El Papa exhorta a los jóvenes alemanes a ser llamas de esperanza
RV - El último de los actos del Pontífice de la repleta jornada de hoy fue la vigilia
de oración con los jóvenes en la Feria de Friburgo. En esta ocasión, el Pontífice
pidió a los jóvenes que permitieran que Cristo arda en ellos, “aun cuando ello comporte
a veces sacrificio y renuncia, y que tuvieran “la osadía de santos brillantes en cuyos
ojos y corazones reluzca el amor de Cristo, llevando así la luz al mundo”. Un elaborado
discurso en el que el Santo Padre usó las distintas acepciones y derivados de la palabra
luz, como hilo conductor de esta vigilia de oración en la que, retomando el rito litúrgico
del cirio pascual “una pequeña llama irradia en muchas luces e ilumina la casa de
Dios en tinieblas”.
“No son nuestros esfuerzos
humanos o el progreso técnico de nuestro tiempo los que aportan luz al mundo. Una
y otra vez, debemos experimentar que nuestro esfuerzo por un orden mejor y más justo
tiene sus límites. El sufrimiento de los inocentes y, más aún, la muerte de cualquier
hombre, producen una oscuridad impenetrable que, quizás, con nuevas experiencias,
se esclarece de momento, como un rayo en la noche. Pero, al final, queda una oscuridad
angustiosa”.
“Puede haber en nuestro entorno tiniebla y oscuridad – añadió
el Papa - y, sin embargo, vemos una luz: una pequeña llama, minúscula, que es más
fuerte de la oscuridad, en apariencia poderosa e insuperable. Cristo, resucitado de
entre los muertos, brilla en el mundo, y lo hace de la forma más clara, precisamente
allí donde según el juicio humano todo parece sombrío y sin esperanza”. Benedicto
XVI subrayó sobre todo que “no vivimos solos en el mundo”.
“Precisamente en las
cosas importantes de la vida tenemos necesidad de otras personas. Así, en particular,
no estamos solos en la fe, somos eslabones de la gran cadena de los creyentes. Ninguno
llega a creer si no está sostenido por la fe de los otros y, por otra parte, con mi
fe, contribuyo a confirmar a los demás en la suya. Nos ayudamos recíprocamente a ser
ejemplos los unos para los otros, compartimos con los otros lo que es nuestro, nuestros
pensamientos, nuestras acciones y nuestro afecto. Y nos ayudamos mutuamente a orientarnos,
a discernir nuestro puesto en sociedad”.
El Santo Padre insistió en el concepto
central de luz que es Cristo, fuente de todas las luces de este mundo, mientras que
“nosotros, en cambio, una y otra vez experimentamos el fracaso de nuestros esfuerzos
y el error personal a pesar de nuestra mejor intención. El mundo en que vivimos, no
obstante los progresos técnicos nunca llega en definitiva a ser mejor”. “Sigue habiendo guerras,
terror, hambre y enfermedades, pobreza extrema y represión sin piedad. E incluso aquellos
que en la historia se han creído “portadores de luz”, pero sin haber sido iluminados
por Cristo, única luz verdadera, no han creado ciertamente paraíso terrenal alguno,
sino que, por el contrario, han instaurado dictaduras y sistemas totalitarios, en
los que se ha sofocado hasta la más pequeña chispa de humanidad”.
No obstante
Benedicto XVI exhortó a los jóvenes a no silenciar el hecho de que el mal existe en
tantos lugares del mundo, pero también en nuestra vida: “en nuestro propio corazón
– dijo el Papa- existe la inclinación al mal, el egoísmo, la envidia, la agresividad”.
“En la historia, algunos
finos observadores han señalado frecuentemente que el daño a la Iglesia no lo provocan
sus adversarios, sino los cristianos mediocres. ¿Cómo puede entonces decir Cristo
que los cristianos, y también aquellos cristianos débiles y frecuentemente mediocres,
son la luz del mundo? Quizás lo entendiéramos si Él gritase: ¡Convertíos! ¡Sed la
luz del mundo! ¡Cambiad vuestra vida, hacedla clara y resplandeciente!”
Por
último el Pontífice pidió a los jóvenes tener la valentía de ser santos brillantes,
en cuyos ojos y corazones reluzca el amor de Cristo.
“Queridos amigos,
tantas veces se ha caricaturizado la imagen de los santos y se los ha presentado de
modo distorsionado, como si ser santos significase estar fuera de la realidad, ingenuos
y sin alegría. A menudo, se piensa que un santo sea aquel que lleva a cabo acciones
ascéticas y morales de altísimo nivel y que precisamente por ello se puede venerar,
pero nunca imitar en la propia vida. Qué equivocada y decepcionante es esta opinión.
