I Predicación de Cuaresma: las dos caras del amor, eros y ágape, no pueden separarse
sin destruirse
Viernes, 25 mar (RV).- Con la presencia del Papa y la Familia Pontificia, ha tenido
lugar esta mañana, en la capilla Redemptoris Mater del Vaticano, la primera predicación
de Cuaresma del padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia. El padre
capuchino en su intervención, con el título “Las dos caras del amor: eros y ágape”
ha continuado hablando del tema, iniciado ya en Adviento, dando así (como él mismo
ha dicho) “su pequeña contribución en vista a la reevangelización de occidente secularizado,
que constituye en este momento la preocupación principal de toda la Iglesia y en particular
del Santo Padre.
El padre Cantalamessa ha dicho que existe un ámbito en el
cual la secularización actúa de una manera particularmente difundida y nefasta: el
ámbito del amor. “La secularización del amor consiste en separar el amor humano, en
todas sus formas, de Dios, reduciéndolo a algo puramente profano, donde Dios está
de más, y molesta. Pero el tema del amor no es sólo importante para la evangelización,
es decir, para las relaciones con el mundo; lo es también, y ante todo, para la vida
de la Iglesia y para la santificación de sus miembros.
Es esta perspectiva
en la que se coloca -ha dicho el fraile capuchino- la encíclica “Deus caritas est”
de Benedicto XVI y sobre la que el mismo predicador ha colocado también todas sus
reflexiones de hoy.
“El amor -ha dicho el padre Cantalamessa- sufre una nefasta
separación no solo en la mentalidad del mundo secularizado, sino también en el lado
opuesto, es decir, entre los creyentes y en particular entre las almas consagradas.
Simplificando al máximo, ha dicho, “podríamos formular la situación del siguiente
modo: en el mundo encontramos “un eros sin ágape”; y entre los creyentes encontramos
“un ágape sin eros”.
El eros sin ágape es un amor de conquista, que reduce
el otro a objeto del propio placer e ignora la dimensión de sacrificio, de fidelidad
y de donación de sí mismo. Es el llamado amor romántico, rosa, el del lenguaje común
de las novelas, de las películas, de las series televisivas y de Internet.
El
ágape sin eros, el predicador de la Casa Pontificia lo ha comparado al jazz cool,
frío, sin pasión, profesional, en el que los sentimientos se vuelven repetitivos,
en el que la técnica musical sustituye la originalidad y la espontaneidad.
Si
el amor mundano es un cuerpo sin alma, el amor religioso, predicado de este modo -ha
señalado el padre Cantalamessa- es un alma sin cuerpo. El ser humano no es ángel,
ni un espíritu; es alma y cuerpo sustancialmente unidos. Y todo aquello que hace,
comprendido amar, debe reflejar esta estructura.
“Si la parte temporal y corpórea
viene negada o reprimida, el resultado será dúplice: o se va hacia delante renqueando,
por sentido del deber o por defensa de la propia imagen o se buscan compensaciones
más o menos lícitas hasta llegar a los dolorosos casos que conocemos” ha afirmado
el fraile capuchino. En el fondo de muchas desviaciones morales de almas consagradas
no se puede ignorar que existe una morbosa y confusa concepción del amor.
Tenemos
pues un dúplice motivo y una dúplice urgencia que descubrir en el amor en su originaria
unidad, ha afirmado el predicador. “El amor verdadero e integral es como una perla
escondida dentro las dos valvas de una concha que son eros y ágape. No se pueden separar
estas dos dimensiones del amor sin destruirlo, como no se pueden separar el hidrogeno
y el oxígeno sin privarse de la misma agua”.