En la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, el Papa exhorta a ofrecer un testimonio
cristiano luminoso y coherente ante la progresiva exclusión de la religión de la esfera
pública
Miércoles, 2 feb (RV).- Ante cientos de miembros de los Institutos de Vida Consagrada
y de las Sociedades de Vida Apostólica, congregados a las cinco y media de la tarde,
en la Basílica de San Pedro, el Papa pidió que “Cristo casto, pobre y obediente”,
se transforme en compromiso de vida, sabiduría y “esplendor de la verdad”.
"Vivimos hoy, sobre
todo en las sociedades más desarrolladas, una condición marcada muchas veces por una
radical pluralidad, por una progresiva exclusión de la religión de la esfera pública,
por un relativismo que toca los valores fundamentales. Esto exige que nuestro testimonio
cristiano sea luminoso y coherente y que nuestro esfuerzo educativo sea cada vez más
atento y generoso. Que su acción apostólica, en particular, queridos hermanos y hermanas,
se transforme en compromiso de vida, que accede, con perseverante pasión, a la Sabiduría
como verdad y como belleza, “esplendor de la verdad”.
Seguidamente el
Papa exhortó a los consagrados y consagradas a saber orientar con la sabiduría de
su propia vida, y con la confianza en las posibilidades inagotables de la verdadera
educación, la inteligencia y el corazón de los hombres y de las mujeres de nuestro
tiempo hacia la “vida buena del Evangelio”.
"¡Queridos hermanos
y hermanas, permanezcan escuchas asiduos de la Palabra, porque toda sabiduría de vida
nace de la Palabra del Señor! Sean escrutadores de la Palabra, a través de la lectio
divina, porque la vida consagrada “nace de la escucha de la Palabra de Dios y acoge
el Evangelio como su norma de vida. Vivir siguiendo a Cristo casto, pobre y obediente,
se convierte «en “exegesis” viva de la Palabra de Dios. El Espíritu Santo, en virtud
del cual se ha escrito la Biblia, es el mismo que ha iluminado con luz nueva la Palabra
de Dios a los fundadores y fundadoras. De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere
ser expresión cada regla dando origen a itinerarios de vida cristiana marcados por
la radicalidad evangélica”.
El Santo Padre, al referirse a la Fiesta de
la Presentación del Señor, en la que contemplamos a Jesús, cuando María y José, lo
presentan en el templo, afirmó que constituye un elocuente icono de la total donación
de la propia vida por cuantos –hombres y mujeres- están llamados a reproducir en la
Iglesia y en el mundo, “los rasgos característicos de Jesús casto, pobre y obediente”.
Y al reiterar que fue ésta la razón por la que el Venerable Juan Pablo II escogió
esta festividad para celebrar la Jornada anual de la Vida Consagrada propuso tres
pensamientos para reflexionar en este día.
"El primero: el
icono evangélico de la Presentación de Jesús en el templo contiene el símbolo fundamental
de la luz; la luz que, partiendo de Cristo, se irradia sobre María y José, sobre Simeón
y Ana y, a través de ellos, sobre todos. Los Padres de la Iglesia han unido esta irradiación
al camino espiritual. La vida consagrada expresa tal camino, en modo especial, como
“filocalia”, amor por la belleza divina, reflejo de la bondad de Dios".
En
segundo lugar, Benedicto XVI explicó que el icono evangélico manifiesta la profecía,
don del Espíritu Santo, pues Simeón y Ana, contemplando al Niño Jesús, entrevén su
destino de muerte y de resurrección para la salvación de todos los pueblos y anuncian
este misterio como salvación universal.
"La vida consagrada
está llamada a este testimonio profético, enlazada a su doble actitud contemplativa
y activa. A los consagrados y a las consagradas les es dado –en efecto- manifestar
el primado de Dios, la pasión por el Evangelio practicado como forma de vida y anunciado
a los pobres y a los últimos de la tierra".
En tercer lugar, el Papa
afirmó que el icono evangélico de la Presentación de Jesús en el templo manifiesta
la sabiduría de Simeón y Ana, la sabiduría de una vida dedicada totalmente a la búsqueda
del rostro de Dios, de sus signos, de su voluntad; una vida dedicada a la escucha
y al anuncio de su palabra.
