San Benito Patrono de Europa y del Pontificado de Benedicto XVI
Lunes, 11 jul (RV).- En el Ángelus de ayer, Benedicto XVI destacó la figura de san
Benito, cuya fiesta celebra hoy la Iglesia, invitando a aprender de este Patrono de
Europa y fundador del monacato occidental «a poner a Dios siempre en primer lugar».
Recordamos algunas de las palabras del Papa, desde el comienzo de su ministerio petrino,
sobre el Santo de Nursia - que es también patrono de su Pontificado – como decía él
mismo el 9 de abril de 2008, en su audiencia general: «Queridos hermanos
y hermanas, hoy quisiera hablar de san Benito, fundador del monacato occidental y
también patrono de mi pontificado»
Evocamos también lo que afirmaba Benedicto
XVI en su primera audiencia general, el 27 de abril de 2005, exhortando a seguir el
ejemplo, precisamente de san Benito en la sincera búsqueda de Dios, en el camino trazado
por Cristo, humilde y obediente a cuyo amor no se debe anteponer nada:
«Al inicio
de mi servicio como Sucesor de Pedro pido a san Benito que nos ayude a mantener firmemente
a Cristo en el centro de nuestra existencia. Que él ocupe siempre el primer lugar
en nuestros pensamientos y en todas nuestras actividades».
En particular,
como decíamos, Benedicto XVI dedicó la audiencia general del 9 de abril de 2008, subrayando
el valor de su obra, cumplida en el siglo VI, en un periodo en el que «el mundo sufría
una tremenda crisis de valores y de instituciones, provocada por el derrumbamiento
del Imperio Romano, por la invasión de los nuevos pueblos y por la decadencia de las
costumbres»:
«De hecho,
la obra del santo, y en especial su Regla, fueron una auténtica levadura espiritual,
que cambió, con el paso de los siglos, mucho más allá de los confines de su patria
y de su época, el rostro de Europa, suscitando tras la caída de la unidad política
creada por el Imperio Romano una nueva unidad espiritual y cultural, la de la fe cristiana
compartida por los pueblos del continente. De este modo nació la realidad que llamamos
‘Europa’».
El Papa hizo hincapié en la gran obra realizada por san
Benito ‘en el silencio’ - cuando disgustado por el estilo de vida de muchos de sus
compañeros de estudios, que vivían de manera disoluta y no queriendo caer en los mismos
errores, pues sólo quería agradar a Dios - antes de concluir sus estudios, dejó Roma.
Y se retiró a la soledad de los montes que se encuentran al este de la ciudad eterna.
Después de una primera estancia en el pueblo de Effide (hoy Affile), donde se unió
durante algún tiempo a una «comunidad religiosa» de monjes, se hizo una eremita en
la cercana Subiaco:
«La tentación
de autoafirmarse y el deseo de ponerse a sí mismo en el centro; la tentación de la
sensualidad; y, por último, la tentación de la ira y de la venganza. San Benito estaba
convencido de que sólo después de haber vencido estas tentaciones podía dirigir a
los demás palabras útiles para sus situaciones de necesidad».
«Tras
pacificar su alma, podía controlar plenamente los impulsos de su yo, para ser artífice
de paz a su alrededor. Sólo entonces decidió fundar sus primeros monasterios», reiteró
Benedicto XVI, poniendo de relieve el lema ‘Ora et labora’. Es decir, la oración como
cimiento de toda actividad:
«Sin oración
no hay experiencia de Dios. Pero la espiritualidad de san Benito no era una interioridad
alejada de la realidad. En la inquietud y en el caos de su época, vivía bajo la mirada
de Dios y precisamente así nunca perdió de vista los deberes de la vida cotidiana
ni al hombre con sus necesidades concretas. Al contemplar a Dios comprendió la realidad
del hombre y su misión. En su Regla... subraya que la oración es, en primer lugar,
un acto de escucha (Prol. 9-11), que después debe traducirse en la acción concreta.
«El Señor espera que respondamos diariamente con obras a sus santos consejos».
Así,
la vida del monje se convierte en una simbiosis fecunda entre acción y contemplación
«para que en todo sea glorificado Dios». Pablo VI, al proclamar el 24 de octubre de
1964 a san Benito patrono de Europa, se proponía reconocer la admirable obra llevada
a cabo por el santo a través de la Regla para la formación de la civilización y de
la cultura europea, recordó Benedicto XVI, evocando luego a Juan Pablo II y volviendo
a subrayar que «hoy Europa, recién salida de un siglo herido profundamente por dos
guerras mundiales y después del derrumbe de las grandes ideologías que se han revelado
trágicas utopías, se encuentra en búsqueda de su propia identidad»:
Para crear
una unidad nueva y duradera, ciertamente son importantes los instrumentos políticos,
económicos y jurídicos, pero es necesario también suscitar una renovación ética y
espiritual que se inspire en las raíces cristianas del continente. De lo contrario
no se puede reconstruir Europa. Sin esta savia vital, el hombre queda expuesto al
peligro de sucumbir a la antigua tentación de querer redimirse por sí mismo, utopía
que de diferentes maneras, en la Europa del siglo XX, como puso de relieve el Papa
Juan Pablo II, provocó «una regresión sin precedentes en la atormentada historia de
la humanidad»