2011-06-30 16:10:13

Benedicto XVI entrega el premio “Ratzinger” al español Olegario González de Cardedal y a otros dos teólogos y subraya que “Dios no es un objeto de la experimentación humana”


Jueves, 30 jun (RV).- Esta mañana a las once, el Papa presidió la entrega del premio “Ratzinger”, los premiados recibieron el galardón de manos del presidente del comité científico de la fundación vaticana, “Joseph Ratzinger-Benedicto XVI”, cardenal Camilo Ruini.

Benedicto XVI, en su alocución con motivo de la asignación del “Premio Ratzinger”, manifestó ante todo su alegría y gratitud por el hecho de que, con el otorgamiento de este premio teológico, la Fundación que lleva su nombre dé público reconocimiento a la obra llevada a cabo, en el arco de una entera vida, por dos grandes teólogos, y de un teólogo de la generación más joven, dando así un aliciente para avanzar por el camino emprendido.

El Papa recordó que con el Profesor González de Cardedal lo une un camino común de muchos decenios, que ambos han iniciado con san Buenaventura, dejándose guiar por él. Y añadió que durante su larga vida de estudioso, el Profesor González ha tratado todos los grandes temas de la teología, y no reflexionando y hablando simplemente en abstracto, sino confrontado siempre con el drama de nuestro tiempo, viviendo y también sufriendo de modo totalmente personal las grandes cuestiones de la fe y con ellas las cuestiones del hombre de hoy. “De este modo –prosiguió diciendo el Santo Padre– la palabra de la fe no es algo del pasado”; porque como afirmó, “en sus obras, verdaderamente (la palabra de la fe), llega a ser contemporánea para nosotros.

Del Profesor Simonetti el Pontífice recordó que ha abierto de modo nuevo el mundo de los Padres. Precisamente mostrándonos desde el punto de vista histórico, con precisión y atención, lo que dicen los Padres, ellos se convierten en personas contemporáneas a nosotros, que hablan con nosotros.

Mientras del Padre Maximilian Heim, que ha sido elegido recientemente Abad del monasterio de Heiligenkreuz en Viena, Su Santidad recordó que con esto asume ahora la tarea de hacer actual una gran historia y conducirla hacia el futuro. Y también manifestó su deseo de que para esto el trabajo sobre la teología del mismo Papa, pueda serle útil, y que la Abadía de Heiligenkreuz pueda desarrollar ulteriormente, en nuestro tiempo, la teología monástica, que ha acompañado siempre a la universitaria, formando con ella el conjunto de la teología occidental.

El Obispo de Roma aprovechó para analizar brevemente la cuestión fundamental acerca de qué es, verdaderamente, la “teología”. Y explicó que la teología es ciencia de la fe, tal como nos dice la tradición. Sin embargo formuló una serie de preguntas entre las cuales si ¿acaso ciencia no es lo contrario de fe? O si ¿la fe no deja de ser fe, cuando se convierte en ciencia? ¿Y no deja la ciencia de ser ciencia cuando está ordenada, o incluso subordinada, a la fe?

De estas cuestiones el Pontífice recordó que ya para la teología medieval representaban un serio problema, con el moderno concepto de ciencia que se han vuelto aún más impelentes, a primera vista, incluso, sin solución. De ahí que manifestara que se comprende “porqué, en la era moderna, la teología en vastos ámbitos se haya retirado primariamente en el ámbito de la historia, a fin de demostrar aquí su seria característica científica”. Y añadió que “es necesario reconocer, con gratitud, que con esto se hayan realizado obras grandiosas, y el mensaje cristiano ha recibido nueva luz, capaz de hacer visible su íntima riqueza”.

Benedicto XVI también destacó que “si la teología se retira totalmente al pasado, deja hoy a la fe en la oscuridad”. Mientras la verdadera pregunta que resuena es si “¿es verdad aquello en lo que creemos o no”? De donde se comprende –agregó más adelante– que la fe cristiana, por su misma naturaleza, debe suscitar la teología, interrogándose sobre la sensatez de la fe.

