«Proponer las vocaciones en la Iglesia local»: Mensaje del Papa para la próxima Jornada
Mundial de Oración por las Vocaciones
Jueves, 10 feb (RV).- Se hizo público hoy el Mensaje pontificio para la XLVIII Jornada
Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebrará el próximo 15 de mayo, cuarto
Domingo de Pascua, bajo el tema: «Proponer las vocaciones en la Iglesia local».
Sigue
el texto completo del mencionado mensaje, fechado en la Ciudad del Vaticano el pasado
15 noviembre 2010: Queridos hermanos y hermanas:
La XLVIII Jornada Mundial
de Oración por las Vocaciones que se celebrará el 15 de mayo de 2011, cuarto Domingo
de Pascua, nos invita a reflexionar sobre el tema: «Proponer las vocaciones en
la Iglesia local». Hace setenta años, el Venerable Pío XII instituyó la Obra
Pontificia para las Vocaciones Sacerdotales. A continuación, animadas por sacerdotes
y laicos, obras semejantes fueron fundadas por Obispos en muchas diócesis como respuesta
a la invitación del Buen Pastor, quien, «al ver a las gentes se compadecía de ellas,
porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor», y dijo:
«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la
mies que mande trabajadores a su mies» (Mt 9, 36-38).
El arte de promover
y de cuidar las vocaciones encuentra un luminoso punto de referencia en las páginas
del Evangelio en las que Jesús llama a sus discípulos a seguirle y los educa con amor
y esmero. El modo en el que Jesús llamó a sus más estrechos colaboradores para anunciar
el Reino de Dios ha de ser objeto particular de nuestra atención (cf. Lc 10,9).
En primer lugar, aparece claramente que el primer acto ha sido la oración por ellos:
antes de llamarlos, Jesús pasó la noche a solas, en oración y en la escucha de la
voluntad del Padre (cf. Lc 6, 12), en una elevación interior por encima de
las cosas ordinarias. La vocación de los discípulos nace precisamente en el coloquio
íntimo de Jesús con el Padre. Las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida
consagrada son primordialmente fruto de un constante contacto con el Dios vivo y de
una insistente oración que se eleva al «Señor de la mies» tanto en las comunidades
parroquiales, como en las familias cristianas y en los cenáculos vocacionales.
El
Señor, al comienzo de su vida pública, llamó a algunos pescadores, entregados al trabajo
a orillas del lago de Galilea: «Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mt
4, 19). Les mostró su misión mesiánica con numerosos «signos» que indicaban su amor
a los hombres y el don de la misericordia del Padre; los educó con la palabra y con
la vida, para que estuviesen dispuestos a ser los continuadores de su obra de salvación;
finalmente, «sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre» (Jn
13,1), les confió el memorial de su muerte y resurrección y, antes de ser elevado
al cielo, los envió a todo el mundo con el mandato: «Id y haced discípulos de todos
los pueblos» (Mt 28,19).
La propuesta que Jesús hace a quienes dice
«¡Sígueme!» es ardua y exultante: los invita a entrar en su amistad, a escuchar de
cerca su Palabra y a vivir con Él; les enseña la entrega total a Dios y a la difusión
de su Reino según la ley del Evangelio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24); los invita a salir
de la propria voluntad cerrada en sí misma, de su idea de autorrealización, para sumergirse
en otra voluntad, la de Dios, y dejarse guiar por ella; les hace vivir una fraternidad,
que nace de esta disponibilidad total a Dios (cf. Mt 12, 49-50), y que llega
a ser el rasgo distintivo de la comunidad de Jesús: «La señal por la que conocerán
que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros» (Jn 13, 35).
También
hoy, el seguimiento de Cristo es arduo; significa aprender a tener la mirada de Jesús,
a conocerlo íntimamente, a escucharlo en la Palabra y a encontrarlo en los sacramentos;
quiere decir aprender a conformar la propia voluntad con la suya. Se trata de una
verdadera y propia escuela de formación para cuantos se preparan para el ministerio
sacerdotal y para la vida consagrada, bajo la guía de las autoridades eclesiásticas
competentes. El Señor no deja de llamar, en todas las edades de la vida, para compartir
su misión y servir a la Iglesia en el ministerio ordenado y en la vida consagrada,
y la Iglesia «está llamada a custodiar este don, a estimarlo y amarlo. Ella es responsable
del nacimiento y de la maduración de las vocaciones sacerdotales» (JUAN PABLO II,
Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 41). Especialmente en nuestro
tiempo en el que la voz del Señor parece ahogada por «otras voces» y la propuesta
de seguirlo, entregando la propia vida, puede parecer demasiado difícil, toda comunidad
cristiana, todo fiel, debería de asumir conscientemente el compromiso de promover
las vocaciones. Es importante alentar y sostener a los que muestran claros indicios
de la llamada a la vida sacerdotal y a la consagración religiosa, para que sientan
el calor de toda la comunidad al decir «sí» a Dios y a la Iglesia. Yo mismo los aliento,
como he hecho con aquellos que se decidieron ya a entrar en el Seminario, a quienes
escribí: «Habéis hecho bien. Porque los hombres, también en la época del dominio tecnológico
del mundo y de la globalización, seguirán teniendo necesidad de Dios, del Dios manifestado
en Jesucristo y que nos reúne en la Iglesia universal, para aprender con Él y por
medio de Él la vida verdadera, y tener presentes y operativos los criterios de una
humanidad verdadera» (Carta a los Seminaristas, 18 octubre 2010).
