En su encuentro con la Iglesia Evangélica, el Papa afirma que “sin el conocimiento
de Dios, el hombre se hace manipulable”
RV - La segunda parte de la mañana tuvo un matiz ecuménico. En la celebración ecuménica
en Erfurt, Benedicto XVI destacó que “La unidad no crece mediante la ponderación de
ventajas y desventajas, sino profundizando cada vez más en la fe mediante el pensamiento
y la vida”.
La homilía pronunciada por el Santo Padre durante el acto ecuménico
que ha rubricado la mañana de hoy, se ha centrado en la unidad de los cristianos.
“En un encuentro ecuménico, -ha dicho el Papa- no debemos lamentar solo las divisiones
y las separaciones, sino agradecer a Dios por todos los elementos de unidad que ha
conservado para nosotros. Gratitud que debe ser al mismo tiempo disponibilidad para
no perder la unidad alcanzada”. “La unidad fundamental consiste en el hecho que creemos
en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra”. “La tarea común que
actualmente tenemos, es dar testimonio de este Dios vivo”.
Cuando en una primera
fase de la ausencia de Dios, su luz sigue mandando sus reflejos y mantiene unido el
orden de la existencia humana, se tiene la impresión que las cosas funcionan incluso
sin Dios. Pero cuanto más se aleja el mundo de Dios, tanto más resulta claro que el
hombre, en el hybris del poder, en el vacío del corazón y en el ansia de satisfacción
y de felicidad, “pierde” cada vez más la vida. En este tiempo, nuestro primer servicio
ecuménico debe ser el testimoniar juntos la presencia del Dios vivo y dar así al mundo
la respuesta que necesita. Dar testimonio de Jesucristo, verdadero hombre y verdadero
Dios, que vivió entre nosotros, padeció y murió por nosotros, y que en su resurrección
ha abierto totalmente la puerta de la muerte. Queridos amigos, ¡fortifiquémonos en
está fe! ¡Ayudémonos recíprocamente a vivirla! Esta es una gran tarea ecuménica que
nos introduce en el corazón de la oración de Jesús.
El Papa ha afirmado que
en nuestro tiempo la gran tarea ecuménica es el compromiso común por el hombre.
Vivimos en un tiempo
en que los criterios de cómo ser hombres se han hecho inciertos. La ética viene sustituida
con el cálculo de las consecuencias. Frente a esto, como cristianos, debemos defender
la dignidad inviolable del ser humano, desde la concepción hasta la muerte, desde
las cuestiones de la diagnosis previa a su implantación hasta la eutanasia. Sin el
conocimiento de Dios, el hombre se hace manipulable. La fe en Dios debe concretarse
en nuestro común trabajo por el hombre.
La seriedad de la fe se manifiesta
sobre todo, ha señalado Benedicto XVI, “cuando ésta inspira a ciertas personas a ponerse
totalmente a disposición de Dios y, a partir de Dios, a los demás.
La fe de los cristianos
no se basa en una ponderación de nuestras ventajas y desventajas. Una fe autoconstruida
no tiene valor. La fe no es una cosa que nosotros excogitamos o concordamos. Es el
fundamento sobre el cual vivimos. La unidad no crece mediante la ponderación de ventajas
y desventajas, sino profundizando cada vez más en la fe mediante el pensamiento y
la vida.
El Papa había llegado a Erfurt, distante 237 km de Berlín, a las
10 de la mañana. Benedicto XVI ha visitado primero la catedral, donde tras la adoración
del Santísimo y la veneración del relicario de San Bonifacio, ha rendido homenaje
a la antigua y venerada estatua de la Virgen “Sede Sapientiae”. Luego, el Pontífice
se ha dirigió al ex Convento de los Agustinos de Erfurt, donde ha tenido el encuentro
con los representantes del Consejo de la Iglesia Evangélica Alemana.
El discurso
del Papa se ha caracterizado, por una parte, por la evidencia del contraste de la
cultura actual con respecto a la fundamental preocupación de Lutero y, por otra, en
la importancia del ecumenismo en el contexto de la secularización galopante y a la
nueva “geografía del cristianismo”, puesta en peligro a causa de las sectas.
