Jesús nos llama a la conversión, para lograr paz, libertad y alegría, para una humanidad
nueva
Martes 12 jul (RV).- Con ocasión del comienzo del semestre de presidencia polaca de
la Unión Europea, el Secretario para las Relaciones con los Estados, Mons. Dominique
Mamberti celebró esta mañana la Santa Misa, en la Basílica Vaticana - para el cuerpo
diplomático acreditado ante la Santa Sede. Refiriéndose a la fiesta de ayer de san
Benito - padre de nuestra Europa de hoy – declarado patrono del continente por el
Siervo de Dios Pablo VI, que lo calificó como ‘Mensajero de paz, realizador de unión
y maestro de civilización’, Mons. Mamberti señaló que así como la Europa de Benito,
también la nuestra vive cambios epocales, con la diferencia, sin embargo, de que el
actual contexto europeo posee sólidas raíces, donde puede y debe recurrir.
«Del
olvido de estas raíces nos pone en guardia Jesús, en el Evangelio de hoy. Y su reproche
es al mismo tiempo signo de indignación y de compasión», subrayó el Secretario para
las Relaciones con los Estados, explicando luego que la indignación se debe a la incredulidad
de aquellas ciudades que recibieron multitudes de gracias y beneficios, que no supieron
atesorar.
Ay de ti Corazaín, Ay de ti Betsaida... Evocando las palabras de
Jesús, manso y humilde de corazón y destacando que ello no quiere decir debilidad,
Mons. Mamberti reiteró que el Señor es exigente, así como lo es el Evangelio, que
nos recuerda los peligros que conlleva la falta de conversión. Conversión a la que
todos estamos llamados, excepto Cristo y la Virgen Inmaculada, que no la necesitan.
Puesto
que cualquiera se puede encontrar en un camino equivocado, hay que recordar que la
conversión es un proceso continuo que tiene diversos grados. De la incredulidad a
la fe, de la fe imperfecta y entremezclada de errores a la fe pura y plena, de la
vida desordenada a la vida ordenada, de la pura observancia de los mandamientos a
la vida según el Evangelio, de la vida mediocre a la vida de perfección, explicó Mons.
Mamberti, haciendo hincapié en que «hoy el Señor dirige su llamada no a cada persona
individual, sino a las ciudades donde la gente se niega a creer, haciéndonos comprender
que la conversión tiene un significado tanto individual como colectivo. Es un acto
interior con una profundidad especial, en la que el hombre no puede ser sustituido
por otros. Y, al mismo tiempo, hombre nuevos, renovados por la novedad del bautismo
y por la vida según el Evangelio, hacen nacer una nueva humanidad». Tras recordar
que, como en Cafarnaún, la opulencia y el orgullo de su propia ciencia, el éxito,
la riqueza, la fama, endurecen los corazones, conduciendo al desprecio de los deberes
e intereses religiosos y que «también los hombres de hoy, cegados por el progreso
y por el bienestar dirigen a menudo su mirada sólo hacia la tierra, asumiendo un estilo
de vida en función de las únicas realidades de este mundo, sin considerar a Dios ni
su voluntad, olvidando a Dios o al menos viviendo como si no existiera», Mons. Mamberti
afirmó que cuando el hombre cree que se puede realizar solo con sus propias fuerzas,
cuando comienza a alimentarse con ilusiones efímeras, a idolatrar realidades terrenales,
entonces conoce la desilusión. Y precisamente por ello, «el Señor nos llama a la verdad.
Para llevarnos por el buen camino y hacernos progresar en la verdadera libertad y
en la alegría.
Mirando a la historia de Europa, constatamos cuántas gracias
hemos recibido y cuántos medios de salvación; cuantos dones seguimos recibiendo, cuántos
signos de amor de Dios hacia nosotros, nuestros países, nuestro continente», exclamó
Mons. Mamberti, volviendo a subrayar luego que el Señor nos invita a la conversión.
Al
concluir su homilía, el prelado evocó unas palabras del beato Juan Pablo II, recordando
precisamente que es hora de convertirse «a sentimientos de solidaridad, a una política
de paz, a una lógica de fraternidad, a la paciencia del diálogo, a la búsqueda de
cuanto une a los seres humanos, más que de lo que los divide. Ha llegado la hora,
sobre todo de convertirse, a Dios, acogiendo su Evangelio de esperanza y de paz».
Mons.
Mamberti invitó a rogar a María, Madre y discípula del Redentor, - Refugio de los
pecadores - para que nos ayude a disponer nuestros corazones a una verdadera conversión,
con el anhelo de que su maternal intercesión obtenga que, en el camino atormentado
de los hombres de nuestro tiempo brille el Evangelio de Cristo, salvación definitiva
de los hombres