Conviene
que cada Iglesia local se haga cada vez más sensible y atenta a la pastoral vocacional,
educando en los diversos niveles: familiar, parroquial y asociativo, principalmente
a los muchachos, a las muchachas y a los jóvenes -como hizo Jesús con los discípulos-
para que madure en ellos una genuina y afectuosa amistad con el Señor, cultivada en
la oración personal y litúrgica; para que aprendan la escucha atenta y fructífera
de la Palabra de Dios, mediante una creciente familiaridad con las Sagradas Escrituras;
para que comprendan que adentrarse en la voluntad de Dios no aniquila y no destruye
a la persona, sino que permite descubrir y seguir la verdad más profunda sobre sí
mismos; para que vivan la gratuidad y la fraternidad en las relaciones con los otros,
porque sólo abriéndose al amor de Dios es como se encuentra la verdadera alegría
y la plena realización de las propias aspiraciones. «Proponer las vocaciones en la
Iglesia local», significa tener la valentía de indicar, a través de una pastoral vocacional
atenta y adecuada, este camino arduo del seguimiento de Cristo, que, al estar colmado
de sentido, es capaz de implicar toda la vida.
Me dirijo particularmente a
vosotros, queridos Hermanos en el Episcopado. Para dar continuidad y difusión a vuestra
misión de salvación en Cristo, es importante incrementar cuanto sea posible «las
vocaciones sacerdotales y religiosas, poniendo interés especial en las vocaciones
misioneras» (Decr. Christus Dominus, 15). El Señor necesita vuestra colaboración
para que sus llamadas puedan llegar a los corazones de quienes ha escogido. Tened
cuidado en la elección de los agentes pastorales para el Centro Diocesano de Vocaciones,
instrumento precioso de promoción y organización de la pastoral vocacional y de la
oración que la sostiene y que garantiza su eficacia. Además, quisiera recordaros,
queridos Hermanos Obispos, la solicitud de la Iglesia universal por una equilibrada
distribución de los sacerdotes en el mundo. Vuestra disponibilidad hacia las diócesis
con escasez de vocaciones es una bendición de Dios para vuestras comunidades y para
los fieles es testimonio de un servicio sacerdotal que se abre generosamente a las
necesidades de toda la Iglesia.
El Concilio Vaticano II ha recordado explícitamente
que «el deber de fomentar las vocaciones pertenece a toda la comunidad de los fieles,
que debe procurarlo, ante todo, con una vida totalmente cristiana» (Decr. Optatam
totius, 2). Por tanto, deseo dirigir un fraterno y especial saludo y aliento,
a cuantos colaboran de diversas maneras en las parroquias con los sacerdotes. En particular,
me dirijo a quienes pueden ofrecer su propia contribución a la pastoral de las vocaciones:
sacerdotes, familias, catequistas, animadores. A los sacerdotes les recomiendo que
sean capaces de dar testimonio de comunión con el Obispo y con los demás hermanos,
para garantizar el humus vital a los nuevos brotes de vocaciones sacerdotales.
Que las familias estén «animadas de espíritu de fe, de caridad y de piedad» (ibid),
capaces de ayudar a los hijos e hijas a acoger con generosidad la llamada al sacerdocio
y a la vida consagrada. Los catequistas y los animadores de las asociaciones católicas
y de los movimientos eclesiales, convencidos de su misión educativa, procuren «cultivar
a los adolescentes que se les han confiado, de forma que éstos puedan sentir y seguir
con buen ánimo la vocación divina» (ibid).
Queridos hermanos y hermanas,
vuestro esfuerzo en la promoción y cuidado de las vocaciones adquiere plenitud de
sentido y de eficacia pastoral cuando se realiza en la unidad de la Iglesia y va dirigido
al servicio de la comunión. Por eso, cada momento de la vida de la comunidad eclesial
–catequesis, encuentros de formación, oración litúrgica, peregrinaciones a los santuarios-
es una preciosa oportunidad para suscitar en el Pueblo de Dios, particularmente entre
los más pequeños y en los jóvenes, el sentido de pertenencia a la Iglesia y la responsabilidad
de la respuesta a la llamada al sacerdocio y a la vida consagrada, llevada a cabo
con elección libre y consciente.
La capacidad de cultivar las vocaciones
es un signo característico de la vitalidad de una Iglesia local. Invocamos con confianza
e insistencia la ayuda de la Virgen María, para que, con el ejemplo de su acogida
al plan divino de la salvación y con su eficaz intercesión, se pueda difundir en el
interior de cada comunidad la disponibilidad a decir «sí» al Señor, que llama siempre
a nuevos trabajadores para su mies. Con este deseo, imparto a todos de corazón mi
Bendición Apostólica.