Sábado, 9 abr (RV).- ¿Dolor sin nombre? Esta es la pregunta que se hace el padre Federico
Lombardi, director de nuestra emisora, en su editorial para el semanal Octava dies
del Centro Televisivo Vaticano:
¿Dolor
sin nombre? La enésima tragedia de naufragio en el mar de un gran número
de emigrantes y fugitivos entre África y Europa ha suscitado, con razón, una vasta
y profunda emoción.
Son ciertamente muchos centenares los desconocidos
desaparecidos en los últimos meses, miles y miles en los años recientes en el Mediterráneo.
Y vuelven al recuerdo las decenas de miles de barcos cargados de vietnamitas que perdieron
la vida en el mar, a comienzos de 1979. Huir por hambre, de la pobreza inhumana, de
la opresión, de la violencia, de la guerra…con el riesgo de morir entre los remolinos
sin dejar traza, ni siquiera un recuerdo de su propio nombre. Muchas veces, en estos
días, se ha hablado del dolor “sin nombre”. La compasión nos obliga a no olvidar,
a guardar en la memoria, como ante otras indecibles tragedias de la humanidad, de
una historia que es nuestra, con solidaridad hacia los pobres de la tierra.
Lo
ha comprendido perfectamente el pueblo judío levantando el memorial de Yad Vashem
“el memorial de los nombres”. Allí, Benedicto XVI pronunció una meditación, que en
estos días evocamos ante la muerte de tantas víctimas inocentes y desconocidas. “Ellos
perdieron su vida, pero jamás perderán sus nombres: pues están grabados para siempre
en los corazones de sus seres queridos, de los supervivientes y de cuantos están decididos
a no volver a permitir que semejante horror pueda volver deshonrar a la humanidad.
Sus nombres, en particular y sobre todo, están grabados de forma indeleble en la memoria
de Dios Omnipotente”. “¡Que sus sufrimientos nunca sean negados, menospreciados, ni
olvidados! ¡Y que toda persona de buena voluntad pueda permanecer vigilante para desarraigar
del corazón del hombre todo lo que sea capaz de llevar a semejantes tragedias como
ésta!”. Debemos desarraigar el odio absurdo que llevó al Holocausto, así como comprometernos
ahora también en desarraigar las injusticias, la indiferencia y el egoísmo que llevan
a demasiadas personas a desaparecer entre las aguas, buscando una vida más humana.
Dios las recuerda, recordémoslas también nosotros.