de la Iglesia vemos siempre, por encima de
todo, la bondad del Señor. Como fue después del periodo oscuro de las persecuciones
nazi y comunista. Dios nos liberó, mostrándonos que es bueno, que es poderoso y que
su misericordia vale para siempre.
Asimismo, está presente en la historia
común, colectiva y personal. La memoria de la bondad de Dios nos ayuda y se vuelve
estrella de la esperanza, haciendo que cada uno tenga una historia personal de salvación.
Debemos atesorar verdaderamente esta historia. Debemos hacer memoria siempre de las
grandes cosas que ha hecho Dios en la vida de cada uno, para alimentar la esperanza
liberadora. Su misericordia es eterna y si hoy me siento en la noche oscura, sé que
mañana me liberará, porque su misericordia es eterna».
Volvamos al Salmo,
que al final vuelve a la creación y dice así:
‘da el alimento a todos los vivientes,
¡porque es eterno su amor!’ (v 25). La oración del Salmo concluye con una invitación
a la alabanza: ‘Den gracias al Dios de los cielos’. El Señor es padre bueno y providente,
que da la heredad a sus hijos y brinda a todos el alimento para vivir. El Dios que
creó los cielos y la tierra y las grandes luces del cielo, que entra en la historia
de los hombres para brindar la salvación a todos sus hijos es el Dios que colma el
universo con su presencia de bien, cuidando la vida y donando el pan.
El poder
invisible del Creador y Señor cantado en el Salmo, se revela en la pequeña visibilidad
del pan que nos da, con el cual nos hace vivir y así este pan cotidiano simboliza
y sintetiza el amor de Dios como Padre y nos abre al cumplimiento del Nuevo Testamento,
a aquel ‘pan de vida’ - la Eucaristía - que nos acompaña en nuestra existencia de
creyentes, anticipando la alegría definitiva del banquete mesiánico en el Cielo.
Queridísimos
hermanos y hermanas, la alabanza y bendición del Salmo 136 nos ha hecho recorrer nuevamente
las etapas más importantes de la historia de la salvación, hasta llegar al misterio
pascual, en que la acción salvífica de Dios llega a su culmen. Con alegría y gratitud
celebremos pues al Creador, Salvador y Padre fiel, que «amó tanto al mundo, que entregó
a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna».
(Jn 3,16)
En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios se hace hombre para
dar la vida, para la salvación de cada uno de nosotros y se dona como pan en el misterio
eucarístico, para hacernos entrar en su alianza que nos hace hijos. A tanto llega
la bondad misericordiosa de Dios y lo sublime de su ‘amor eterno’.
Deseo, por
ello, concluir esta catequesis haciendo mías las palabras que San Juan escribe en
su primera carta y que deberíamos tener presente siempre en nuestra oración: ¡Miren
cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos
realmente». (1 Jn 3,1)