Tiempo privilegiado para la búsqueda y el encuentro con la verdad
El encuentro con los profesores comenzó con una breve interpretación musical, una
presentación del cardenal Antonio María Rouco Varela, Arzobispo de Madrid y presidente
de la Conferencia Episcopal Española y las palabras de bienvenida de un joven docente
universitario, seguido de otro breve intermedio musical. De ahí que el Papa haya
manifestado que esperaba “con ilusión este encuentro” con quienes prestan “una espléndida
colaboración en la difusión de la verdad, en circunstancias no siempre fáciles”; mientras
al saludarlos cordialmente, y agradecerles las amables palabras de bienvenida, también
lo hizo por “la música interpretada, que ha resonado –dijo– de forma maravillosa en
este monasterio de gran belleza artística, testimonio elocuente durante siglos de
una vida de oración y estudio”.
En ese “emblemático lugar” –tal como dijo
el Papa– en el que “razón y fe se han fundido armónicamente en la austera piedra para
modelar uno de los monumentos más renombrados de España”, Benedicto XVI compartió
su experiencia personal:
Al estar entre vosotros,
me vienen a la mente mis primeros pasos como profesor en la Universidad de Bonn. Cuando
todavía se apreciaban las heridas de la guerra y eran muchas las carencias materiales,
todo lo suplía la ilusión por una actividad apasionante, el trato con colegas de las
diversas disciplinas y el deseo de responder a las inquietudes últimas y fundamentales
de los alumnos. Esta “universitas” que entonces viví, de profesores y estudiantes
que buscan juntos la verdad en todos los saberes, o como diría Alfonso X el Sabio,
ese “ayuntamiento de maestros y escolares con voluntad y entendimiento de aprender
los saberes” (Siete Partidas, partida II, tít. XXXI), clarifica el sentido y hasta
la definición de la Universidad.
Mientras en cuanto a lo que pueden encontrar
en esta Jornada Mundial de la Juventud, el Papa les dijo:
En el lema de la presente
Jornada Mundial de la Juventud: “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”
(Cf. Col 2, 7), podéis también encontrar luz para comprender mejor vuestro ser y quehacer.
En este sentido, y como ya escribí en el Mensaje a los jóvenes como preparación para
estos días, los términos “arraigados, edificados y firmes” apuntan a fundamentos sólidos
para la vida (Cf. n. 2).
Benedicto XVI se interrogó asimismo acerca de “¿dónde
encontrarán los jóvenes esos puntos de referencia en una sociedad quebradiza e inestable?”.
Porque como explicó, “a veces se piensa que la misión de un profesor universitario
sea hoy exclusivamente la de formar profesionales competentes y eficaces que satisfagan
la demanda laboral en cada preciso momento”. Mientras también se dice que “lo único
que se debe privilegiar en la presente coyuntura es la mera capacitación técnica”.
Ciertamente, cunde
en la actualidad esa visión utilitarista de la educación, también la universitaria,
difundida especialmente desde ámbitos extrauniversitarios. Sin embargo, vosotros que
habéis vivido como yo la Universidad, y que la vivís ahora como docentes, sentís sin
duda el anhelo de algo más elevado que corresponda a todas las dimensiones que constituyen
al hombre. Sabemos que cuando la sola utilidad y el pragmatismo inmediato se erigen
como criterio principal, las pérdidas pueden ser dramáticas: desde los abusos de una
ciencia sin límites, más allá de ella misma, hasta el totalitarismo político que se
aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior al mero cálculo de poder.
En cambio, la genuina idea de Universidad es precisamente lo que nos preserva de esa
visión reduccionista y sesgada de lo humano.
Al destacar que la Universidad
ha sido, y está llamada a ser siempre, “la casa donde se busca la verdad propia de
la persona humana”, el Santo Padre ofreció la siguiente consideración acerca del Papel
de la Iglesia:
Por ello, no es casualidad
que fuera la Iglesia quien promoviera la institución universitaria, pues la fe cristiana
nos habla de Cristo como el Logos por quien todo fue hecho (Cf. Jn 1,3), y del ser
humano creado a imagen y semejanza de Dios. Esta buena noticia descubre una racionalidad
en todo lo creado y contempla al hombre como una criatura que participa y puede llegar
a reconocer esa racionalidad. La Universidad encarna, pues, un ideal que no debe desvirtuarse
ni por ideologías cerradas al diálogo racional, ni por servilismos a una lógica utilitarista
de simple mercado, que ve al hombre como mero consumidor.