Benedicto
XVI ha subrayado la emoción y el significado de su encuentro como Obispo de Roma con
el Consejo de la Iglesia Evangélica en Alemania, precisamente en Erfurt, en el lugar
en que el mismo Lutero estudió y fue ordenado sacerdote de la Orden de San Agustín.
¿Qué significa la cuestión de Dios en nuestra vida, en nuestro anuncio?, se ha preguntado
Benedicto XVI, aludiendo a la misma pregunta que se hizo Lutero:
“La mayor
parte de la gente, también de los cristianos, da hoy por descontado que, en último
término, Dios no se interesa por nuestros pecados y virtudes. Él sabe, en efecto,
que todos somos solamente carne. Si hoy se cree aún en un más allá y en un juicio
de Dios, en la práctica, casi todos presuponemos que Dios deba ser generoso y, al
final, en su misericordia, no tendrá en cuenta nuestras pequeñas faltas. Pero, ¿son
verdaderamente tan pequeñas nuestras faltas? ¿Acaso no se destruye el mundo a causa
de la corrupción de los grandes, pero también de los pequeños, que sólo piensan en
su propio beneficio? ¿No se destruye a causa del poder de la droga que se nutre, por
una parte, del ansia de vida y de dinero, y por otra, de la avidez de placer de quienes
son adictos a ella? ¿Acaso no está amenazado por la creciente tendencia a la violencia
que se enmascara a menudo con la apariencia de una religiosidad? Si fuese más vivo
en nosotros el amor de Dios, y a partir de Él, el amor por el prójimo, por las criaturas
de Dios, por los hombres, ¿podrían el hambre y la pobreza devastar zonas enteras del
mundo? Las preguntas en ese sentido podrían continuar. No, el mal no es una nimiedad.
No podría ser tan poderoso, si nosotros pusiéramos a Dios realmente en el centro de
nuestra vida. La pregunta: ¿Cómo se sitúa Dios respecto a mí, cómo me posiciono yo
ante Dios? Esta pregunta candente de Martín Lutero debe convertirse otra vez, y ciertamente
de un modo nuevo, también en una pregunta nuestra. Pienso que esto es la primera cuestión
que nos interpela al encontrarnos con Martín Lutero”.
En cuanto al ecumenismo,
el Papa ha subrayado:
“Lo más necesario para el ecumenismo es sobre todo que,
presionados por la secularización, no perdamos casi inadvertidamente las grandes cosas
que tenemos en común, aquellas que de por sí nos hacen cristianos y que tenemos como
don y tarea. Fue un error de la edad confesional haber visto mayormente aquello que
nos separa, y no haber percibido en modo esencial lo que tenemos en común en las grandes
pautas de la Sagrada Escritura y en las profesiones de fe del cristianismo antiguo.
Éste ha sido el gran progreso ecuménico de los últimos decenios: nos dimos cuenta
de esta comunión y, en el orar y cantar juntos, en la tarea común por el ethos cristiano
ante el mundo, en el testimonio común del Dios de Jesucristo en este mundo, reconocemos
esta comunión como nuestro fundamento imperecedero”.
El Santo Padre ha terminado
aludiendo a las sectas, que se difunden “con un inmenso dinamismo misionero, a veces
preocupante en sus formas, y ante las cuales las Iglesias confesionales históricas
se quedan frecuentemente perplejas”. “Dar hoy uin testimonio de nuestra fe”, “es un
desafío para todo el cristianismo que vive en el contexto de un mundo secularizado.
