Benedicto XVI recuerda en su Mensaje Pascual a todos los pueblos y comunidades que
están sufriendo un tiempo de pasión “para que Cristo resucitado les abra el camino
de la libertad, la justicia y la paz”
Domingo, 24 abr (RV).- En este Domingo de Resurrección, Benedicto XVI recordó en su
mensaje pascual a todos los pueblos y comunidades que están sufriendo un tiempo de
pasión “para que Cristo resucitado les abra el camino de la libertad, la justicia
y la paz”. Tras la Santa Misa de Pascua celebrada en el atrio de la Plaza de San Pedro,
el Papa pronunció su mensaje pascual e impartió la Bendición Urbi et Orbi.
Que
pueda alegrarse la Tierra que fue la primera a quedar inundada por la luz del Resucitado.
Que el fulgor de Cristo llegue también a los pueblos de Oriente Medio, para que la
luz de la paz y de la dignidad humana venza a las tinieblas de la división, del odio
y la violencia. Que, en Libia, la diplomacia y el diálogo ocupen el lugar de las armas
y, en la actual situación de conflicto, se favorezca el acceso a las ayudas humanitarias
a cuantos sufren las consecuencias de la contienda. Que, en los Países de África septentrional
y de Oriente Medio, todos los ciudadanos, y particularmente los jóvenes, se esfuercen
en promover el bien común y construir una sociedad en la que la pobreza sea derrotada
y toda decisión política se inspire en el respeto a la persona humana
No
ha olvidado tampoco el Santo Padre a “los numerosos prófugos y refugiados que provienen
de diversos países africanos y se han viso obligados a dejar sus afectos más entrañables”,
deseando que les llegue la solidaridad de todos y que los hombres de buena voluntad
se vean iluminados y abran el corazón a la acogida, para que, de manera solidaria
y concertada se puedan aliviar las necesidades urgentes de tantos hermanos; y que
a todos los que prodigan sus esfuerzos generosos y dan testimonio en este sentido,
llegue nuestro aliento y gratitud.
Que se recomponga la convivencia civil
entre las poblaciones de Costa de Marfil, donde urge emprender un camino de reconciliación
y perdón para curar las profundas heridas provocadas por las recientes violencias.
Y que Japón, en estos momentos en que afronta las dramáticas consecuencias del reciente
terremoto, encuentre alivio y esperanza, y lo encuentren también aquellos países que
en los últimos meses han sido probados por calamidades naturales que han sembrado
dolor y angustia
Benedicto
XVI ha lamentado el contraste existente entre la alegría, la paz y el regocijo en
el cielo tras la Resurrección con los lamentos y el clamor provenientes de tantas
situaciones dolorosas en nuestro mundo, como la miseria, el hambre, las enfermedades,
las guerras y la violencia. “Y, sin embargo, -ha añadido el Papa- Cristo ha muerto
y resucitado precisamente por esto. Ha muerto a causa de nuestros pecados de hoy,
y ha resucitado también para redimir nuestra historia de hoy”.
El Pontífice
ha definido la resurrección de Cristo como una experiencia mística y no el fruto de
una especulación, porque es “un acontecimiento que sobrepasa ciertamente la historia,
pero que sucede en un momento preciso de la historia dejando en ella una huella indeleble”.
La
luz que deslumbró a los guardias encargados de vigilar el sepulcro de Jesús ha atravesado
el tiempo y el espacio. Es una luz diferente, divina, que ha roto las tinieblas de
la muerte y ha traído al mundo el esplendor de Dios, el esplendor de la Verdad y del
Bien
Benedicto
XVI ha evidenciado cómo la irradiación que surge de la resurrección de Cristo da fuerza
y significado a toda esperanza humana, a toda expectativa, deseo, proyecto. “Por eso,
todo el universo se alegra hoy, al estar incluido en la primavera de la humanidad,
que se hace intérprete del callado himno de alabanza de la creación”.
Mensaje
Pasucal del Papa
Texto completo
In resurrectione tua,
Christe, coeli et terra laetentur. En tu resurrección, Señor, se alegren los cielos
y la tierra (Lit. Hor.)
Queridos hermanos y hermanas de Roma y de todo
el mundo:
La mañana de Pascua nos ha traído el anuncio antiguo y siempre
nuevo: ¡Cristo ha resucitado! El eco de este acontecimiento, que surgió en Jerusalén
hace veinte siglos, continúa resonando en la Iglesia, que lleva en el corazón la fe
vibrante de María, la Madre de Jesús, la fe de la Magdalena y las otras mujeres que
fueron las primeras en ver el sepulcro vacío, la fe de Pedro y de los otros Apóstoles.
Hasta
hoy —incluso en nuestra era de comunicaciones supertecnológicas— la fe de los cristianos
se basa en aquel anuncio, en el testimonio de aquellas hermanas y hermanos que vieron
primero la losa removida y el sepulcro vacío, después a los mensajeros misteriosos
que atestiguaban que Jesús, el Crucificado, había resucitado; y luego, a Él mismo,
el Maestro y Señor, vivo y tangible, que se aparece a María Magdalena, a los dos discípulos
de Emaús y, finalmente, a los once reunidos en el Cenáculo (cf. Mc 16,9-14).
