El Papa subraya que el testimonio fiel y alegre de la propia vocación es un medio
privilegiado para despertar en tantos jóvenes el deseo de ir tras los pasos de Cristo
Martes, 1 feb (RV).- «El mundo tiene necesidad de Dios, y por eso siempre tendrá necesidad
de personas que vivan para Él y que lo anuncien a los demás (cf. Carta a los seminaristas,
18 octubre 2010)», reitera Benedicto XVI, señalando que las vocaciones ocupan un lugar
privilegiado en su corazón y en sus oraciones y alentando al testimonio transparente
de fe, esperanza y caridad. En un Mensaje al II Congreso Continental Latinoamericano
de Vocaciones, que - desde ayer y hasta el sábado, en la ciudad de Cartago, en Costa
Rica - dedicará sus trabajos al lema: «Maestro, en tu Palabra echaré las redes» (Lc
5, 5), el Papa evoca el Primer Congreso Continental Latinoamericano de Vocaciones,
convocado por la Santa Sede hace 17 años, en estrecha colaboración con el Consejo
Episcopal Latinoamericano y la Confederación Latinoamericana de Religiosos.
Y
haciendo hincapié en que «aquel evento significó una importante ocasión para relanzar
en todo el Continente la pastoral vocacional», el Santo Padre destaca que el presente
Congreso es una iniciativa de los obispos responsables de la pastoral vocacional de
América Latina y el Caribe, «con la que se pretende seguir el camino ya iniciado,
en el contexto de ese gran impulso misionero promovido por la V Conferencia General
del Episcopado Latinoamericano, en Aparecida (Documento conclusivo, 548)». Pues la
gran tarea de la evangelización «requiere un número cada vez mayor de personas que
respondan generosamente al llamado de Dios y se entreguen de por vida a la causa del
Evangelio».
«En el alma de cada cristiano resuena siempre de nuevo aquel «sígueme»
de Jesús a los apóstoles, que cambió para siempre sus vidas (cf. Mt 4, 19)», escribe
Benedicto XVI, animando a los distintos agentes de pastoral vocacional de la Iglesia
en América Latina y el Caribe a «fortalecer la pastoral vocacional, para que los bautizados
asuman su llamado de ser discípulos y misioneros de Cristo, en las circunstancias
actuales de esas amadas tierras».
Con el Concilio Vaticano II y el Documento
conclusivo de Aparecida, el Santo Padre señala la importancia de «una buena planificación
y una práctica constante de la pastoral vocacional», cuya primacía debe tener en cuenta
«el cuidado de la vida espiritual». Y pone de relieve asimismo que «es necesario ofrecer
a las jóvenes generaciones la posibilidad de abrir sus corazones a una realidad más
grande: a Cristo, el único que puede dar sentido y plenitud a sus vidas».
Tras
recordar que «necesitamos vencer nuestra autosuficiencia e ir con humildad al Señor,
suplicándole que siga llamando a muchos», y que «al mismo tiempo, el fortalecimiento
de nuestra vida espiritual nos ha de llevar a una identificación cada vez mayor con
la voluntad de Dios, y a ofrecer un testimonio más limpio y transparente de fe, esperanza
y caridad», Benedicto XVI señala que «ciertamente, el testimonio personal y comunitario
de una vida de amistad e intimidad con Cristo, de total y gozosa entrega a Dios, ocupa
un lugar de primer orden en la labor de promoción vocacional». Pues «el testimonio
fiel y alegre de la propia vocación ha sido y es un medio privilegiado para despertar
en tantos jóvenes el deseo de ir tras los pasos de Cristo. Y, junto a eso, la valentía
de proponerles con delicadeza y respeto la posibilidad de que Dios los llame también
a ellos».
En este contexto, Benedicto XVI subraya que «con frecuencia, la
vocación divina se abre paso a través de una palabra humana, o gracias a un ambiente
en el que se experimenta una fe viva». Y «hoy, como siempre, los jóvenes «son sensibles
a la llamada de Cristo que les invita a seguirle» (Discurso en la sesión inaugural
de la V Conferencia General, Aparecida, 13 mayo 2007).
El mensaje pontificio
anima a los «queridos hermanos y hermanas, a que se consagren con todas sus fuerzas
y talentos a esta apasionante y urgente tarea, que el Señor sabrá recompensar con
creces». E implora sobre «los organizadores y participantes en ese Congreso la intercesión
de la Virgen María, verdadero modelo de respuesta generosa a la iniciativa de Dios»,
al mismo tiempo que les imparte una especial Bendición Apostólica.
