El Papa llega a Alemania para «encontrar a la gente y hablarles de Dios»
RV - Benedicto XVI se encuentra en Berlín. Desde hoy y hasta el domingo, tendrá lugar
la primera visita oficial de estado del Papa a su patria. Las otras dos anteriores
fueron sólo pastorales. La llegada del Santo Padre a Berlín supone todo un viaje simbólico
hacia la historia reciente de Occidente, de la que esta ciudad alemana ha sido testigo,
así como una aproximación a varias de las cuestiones candentes que interrogan a la
Iglesia y concretamente a este pontificado.
El Papa estará en la capital alemana
apenas veinticuatro horas. Como señaló el director de la Oficina de presa de la santa
Sede, padre Lombardi presentando el viaje, éste consta de tres etapas diferenciadas:
“Berlín, una ciudad muy secularizada”; Erfurt, una ciudad de la Alemania del Este,
y Friburgo, donde existe una población más católica”.
Berlín constituye la
encrucijada entre el Este y el Oeste, y también el corazón de las contradicciones
de Europa, en el lugar donde se encuentran las antiguas raíces cristianas y la secularización,
la experiencia del totalitarismo y el símbolo de su derrota, el diálogo interreligioso
y las heridas del Holocausto. Aquí el Papa proclamará, a creyentes y no creyentes:
“donde está Dios, allí hay futuro”, lema de este viaje.
El Pontífice ha sido
recibido con todos los honores en el aeropuerto por el presidente alemán, Christian
Wulff y la canciller, Angela Merkel. La crónica de la llegada del Papa a la capital
alemana en la síntesis de nuestro enviado en Berlín, Raúl Cabrera:
Tras el encuentro
con la Canciller Federal, Angela Merkel, el Santo Padre almorzó con los miembros del
Séquito Papal en la Academia Católica de Berlín, para luego trasladarse a la Nunciatura
Apostólica.
Oigamos a continuación las partes más destacadas del primer discurso
pronunciado por Benedicto XVI en el palacio de Bellevue, donde ha tenido lugar la
ceremonia de bienvenida.
Aunque este viaje
es una visita oficial que reforzará las buenas relaciones entre la República Federal
de Alemania y la Santa Sede, no he venido aquí para obtener objetivos políticos o
económicos, como hacen legítimamente otros hombres de Estado, sino para encontrar
la gente y hablarles de Dios. Con relación a la religión hay en la sociedad una
progresiva indiferencia que, en sus decisiones, considera la cuestión de la verdad
más bien como un obstáculo, y da por el contrario la prioridad a consideraciones utilitaristas. Pero
se necesita una base vinculante para nuestra convivencia, de otra manera cada uno
vive solo para su individualismo. La religión es una cuestión fundamental para una
convivencia lograda. “Como la religión necesita de libertad, así la libertad tiene
necesidad de la religión”. Estas palabras del gran obispo y reformador social Wilhelm
von Ketteler, del que se celebra este año el bicentenario de su nacimiento, son aun
actuales . La libertad necesita de una referencia a una instancia superior.
El que haya valores que nada ni nadie pueda manipular, es la autentica garantía de
nuestra libertad. El hombre que se sabe obligado a lo verdadero y al bien, estará
inmediatamente de acuerdo con esto: la libertad se desarrolla sólo en la responsabilidad
ante un bien mayor. Este bien existe sólo si es para todos; por tanto debo interesarme
siempre de mis prójimos. La libertad no se puede vivir sin relaciones. En la convivencia
humana no es posible la libertad sin solidaridad. Aquello que hago a costa de otros,
no es libertad, sino una acción culpable que les perjudica a ellos y también a mí.
Puedo realizarme verdaderamente como persona libre sólo cuando uso también mis fuerzas
para el bien de los demás. Esto vale no solo en el ámbito privado, sino también en
el social. Según el principio de subsidiaridad, la sociedad debe dar espacio suficiente
para que las estructuras más pequeñas se desarrollen y, al mismo tiempo, apoyarlas,
de modo que, un día, puedan ser autónomas.
Tras referirse al palacio Bellevue,
que debe su nombre a la espléndida vista sobre la rivera del Spree, cerca de la Columna
de la Victoria, del Parlamento y de la Puerta de Brandeburgo, justo en el centro de
Berlín, el Papa ha recordado que con su agitado pasado, el palacio es, como tantos
edificios de la ciudad, un testimonio de la historia alemana.
La República Federal
de Alemania se ha convertido en lo que es hoy a través de la fuerza de la libertad
plasmada de responsabilidad ante Dios y ante el prójimo. Necesita de esta dinámica
que involucra todos los ámbitos humanos para poder continuar a desarrollarse en las
condiciones actuales. Lo requiere en “un mundo necesita una profunda renovación cultural
y el redescubrimiento de valores de fondo sobre los cuales construir un futuro mejor”
(Encíclica Caritas in veritate, 21). Deseo que los encuentros durante las varias
etapas de mi Viaje, aquí en Berlín, en Erfurt, en Eichsfeld y en Friburgo, puedan
ofrecer una pequeña contribución sobre este tema. Que en estos días Dios nos conceda
su bendición.