“La ausencia de Dios en nuestra sociedad se nota cada vez más, la historia de su revelación
parece relegada a un pasado que se aleja cada vez más”. Y el Papa se ha preguntrado
“¿Acaso es necesario ceder a la presión de la secularización, llegar a ser modernos
adulterando la fe?”:
“Naturalmente, la fe tiene que ser nuevamente pensada
y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que se convierta en algo que pertenece
al presente. Ahora bien, a ello no ayuda su adulteración, sino vivirla íntegramente
en nuestro hoy. Esto es una tarea ecuménica central. En esto debemos ayudarnos mutuamente,
a creer cada vez más viva y profundamente. No serán las tácticas las que nos salven,
las que salven el cristianismo, sino una fe pensada y vivida de un modo nuevo, mediante
la cual Cristo, y con Él, el Dios viviente, entre en nuestro mundo. Como los mártires
de la época nazista propiciaron nuestro acercamiento recíproco, suscitando la primera
apertura ecuménica, del mismo modo también hoy la fe, vivida a partir de lo íntimo
de nosotros mismos, en un mundo secularizado, será la fuerza ecuménica más poderosa
que nos congregará, guiándonos a la unidad en el único Señor”.
DISCURSOS
COMPLETOS
ENCUENTRO CON EL CONSEJO DE LA IGLESIA EVANGÉLICA EN ALEMANIA
Distinguidos
Señores y Señoras: Al tomar la palabra, quisiera ante todo dar gracias por
tener esta ocasión de encontrarles. Mi particular gratitud al presidente Schneider
que me ha dado la bienvenida y me ha recibido entre ustedes con sus amables palabras,
quisiera agradecer al mismo tiempo por el don especial de que nuestro encuentro se
desarrolle en este histórico lugar. Como Obispo de Roma, es para mí un
momento emocionante encontrarme en el antiguo convento agustino de Erfurt con los
representantes del Consejo de la Iglesia Evangélica de Alemania. Aquí, Lutero estudió
teología. Aquí, en 1507, fue ordenado sacerdote. Contra los deseos de su padre, no
continuó los estudios de derecho, sino que estudió teología y se encaminó hacia el
sacerdocio en la Orden de San Agustín. En este camino, no le interesaba esto o aquello.
Lo que le quitaba la paz era la cuestión de Dios, que fue la pasión profunda y el
centro de su vida y de su camino. “¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?”: Esta
pregunta le penetraba el corazón y estaba detrás de toda su investigación teológica
y de toda su lucha interior. Para él, la teología no era una cuestión académica, sino
una lucha interior consigo mismo, y luego esto se convertía en una lucha sobre Dios
y con Dios. “¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?” No deja de sorprenderme
que esta pregunta haya sido la fuerza motora de su camino. ¿Quién se ocupa actualmente
de esta cuestión, incluso entre los cristianos? ¿Qué significa la cuestión de Dios
en nuestra vida, en nuestro anuncio? La mayor parte de la gente, también de los cristianos,
da hoy por descontado que, en último término, Dios no se interesa por nuestros pecados
y virtudes. Él sabe, en efecto, que todos somos solamente carne. Si hoy se cree aún
en un más allá y en un juicio de Dios, en la práctica, casi todos presuponemos que
Dios deba ser generoso y, al final, en su misericordia, no tendrá en cuenta nuestras
pequeñas faltas. Pero, ¿son verdaderamente tan pequeñas nuestras faltas? ¿Acaso no
se destruye el mundo a causa de la corrupción de los grandes, pero también de los
pequeños, que sólo piensan en su propio beneficio? ¿No se destruye a causa del poder
de la droga que se nutre, por una parte, del ansia de vida y de dinero, y por otra,
de la avidez de placer de quienes son adictos a ella? ¿Acaso no está amenazado por
la creciente tendencia a la violencia que se enmascara a menudo con la apariencia
de una religiosidad? Si fuese más vivo en nosotros el amor de Dios, y a partir de
Él, el amor por el prójimo, por las creaturas de Dios, por los hombres, ¿podrían el
hambre y la pobreza devastar zonas enteras del mundo? Las preguntas en ese sentido
podrían continuar. No, el mal no es una nimiedad. No podría ser tan poderoso, si nosotros
pusiéramos a Dios realmente en el centro de nuestra vida. La pregunta: ¿Cómo se sitúa
