Agradecimiento del Papa a los padres que a pesar del ambiente político hostil a la
Iglesia, educaron a sus hijos en la fe católica
RV - La tercera jornada de Benedicto XVI en Alemania empezó muy de mañana con la celebración
de la Santa misa en la Domplatz de Erfurt. Ha sido el último acto del Papa en la capital
del estado federal de Turingia, en la tierra de Lutero, antes de volar a Lars y de
allí trasladarse en coche a Friburgo, enclave en plena Selva Negra, conocido porque
se opuso a la Reforma protestante y se convirtió en un importante bastión católico
en la Región del Alto Rhin.
En la Catedral de Friburgo, dedicada a Nuestra
Señora, el Santo Padre ha adorado el Santísimo Sacramento, ha rezado el Ángelus y
saludado a un grupo de religiosos y religiosas de la Región, así como a algunos enfermos.
Luego, Benedicto XVI, saliendo de esta Catedral ha saludado a la población reunida
en la Plaza.
Crónica de Raúl Cabrera sobre la Misa en Erfurt
Durante la
celebración de la Santa Misa en la Domplatz de Erfurt se leyeron los textos litúrgicos
propios de la diócesis, por la veneración de Santa Isabel de Turingia.
En
efecto, el Papa comenzó su homilía afirmando que si en esta ciudad volviéramos atrás
con el pensamiento a 1981, el año jubilar de Santa Isabel, hace treinta años, en tiempos
de la República Democrática Alemana, ¿quién habría imaginado que el muro y las alambradas
de las fronteras habrían caído pocos años después? Y si fuéramos todavía más atrás,
cerca de setenta años, hasta 1941, en tiempos del nacionalsocialismo, ¿quién habría
podido predecir que el denominado “Reich milenario” quedaría reducido a cenizas cuatro
años después? Y añadió:
Queridos hermanos
y hermanas, aquí en Turingia, y en la entonces República Democrática Alemana, tuvisteis
que soportar una dictadura “oscura” [nazi] y una roja [comunista], que para la fe
cristiana fueron como una lluvia ácida. Muchas consecuencias tardías de ese tiempo
han de ser aún asimiladas, sobre todo en el ámbito intelectual y religioso. Actualmente,
la mayoría de la gente en esta tierra vive lejana de la fe en Cristo y de la comunión
de la Iglesia. Los últimos dos decenios, sin embargo, presentan también experiencias
positivas: un horizonte más amplio, un cambio más allá de las fronteras, una confiada
certeza de que Dios no nos abandona y nos conduce por nuevos caminos. “Donde está
Dios, allí hay futuro”.
Tras afirmar que “todos estamos convencidos de que
la nueva libertad ha ayudado a conferir a la vida de los hombres una mejor dignidad
y a abrir múltiples y nuevas posibilidades”, el Santo Padre afirmó:
Desde el punto de
vista de la Iglesia, podemos subrayar también con agradecimiento muchos beneficios:
nuevas posibilidades para las actividades parroquiales, la reestructuración y ampliación
de iglesias y centros parroquiales, iniciativas diocesanas de carácter pastoral y
cultural. Pero estas posibilidades, ¿nos han llevado también a un incremento de la
fe? ¿No es necesario, tal vez, buscar las raíces profundas de la fe y de la vida cristiana
en algo más que en la libertad social? Muchos católicos convencidos han permanecido
fieles a Cristo y a la Iglesia en la difícil situación de una opresión exterior. Han
aceptado desventajas personales por vivir su propia fe.
Benedicto XVI también
dio las gracias a los sacerdotes, así como a sus colaboradores y colaboradoras de
aquellos tiempos. Y en particular recordó la pastoral de los refugiados inmediatamente
después de la Segunda Guerra Mundial, cuando muchos eclesiásticos y laicos llevaron
a cabo grandes iniciativas para aliviar la penosa situación de los prófugos y darles
una nueva Patria, sin olvidar un agradecimiento sincero a los padres que, en medio
de la diáspora y en un ambiente político hostil a la Iglesia, educaron a sus hijos
en la fe católica, entre los cuales a los católicos de Eichsfeld, donde muchos resistieron
a la ideología comunista.
El Papa manifestó su deseo de que Dios les recompense
abundantemente la perseverancia en la fe, porque su “testimonio valiente y la confianza
paciente en la providencia de Dios –dijo– son como una semilla valiosa que promete
un fruto abundante para el futuro”. Y añadió que “la presencia de Dios se manifiesta,
de modo particularmente claro, en sus santos”, cuyo “testimonio de fe puede darnos
también hoy la fuerza para un nuevo despertar”.
