RV- Se debe olvidar la ofensa recibida, no la herida de tu hermano, porque “aquel
que te ha ofendido, ofendiéndote, se ha inferido a sí mismo una herida grabe, y tú
¿no tienes cuidado de la herida de tu hermano?” Citando estas palabras de san Agustín,
el Papa Benedicto reflexionó sobre las lecturas de la liturgia del domingo, previo
al rezo de la oración del Ángelus, este 4 de setiembre, en Castel Gandolfo.
Como
se trata de la “corrección fraterna” en la comunidad, el Papa señaló que “hay una
corresponsabilidad en el camino de la vida cristiana”; en la concordia al interno
de la comunidad unida y unánime, “a la que el Señor asegura su presencia”.
Palabras
y tecto del Papa a los peregrinos de lengua española (audio)
Saludo
con afecto a los peregrinos de lengua española presentes en esta oración mariana.
En la liturgia de este día, Jesús hace saber a sus discípulos que en la comunidad
de hermanos ha de existir ante todo el amor. Amar al hermano no sólo es acogerle en
su necesidad; también, a veces, es saber decirle una palabra de corrección. Si algún
hermano peca, no dejemos de amarle, invitándolo a volver al buen camino. Exhorto a
todos a encomendar a la Santísima Virgen María los propósitos de conformar la auténtica
vida fraterna a la que el Señor nos llama. Feliz Domingo.
Texto
y audio completo en español de las palabras del Papa en el Ángelus (audio)
Queridos
hermanos y hermanas:
Las Lecturas bíblicas de la Misa de este domingo
convergen en el tema de la caridad fraterna en la comunidad de los creyentes, que
tiene su fuente en la comunión de la Trinidad. El apóstol Pablo afirma que toda la
Ley de Dios encuentra su plenitud en el amor, de modo que, en nuestras relaciones
con los demás, los diez mandamientos y cualquier otro precepto se resumen en: “Amarás
a tu prójimo como a ti mismo” (Cfr. Rm 13, 8-10).
El texto del Evangelio,
tomado del capítulo 18 de Mateo, dedicado al a vida de la comunidad cristiana, nos
dice que el amor fraterno comporta también un sentido de responsabilidad recíproca,
por lo que, si mi hermano comete una culpa contra mí, yo debo ser caritativo con él
y, ante todo, hablarle personalmente, haciéndole presente que lo que ha dicho o hecho
no es bueno. Este modo de actuar se llama corrección fraterna: no es una reacción
a la ofensa sufrida, sino que es movida por el amor por el hermano. Comenta San Agustín:
“Aquel que te ha ofendido, ofendiéndote, se ha inferido a sí mismo una grave herida,
y tú ¿no te preocupas por la herida de un hermano tuyo? ... Tú debes olvidar la ofensa
que has recibido, no la herida de tu hermano” (Discursos 82, 7).
¿Y
si el hermano no me escucha? Jesús en el Evangelio de hoy indica una gradualidad:
primero ir a hablarle con otras dos o tres personas, para ayudarlo mejor a darse cuenta
de lo que ha hecho; si a pesar de esto, él rechaza aún la observación, es necesario
decirlo a la comunidad; y si no escucha ni siquiera a la comunidad, hay que hacerle
percibir la separación que él mismo ha provocado, separándose de la comunión de la
Iglesia. Todo esto indica que hay una corresponsabilidad en el camino de la vida cristiana:
cada uno, consciente de sus propios límites y defectos, está llamado a recibir la
corrección fraterna y a ayudar a los demás con este servicio particular.
Otro
fruto de la caridad en la comunidad es la oración concorde. Dice Jesús: “Les aseguro
también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea
lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están
dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,19-20).
La oración personal ciertamente es importante, es más, indispensable, pero el Señor
asegura su presencia a la comunidad que –aún si es muy pequeña– está unida y unánime,
porque ella refleja la realidad misma de Dios Uno y Trino, perfecta comunión de amor.
Dice Orígenes que “debemos ejercitarnos en esta sinfonía” (Comentario
al Evangelio de Mateo 14, 1), es decir en esta concordia al interno de la comunidad
cristiana. Debemos ejercitarnos tanto en la corrección fraterna, que requiere mucha
humildad y sencillez de corazón, cuanto en la oración, para que suba a Dios de una
comunidad verdaderamente unida en Cristo. Interroguémonos sobre todo esto por intercesión
de María Santísima, Madre de la Iglesia, y de San Gregorio Magno, Papa y Doctor, a
quien ayer hemos recordado en la liturgia.