El Santo Padre también puso de manifiesto que la razón experimental se presenta hoy ampliamente como la única forma de racionalidad declarada científica. Sin embargo, destacó que existe un límite a semejante uso de la razón: “Dios no es un objeto de la experimentación humana. Él es Sujeto y se manifiesta sólo en la relación de persona a persona: esto forma parte de la esencia de la persona”.

Desde este punto de vista también afirmó que “el amor quiere conocer mejor a aquel que ama. El amor, el amor verdadero, no vuelve ciegos, sino videntes. De esto forma parte precisamente la sed de conocimiento, de un verdadero conocimiento del otro. Por esto, los Padres de la Iglesia han encontrado los precursores y los pioneros del cristianismo –fuera del mundo de la revelación de Israel– no en el ámbito de la religión consuetudinaria, sino en los hombres en busca de Dios, en los “filósofos”: en personas que estaban sedientas de verdad y estaban, por lo tanto, en camino hacia Dios”.

Mientras cuando no existe este uso de la razón –añadió–, entonces las grandes cuestiones de la humanidad caen fuera del ámbito de la razón y son dejadas a la irracionalidad. Por esto una teología auténtica es tan importante. La fe recta orienta la razón para abrirse a lo divino, a fin de que ella, guiada por el amor por la verdad, pueda conocer a Dios más de cerca. La iniciativa para este camino está en Dios, que ha puesto en el corazón del hombre la búsqueda de su Rostro. Por tanto, forma parte de la teología, por un lado, la humildad que se deja “tocar” por Dios y, por otro, la disciplina que se liga al orden de la razón, preserva el amor de la ceguera y ayuda a desarrollar su fuerza visiva”.

Y concluyó afirmando que con estas consideraciones sólo ha sido puesta en luz la grandeza del desafío ínsito en la naturaleza de la teología. Sin embargo, precisamente de este desafío el hombre tiene necesidad, porque ella nos impulsa a abrir nuestra razón interrogándonos acerca de la misma verdad, acerca del rostro de Dios.



Texto completo del discurso del Papa:

Señores Cardenales, venerados Hermanos, ilustres Señores y Señoras:

Ante todo quisiera expresar mi alegría y gratitud por el hecho de que, con el otorgamiento de su premio teológico, la Fundación que lleva mi nombre dé público reconocimiento a la obra llevada a cabo, en el arco de una entera vida, por dos grandes teólogos, y a un teólogo de la generación más joven dé un signo de aliciente para avanzar por el camino emprendido. Con el Profesor González de Cardedal me une un camino común de muchos decenios. Ambos hemos iniciado con san Buenaventura y por él nos hemos dejado indicar la dirección. En su larga vida de estudioso, el Profesor González ha tratado todos los grandes temas de la teología, y no reflexionando y hablando simplemente en abstracto, sino confrontado siempre con el drama de nuestro tiempo, viviendo y también sufriendo de modo totalmente personal las grandes cuestiones de la fe y con ellas las cuestiones del hombre de hoy. De este modo, la palabra de la fe no es algo del pasado; en sus obras, verdaderamente, llega a ser contemporánea para nosotros. El Profesor Simonetti nos ha abierto de modo nuevo el mundo de los Padres. Precisamente mostrándonos desde el punto de vista histórico, con precisión y atención, lo que dicen los Padres, ellos se convierten en personas contemporáneas a nosotros, que hablan con nosotros. El Padre Maximilian Heim ha sido elegido recientemente Abad del monasterio de Heiligenkreuz en Viena –un monasterio rico de tradición– asumiendo con esto la tarea de hacer actual una gran historia y de conducirla hacia el futuro. En esto, espero que el trabajo sobre mi teología, que él nos ha donado, pueda serle útil y que la Abadía de Heiligenkreuz pueda desarrollar ulteriormente, en nuestro tiempo, la teología monástica, que ha acompañado siempre a la universitaria, formando con ella el conjunto de la teología occidental.

