La sangre pura de la contemplación y del amor de Dios en sus venas
Domingo, 9 oct (RV).- Durante la celebración de las vísperas en la iglesia de la Cartuja
de Serra San Bruno el Papa comenzó dando gracias al Señor por haberlo conducido a
este lugar de fe y de oración. Y al renovar su saludo reconocido a Mons. Vincenzo
Bertolone, Arzobispo de Catanzaro-Squillace, se dirigió con gran afecto a esta Comunidad
Cartuja, a cada uno de sus miembros, a partir del Prior, el Padre Jacques Dupont,
a quien agradeció de corazón las palabras que le había dirigido previamente, pidiéndole
que haga llegar su pensamiento de gratitud y bendición al Ministro General y a las
monjas de la Orden.
Ante todo me agrada
subrayar que mi Visita se pone en continuidad con algunos signos de fuerte comunión
entre la Sede Apostólica y la Orden de la Cartuja, que se produjeron en el curso del
siglo pasado. En 1924 el Papa Pío XI emanó una Constitución Apostólica con la que
aprobó los Estatutos de la Orden, revistos a la luz del Código de Derecho Canónico.
En mayo de 1984, el beato Juan Pablo II dirigió al Ministro General una Carta especial,
con ocasión del noveno centenario de la fundación por parte de San Bruno de la primera
comunidad en la Chartreuse, en Grenoble. El 5 de octubre de ese mismo año, mi amado
Predecesor vino aquí, y el recuerdo de su paso entre estos muros está vivo aún. En
la continuidad de estos eventos pasados, pero siempre actuales, vengo hoy entre vosotros,
y quisiera que nuestro encuentro ponga de relieve la relación profunda que existe
entre Pedro y Bruno, entre el servicio pastoral a la unidad de la Iglesia y la vocación
contemplativa en la Iglesia.
En efecto –prosiguió diciendo el Papa– la comunión
eclesial tiene necesidad de “una fuerza interior”, fuerza que el mismo Prior recordó
al citar la expresión “captus ab Uno”, referida a san Bruno: “Aferrado por el Uno”,
de Dios, “Unus potens per omnia”, tal como se había cantado en el Himno de las Vísperas.
Y añadió que “el ministerio de los Pastores obtiene de las comunidades contemplativas
una linfa espiritual que proviene de Dios.
Refiriéndose a la espiritualidad
de estos monjes, el Santo Padre glosó una frase de la carta que su Fundador dirigió
al Preboste Rodolfo de Reims en la que escribía: “Abandonar las realidades fugaces
y tratar de aferrar lo eterno”. Y explicó que en esta expresión está “el núcleo de
su espiritualidad”; a saber: el “fuerte deseo de entrar en unión de vida con Dios,
“abandonando todo lo demás, todo lo que impide esta comunión y dejándose aferrar por
el inmenso amor de Dios, para vivir sólo de este amor”.
Por esta razón, el
Papa no dudó en decirles a estos queridos hermanos que han “encontrado el tesoro escondido,
la perla de gran valor” (Cfr. Mt 13,44-46); y que han respondido “con radicalidad
a la invitación de Jesús: ‘¡Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo
a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme!’” (Mt 19,
21). Porque como dijo Benedicto XVI:
Cada monasterio
–masculino o femenino– es un oasis en el que, con la oración y la meditación, se excava
incesantemente el pozo profundo del cual tomar el “agua viva” para nuestra sed más
profunda. Pero la Cartuja es un oasis especial, donde el silencio y la soledad se
custodian con particular atención, según la forma de vida iniciada por san Bruno y
que ha permanecido inmutada en el curso de los siglos. “Habito en el desierto con
los hermanos”, es la frase sintética que escribía vuestro Fundador (Carta a Rodolfo,
4).
El Santo Padre también afirmó que con esta visita a la histórica Cartuja,
en su calidad de Sucesor de Pedro, deseaba confirmar no sólo a los monjes que allí
viven, sino a la entera Orden, en su misión más actual y significativa que nunca en
el mundo de hoy. Y añadió la siguiente consideración:
El progreso técnico,
marcadamente en el campo de los transportes y de las comunicaciones, ha hecho más
confortable la vida del hombre, pero también más agitada, y a veces convulsionada.
Las ciudades son casi siempre rumorosas: rara vez en ellas hay silencio, porque un
rumor de fondo permanece siempre, en algunas zonas también de noche. Además, en los
últimos decenios, el desarrollo de los medios de comunicación ha difundido y amplificado
un fenómeno que ya se perfilaba en los años sesenta: la virtualidad que hace que se
corra el riesgo de dominar sobre la realidad. Cada vez más, incluso sin darse cuenta,
las personas están inmersas en una dimensión virtual, a causa de los mensajes audiovisuales
que acompañan su vida desde la mañana hasta la noche. Los más jóvenes, que nacieron
en esta condición, parece que quieren llenar de música y de imágenes cada momento
vacío, casi por miedo a sentir, precisamente, este vacío. Se trata de una tendencia
que ha existido siempre, especialmente entre los jóvenes y en los contextos urbanos
más desarrollados; pero hoy esta tendencia ha alcanzado un nivel tan elevado que hace
hablar de mutación antropológica. Algunas personas ya no son capaces de permanecer
largamente en silencio y en soledad.