Entre los
participantes en el II Congreso Continental Latinoamericano de Vocaciones, está también
el Presidente del Área de Comunicación Eclesial de la Conferencia Episcopal Boliviana,
Mons. Ricardo Centellas, que destaca la importancia de este encuentro, cuyo tema es
«Llamados a lanzar las redes para alcanzar vida plena en Cristo»:
MENSAJE
COMPLETO
Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI al II Congreso Continental
Latinoamericano de Vocaciones Cartago, 31 de enero – 5 de febrero de 2011
Queridos
hermanos en el Episcopado, Amados presbíteros, religiosas, religiosos
y fieles laicos
Próximamente se cumplirán 17 años del Primer Congreso
Continental Latinoamericano de Vocaciones, convocado por la Santa Sede, en estrecha
colaboración con el Consejo Episcopal Latinoamericano y la Confederación Latinoamericana
de Religiosos. Aquel evento significó una importante ocasión para relanzar en todo
el Continente la pastoral vocacional. El presente Congreso, que os disponéis a celebrar
en la ciudad de Cartago, en Costa Rica, es una iniciativa de los Obispos responsables
de la pastoral vocacional de América Latina y el Caribe, con la que se pretende seguir
el camino ya iniciado, en el contexto de ese gran impulso misionero promovido por
la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Aparecida (Documento conclusivo,
548). La gran tarea de la evangelización requiere un número cada vez mayor de personas
que respondan generosamente al llamado de Dios y se entreguen de por vida a la causa
del Evangelio. Una acción misionera más incisiva trae como fruto precioso, junto al
fortalecimiento de la vida cristiana en general, el aumento de las vocaciones de especial
consagración. De alguna manera, la abundancia de vocaciones es un signo elocuente
de vitalidad eclesial, así como de la fuerte vivencia de la fe por parte de todos
los miembros del Pueblo de Dios. La Iglesia, en lo más íntimo de su ser,
tiene una dimensión vocacional, implícita ya en su significado etimológico: «asamblea
convocada» por Dios. La vida cristiana participa también de esta misma dimensión vocacional
que caracteriza a la Iglesia. En el alma de cada cristiano resuena siempre de nuevo
aquel «sígueme» de Jesús a los apóstoles, que cambió para siempre sus vidas (cf. Mt
4, 19). En este segundo Congreso, que tiene por lema: «Maestro, en tu Palabra
echaré las redes» (Lc 5, 5), los distintos agentes de pastoral vocacional de la Iglesia
en América Latina y el Caribe se han reunido con el objetivo de fortalecer la pastoral
vocacional, para que los bautizados asuman su llamado de ser discípulos y misioneros
de Cristo, en las circunstancias actuales de esas amadas tierras. A este respecto,
el Concilio Vaticano II afirma que: «toda la comunidad cristiana tiene el deber de
fomentar las vocaciones, y debe procurarlo, ante todo, con una vida plenamente cristiana»
(Optatam totius, 2). La pastoral vocacional ha de estar plenamente insertada en el
conjunto de la pastoral general, y con una presencia capilar en todos los ámbitos
pastorales concretos (Cf. V Conferencia General, Aparecida, Documento conclusivo,
314). La experiencia nos enseña que, allí donde hay una buena planificación y una
práctica constante de la pastoral vocacional, las vocaciones no faltan. Dios es generoso,
e igualmente generoso debería ser el empeño pastoral vocacional en todas las Iglesias
particulares. Entre los muchos aspectos que se podrían considerar para
el cultivo de las vocaciones, quisiera destacar la importancia del cuidado de la vida
espiritual. La vocación no es fruto de ningún proyecto humano o de una hábil estrategia
organizativa. En su realidad más honda, es un don de Dios, una iniciativa misteriosa
e inefable del Señor, que entra en la vida de una persona cautivándola con la belleza
de su amor, y suscitando consiguientemente una entrega total y definitiva a ese amor
divino (cf. Jn 15, 9.16). Hay que tener siempre presente la primacía de la vida del
espíritu como base de toda programación pastoral. Es necesario ofrecer a las jóvenes
generaciones la posibilidad de abrir sus corazones a una realidad más grande: a Cristo,
el único que puede dar sentido y plenitud a sus vidas. Necesitamos vencer nuestra
autosuficiencia e ir con humildad al Señor, suplicándole que siga llamando a muchos.
Pero al mismo tiempo, el fortalecimiento de nuestra vida espiritual nos ha de llevar
a una identificación cada vez mayor con la voluntad de Dios, y a ofrecer un testimonio
más limpio y transparente de fe, esperanza y caridad. Ciertamente, el testimonio
personal y comunitario de una vida de amistad e intimidad con Cristo, de total y gozosa
entrega a Dios, ocupa un lugar de primer orden en la labor de promoción vocacional.
El testimonio fiel y alegre de la propia vocación ha sido y es un medio privilegiado
para despertar en tantos jóvenes el deseo de ir tras los pasos de Cristo. Y, junto
a eso, la valentía de proponerles con delicadeza y respeto la posibilidad de que Dios
los llame también a ellos. Con frecuencia, la vocación divina se abre paso a través
de una palabra humana, o gracias a un ambiente en el que se experimenta una fe viva.
Hoy, como siempre, los jóvenes «son sensibles a la llamada de Cristo que les invita
a seguirle» (Discurso en la sesión inaugural de la V Conferencia General, Aparecida,
13 mayo 2007). El mundo tiene necesidad de Dios, y por eso siempre tendrá necesidad
de personas que vivan para él y que lo anuncien a los demás (cf. Carta a los seminaristas,
18 octubre 2010). La preocupación por las vocaciones ocupa un lugar privilegiado
en mi corazón y en mis oraciones. Les animo, pues, queridos hermanos y hermanas, a
que se consagren con todas sus fuerzas y talentos a esta apasionante y urgente tarea,
que el Señor sabrá recompensar con creces. Imploro sobre los organizadores y participantes
en ese Congreso la intercesión de la Virgen María, verdadero modelo de respuesta generosa
a la iniciativa de Dios, al mismo tiempo que les imparto una especial Bendición Apostólica. Vaticano,
21 de enero de 2011