Pensamos ahora, sobre
todo, en los santos Patronos de la Diócesis de Erfurt: Isabel de Turingia, Bonifacio
y Kilian. Isabel vino de un país extranjero, de Hungría, a Wartburg en Turingia. Llevó
una vida intensa de oración, unida a la penitencia y a la pobreza evangélica. Bajaba
asiduamente de su castillo, en la ciudad de Eisenach, para cuidar allí personalmente
de los pobres y enfermos. Su vida en esta tierra duró poco: vivió solamente veinticuatro
años, pero el fruto de su santidad fue inmenso. Santa Isabel es muy estimada también
por los cristianos evangélicos; puede ayudarnos a todos nosotros a descubrir la plenitud
de la fe recibida y a ponerla en práctica en nuestra vida cotidiana.
Su Santidad
destacó asimismo que a las raíces cristianas de su país se vincula también la fundación
de la Diócesis de Erfurt por san Bonifacio, en el año 742. Evento que constituye,
al mismo tiempo, la primera mención documentada de esta ciudad. De este Obispo misionero
que murió mártir, el Papa recordó que había llegado de Inglaterra y trabajó en estrecha
unión con el Sucesor de San Pedro, por lo que es venerado como “Apóstol de Alemania”;
mientras dos de sus compañeros, que compartieron con él el testimonio del derramamiento
de la sangre por la fe cristiana –los santos Eoban y Adelar– se encuentran enterrados
en esa Catedral.
Benedicto XVI también recordó que antes de los misioneros
anglosajones, trabajó en Turingia san Kilian, un misionero itinerante procedente de
Irlanda, quien junto con dos compañeros murió mártir en Würzburg, porque criticaba
el comportamiento moralmente equivocado del duque residente allí. Mientras en la plaza
de la Catedral –prosiguió– no podemos olvidar a san Severo, patrono de Severikirche,
quien en el siglo cuarto fue Obispo de Rvena; mientras en el año 836, su cuerpo fue
trasladado a Erfurt, para arraigar más profundamente la fe cristiana en esta región.
A
la pregunta de ¿qué es lo que estos santos tienen en común? y ¿cómo podemos describir
y hacer fecunda para nosotros su particular forma de vida?, el Obispo de Roma afirmó
textualmente:
Sí, los santos nos
muestran que es posible y bueno vivir de manera radical la relación con Dios, poner
a Dios en primer lugar y no como una realidad más entre otras. Los santos nos muestran
de manera evidente el hecho de que Dios ha tomado la iniciativa de dirigirse a nosotros;
en Jesucristo se ha manifestado y se nos manifiesta. Cristo sale a nuestro encuentro,
habla a cada uno y lo invita a seguirlo. Los santos han tomado en serio esta posibilidad,
decirlo por así, en el continuo diálogo de la oración, han tendido a Él desde lo más
recóndito de su ser, y de Él recibieron la luz que les abrió a la vida verdadera.
La
fe –dijo también el Papa– es siempre y esencialmente, un creer junto con otros. El
hecho de poder creer lo debo sobre todo a Dios que se dirige a mí y, por decirlo así,
“enciende” mi fe. Pero, más concretamente, debo mi fe también a los que están cerca
de mí y que han creído antes que yo y creen conmigo. Este “con”, sin el cual no es
posible una fe personal, es la Iglesia. Y esta Iglesia franquea las fronteras de los
países como lo demuestran las nacionalidades de los santos que he mencionado anteriormente:
Hungría, Inglaterra, Irlanda e Italia.
En este sentido, se
resalta lo importante que es el intercambio espiritual que se extiende a través de
toda la Iglesia universal. Si nos abrimos a toda fe, en la historia entera y en los
testimonios de toda la Iglesia, entonces la fe católica tiene futuro también como
fuerza pública en Alemania. Al mismo tiempo, las figuras de los santos que he recordado
nos muestran la gran fecundidad de una vida santa, de ese amor radical por Dios y
por el prójimo. Los santos, aun que sólo sean pocos, también cambian el mundo.
Hacia
el final de su homilía el Santo Padre afirmó que de esta manera, los cambios políticos
del año 1989 no fueron motivados sólo por el deseo de bienestar y de libertad de movimiento,
sino, decisivamente, también por el anhelo de veracidad. Anhelo que se mantuvo vivo,
entre otras cosas, por personas totalmente dedicadas al servicio de Dios y del prójimo
y dispuestas a sacrificar su propia vida. Y destacó que ellos y los santos antes recordados
nos animan a aprovechar la nueva situación.
Porque como dijo el Papa “no queremos
escondernos en una fe solamente privada, sino que queremos usar de manera responsable
la libertad lograda. Como los santos Kilian, Bonifacio, Adelar, Eoban e Isabel de
Turingia, queremos salir como cristianos al encuentro de nuestros conciudadanos, e
invitarlos a descubrir con nosotros la plenitud de la Buena Nueva. Entonces seremos
semejantes a la famosa campana de la Catedral de Erfurt, que lleva el nombre de “Gloriosa”.
