A edificar sobre roca firme, invitó a los "interesados" por Cristo
La tarde del jueves 18 de agosto en la Plaza de Cibeles de Madrid, durante la fiesta
de acogida de los jóvenes, Benedicto XVI manifestó su inmensa alegría de encontrarse
entre miles de “interesados” por Cristo de todo el mundo. En su intenso discurso,
el Papa recordó a los jóvenes que al edificar sobre la roca firme, no solamente sus
vidas serán sólidas y estables, sino que contribuirán a proyectar la luz de Cristo
sobre sus coetáneos y sobre toda la humanidad, mostrando una alternativa válida a
tantos que se han venido abajo en la vida, porque los fundamentos de su existencia
eran inconsistentes.
Audio del discurso completo del Papa
RC
Texto
Completo
Queridos amigos:
Agradezco las cariñosas palabras
que me han dirigido los jóvenes representantes de los cinco continentes. Y saludo
con afecto a todos los que estáis aquí congregados, jóvenes de Oceanía, África, América,
Asia y Europa; y también a los que no pudieron venir. Siempre os tengo muy presentes
y rezo por vosotros. Dios me ha concedido la gracia de poder veros y oíros más de
cerca, y de ponernos juntos a la escucha de su Palabra.
En la lectura
que se ha proclamado antes, hemos oído un pasaje del Evangelio en que se habla de
acoger las palabras de Jesús y de ponerlas en práctica. Hay palabras que solamente
sirven para entretener, y pasan como el viento; otras instruyen la mente en algunos
aspectos; las de Jesús, en cambio, han de llegar al corazón, arraigar en él y fraguar
toda la vida. Sin esto, se quedan vacías y se vuelven efímeras. No nos acercan a Él.
Y, de este modo, Cristo sigue siendo lejano, como una voz entre otras muchas que nos
rodean y a las que estamos tan acostumbrados. El Maestro que habla, además, no enseña
lo que ha aprendido de otros, sino lo que Él mismo es, el único que conoce de verdad
el camino del hombre hacia Dios, porque es Él quien lo ha abierto para nosotros, lo
ha creado para que podamos alcanzar la vida auténtica, la que siempre vale la pena
vivir en toda circunstancia y que ni siquiera la muerte puede destruir. El Evangelio
prosigue explicando estas cosas con la sugestiva imagen de quien construye sobre roca
firme, resistente a las embestidas de las adversidades, contrariamente a quien edifica
sobre arena, tal vez en un paraje paradisíaco, podríamos decir hoy, pero que se desmorona
con el primer azote de los vientos y se convierte en ruinas.
Queridos
jóvenes, escuchad de verdad las palabras del Señor para que sean en vosotros «espíritu
y vida» (Jn 6,63), raíces que alimentan vuestro ser, pautas de conducta que nos asemejen
a la persona de Cristo, siendo pobres de espíritu, hambrientos de justicia, misericordiosos,
limpios de corazón, amantes de la paz. Hacedlo cada día con frecuencia, como se hace
con el único Amigo que no defrauda y con el que queremos compartir el camino de la
vida. Bien sabéis que, cuando no se camina al lado de Cristo, que nos guía, nos dispersamos
por otras sendas, como la de nuestros propios impulsos ciegos y egoístas, la de propuestas
halagadoras pero interesadas, engañosas y volubles, que dejan el vacío y la frustración
tras de sí.
Aprovechad estos días para conocer mejor a Cristo y cercioraros
de que, enraizados en Él, vuestro entusiasmo y alegría, vuestros deseos de ir a más,
de llegar a lo más alto, hasta Dios, tienen siempre futuro cierto, porque la vida
en plenitud ya se ha aposentado dentro de vuestro ser. Hacedla crecer con la gracia
divina, generosamente y sin mediocridad, planteándoos seriamente la meta de la santidad.
Y, ante nuestras flaquezas, que a veces nos abruman, contamos también con la misericordia
del Señor, siempre dispuesto a darnos de nuevo la mano y que nos ofrece el perdón
en el sacramento de la Penitencia.
Al edificar sobre la roca firme,
no solamente vuestra vida será sólida y estable, sino que contribuirá a proyectar
la luz de Cristo sobre vuestros coetáneos y sobre toda la humanidad, mostrando una
alternativa válida a tantos como se han venido abajo en la vida, porque los fundamentos
de su existencia eran inconsistentes. A tantos que se contentan con seguir las corrientes
de moda, se cobijan en el interés inmediato, olvidando la justicia verdadera, o se
refugian en pareceres propios en vez de buscar la verdad sin adjetivos.
Sí,
hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos
que ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es
bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado
en aras de otras preferencias; dar en cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo,
dejándose llevar por el impulso de cada momento. Estas tentaciones siempre están al
acecho. Es importante no sucumbir a ellas, porque, en realidad, conducen a algo tan
evanescente como una existencia sin horizontes, una libertad sin Dios. Nosotros, en
cambio, sabemos bien que hemos sido creados libres, a imagen de Dios, precisamente
para que seamos protagonistas de la búsqueda de la verdad y del bien, responsables
de nuestras acciones, y no meros ejecutores ciegos, colaboradores creativos en la
tarea de cultivar y embellecer la obra de la creación. Dios quiere un interlocutor
responsable, alguien que pueda dialogar con Él y amarle. Por Cristo lo podemos conseguir
verdaderamente y, arraigados en Él, damos alas a nuestra libertad. ¿No es este el
gran motivo de nuestra alegría? ¿No es este un suelo firme para edificar la civilización
del amor y de la vida, capaz de humanizar a todo hombre?
Queridos amigos:
sed prudentes y sabios, edificad vuestras vidas sobre el cimiento firme que es Cristo.
Esta sabiduría y prudencia guiará vuestros pasos, nada os hará temblar y en vuestro
corazón reinará la paz. Entonces seréis bienaventurados, dichosos, y vuestra alegría
contagiará a los demás. Se preguntarán por el secreto de vuestra vida y descubrirán
que la roca que sostiene todo el edificio y sobre la que se asienta toda vuestra existencia
es la persona misma de Cristo, vuestro amigo, hermano y Señor, el Hijo de Dios hecho
hombre, que da consistencia a todo el universo. Él murió por nosotros y resucitó para
que tuviéramos vida, y ahora, desde el trono del Padre, sigue vivo y cercano a todos
los hombres, velando continuamente con amor por cada uno de nosotros.
Encomiendo
los frutos de esta Jornada Mundial de la Juventud a la Santísima Virgen María, que
supo decir «sí» a la voluntad de Dios, y María nos enseña como nadie la fidelidad
a su divino Hijo, al que siguió hasta su muerte en la cruz. Meditaremos todo esto
más detenidamente en las diversas estaciones del Via crucis. Y pidamos que, como Ella,
nuestro «sí» de hoy a Cristo sea también un «sí» incondicional a su amistad, al final
de esta Jornada y durante toda nuestra vida.