Su Santidad añadió que había querido señalar
esta condición socio-cultural, porque pone de relieve el carisma específico de la
Cartuja, como un don precioso para la Iglesia y para el mundo; un don que contiene
un mensaje profundo para nuestra vida y para la humanidad entera, que resumió con
las siguientes palabras:
Retirándose en
el silencio y en la soledad, el hombre, por decirlo de alguna manera, se “expone”
a lo real en su desnudez, se expone a ese aparente “vacío” al que me refería antes,
para experimentar, en cambio, la Plenitud, la presencia de Dios, de la Realidad más
real que existe, y que está más allá de la dimensión sensible. Es una presencia perceptible
en cada criatura: en el aire que respiramos, en la luz que vemos y que nos calienta,
en la hiera, en las piedras… Dios, Creator omnium, penetra cada cosa, pero está más
allá, y precisamente por esto es el fundamento de todo. El monje, dejando todo, por
así decir, “corre el riesgo”: se expone a la soledad y al silencio para vivir sólo
de lo esencial, y precisamente al vivir de lo esencial encuentra también una profunda
comunión con los hermanos, con cada hombre.
Benedicto XVI añadió que se podría
pensare que es suficiente ir allí para hacer este “salto”. Pero no es así, dijo.
Esta vocación,
como cada vocación, encuentra respuesta en un camino, en la búsqueda de toda una vida.
En efecto, no basta retirarse en un lugar como este para aprender a estar ante la
presencia de Dios. Como en el matrimonio no basta celebrar el Sacramento para llegar
a ser, efectivamente, una cosa sola, sino que es necesario dejar que la gracia de
Dios actúe y recorrer juntos la cotidianidad de la vida conyugal; del mismo modo,
llegar a ser monjes requiere tiempo, ejercicio, paciencia, “en una perseverante vigilancia
divina –como afirmaba San Bruno– esperando el regreso del Señor para abrirle inmediatamente
la puerta” (Carta a Rodolfo, 4); y precisamente en esto consiste la belleza de cada
vocación en la Iglesia: dar tiempo a Dios para que actúe con su Espíritu, y a la
propia humanidad para formarse, pare crecer según la medida de la madurez de Cristo,
en ese particular estado de vida.
Y tras reafirmar que en Cristo “está todo”,
“la plenitud”, el Papa recordó que "nosotros tenemos necesidad de tiempo para hacer
nuestra una de las dimensiones de su misterio”. “Podríamos decir –añadió– que éste
es un camino de transformación, en el que se pone en acto y se manifiesta el misterio
de la resurrección de Cristo en nosotros; misterio al que nos ha llamado esta tarde
la Palabra de Dios en la Lectura bíblica, tomada de la Carta a los Romanos: el Espíritu
Santo, que ha resucitado a Jesús de entre los muertos, y que dará la vida también
a nuestros cuerpos mortales (Cfr. Rm 8,11), es Aquel que actúa también nuestra configuración
a Cristo, según la vocación de cada uno, un camino que se desata desde la fuente bautismal
hasta la muerte, paso hacia la Casa del Padre.
A veces, a los
ojos del mundo, parece imposible permanecer durante toda la vida en un monasterio,
pero en realidad toda una vida es apenas suficiente para entrar en esta unión con
Dios, en esa Realidad esencial y profunda que es Jesucristo. ¡Por esto he venido aquí,
queridos Hermanos que formáis la Comunidad cartuja de Serra San Bruno! Para deciros
que la Iglesia tiene necesidad de vosotros, y que vosotros tenéis necesidad de la
Iglesia. Vuestro puesto no es marginal: ninguna vocación es marginal en el Pueblo
de Dios: somos un único cuerpo, en el que cada miembro es importante y tiene la misma
dignidad, y es inseparable del “todo”. También vosotros, que vivís en un voluntario
aislamiento, estáis en realidad en el corazón de la Iglesia, y hacéis que corra en
sus venas la sangre pura de la contemplación y del amor de Dios.
Por último,
al destacar que la Cruz de Cristo es el punto firme, en medio de las mutaciones y
de los trastornos del mundo, el Papa dijo que “la vida en una Cartuja participa en
la “estabilidad de la Cruz”, que es la de Dios, la de su amor fiel.
Porque
“permaneciendo firmemente unidos a Cristo, come sarmientos a la Vid, también vosotros,
Hermanos cartujos, estáis asociados a su misterio de salvación, como la Virgen María,
que ante la Cruz stabat, unida al Hijo en la misma oblación de amor. Y añadió que
también ellos, como María y junto a ella, están integrados profundamente en el misterio
de la Iglesia, sacramento de unión de los hombres con Dios y entre ellos. “En esto
–les dijo– también vosotros estáis singularmente cerca de mi ministerio. Que vele,
por lo tanto, sobre nosotros la Madre Santísima de la Iglesia, y que el santo Padre
Bruno bendiga siempre desde el Cielo a vuestra Comunidad”. (María Fernanda Bernasconi
– RV).