Y añadió que se considera la campana medieval más grande del mundo que oscila
libremente. Lo que es “un signo vivo de nuestro profundo enraizamiento en la tradición
cristiana, pero también una señal para ponernos en camino y empeñarnos en la misión”.
“Sonará hoy –terminó diciendo el Papa– al final de esta Misa solemne. Que nos aliente
a hacer visible y audible, según el ejemplo de los santos, el testimonio de Cristo
en el mundo en que vivimos. Amén”.
HOMILÍA COMPLETA
Queridos
hermanos y hermanas: “Alabad al Señor en todo tiempo, porque es bueno”.
Así acabamos de cantar antes del Evangelio. Sí, tenemos verdaderamente motivos para
dar gracias a Dios de todo corazón. Si en esta ciudad volviéramos atrás con el pensamiento
a 1981, el año jubilar de Santa Isabel, hace treinta años, en tiempos de la República
Democrática Alemana, ¿quién habría imaginado que el muro y las alambradas de las fronteras
habrían caído pocos años después? Y si fuéramos todavía más atrás, cerca de setenta
años, hasta 1941, en tiempos del nacionalsocialismo, ¿quién habría podido predecir
que el denominado “Reich milenario” quedaría reducido a cenizas cuatro años después? Queridos
hermanos y hermanas, aquí en Turingia, y en la entonces República Democrática Alemana,
tuvisteis que soportar una dictadura “oscura” [nazi] y una roja [comunista], que para
la fe cristiana fueron como una lluvia ácida. Muchas consecuencias tardías de ese
tiempo han de ser aún asimiladas, sobre todo en el ámbito intelectual y religioso.
Actualmente, la mayoría de la gente en esta tierra vive lejana de la fe en Cristo
y de la comunión de la Iglesia. Los últimos dos decenios, sin embargo, presentan también
experiencias positivas: un horizonte más amplio, un cambio más allá de las fronteras,
una confiada certeza de que Dios no nos abandona y nos conduce por nuevos caminos.
“Donde está Dios, allí hay futuro”. Todos estamos convencidos de que la
nueva libertad ha ayudado a conferir a la vida de los hombres una mejor dignidad y
a abrir múltiples y nuevas posibilidades. Desde el punto de vista de la Iglesia, podemos
subrayar también con agradecimiento muchos beneficios: nuevas posibilidades para las
actividades parroquiales, la reestructuración y ampliación de iglesias y centros parroquiales,
iniciativas diocesanas de carácter pastoral y cultural. Pero estas posibilidades,
¿nos han llevado también a un incremento de la fe? ¿No es necesario, tal vez, buscar
las raíces profundas de la fe y de la vida cristiana en algo más que en la libertad
social? Muchos católicos convencidos han permanecido fieles a Cristo y a la Iglesia
en la difícil situación de una opresión exterior. Han aceptado desventajas personales
por vivir su propia fe. Ahora, quisiera dar las gracias a los sacerdotes, así como
a sus colaboradores y colaboradoras de aquellos tiempos. En particular, quisiera recordar
la pastoral de los refugiados inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial:
entonces, muchos eclesiásticos y laicos llevaron a cabo grandes iniciativas para aliviar
la penosa situación de los prófugos y darles una nueva Patria. Y, cómo no, un agradecimiento
sincero a los padres que, en medio de la diáspora y en un ambiente político hostil
a la Iglesia, educaron a sus hijos en la fe católica. Por ejemplo, merecen ser recordadas
las Semanas Religiosas para los niños durante las vacaciones, así como también el
trabajo fructuoso de las casas para la juventud católica “San Sebastián”, en Erfurt,
y “Marcel Callo”, en Heiligenstadt. Especialmente en Eichsfeld, muchos católicos resistieron
a la ideología comunista. Que Dios les recompense abundantemente la perseverancia
en la fe. El testimonio valiente y la confianza paciente en la providencia de Dios
son como una semilla valiosa que promete un fruto abundante para el futuro. La
presencia de Dios se manifiesta, de modo particularmente claro, en sus santos. Su
testimonio de fe puede darnos también hoy la fuerza para un nuevo despertar. Pensamos
ahora, sobre todo, en los santos Patronos de la Diócesis de Erfurt: Isabel de Turingia,
Bonifacio y Kilian. Isabel vino de un país extranjero, de Hungría, a Wartburg en Turingia.
Llevó una vida intensa de oración, unida a la penitencia y a la pobreza evangélica.