Dios respecto a mí, cómo me posiciono yo ante Dios? Esta pregunta candente de Martín
Lutero debe convertirse otra vez, y ciertamente de un modo nuevo, también en una pregunta
nuestra. Pienso que esto sea la primera cuestión que nos interpela al encontrarnos
con Martín Lutero. Y después es importante: Dios, el único Dios, el Creador
del cielo y de la tierra, es algo distinto de una hipótesis filosófica sobre el origen
del cosmos. Este Dios tiene un rostro y nos ha hablado, en Jesucristo hecho hombre,
se hizo uno de nosotros; Dios verdadero y verdadero hombre a la vez. El pensamiento
de Lutero y toda su espiritualidad eran completamente cristocéntricos. Para Lutero,
el criterio hermenéutico decisivo en la interpretación de la Sagrada Escritura era:
“Lo que conduce a la causa de Cristo”. Sin embargo, esto presupone que Jesucristo
sea el centro de nuestra espiritualidad y que su amor, la intimidad con Él, oriente
nuestra vida. Quizás, ustedes podrían decir ahora: de acuerdo. Pero, ¿qué
tiene esto que ver con nuestra situación ecuménica? ¿No será todo esto solamente un
modo de eludir con muchas palabras los problemas urgentes en los que esperamos progresos
prácticos, resultados concretos? A este respecto les digo: Lo más necesario para el
ecumenismo es sobre todo que, presionados por la secularización, no perdamos casi
inadvertidamente las grandes cosas que tenemos en común, aquellas que de por sí nos
hacen cristianos y que tenemos como don y tarea. Fue un error de la edad confesional
haber visto mayormente aquello que nos separa, y no haber percibido en modo esencial
lo que tenemos en común en las grandes pautas de la Sagrada Escritura y en las profesiones
de fe del cristianismo antiguo. Éste ha sido el gran progreso ecuménico de los últimos
decenios: nos dimos cuenta de esta comunión y, en el orar y cantar juntos, en la tarea
común por el ethos cristiano ante el mundo, en el testimonio común del Dios de Jesucristo
en este mundo, reconocemos esta comunión como nuestro fundamento imperecedero. Por
desgracia, el riesgo de perderla es real. Quisiera señalar aquí dos aspectos. En los
últimos tiempos, la geografía del cristianismo ha cambiado profundamente y sigue cambiando
todavía. Ante una nueva forma de cristianismo, que se difunde con un inmenso dinamismo
misionero, a veces preocupante en sus formas, las Iglesias confesionales históricas
se quedan frecuentemente perplejas. Es un cristianismo de escasa densidad institucional,
con poco bagaje racional, menos aún dogmático, y con poca estabilidad. Este fenómeno
mundial nos pone a todos ante la pregunta: ¿Qué nos transmite, positiva y negativamente,
esta nueva forma de cristianismo? Sea lo que fuere, nos sitúa nuevamente ante la pregunta
sobre qué es lo que permanece siempre válido y qué pueda o deba cambiarse ante la
cuestión de nuestra opción fundamental en la fe. Más profundo, y en
nuestro país, más candente, es el segundo desafío para todo el cristianismo; quisiera
hablar de ello: se trata del contexto del mundo secularizado en el cual debemos vivir
y dar testimonio hoy de nuestra fe. La ausencia de Dios en nuestra sociedad se nota
cada vez más, la historia de su revelación, de la que nos habla la Escritura, parece
relegada a un pasado que se aleja cada vez más. ¿Acaso es necesario ceder a la presión
de la secularización, llegar a ser modernos adulterando la fe? Naturalmente, la fe
tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que
se convierta en algo que pertenece al presente. Ahora bien, a ello no ayuda su adulteración,
sino vivirla íntegramente en nuestro hoy. Esto es una tarea ecuménica central. En
esto debemos ayudarnos mutuamente, a creer cada vez más viva y profundamente. No serán
las tácticas las que nos salven, las que salven el cristianismo, sino una fe pensada
y vivida de un modo nuevo, mediante la cual Cristo, y con Él, el Dios viviente, entre
en nuestro mundo. Como los mártires de la época nazista propiciaron nuestro acercamiento
recíproco, suscitando la primera apertura ecuménica, del mismo modo también hoy la
fe, vivida a partir de lo íntimo de nosotros mismos, en un mundo secularizado, será
la fuerza ecuménica más poderosa que nos congregará, guiándonos a la unidad en el
único Señor.
