No paséis de largo ante el sufrimiento humano donde Dios os espera
La tarde de este viernes 19 de agosto el Santo Padre Benedicto XVI presidio el Vía
Crucis con cientos de miles de jóvenes en la Plaza de Cibeles de Madrid. En esta oportunidad
el sugestivo ejercicio piadoso evocó de manera especial el sufrimiento de jóvenes
en diversas partes del mundo a causa de guerras, luchas fratricidas, persecuciones
por causa de la fe, marginación, drogodependencia, aborto, terrorismo o catástrofes
naturales.
Palabras del Papa previas a la celebración del Vía Crucis (audio)
Texto
y audio completo mensaje del Papa una vez celebrado el Vía Crucis (audio)
Queridos
jóvenes:
Con piedad y fervor hemos celebrado este Vía Crucis, acompañando
a Cristo en su Pasión y Muerte. Los comentarios de las Hermanitas de la Cruz, que
sirven a los más pobres y menesterosos, nos han facilitado adentrarnos en el misterio
de la Cruz gloriosa de Cristo, que contiene la verdadera sabiduría de Dios, la que
juzga al mundo y a los que se creen sabios (cf. 1 Co 1,17-19). También nos ha ayudado
en este itinerario hacia el Calvario la contemplación de estas extraordinarias imágenes
del patrimonio religioso de las diócesis españolas. Son imágenes donde la fe y el
arte se armonizan para llegar al corazón del hombre e invitarle a la conversión. Cuando
la mirada de la fe es limpia y auténtica, la belleza se pone a su servicio y es capaz
de representar los misterios de nuestra salvación hasta conmovernos profundamente
y transformar nuestro corazón, como sucedió a Santa Teresa de Jesús al contemplar
una imagen de Cristo muy llagado (cf. Libro de la vida, 9,1).
Mientras
avanzábamos con Jesús, hasta llegar a la cima de su entrega en el Calvario, nos venían
a la mente las palabras de san Pablo: «Cristo me amó y se entregó por mí» (Gál 2,20).
Ante un amor tan desinteresado, llenos de estupor y gratitud, nos preguntamos ahora:
¿Qué haremos nosotros por él? ¿Qué respuesta le daremos? San Juan lo dice claramente:
«En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros
debemos dar nuestra vida por los hermanos» (1 Jn 3,16). La pasión de Cristo nos impulsa
a cargar sobre nuestros hombros el sufrimiento del mundo, con la certeza de que Dios
no es alguien distante o lejano del hombre y sus vicisitudes. Al contrario, se hizo
uno de nosotros «para poder compadecer Él mismo con el hombre, de modo muy real, en
carne y sangre. Por eso, en cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir
y padecer; de ahí se difunde en cada sufrimiento la con-solatio, el consuelo del amor
participado de Dios y así aparece la estrella de la esperanza» (Spe salvi, 39).
Queridos
jóvenes, que el amor de Cristo por nosotros aumente vuestra alegría y os aliente a
estar cerca de los menos favorecidos. Vosotros, que sois muy sensibles a la idea de
compartir la vida con los demás, no paséis de largo ante el sufrimiento humano, donde
Dios os espera para que entreguéis lo mejor de vosotros mismos: vuestra capacidad
de amar y de compadecer. Las diversas formas de sufrimiento que, a lo largo del Vía
Crucis, han desfilado ante nuestros ojos son llamadas del Señor para edificar nuestras
vidas siguiendo sus huellas y hacer de nosotros signos de su consuelo y salvación.
«Sufrir con el otro, por los otros, sufrir por amor de la verdad y de la justicia;
sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente,
son elementos fundamentales de la humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo»
(ibid.).
Que sepamos acoger estas lecciones y llevarlas a la práctica.
Miremos para ello a Cristo, colgado en el áspero madero, y pidámosle que nos enseñe
esta sabiduría misteriosa de la cruz, gracias a la cual el hombre vive. La cruz no
fue el desenlace de un fracaso, sino el modo de expresar la entrega amorosa que llega
hasta la donación más inmensa de la propia vida. El Padre quiso amar a los hombres
en el abrazo de su Hijo crucificado por amor. La cruz en su forma y significado representa
ese amor del Padre y de Cristo a los hombres. En ella reconocemos el icono del amor
supremo, en donde aprendemos a amar lo que Dios ama y como Él lo hace: esta es la
Buena Noticia que devuelve la esperanza al mundo.
Volvamos ahora nuestros
ojos a la Virgen María, que en el Calvario nos fue entregada como Madre, y supliquémosle
que nos sostenga con su amorosa protección en el camino de la vida, en particular
cuando pasemos por la noche del dolor, para que alcancemos a mantenernos como Ella
firmes al pie de la cruz.