Benedicto XVI entrega el premio “Ratzinger” al español Olegario González de Cardedal
y a otros dos teólogos y subraya que “Dios no es un objeto de la experimentación humana”
Jueves, 30 jun (RV).- Esta mañana a las once, el Papa presidió la entrega del premio
“Ratzinger”, los premiados recibieron el galardón de manos del presidente del comité
científico de la fundación vaticana, “Joseph Ratzinger-Benedicto XVI”, cardenal Camilo
Ruini.
Benedicto XVI, en su alocución con motivo de la asignación del “Premio
Ratzinger”, manifestó ante todo su alegría y gratitud por el hecho de que, con el
otorgamiento de este premio teológico, la Fundación que lleva su nombre dé público
reconocimiento a la obra llevada a cabo, en el arco de una entera vida, por dos grandes
teólogos, y de un teólogo de la generación más joven, dando así un aliciente para
avanzar por el camino emprendido.
El Papa recordó que con el Profesor González
de Cardedal lo une un camino común de muchos decenios, que ambos han iniciado con
san Buenaventura, dejándose guiar por él. Y añadió que durante su larga vida de estudioso,
el Profesor González ha tratado todos los grandes temas de la teología, y no reflexionando
y hablando simplemente en abstracto, sino confrontado siempre con el drama de nuestro
tiempo, viviendo y también sufriendo de modo totalmente personal las grandes cuestiones
de la fe y con ellas las cuestiones del hombre de hoy. “De este modo –prosiguió diciendo
el Santo Padre– la palabra de la fe no es algo del pasado”; porque como afirmó, “en
sus obras, verdaderamente (la palabra de la fe), llega a ser contemporánea para nosotros.
Del Profesor Simonetti el Pontífice recordó que ha abierto de modo nuevo el
mundo de los Padres. Precisamente mostrándonos desde el punto de vista histórico,
con precisión y atención, lo que dicen los Padres, ellos se convierten en personas
contemporáneas a nosotros, que hablan con nosotros.
Mientras del Padre Maximilian
Heim, que ha sido elegido recientemente Abad del monasterio de Heiligenkreuz en Viena,
Su Santidad recordó que con esto asume ahora la tarea de hacer actual una gran historia
y conducirla hacia el futuro. Y también manifestó su deseo de que para esto el trabajo
sobre la teología del mismo Papa, pueda serle útil, y que la Abadía de Heiligenkreuz
pueda desarrollar ulteriormente, en nuestro tiempo, la teología monástica, que ha
acompañado siempre a la universitaria, formando con ella el conjunto de la teología
occidental.
El Obispo de Roma aprovechó para analizar brevemente la cuestión
fundamental acerca de qué es, verdaderamente, la “teología”. Y explicó que la teología
es ciencia de la fe, tal como nos dice la tradición. Sin embargo formuló una serie
de preguntas entre las cuales si ¿acaso ciencia no es lo contrario de fe? O si ¿la
fe no deja de ser fe, cuando se convierte en ciencia? ¿Y no deja la ciencia de ser
ciencia cuando está ordenada, o incluso subordinada, a la fe?
De estas cuestiones
el Pontífice recordó que ya para la teología medieval representaban un serio problema,
con el moderno concepto de ciencia que se han vuelto aún más impelentes, a primera
vista, incluso, sin solución. De ahí que manifestara que se comprende “porqué, en
la era moderna, la teología en vastos ámbitos se haya retirado primariamente en el
ámbito de la historia, a fin de demostrar aquí su seria característica científica”.
Y añadió que “es necesario reconocer, con gratitud, que con esto se hayan realizado
obras grandiosas, y el mensaje cristiano ha recibido nueva luz, capaz de hacer visible
su íntima riqueza”.
Benedicto XVI también destacó que “si la teología se retira
totalmente al pasado, deja hoy a la fe en la oscuridad”. Mientras la verdadera pregunta
que resuena es si “¿es verdad aquello en lo que creemos o no”? De donde se comprende
–agregó más adelante– que la fe cristiana, por su misma naturaleza, debe suscitar
la teología, interrogándose sobre la sensatez de la fe.