CELEBRACIÓN ECUMÉNICA
Queridos hermanos
y hermanas en el Señor: “No solo por ellos ruego, sino también por los que
crean en mí por la palabra de ellos” (Jn 17, 20): Así, en el Cenáculo, lo ha dicho
Jesús al Padre, según el Evangelio de Juan. Él intercede por las futuras generaciones
de creyentes. Mira más allá del Cenáculo hacía el futuro. Ha rezado también por nosotros
y reza por nuestra unidad. Esta oración de Jesús no es simplemente algo del pasado.
Él está siempre ante el Padre intercediendo por nosotros, y así está en este momento
entre nosotros y quiere atraernos a su oración. En la oración de Jesús está el lugar
interior, de nuestra unidad. Seremos, pues una sola cosa, si nos dejamos atraer dentro
de esta oración. Cada vez que, como cristianos, nos encontramos reunidos en la oración,
esta lucha de Jesús por nosotros y con el Padre nos debería conmover profundamente
en el corazón. Cuanto más nos dejamos atraer en está dinámica, tanto más se realiza
la unidad. La oración de Jesús ¿ha quedado desoída? La historia del cristianismo
es, por así decirlo, la parte visible de este drama, en la que Cristo lucha y sufre
con los seres humanos. Una y otra vez Él debe soportar el rechazo a la unidad, y aun
así, una y otra vez se culmina la unidad con Él, y en Él con el Dios Trinitario. Debemos
ver ambas cosas: el pecado del hombre, que reniega a Dios y se repliega en sí mismo,
pero también las victorias de Dios, que sostiene la Iglesia no obstante su debilidad
y atrae continuamente a los hombres dentro de sí, acercándolos de este modo los unos
a los otros. Por eso, en un encuentro ecuménico, no debemos lamentar solo las divisiones
y las separaciones, sino agradecer a Dios por todos los elementos de unidad que ha
conservado para nosotros y que continuamente nos da. Gratitud que debe ser al mismo
tiempo disponibilidad para no perder la unidad alcanzada, en medio de un tiempo de
tentación y de peligros. La unidad fundamental consiste en el hecho que
creemos en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Que lo profesamos
como Dios Trinitario: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La unidad suprema no es la soledad
monádita, sino unidad a través del amor. Creemos en Dios, en el Dios concreto. Creemos
que Dios nos ha hablado y se ha hecho uno de nosotros. La tarea común que actualmente
tenemos, es dar testimonio de este Dios vivo. El hombre tiene necesidad
de Dios, o ¿acaso las cosas van bien sin Él? Cuando en una primera fase de la ausencia
de Dios, su luz sigue mandando sus reflejos y mantiene unido el orden de la existencia
humana, se tiene la impresión que las cosas funcionan incluso sin Dios. Pero cuanto
más se aleja el mundo de Dios, tanto más resulta claro que el hombre, en el hybris
del poder, en el vacío del corazón y en el ansia de satisfacción y de felicidad, “pierde”
cada vez más la vida. La sed de infinito esta presente en el hombre de tal manera
que no se puede extirpar. El hombre ha sido creado para relacionarse con Dios y tiene
necesidad de Él. En este tiempo, nuestro primer servicio ecuménico debe ser el testimoniar
juntos la presencia del Dios vivo y dar así al mundo la respuesta que necesita. Naturalmente,
de este testimonio fundamental de Dios forma parte además, y de modo absolutamente
central, el dar testimonio de Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, que vivió
entre nosotros, padeció y murió por nosotros, y que en su resurrección ha abierto
totalmente la puerta de la muerte. Queridos amigos, ¡fortifiquémonos en está fe! ¡Ayudémonos
recíprocamente a vivirla! Esta es una gran tarea ecuménica que nos introduce en el
corazón de la oración de Jesús. La seriedad de la fe en Dios se manifiesta
en vivir su palabra. En nuestro tiempo, se manifiesta de una forma muy concreta, en
el compromiso por esta criatura, por el hombre, que Él quiso a su imagen. Vivimos
en un tiempo en que los criterios de cómo ser hombres se han hecho inciertos. La ética
viene sustituida con el calculo de las consecuencias. Frente a esto, como cristianos,
debemos defender la dignidad inviolable del ser humano, desde la concepción hasta
la muerte, desde las cuestiones de la diagnosis previa a su implantación hasta la
eutanasia. “Solo quien conoce a Dios, conoce al hombre”, dijo una vez Romano Guardini.