Tras la acogida y la ceremonia oficial de bienvenida de la
mañana, son tres las actividades del Papa esta tarde: la Visita al Parlamento Federal,
donde el Pontífice ha sido invitado a hablar; el Encuentro con los representantes
de la Comunidad Judía y la Santa Misa en el Estadio Olímpico de Berlín.
DISCURSO
COMPLETO
Ceremonia de Bienvenida Discurso del Santo Padre (Berlín,
Belevue, 22 de septiembre de 2011)
Señor Presidente Federal, Señoras
y Señores Queridos amigos: Me siento muy honrado por la amable
acogida que me habéis reservado aquí, en el Castillo Bellevue. Le estoy particularmente
agradecido, Señor Presidente Wulff, por la invitación a está visita oficial, que es
mi tercera estancia como Papa en la República Federal Alemana. Agradezco de corazón
las corteses palabras de bienvenida que me ha dirigido. Mi gratitud se dirige también
a los representantes del Gobierno Federal, del Bundestag y del Bundesrat, así como
a los de la ciudad de Berlín, por su presencia, con la que expresan su respeto por
el Papa como sucesor del Apóstol Pedro. Y no por último agradezco a los tres Obispos
que me hospedan, el Arzobispo Woelki de Berlín, el Obispo Wanke de Erfurt y el Arzobispo
Zollitsch de Friburgo, así como a todos aquellos que, en los diversos ambitos eclesiásticos
y públicos, han colaborado en los preparativos de este viaje a mi patria, contribuyendo
de ese modo a que todo salga bien. Aunque este viaje es una visita oficial
que reforzará las buenas relaciones entre la República Federal de Alemania y la Santa
Sede, no he venido aquí para obtener objetivos políticos o económicos, como hacen
legítimamente otros hombres de Estado, sino para encontrar la gente y hablarles de
Dios. Con relación a la religión hay en la sociedad una progresiva indiferencia
que, en sus decisiones, considera la cuestión de la verdad más bien como un obstáculo,
y da por el contrario la prioridad a consideraciones utilitaristas. Pero
se necesita una base vinculante para nuestra convivencia, de otra manera cada uno
vive solo para su individualismo. La religión es una cuestión fundamental para una
convivencia lograda. “Como la religión necesita de libertad, así la libertad tiene
necesidad de la religión”. Estas palabras del gran obispo y reformador social Wilhelm
von Ketteler, del que se celebra este año el bicentenario de su nacimiento, son aun
actuales . La libertad necesita de una referencia a una instancia
superior. El que haya valores que nada ni nadie pueda manipular, es la autentica garantía
de nuestra libertad. El hombre que se sabe obligado a lo verdadero y al bien, estará
inmediatamente de acuerdo con esto: la libertad se desarrolla sólo en la responsabilidad
ante un bien mayor. Este bien existe sólo si es para todos; por tanto debo interesarme
siempre de mis prójimos. La libertad no se puede vivir sin relaciones. En
la convivencia humana no es posible la libertad sin solidaridad. Aquello que hago
a costa de otros, no es libertad, sino una acción culpable que les perjudica a ellos
y también a mí. Puedo realizarme verdaderamente como persona libre sólo cuando uso
también mis fuerzas para el bien de los demás. Esto vale no solo en el ámbito privado,
sino también en el social. Según el principio de subsidiaridad, la sociedad debe dar
espacio suficiente para que las estructuras más pequeñas se desarrollen y, al mismo
tiempo, apoyarlas, de modo que, un día, puedan ser autónomas. Aquí en el
Castillo Bellevue, que debe su nombre a la espléndida vista sobre la rivera del Spree
y que está situado no lejos de la Columna de la Victoria, del Bundestag y de la Puerta
de Brandeburgo, estamos propiamente en el centro de Berlín, la capital de la República
Federal de Alemania. El castillo con su agitado pasado es, como tantos edificios de
la ciudad, un testimonio de la historia alemana. Una mirada clara también sobre sus
páginas oscuras nos permite aprender de su pasado y de recibir impulso para el presente.
La República Federal de Alemania se ha convertido en lo que es hoy a través de la
fuerza de la libertad plasmada de responsabilidad ante Dios y ante el prójimo. Necesita
de esta dinámica que involucra todos los ámbitos humanos para poder continuar a desarrollarse
en las condiciones actuales. Lo requiere en “un mundo necesita una profunda renovación
cultural y el redescubrimiento de valores de fondo sobre los cuales construir un futuro
mejor” (Encíclica Caritas in veritate, 21). Deseo que los encuentros durante
las varias etapas de mi Viaje, aquí en Berlín, en Erfurt, en Eichsfeld y en Friburgo,
puedan ofrecer una pequeña contribución sobre este tema. Que en estos días Dios nos
conceda su bendición.