De donde se desprende
–les dijo– su “importante y vital misión”. Puesto que son ellos quienes tienen “el
honor y la responsabilidad de transmitir ese ideal universitario”: un ideal que han
recibido de sus mayores, muchos de ellos humildes seguidores del Evangelio y que en
cuanto tales se han convertido en gigantes del espíritu. Por esta razón, el Pontífice
añadió que se “debemos sentirnos sus continuadores en una historia bien distinta de
la suya, pero en la que las cuestiones esenciales del ser humano siguen reclamando
nuestra atención e impulsándonos hacia delante”.
En este sentido, los
jóvenes necesitan auténticos maestros; personas abiertas a la verdad total en las
diferentes ramas del saber, sabiendo escuchar y viviendo en su propio interior ese
diálogo interdisciplinar; personas convencidas, sobre todo, de la capacidad humana
de avanzar en el camino hacia la verdad. La juventud es tiempo privilegiado para la
búsqueda y el encuentro con la verdad. Como ya dijo Platón: “Busca la verdad mientras
eres joven, pues si no lo haces, después se te escapará de entre las manos” (Parménides,
135d). Esta alta aspiración es la más valiosa que podéis transmitir personal y vitalmente
a vuestros estudiantes, y no simplemente unas técnicas instrumentales y anónimas,
o unos datos fríos, usados sólo funcionalmente.
Y los animó “encarecidamente
a no perder nunca dicha sensibilidad e ilusión por la verdad; a no olvidar que la
enseñanza no es una escueta comunicación de contenidos”, sino una formación de jóvenes
a quienes han “de comprender y querer”, en quienes deben “suscitar esa sed de verdad
que poseen en lo profundo y ese afán de superación”, siendo para ellos “estímulo y
fortaleza”.
María Fernanda Bernasconi
Texto y audio completo
del discurso del Santo Padre (audio)
Señor Cardenal
Arzobispo de Madrid, Queridos Hermanos en el Episcopado, Queridos
Padres Agustinos, Queridos Profesores y Profesoras, Distinguidas
Autoridades, Amigos todos
Esperaba con ilusión este encuentro
con vosotros, jóvenes profesores de las universidades españolas, que prestáis una
espléndida colaboración en la difusión de la verdad, en circunstancias no siempre
fáciles. Os saludo cordialmente y agradezco las amables palabras de bienvenida, así
como la música interpretada, que ha resonado de forma maravillosa en este monasterio
de gran belleza artística, testimonio elocuente durante siglos de una vida de oración
y estudio. En este emblemático lugar, razón y fe se han fundido armónicamente en la
austera piedra para modelar uno de los monumentos más renombrados de España.
Saludo
también con particular afecto a aquellos que en estos días habéis participado en Ávila
en el Congreso Mundial de Universidades Católicas, bajo el lema: “Identidad y misión
de la Universidad Católica”.
Al estar entre vosotros, me vienen a la
mente mis primeros pasos como profesor en la Universidad de Bonn. Cuando todavía se
apreciaban las heridas de la guerra y eran muchas las carencias materiales, todo lo
suplía la ilusión por una actividad apasionante, el trato con colegas de las diversas
disciplinas y el deseo de responder a las inquietudes últimas y fundamentales de los
alumnos. Esta “universitas” que entonces viví, de profesores y estudiantes que buscan
juntos la verdad en todos los saberes, o como diría Alfonso X el Sabio, ese “ayuntamiento
de maestros y escolares con voluntad y entendimiento de aprender los saberes” (Siete
Partidas, partida II, tít. XXXI), clarifica el sentido y hasta la definición de la
Universidad.
En el lema de la presente Jornada Mundial de la Juventud:
“Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (Cf. Col 2, 7), podéis también
encontrar luz para comprender mejor vuestro ser y quehacer. En este sentido, y como
ya escribí en el Mensaje a los jóvenes como preparación para estos días, los términos
“arraigados, edificados y firmes” apuntan a fundamentos sólidos para la vida (Cf.
n. 2).
Pero, ¿dónde encontrarán los jóvenes esos puntos de referencia
en una sociedad quebradiza e inestable? A veces se piensa que la misión de un profesor
universitario sea hoy exclusivamente la de formar profesionales competentes y eficaces
que satisfagan la demanda laboral en cada preciso momento. También se dice que lo
único que se debe privilegiar en la presente coyuntura es la mera capacitación técnica.
Ciertamente, cunde en la actualidad esa visión utilitarista de la educación, también
la universitaria, difundida especialmente desde ámbitos extrauniversitarios. Sin embargo,
vosotros que habéis vivido como yo la Universidad, y que la vivís ahora como docentes,
sentís sin duda el anhelo de algo más elevado que corresponda a todas las dimensiones
que constituyen al hombre. Sabemos que cuando la sola utilidad y el pragmatismo inmediato
se erigen como criterio principal, las pérdidas pueden ser dramáticas: desde los abusos
de una ciencia sin límites, más allá de ella misma, hasta el totalitarismo político
que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior al mero cálculo
de poder. En cambio, la genuina idea de Universidad es precisamente lo que nos preserva
de esa visión reduccionista y sesgada de lo humano.