No existe algún santo, excepto la bienaventurada Virgen María, que no haya conocido
el pecado y que nunca haya caído en él. Queridos amigos, Cristo no se interesa tanto
por las veces que vaciláis o caéis en la vida, sino por las veces que os levantáis.
No exige acciones extraordinarias, quiere, en cambio, que su luz brille en vosotros.
No os llama porque sois buenos y perfectos, sino porque Él es bueno y quiere haceros
amigos suyos”.
Crónica de las vísperas con los jóvenes. Raúl Cabrera
DISCURSO
COMPLETO
Queridos jóvenes amigos: He pensado con gozo
todo el día en esta noche, en la que estaría aquí con vosotros, unidos en la oración.
Algunos habéis participado tal vez en la Jornada Mundial de la Juventud, donde experimentamos
esa atmósfera especial de tranquilidad, de profunda comunión y de alegría interior
que caracteriza una vigilia nocturna de oración. Espero que también nosotros podamos
tener esa misma experiencia en este momento: que el Señor nos toque y nos haga testigos
gozosos, que oran juntos y se hacen responsables los unos de los otros, no solamente
esta noche, sino también durante toda la vida. En todas las iglesias, en
las catedrales y conventos, en cualquier lugar donde se reúnen los fieles para celebrar
la Vigilia pascual, la más santa de todas las noches, ésta se inaugura encendiendo
el cirio pascual, cuya luz se trasmite a todos los participantes. Una pequeña llama
irradia en muchas luces e ilumina la casa de Dios en tinieblas. En este maravilloso
rito litúrgico, que hemos imitado en está vigilia de oración, se nos revela mediante
signos más elocuentes que las palabras el misterio de nuestra fe cristiana. Jesús,
que dice de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12), hace brillar nuestra vida,
para que se cumpla lo que acabamos de escuchar en el Evangelio: “Vosotros sois la
luz del mundo” (Mt 5, 14). No son nuestros esfuerzos humanos o el progreso técnico
de nuestro tiempo los que aportan luz al mundo. Una y otra vez, debemos experimentar
que nuestro esfuerzo por un orden mejor y más justo tiene sus límites. El sufrimiento
de los inocentes y, más aún, la muerte de cualquier hombre, producen una oscuridad
impenetrable que, quizás, con nuevas experiencias, se esclarece de momento, como un
rayo en la noche. Pero, al final, queda una oscuridad angustiosa. Puede
haber en nuestro entorno tiniebla y oscuridad y, sin embargo, vemos una luz: una pequeña
llama, minúscula, que es más fuerte de la oscuridad, en apariencia poderosa e insuperable.
Cristo, resucitado de entre los muertos, brilla en el mundo, y lo hace de la forma
más clara, precisamente allí donde según el juicio humano todo parece sombrío y sin
esperanza. Él ha vencido a la muerte, vive, y la fe en Él, como una pequeña luz, penetra
todo lo que es oscuridad y zozobra. Ciertamente, quien cree en Jesús no siempre ve
solamente el sol en la vida, casi como si pudiera ahorrarse sufrimientos y dificultades;
ahora bien, tiene siempre una luz clara que le muestra el camino hacia la vida en
abundancia (cf. Jn 10, 10). Los ojos de los que creen en Cristo vislumbran aun en
la noche más oscura una luz, y ven ya la claridad de un nuevo día. La luz
no se queda sola. A su alrededor se encienden otras luces. Bajo sus rayos se delinean
los contornos del ambiente, de forma que podemos orientarnos. No vivimos solos en
el mundo. Precisamente en las cosas importantes de la vida tenemos necesidad de otras
personas. Así, en particular, no estamos solos en la fe, somos eslabones de la gran
cadena de los creyentes. Ninguno llega a creer si no está sostenido por la fe de los
otros y, por otra parte, con mi fe, contribuyo a confirmar a los demás en la suya.
Nos ayudamos recíprocamente a ser ejemplos los unos para los otros, compartimos con
los otros lo que es nuestro, nuestros pensamientos, nuestras acciones y nuestro afecto.
Y nos ayudamos mutuamente a orientarnos, a discernir nuestro puesto en sociedad. Queridos
amigos, “Yo soy la luz del mundo – vosotros sois la luz del mundo”, dice el Señor.
Es algo misterioso y grandioso que Jesús diga lo mismo de sí y de cada uno de nosotros,
es decir, “ser luz”. Si creemos que Él es el Hijo de Dios, que ha sanado los enfermos
y resucitado los muertos, más aún, que Él ha resucitado del sepulcro y vive verdaderamente,
entonces comprendemos que Él es la luz, la fuente de toda las luces de este mundo.