Bajaba asiduamente de su castillo, en la ciudad de Eisenach, para cuidar allí personalmente
de los pobres y enfermos. Su vida en esta tierra duró poco: vivió solamente veinticuatro
años, pero el fruto de su santidad fue inmenso. Santa Isabel es muy estimada también
por los cristianos evangélicos; puede ayudarnos a todos nosotros a descubrir la plenitud
de la fe recibida y a ponerla en práctica en nuestra vida cotidiana. A las
raíces cristianas de nuestro país, se vincula también la fundación de la Diócesis
de Erfurt por san Bonifacio, en el año 742. Este evento constituye, al mismo tiempo,
la primera mención documentada de la ciudad de Erfurt. El Obispo misionero había llegado
de Inglaterra y trabajó en estrecha unión con el Sucesor de san Pedro. Lo veneramos
como “Apóstol de Alemania”; murió mártir. Dos de sus compañeros, que compartieron
con él el testimonio del derramamiento de la sangre por la fe cristiana, están enterrados
aquí, en la Catedral de Erfurt: son los santos Eoban y Adelar. Antes de
los misioneros anglosajones, trabajó en Turingia san Kilian, un misionero itinerante
venido de Irlanda. Junto con dos compañeros murió mártir en Würzburg, porque criticaba
el comportamiento moralmente equivocado del duque de Turingia, residente allí. Aquí
en la plaza de la Catedral no podemos olvidar a san Severo, el patrón de Severikirche.
En el siglo cuarto, fue Obispo de Rávena; en el año 836, su cuerpo fue trasladado
a Erfurt, para arraigar más profundamente la fe cristiana en esta región. ¿Qué
es lo que estos santos tienen en común? ¿Cómo podemos describir y hacer fecunda para
nosotros su particular forma de vida? Sí, los santos nos muestran que es posible y
bueno vivir de manera radical la relación con Dios, poner a Dios en primer lugar y
no como una realidad más entre otras. Los santos nos muestran de manera evidente el
hecho de que Dios ha tomado la iniciativa de dirigirse a nosotros; en Jesucristo se
ha manifestado y se nos manifiesta. Cristo sale a nuestro encuentro, habla a cada
uno y lo invita a seguirlo. Los santos han tomado en serio esta posibilidad, decirlo
por así, en el continuo diálogo de la oración, han tendido a Él desde lo más recóndito
de su ser, y de Él recibieron la luz que les abrió a la vida verdadera. La
fe es siempre, y esencialmente, un creer junto con otros. El hecho de poder creer
lo debo sobre todo a Dios que se dirige a mí y, por decirlo así, “enciende” mi fe.
Pero, más concretamente, debo mi fe también a los que están cerca de mí y que han
creído antes que yo y creen conmigo. Este “con”, sin el cual no es posible una fe
personal, es la Iglesia. Y esta Iglesia franquea las fronteras de los países como
lo demuestran las nacionalidades de los santos que he mencionado anteriormente: Hungría,
Inglaterra, Irlanda e Italia. En este sentido, se resalta lo importante que es el
intercambio espiritual que se extiende a través de toda la Iglesia universal. Si nos
abrimos a toda fe, en la historia entera y en los testimonios de toda la Iglesia,
entonces la fe católica tiene futuro también como fuerza pública en Alemania. Al mismo
tiempo, las figuras de los santos que he recordado nos muestran la gran fecundidad
de una vida santa, de ese amor radical por Dios y por el prójimo. Los santos, aun
que sólo sean pocos, también cambian el mundo. De esta manera, los cambios
políticos del año 1989 en vuestro país no fueron motivados sólo por el deseo de bienestar
y de libertad de movimiento, sino, decisivamente, también por el anhelo de veracidad.
Este anhelo se mantuvo vivo, entre otras cosas, por personas totalmente dedicadas
al servicio de Dios y del prójimo y dispuestas a sacrificar su propia vida. Ellos
y los santos antes recordados nos animan a aprovechar la nueva situación. No queremos
escondernos en una fe solamente privada, sino que queremos usar de manera responsable
la libertad lograda. Como los santos Kilian, Bonifacio, Adelar, Eoban e Isabel di
Turingia, queremos salir como cristianos al encuentro de nuestros conciudadanos, e
invitarlos a descubrir con nosotros la plenitud de la Buena Nueva. Entonces seremos
semejantes a la famosa campana de la Catedral de Erfurt, que lleva el nombre de “Gloriosa”.
Se considera la campana medieval más grande del mundo que oscila libremente. Es un
signo vivo de nuestro profundo enraizamiento en la tradición cristiana, pero también
una señal para ponernos en camino y empeñarnos en la misión. Sonará hoy al final de
esta Misa solemne. Que nos aliente a hacer visible y audible, según el ejemplo de
los santos, el testimonio de Cristo en el mundo en que vivimos. Amén.