"La vida consagrada
es en el mundo y en la Iglesia signo visible de esta búsqueda del rostro del Señor
y de los caminos que conducen a Él. La persona consagrada testimonia por lo tanto
un compromiso, gozoso y a la vez laborioso, de la búsqueda asidua y sabia de la voluntad
divina".
El Santo Padre concluyó su homilía con una oración dirigida a
todos los consagrados y las consagradas, en todas partes de la tierra, y los encomendó
a la Bienaventurada Virgen María.
HOMILÍA COMPLETA ¡Queridos
hermanos y hermanas! En la Fiesta del día contemplamos al Señor
Jesús que María José presentan en el templo “para ofrecerlo al Señor”. En esta escena
evangélica se revela el misterio del Hijo de la Virgen, el consagrado del Padre, venido
al mundo para cumplir fielmente su voluntad. Simeón lo indica como “luz para iluminar
a las Naciones” y anuncia con palabra profética su entrega suprema a Dios y su victoria
final. Es el encuentro de los dos Testamentos, Antiguo y Nuevo. Jesús entra en el
antiguo templo, Él que es el nuevo Templo de Dios: viene a visitar a su pueblo, trayendo
a cumplimiento la obediencia a la Ley e inaugurando los últimos tiempos de la salvación. Es
interesante observar de cerca esta entrada del Niño Jesús en la solemnidad de templo,
en un gran “ir y venir” de tantas personas, ensimismadas en sus propios compromisos:
los sacerdotes y los levitas con sus turnos de servicio, los numerosos devotos y peregrinos
deseosos de encontrarse con el Dios santo de Israel. Ninguno de ellos –sin embargo,
se da cuenta de nada. Jesús es un niño como los demás, hijo primogénito de dos padres
muy sencillos. También los sacerdotes son incapaces de comprender los signos de la
nueva y particular presencia del Mesías y Salvador. Solo dos ancianos, Simeón y Ana,
descubren la gran novedad. Conducidos por el Espíritu Santo, ellos encuentran en aquel
Niño el cumplimiento de su larga espera y vigilancia. Ambos contemplan la luz de Dios,
que viene a iluminar el mundo y su mirada profética se abre al futuro, como anuncio
del Mesías “luz para iluminar a las naciones”. En la actitud profética de los dos
vigías se encuentra toda la Antigua Alianza que expresa la alegría del encuentro con
el Redentor. Ante la vista del Niño, Simeón y Ana intuyen que él es El Esperado. La
presentación de Jesús en el templo constituye un elocuente icono de la total donación
de la propia vida por cuantos –hombres y mujeres- están llamados a reproducir en la
Iglesia y en el mundo, mediante los consejos evangélicos “los rasgos característicos
de Jesús casto, pobre y obediente”. Por ello la Fiesta de hoy fue elegida por el Venerable
Juan Pablo II para celebrar la Jornada anual de la Vida Consagrada. En este contexto,
dirijo un saludo cordial y de agradecimiento al Cardenal Joao Braz de Aviz, a quien
hace poco he nombrado prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada
y para las Sociedades de Vida Apostólica, con el secretario y los colaboradores. Con
afecto saludo a los superiores generales presentes y a todas las personas consagradas.
Quisiera proponer tres breves pensamientos para la reflexión
en esta fiesta. El primero: El icono evangélico de la Presentación
de Jesús en el templo contiene el Símbolo fundamental de la luz; la luz que, partiendo
de Cristo, se irradia sobre María y José, sobre Simeón y Ana y, a través de ellos,
sobre todos. Los Padres de la Iglesia han unido esta irradiación al camino espiritual.