Pero no es mi tarea tener aquí una “laudatio” de los premiados, que ya ha sido hecha de manera competente. Pero quizá, la entrega del premio puede ofrecer la ocasión de dedicarnos por un momento a la cuestión fundamental acerca de qué es, verdaderamente, la “teología”. La teología es ciencia de la fe, nos dice la tradición. Pero aquí surge, inmediatamente, la pregunta: ¿verdaderamente es posible? ¿O no es esto en sí mismo una contradicción? ¿Acaso ciencia no es lo contrario de fe? ¿La fe no deja de ser fe, cuando se convierte en ciencia? ¿Y no deja la ciencia de ser ciencia cuando está ordenada, o incluso subordinada, a la fe? Estas cuestiones, que ya para la teología medieval representaban un serio problema, con el moderno concepto de ciencia se han vuelto aún más impelentes, a primera vista incluso sin solución. Se comprende así porqué, en la era moderna, la teología en vastos ámbitos se haya retirado primariamente en el ámbito de la historia, a fin de demostrar aquí su seria característica científica. Es necesario reconocer, con gratitud, que con esto se hayan realizado obras grandiosas, y el mensaje cristiano ha recibido nueva luz, capaz de hacer visible su íntima riqueza. Sin embargo, si la teología se retira totalmente al pasado, deja hoy a la fe en la oscuridad. Después, en una segunda fase, se han concentrado en la praxis, para mostrar que la teología, en relación con la psicología y la sociología, es una ciencia útil que da indicaciones concretas para la vida. También esto es importante, pero si el fundamento de la teología, la fe, no llega a ser al mismo tiempo objeto del pensamiento, si la praxis es referida sólo a sí misma, o vive únicamente de los préstamos de las ciencias humanas, entones la praxis se vuelve vacía y privada de fundamento.

Por tanto, estos caminos no son suficientes. Por cuanto sean útiles e importantes, se convierten en subterfugios, y permanece sin respuesta la verdadera pregunta. Que resuena: ¿es verdad aquello en lo que creemos o no? En la teología está en juego la cuestión acerca de la verdad; ella es su fundamento último y esencial. Una expresión de Tertuliano puede hacernos dar aquí un paso hacia adelante: Cristo no ha dicho: Yo soy la costumbre, sino: Yo soy la verdad –non consuetudo sed veritas (Virg. 1,1). Christian Gnilka ha mostrado que el concepto “consuetudo” puede significar las religiones paganas que, según su naturaleza, eran “costumbres”: se hace aquello que se ha hecho siempre; se observan las tradicionales formas culturales y se espera así permanecer en la justa relación con el ámbito misterioso de lo divino. El aspecto revolucionario del cristianismo en la antigüedad fue precisamente la ruptura con la “costumbre” por amor a la verdad. Tertuliano habla aquí sobre todo en base al Evangelio de san Juan, en el que también se encuentra la otra interpretación fundamental de la fe cristiana, que se expresa en la designación de Cristo como Logos. Si Cristo es el Logos, la verdad, el hombre debe corresponder a Él con su propio logos, con su razón. Para llegar hasta Cristo, él debe estar en el camino de la verdad. Debe abrirse al Logos, a la Razón creadora, de la que deriva su misma razón y a la que ella lo remite. De aquí se comprende que la fe cristiana, por su misma naturaleza, debe suscitar la teología, debía interrogarse sobre la sensatez de la fe, si bien, naturalmente, el concepto de razón y el de ciencia abrazan muchas dimensiones, y así la naturaleza concreta del nexo entre fe y razón debía y debe siempre nuevamente ser sondada.