Nosotros, en cambio, una y otra vez experimentamos el fracaso de nuestros esfuerzos
y el error personal a pesar de nuestra mejor intención. Por lo que se ve, el mundo
en que vivimos, no obstante los progresos técnicos nunca llega en definitiva a ser
mejor. Sigue habiendo guerras, terror, hambre y enfermedades, pobreza extrema y represión
sin piedad. E incluso aquellos que en la historia se han creído “portadores de luz”,
pero sin haber sido iluminados por Cristo, única luz verdadera, no han creado ciertamente
paraíso terrenal alguno, sino que, por el contrario, han instaurado dictaduras y sistemas
totalitarios, en los que se ha sofocado hasta la más pequeña chispa de humanidad. Llegados
a este punto, no debemos silenciar el hecho de que el mal existe. Lo vemos en tantos
lugares del mundo; pero lo vemos también, y esto nos asusta, en nuestra vida. Sí,
en nuestro propio corazón existe la inclinación al mal, el egoísmo, la envidia, la
agresividad. Quizás, con una cierta autodisciplina, esto puede ser de algún modo controlable.
Pero es más difícil con formas de mal más bien oscuras, que pueden envolvernos como
una niebla difusa, como la pereza, la lentitud en querer y hacer el bien. En la historia,
algunos finos observadores han señalado frecuentemente que el daño a la Iglesia no
lo provocan sus adversarios, sino los cristianos mediocres. ¿Cómo puede entonces decir
Cristo que los cristianos, y también aquellos cristianos débiles y frecuentemente
mediocres, son la luz del mundo? Quizás lo entendiéramos si Él gritase: ¡Convertíos!
¡Sed la luz del mundo! ¡Cambiad vuestra vida, hacedla clara y resplandeciente! ¿No
debemos quizás quedar sorprendidos de que el Señor no nos dirija una llamada de atención,
sino que afirme que somos la luz del mundo, que somos luminosos y que brillamos en
la oscuridad? Queridos amigos, el apóstol san Pablo, se atreve a llamar
“santos” en muchas de sus cartas a sus contemporáneos, los miembros de las comunidades
locales. Con ello, se subraya que todo bautizado es santificado por Dios, incluso
antes de poder hacer obras buenas y actos concretos. En el Bautismo, el Señor enciende
por decirlo así una luz en nuestra vida, una luz que el catecismo llama la gracia
santificante. Quien conserva dicha luz, quien vive en la gracia, es ciertamente santo. Queridos
amigos, tantas veces, se ha caricaturizado la imagen de los santos y se los ha presentado
de modo distorsionado, como si ser santos significase estar fuera de la realidad,
ingenuos y sin alegría. A menudo, se piensa que un santo sea aquel que lleva a cabo
acciones ascéticas y morales de altísimo nivel y que precisamente por ello se puede
venerar, pero nunca imitar en la propia vida. Qué equivocada y decepcionante es esta
opinión. No existe algún santo, excepto la bienaventurada Virgen María, que no haya
conocido el pecado y que nunca haya caído en él. Queridos amigos, Cristo no se interesa
tanto por las veces que vaciláis o caéis en la vida, sino por las veces que os levantáis.
No exige acciones extraordinarias, quiere, en cambio, que su luz brille en vosotros.
No os llama porque sois buenos y perfectos, sino porque Él es bueno y quiere haceros
amigos suyos. Sí, vosotros sois la luz del mundo, porque Jesús es vuestra luz. Vosotros
sois cristianos, no porque hayáis cosas especiales y extraordinarias, sino porque
Él, Cristo, es vuestra vida. Sois santos porque su gracia actúa en vosotros. Queridos
amigos, esta noche, en la que estamos reunidos en oración en torno al único Señor,
entrevemos la verdad de la Palabra de Cristo, según la cual no se puede ocultar una
ciudad puesta en lo alto de un monte. Esta asamblea brilla en los diversos sentidos
de la palabra: en la claridad de innumerables luces, en el esplendor de tantos jóvenes
que creen en Cristo. Una vela puede dar luz solamente si la llama la consume. Sería
inservible si su cera no alimentase el fuego. Permitid que Cristo arda en vosotros,
aun cuando ello comporte a veces sacrificio y renuncia. No temáis perder algo y quedaros
al final, por así decirlo, con las manos vacías. Tened la valentía de usar vuestros
talentos y dones al servicio del Reino de Dios y de entregaros vosotros mismos, como
la cera de la vela, para que el Señor ilumine la oscuridad a través de vosotros. Tened
la osadía de ser santos brillantes, en cuyos ojos y corazones reluzca el amor de Cristo,
llevando así luz al mundo. Confío que vosotros y tantos otros jóvenes aquí en Alemania
sean llamas de esperanza que no queden ocultas. “Vosotros sois la luz del mundo”.
Amén.