En efecto, la Universidad
ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la verdad propia de
la persona humana. Por ello, no es casualidad que fuera la Iglesia quien promoviera
la institución universitaria, pues la fe cristiana nos habla de Cristo como el Logos
por quien todo fue hecho (Cf. Jn 1,3), y del ser humano creado a imagen y semejanza
de Dios. Esta buena noticia descubre una racionalidad en todo lo creado y contempla
al hombre como una criatura que participa y puede llegar a reconocer esa racionalidad.
La Universidad encarna, pues, un ideal que no debe desvirtuarse ni por ideologías
cerradas al diálogo racional, ni por servilismos a una lógica utilitarista de simple
mercado, que ve al hombre como mero consumidor.
He ahí vuestra importante
y vital misión. Sois vosotros quienes tenéis el honor y la responsabilidad de transmitir
ese ideal universitario: un ideal que habéis recibido de vuestros mayores, muchos
de ellos humildes seguidores del Evangelio y que en cuanto tales se han convertido
en gigantes del espíritu. Debemos sentirnos sus continuadores en una historia bien
distinta de la suya, pero en la que las cuestiones esenciales del ser humano siguen
reclamando nuestra atención e impulsándonos hacia adelante. Con ellos nos sentimos
unidos a esa cadena de hombres y mujeres que se han entregado a proponer y acreditar
la fe ante la inteligencia de los hombres. Y el modo de hacerlo no solo es enseñarlo,
sino vivirlo, encarnarlo, como también el Logos se encarnó para poner su morada entre
nosotros. En este sentido, los jóvenes necesitan auténticos maestros; personas abiertas
a la verdad total en las diferentes ramas del saber, sabiendo escuchar y viviendo
en su propio interior ese diálogo interdisciplinar; personas convencidas, sobre todo,
de la capacidad humana de avanzar en el camino hacia la verdad. La juventud es tiempo
privilegiado para la búsqueda y el encuentro con la verdad. Como ya dijo Platón: “Busca
la verdad mientras eres joven, pues si no lo haces, después se te escapará de entre
las manos” (Parménides, 135d). Esta alta aspiración es la más valiosa que podéis transmitir
personal y vitalmente a vuestros estudiantes, y no simplemente unas técnicas instrumentales
y anónimas, o unos datos fríos, usados sólo funcionalmente.
Por tanto,
os animo encarecidamente a no perder nunca dicha sensibilidad e ilusión por la verdad;
a no olvidar que la enseñanza no es una escueta comunicación de contenidos, sino una
formación de jóvenes a quienes habéis de comprender y querer, en quienes debéis suscitar
esa sed de verdad que poseen en lo profundo y ese afán de superación. Sed para ellos
estímulo y fortaleza.
Para esto, es preciso tener en cuenta, en primer
lugar, que el camino hacia la verdad completa compromete también al ser humano por
entero: es un camino de la inteligencia y del amor, de la razón y de la fe. No podemos
avanzar en el conocimiento de algo si no nos mueve el amor; ni tampoco amar algo en
lo que no vemos racionalidad: pues “no existe la inteligencia y después el amor: existe
el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor” (Caritas in veritate,
n. 30). Si verdad y bien están unidos, también lo están conocimiento y amor. De esta
unidad deriva la coherencia de vida y pensamiento, la ejemplaridad que se exige a
todo buen educador.
En segundo lugar, hay que considerar que la verdad
misma siempre va a estar más allá de nuestro alcance. Podemos buscarla y acercarnos
a ella, pero no podemos poseerla del todo: más bien, es ella la que nos posee a nosotros
y la que nos motiva. En el ejercicio intelectual y docente, la humildad es asimismo
una virtud indispensable, que protege de la vanidad que cierra el acceso a la verdad.
No debemos atraer a los estudiantes a nosotros mismos, sino encaminarlos hacia esa
verdad que todos buscamos. A esto os ayudará el Señor, que os propone ser sencillos
y eficaces como la sal, o como la lámpara, que da luz sin hacer ruido (Cf. Mt 5,13-15).
Todo
esto nos invita a volver siempre la mirada a Cristo, en cuyo rostro resplandece la
Verdad que nos ilumina, pero que también es el Camino que lleva a la plenitud perdurable,
siendo Caminante junto a nosotros y sosteniéndonos con su amor. Arraigados en Él,
seréis buenos guías de nuestros jóvenes. Con esa esperanza, os pongo bajo el amparo
de la Virgen María, Trono de la Sabiduría, para que Ella os haga colaboradores de
su Hijo con una vida colmada de sentido para vosotros mismos y fecunda en frutos,
tanto de conocimiento como de fe, para vuestros alumnos. Muchas gracias.