Por lo tanto, por cuanto se presente clara en el cristianismo, el nexo fundamental entre Logos, verdad y fe, la forma concreta de tal nexo ha suscitado y suscita siempre nuevas preguntas. Está claro que en este momento semejante pregunta, que ha ocupado y ocupará a todas las generaciones, no puede ser tratada detalladamente, y ni siquiera a grandes líneas. Sólo quisiera intentar proponer una pequeña nota. San Buenaventura, en el prólogo a su Comentario de las Sentencias ha hablado de un dúplice uso de la razón, de un uso que es inconciliable con la naturaleza de la fe y de uno que, en cambio, pertenece precisamente a la naturaleza de la fe. Existe la violentia rationis, el despotismo de la razón, que se hace juez supremo de todo. Este tipo de uso de la razón es ciertamente imposible en el ámbito de la fe. ¿Qué entiende Buenaventura con esto? Una expresión del Salmo 95, 9 puede mostrarnos de qué se trata. Aquí Dios dice a su pueblo: “En el desierto (…) donde me pusieron a prueba vuestros padres, me tentaron aunque habían visto mi obra”. Aquí se alude a un dúplice encuentro con Dios: ellos han “visto”. Pero esto a ellos no les basta. Ellos ponen a Dios “a prueba”. Quieren someterlo al experimento. Él, por decirlo de alguna manera, es sometido a un interrogatorio y debe someterse a un procedimiento de prueba experimental. Esta modalidad de uso de la razón, en la era moderna, ha alcanzado el culmen de su desarrollo en el ámbito de las ciencias naturales. La razón experimental se presenta hoy ampliamente como la única forma de racionalidad declarada científica. Lo que no puede ser científicamente verificado o falsificado cae fuera del ámbito científico. Con esta formulación se han realizado obras grandiosas; que ella sea justa y necesaria en el ámbito del conocimiento de la naturaleza y de sus leyes nadie querrá seriamente ponerlo en duda. Sin embargo, existe un límite a semejante uso de la razón: Dios no es un objeto de la experimentación humana. Él es Sujeto y se manifiesta sólo en la relación de persona a persona: esto forma parte de la esencia de la persona.

Desde este punto de vista Buenaventura alude a un segundo uso de la razón, que vale para el ámbito de lo “personal”, para las grandes cuestiones del mismo ser hombres. El amor quiere conocer mejor a aquel que ama. El amor, el amor verdadero, no vuelve ciegos, sino videntes. De esto forma parte precisamente la sed de conocimiento, de un verdadero conocimiento del otro. Por esto, los Padres de la Iglesia han encontrado los precursores y los pioneros del cristianismo –fuera del mundo de la revelación de Israel– no en el ámbito de la religión consuetudinaria, sino en los hombres en busca de Dios, en los “filósofos”: en personas que estaban sedientas de verdad y estaban, por lo tanto, en camino hacia Dios. Cuando no existe este uso de la razón, entonces las grandes cuestiones de la humanidad caen fuera del ámbito de la razón y son dejadas a la irracionalidad. Por esto una teología auténtica es tan importante. La fe recta orienta la razón para abrirse a lo divino, a fin de que ella, guiada por el amor por la verdad, pueda conocer a Dios más de cerca. La iniciativa para este camino está en Dios, que ha puesto en el corazón del hombre la búsqueda de su Rostro. Por tanto, forma parte de la teología, por un lado, la humildad que se deja “tocar” por Dios y, por otro, la disciplina que se liga al orden de la razón, preserva el amor de la ceguera y ayuda a desarrollar su fuerza visiva.

Soy consciente de que con todo esto no ha sido dada una respuesta a la cuestión acerca de la posibilidad y la tarea de la recta teología, sino que sólo ha sido puesta en luz la grandeza del desafío ínsito en la naturaleza de la teología. Sin embargo, precisamente de este desafío el hombre tiene necesidad, porque ella nos impulsa a abrir nuestra razón interrogándonos acerca de la misma verdad, acerca del rostro de Dios.

Traducción del italiano de María Fernanda Bernasconi








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