La vida consagrada expresa tal camino, en modo especial, como “filocalia”, amor por
la belleza divina, reflejo de la bondad de Dios. Sobre el rostro de Cristo resplandece
la luz de esta belleza. “la Iglesia contempla el rostro transfigurado de Cristo, para
confirmarse en la fe y no desfallecer ante su rostro desfigurado en la Cruz… Ella
es la Esposa ante el Esposo, partícipe de su misterio y envuelta por su luz… Esta
luz llega a todos sus hijos… pero una experiencia singular de la luz que emana del
Verbo encarnado es ciertamente la que tienen los llamados a la vida consagrada. La
profesión de los consejos evangélicos, en efecto, los presenta como signo y profecía
para la comunidad de los hermanos y para el mundo”. En segundo
lugar, el icono evangélico manifiesta la profecía, don del Espíritu Santo. Simeón
y Ana, contemplando al Niño Jesús, entrevén su destino de muerte y de resurrección
para la salvación de todos los pueblos y anuncian este misterio como salvación universal.
La vida consagrada está llamada a este testimonio profético, enlazada a su doble actitud
contemplativa y activa. A los consagrados y a las consagradas les es dado –en efecto-
manifestar el primado de Dios, la pasión por el Evangelio practicado como forma de
vida y anunciado a los pobres y a los últimos de la tierra. “En virtud de esta primacía
no se puede anteponer nada al amor personal por Cristo y por los pobres en los que
Él vive. La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con Él, de la escucha atenta
de su Palabra en las diversas circunstancias de la historia. En este modo la vida
consagrada, en su vivir cotidiano sobre los caminos de la humanidad, manifiesta el
Evangelio y el Reino ya presente y operante. En tercer lugar,
el icono evangélico de la Presentación de Jesús en el templo manifiesta la sabiduría
de Simeón y Ana, la sabiduría de una vida dedicada totalmente a la búsqueda del rostro
de Dios, de sus signos, de su voluntad; una vida dedicada a la escucha y al anuncio
de su palabra. “Yo busco tu rostro, Señor”… La vida consagrada es en el mundo y en
la Iglesia signo visible de esta búsqueda del rostro del Señor y de los caminos que
conducen a Él. La persona consagrada testimonia por lo tanto un compromiso, gozoso
y a la vez laborioso, de la búsqueda asidua y sabia de la voluntad divina. ¡Queridos
hermanos y hermanas, permanezcan escuchas asiduos de la Palabra, porque toda sabiduría
de vida nace de la Palabra del Señor! Sean escrutadores de la Palabra, a través de
la lectio divina, porque la vida consagrada “nace de la escucha de la Palabra de Dios
y acoge el Evangelio como su norma de vida. Vivir siguiendo a Cristo casto, pobre
y obediente, se convierte «en “exegesis” viva de la Palabra de Dios. El Espíritu Santo,
en virtud del cual se ha escrito la Biblia, es el mismo que ha iluminado con luz nueva
la Palabra de Dios a los fundadores y fundadoras. De ella ha brotado cada carisma
y de ella quiere ser expresión cada regla dando origen a itinerarios de vida cristiana
marcados por la radicalidad evangélica”. Vivimos hoy, sobre
todo en las sociedades más desarrolladas, una condición marcada muchas veces por una
radical pluralidad, por una progresiva exclusión de la religión de la esfera pública,
por un relativismo que toca los valores fundamentales. Esto exige que nuestro testimonio
cristiano sea luminoso y coherente y que nuestro esfuerzo educativo sea cada vez más
atento y generoso. Que su acción apostólica, en particular, queridos hermanos y hermanas,
se transforme en compromiso de vida, que accede, con perseverante pasión, a la Sabiduría
como verdad y como belleza, “esplendor de la verdad”. Sepan orientar con la sabiduría
de su propia vida, y con la confianza en las posibilidades inagotables de la verdadera
educación, la inteligencia y el corazón de los hombres y de las mujeres de nuestro
tiempo hacia la “vida buena del Evangelio”. En este momento,
mi pensamiento va con especial afecto a todos los consagrados y las consagradas, en
todas partes de la tierra, y los encomiendo a la Bienaventurada Virgen María: Oh
María, Madre de la Iglesia, a ti confío toda la vida consagrada, obtén
para ella la plenitud de la luz divina: viva en la escucha de la Palabra
de Dios, en la humildad del seguimiento de Jesús tu Hijo, Señor nuestro, en
la acogida de la visita del Espíritu Santo, en la gloria cotidiana del magnificat, para
que la Iglesia sea edificada por la santidad de vida de estos hijos e hijas
tuyos, en el mandamiento del amor. Amén.