El Santo Padre también
puso de manifiesto que la razón experimental se presenta hoy ampliamente como la única
forma de racionalidad declarada científica. Sin embargo, destacó que existe un límite
a semejante uso de la razón: “Dios no es un objeto de la experimentación humana. Él
es Sujeto y se manifiesta sólo en la relación de persona a persona: esto forma parte
de la esencia de la persona”.
Desde este punto de vista también afirmó que
“el amor quiere conocer mejor a aquel que ama. El amor, el amor verdadero, no vuelve
ciegos, sino videntes. De esto forma parte precisamente la sed de conocimiento, de
un verdadero conocimiento del otro. Por esto, los Padres de la Iglesia han encontrado
los precursores y los pioneros del cristianismo –fuera del mundo de la revelación
de Israel– no en el ámbito de la religión consuetudinaria, sino en los hombres en
busca de Dios, en los “filósofos”: en personas que estaban sedientas de verdad y estaban,
por lo tanto, en camino hacia Dios”.
Mientras cuando no existe este uso de
la razón –añadió–, entonces las grandes cuestiones de la humanidad caen fuera del
ámbito de la razón y son dejadas a la irracionalidad. Por esto una teología auténtica
es tan importante. La fe recta orienta la razón para abrirse a lo divino, a fin de
que ella, guiada por el amor por la verdad, pueda conocer a Dios más de cerca. La
iniciativa para este camino está en Dios, que ha puesto en el corazón del hombre
la búsqueda de su Rostro. Por tanto, forma parte de la teología, por un lado, la humildad
que se deja “tocar” por Dios y, por otro, la disciplina que se liga al orden de la
razón, preserva el amor de la ceguera y ayuda a desarrollar su fuerza visiva”.
Y
concluyó afirmando que con estas consideraciones sólo ha sido puesta en luz la grandeza
del desafío ínsito en la naturaleza de la teología. Sin embargo, precisamente de este
desafío el hombre tiene necesidad, porque ella nos impulsa a abrir nuestra razón interrogándonos
acerca de la misma verdad, acerca del rostro de Dios.
Texto
completo del discurso del Papa:
Señores Cardenales, venerados Hermanos,
ilustres Señores y Señoras:
Ante todo quisiera expresar mi alegría y
gratitud por el hecho de que, con el otorgamiento de su premio teológico, la Fundación
que lleva mi nombre dé público reconocimiento a la obra llevada a cabo, en el arco
de una entera vida, por dos grandes teólogos, y a un teólogo de la generación más
joven dé un signo de aliciente para avanzar por el camino emprendido. Con el Profesor
González de Cardedal me une un camino común de muchos decenios. Ambos hemos iniciado
con san Buenaventura y por él nos hemos dejado indicar la dirección. En su larga vida
de estudioso, el Profesor González ha tratado todos los grandes temas de la teología,
y no reflexionando y hablando simplemente en abstracto, sino confrontado siempre con
el drama de nuestro tiempo, viviendo y también sufriendo de modo totalmente personal
las grandes cuestiones de la fe y con ellas las cuestiones del hombre de hoy. De este
modo, la palabra de la fe no es algo del pasado; en sus obras, verdaderamente, llega
a ser contemporánea para nosotros. El Profesor Simonetti nos ha abierto de modo nuevo
el mundo de los Padres. Precisamente mostrándonos desde el punto de vista histórico,
con precisión y atención, lo que dicen los Padres, ellos se convierten en personas
contemporáneas a nosotros, que hablan con nosotros. El Padre Maximilian Heim ha sido
elegido recientemente Abad del monasterio de Heiligenkreuz en Viena –un monasterio
rico de tradición– asumiendo con esto la tarea de hacer actual una gran historia y
de conducirla hacia el futuro. En esto, espero que el trabajo sobre mi teología, que
él nos ha donado, pueda serle útil y que la Abadía de Heiligenkreuz pueda desarrollar
ulteriormente, en nuestro tiempo, la teología monástica, que ha acompañado siempre
a la universitaria, formando con ella el conjunto de la teología occidental.