La
resurrección de Cristo no es fruto de una especulación, de una experiencia mística.
Es un acontecimiento que sobrepasa ciertamente la historia, pero que sucede en un
momento preciso de la historia dejando en ella una huella indeleble. La luz que deslumbró
a los guardias encargados de vigilar el sepulcro de Jesús ha atravesado el tiempo
y el espacio. Es una luz diferente, divina, que ha roto las tinieblas de la muerte
y ha traído al mundo el esplendor de Dios, el esplendor de la Verdad y del Bien.
Así
como en primavera los rayos del sol hacen brotar y abrir las yemas en las ramas de
los árboles, así también la irradiación que surge de la resurrección de Cristo da
fuerza y significado a toda esperanza humana, a toda expectativa, deseo, proyecto.
Por eso, todo el universo se alegra hoy, al estar incluido en la primavera de la humanidad,
que se hace intérprete del callado himno de alabanza de la creación. El aleluya pascual,
que resuena en la Iglesia peregrina en el mundo, expresa la exultación silenciosa
del universo y, sobre todo, el anhelo de toda alma humana sinceramente abierta a Dios,
más aún, agradecida por su infinita bondad, belleza y verdad.
«En tu
resurrección, Señor, se alegren los cielos y la tierra». A esta invitación de alabanza
que sube hoy del corazón de la Iglesia, los «cielos» responden al completo: La multitud
de los ángeles, de los santos y beatos se suman unánimes a nuestro júbilo. En el cielo,
todo es paz y regocijo. Pero en la tierra, lamentablemente, no es así. Aquí, en nuestro
mundo, el aleluya pascual contrasta todavía con los lamentos y el clamor que provienen
de tantas situaciones dolorosas: miseria, hambre, enfermedades, guerras, violencias.
Y, sin embargo, Cristo ha muerto y resucitado precisamente por esto. Ha muerto a causa
de nuestros pecados de hoy, y ha resucitado también para redimir nuestra historia
de hoy. Por eso, mi mensaje quiere llegar a todos y, como anuncio profético, especialmente
a los pueblos y las comunidades que están sufriendo un tiempo de pasión, para que
Cristo resucitado les abra el camino de la libertad, la justicia y la paz..
Que
pueda alegrarse la Tierra que fue la primera a quedar inundada por la luz del Resucitado.
Que el fulgor de Cristo llegue también a los pueblos de Oriente Medio, para que la
luz de la paz y de la dignidad humana venza a las tinieblas de la división, del odio
y la violencia. Que, en Libia, la diplomacia y el diálogo ocupen el lugar de las armas
y, en la actual situación de conflicto, se favorezca el acceso a las ayudas humanitarias
a cuantos sufren las consecuencias de la contienda. Que, en los Países de África septentrional
y de Oriente Medio, todos los ciudadanos, y particularmente los jóvenes, se esfuercen
en promover el bien común y construir una sociedad en la que la pobreza sea derrotada
y toda decisión política se inspire en el respeto a la persona humana. Que llegue
la solidaridad de todos a los numerosos prófugos y refugiados que provienen de diversos
países africanos y se han viso obligados a dejar sus afectos más entrañables; que
los hombres de buena voluntad se vean iluminados y abran el corazón a la acogida,
para que, de manera solidaria y concertada se puedan aliviar las necesidades urgentes
de tantos hermanos; y que a todos los que prodigan sus esfuerzos generosos y dan testimonio
en este sentido, llegue nuestro aliento y gratitud.
Que se recomponga
la convivencia civil entre las poblaciones de Costa de Marfil, donde urge emprender
un camino de reconciliación y perdón para curar las profundas heridas provocadas por
las recientes violencias. Y que Japón, en estos momentos en que afronta las dramáticas
consecuencias del reciente terremoto, encuentre alivio y esperanza, y lo encuentren
también aquellos países que en los últimos meses han sido probados por calamidades
naturales que han sembrado dolor y angustia.
Se alegren los cielos
y la tierra por el testimonio de quienes sufren contrariedades, e incluso persecuciones
a causa de la propia fe en el Señor Jesús. Que el anuncio de su resurrección victoriosa
les infunda valor y confianza.
Queridos hermanos y hermanas. Cristo
resucitado camina delante de nosotros hacia los cielos nuevos y la tierra nueva (cf.
Ap 21,1), en la que finalmente viviremos como una sola familia, hijos del mismo Padre.
Él está con nosotros hasta el fin de los tiempos. Vayamos tras Él en este mundo lacerado,
cantando el Aleluya. En nuestro corazón hay alegría y dolor; en nuestro rostro, sonrisas
y lágrimas. Así es nuestra realidad terrena. Pero Cristo ha resucitado, está vivo
y camina con nosotros. Por eso cantamos y caminamos, con la mirada puesta en el Cielo,
fieles a nuestro compromiso en este mundo.