Sin el conocimiento de Dios, el hombre se hace manipulable. La fe en Dios debe concretarse
en nuestro común trabajo por el hombre. Forman parte de esta tarea no sólo estos criterios
fundamentales de humanidad sino, sobre todo y de modo concreto, el amor que Jesús
nos ha enseñado en la descripción del Juicio Final (cf. Mt 25): el Dios juez nos juzgará
según nos hayamos comportado con nuestro prójimo, con los más pequeños de sus hermanos.
La disponibilidad para ayudar en las necesidades actuales, más allá del propio ambiente
de vida es una obra esencial del cristiano. Esto vale sobre todo en el ámbito
de la vida personal de cada uno. Vale también en la comunidad de un pueblo o de un
Estado, en la que todos deben hacerse cargo los unos de los otros. Vale para nuestro
Continente, en el que estamos llamados a la solidaridad europea. Y, en fin, vale más
allá de todas las fronteras: la caridad cristiana exige hoy también nuestro compromiso
por la justicia en el mundo entero. Sé que de parte de los alemanes y de Alemania
se trabaja mucho por hacer posible a todos una existencia humanamente digna, por lo
que expreso una palabra de viva gratitud. Para concluir, quisiera detenerme
todavía en una dimensión más profunda de nuestra obligación de amar. La seriedad de
la fe se manifiesta sobre todo cuando esta inspira a ciertas personas a ponerse totalmente
a disposición de Dios y, a partir de Dios, a los demás. Las grandes ayudas se hacen
concretas solamente cuando sobre el lugar existen aquellos que están a total disposición
de los otros, y con ello hacen creíble el amor de Dios. Personas así son un signo
importante para la verdad de nuestra fe. A la vigilia de la visita del Papa,
se ha hablado varia veces de que se espera de está visita un don ecuménico del huésped.
No es necesario que yo especifique los dones mencionados en tal contexto. A este respecto,
quisiera decir que esto constituye un malentendido político de la fe y del ecumenismo.
Cuando un jefe de estado visita un país amigo, generalmente preceden contactos entre
las instancias, que preparan la estipulación de uno o más acuerdos entre los dos estados:
en la ponderación de los ventajas y desventajas se llega al compromiso que, al fin,
aparece ventajoso para ambas partes, de manera que el tratado puede ser firmado. Pero
la fe de los cristianos no se basa en una ponderación de nuestras ventajas y desventajas.
Una fe autoconstruida no tiene valor. La fe no es una cosa que nosotros excogitamos
o concordamos. Es el fundamento sobre el cual vivimos. La unidad no crece mediante
la ponderación de ventajas y desventajas, sino profundizando cada vez más en la fe
mediante el pensamiento y la vida. De esta forma, en los últimos 50 años, y en particular
también en la visita del Papa Juan Pablo II, hace 30 años, ha crecido mucho la comunión
de la cual podemos estar agradecidos. Me es grato recordar el encuentro con la comisión
presidida por el Obispo Lohse, en la cual nos hemos ejercitado juntos en este profundizar
en la fe mediante el pensamiento y la vida. Expreso mi vivo agradecimiento a todos
aquellos que han colaborado en esto, por la parte católica, de modo particular, al
Cardenal Lehmann. No menciono otros nombres, el Señor los conoce a todos. Juntos podemos
agradecer al Señor por el camino de la unidad por el que nos ha conducido, y asociarnos
en humilde confianza a su oración: Haz, que todos seamos uno, como Tú eres uno con
el Padre, para que el mundo crea que Él te ha enviado (cf. Jn 17, 21).