Pero
no es mi tarea tener aquí una “laudatio” de los premiados, que ya ha sido hecha de
manera competente. Pero quizá, la entrega del premio puede ofrecer la ocasión de dedicarnos
por un momento a la cuestión fundamental acerca de qué es, verdaderamente, la “teología”.
La teología es ciencia de la fe, nos dice la tradición. Pero aquí surge, inmediatamente,
la pregunta: ¿verdaderamente es posible? ¿O no es esto en sí mismo una contradicción?
¿Acaso ciencia no es lo contrario de fe? ¿La fe no deja de ser fe, cuando se convierte
en ciencia? ¿Y no deja la ciencia de ser ciencia cuando está ordenada, o incluso subordinada,
a la fe? Estas cuestiones, que ya para la teología medieval representaban un serio
problema, con el moderno concepto de ciencia se han vuelto aún más impelentes, a primera
vista incluso sin solución. Se comprende así porqué, en la era moderna, la teología
en vastos ámbitos se haya retirado primariamente en el ámbito de la historia, a fin
de demostrar aquí su seria característica científica. Es necesario reconocer, con
gratitud, que con esto se hayan realizado obras grandiosas, y el mensaje cristiano
ha recibido nueva luz, capaz de hacer visible su íntima riqueza. Sin embargo, si la
teología se retira totalmente al pasado, deja hoy a la fe en la oscuridad. Después,
en una segunda fase, se han concentrado en la praxis, para mostrar que la teología,
en relación con la psicología y la sociología, es una ciencia útil que da indicaciones
concretas para la vida. También esto es importante, pero si el fundamento de la teología,
la fe, no llega a ser al mismo tiempo objeto del pensamiento, si la praxis es referida
sólo a sí misma, o vive únicamente de los préstamos de las ciencias humanas, entones
la praxis se vuelve vacía y privada de fundamento.
Por tanto, estos
caminos no son suficientes. Por cuanto sean útiles e importantes, se convierten en
subterfugios, y permanece sin respuesta la verdadera pregunta. Que resuena: ¿es verdad
aquello en lo que creemos o no? En la teología está en juego la cuestión acerca de
la verdad; ella es su fundamento último y esencial. Una expresión de Tertuliano puede
hacernos dar aquí un paso hacia adelante: Cristo no ha dicho: Yo soy la costumbre,
sino: Yo soy la verdad –non consuetudo sed veritas (Virg. 1,1). Christian Gnilka ha
mostrado que el concepto “consuetudo” puede significar las religiones paganas que,
según su naturaleza, eran “costumbres”: se hace aquello que se ha hecho siempre; se
observan las tradicionales formas culturales y se espera así permanecer en la justa
relación con el ámbito misterioso de lo divino. El aspecto revolucionario del cristianismo
en la antigüedad fue precisamente la ruptura con la “costumbre” por amor a la verdad.
Tertuliano habla aquí sobre todo en base al Evangelio de san Juan, en el que también
se encuentra la otra interpretación fundamental de la fe cristiana, que se expresa
en la designación de Cristo como Logos. Si Cristo es el Logos, la verdad, el hombre
debe corresponder a Él con su propio logos, con su razón. Para llegar hasta Cristo,
él debe estar en el camino de la verdad. Debe abrirse al Logos, a la Razón creadora,
de la que deriva su misma razón y a la que ella lo remite. De aquí se comprende que
la fe cristiana, por su misma naturaleza, debe suscitar la teología, debía interrogarse
sobre la sensatez de la fe, si bien, naturalmente, el concepto de razón y el de ciencia
abrazan muchas dimensiones, y así la naturaleza concreta del nexo entre fe y razón
debía y debe siempre nuevamente ser sondada.
Por lo tanto, por cuanto
se presente clara en el cristianismo, el nexo fundamental entre Logos, verdad y fe,
la forma concreta de tal nexo ha suscitado y suscita siempre nuevas preguntas. Está
claro que en este momento semejante pregunta, que ha ocupado y ocupará a todas las
generaciones, no puede ser tratada detalladamente, y ni siquiera a grandes líneas.
Sólo quisiera intentar proponer una pequeña nota. San Buenaventura, en el prólogo
a su Comentario de las Sentencias ha hablado de un dúplice uso de la razón, de un
uso que es inconciliable con la naturaleza de la fe y de uno que, en cambio, pertenece
precisamente a la naturaleza de la fe. Existe la violentia rationis, el despotismo
de la razón, que se hace juez supremo de todo. Este tipo de uso de la razón es ciertamente
imposible en el ámbito de la fe. ¿Qué entiende Buenaventura con esto? Una expresión
del Salmo 95, 9 puede mostrarnos de qué se trata. Aquí Dios dice a su pueblo: “En
el desierto (…) donde me pusieron a prueba vuestros padres, me tentaron aunque habían
visto mi obra”. Aquí se alude a un dúplice encuentro con Dios: ellos han “visto”.
Pero esto a ellos no les basta. Ellos ponen a Dios “a prueba”. Quieren someterlo al
experimento. Él, por decirlo de alguna manera, es sometido a un interrogatorio y debe
someterse a un procedimiento de prueba experimental. Esta modalidad de uso de la razón,
en la era moderna, ha alcanzado el culmen de su desarrollo en el ámbito de las ciencias
naturales. La razón experimental se presenta hoy ampliamente como la única forma de
racionalidad declarada científica. Lo que no puede ser científicamente verificado
o falsificado cae fuera del ámbito científico. Con esta formulación se han realizado
obras grandiosas; que ella sea justa y necesaria en el ámbito del conocimiento de
la naturaleza y de sus leyes nadie querrá seriamente ponerlo en duda. Sin embargo,
existe un límite a semejante uso de la razón: Dios no es un objeto de la experimentación
humana. Él es Sujeto y se manifiesta sólo en la relación de persona a persona: esto
forma parte de la esencia de la persona.
Desde este punto de vista Buenaventura
alude a un segundo uso de la razón, que vale para el ámbito de lo “personal”, para
las grandes cuestiones del mismo ser hombres. El amor quiere conocer mejor a aquel
que ama. El amor, el amor verdadero, no vuelve ciegos, sino videntes. De esto forma
parte precisamente la sed de conocimiento, de un verdadero conocimiento del otro.
Por esto, los Padres de la Iglesia han encontrado los precursores y los pioneros del
cristianismo –fuera del mundo de la revelación de Israel– no en el ámbito de la religión
consuetudinaria, sino en los hombres en busca de Dios, en los “filósofos”: en personas
que estaban sedientas de verdad y estaban, por lo tanto, en camino hacia Dios. Cuando
no existe este uso de la razón, entonces las grandes cuestiones de la humanidad caen
fuera del ámbito de la razón y son dejadas a la irracionalidad. Por esto una teología
auténtica es tan importante. La fe recta orienta la razón para abrirse a lo divino,
a fin de que ella, guiada por el amor por la verdad, pueda conocer a Dios más de cerca.
La iniciativa para este camino está en Dios, que ha puesto en el corazón del hombre
la búsqueda de su Rostro. Por tanto, forma parte de la teología, por un lado, la humildad
que se deja “tocar” por Dios y, por otro, la disciplina que se liga al orden de la
razón, preserva el amor de la ceguera y ayuda a desarrollar su fuerza visiva.
Soy
consciente de que con todo esto no ha sido dada una respuesta a la cuestión acerca
de la posibilidad y la tarea de la recta teología, sino que sólo ha sido puesta en
luz la grandeza del desafío ínsito en la naturaleza de la teología. Sin embargo, precisamente
de este desafío el hombre tiene necesidad, porque ella nos impulsa a abrir nuestra
razón interrogándonos acerca de la misma verdad, acerca del rostro de Dios.
Traducción
del italiano de María Fernanda Bernasconi