Mensaje para Jornada Mundial de las Misiones: Benedicto XVI lamenta el estilo de vida
imperante que prescinde de Dios y exalta la búsqueda del dinero fácil, la carrera
y el éxito, como objetivos de la vida, en detrimento de los valores morales
Martes, 25 ene (RV).- «Como el Padre me envió, yo también os envío» (Jn 20,21). Con
estas palabras de Jesús resucitado a los discípulos y con el llamado del Venerable
Juan Pablo II, en ocasión del Jubileo del 2000, al comienzo de un nuevo milenio de
la era cristiana, empieza el Mensaje – fechado el 6 de enero, solemnidad de la Epifanía
del Señor y que se ha publicado hoy - de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de
las Misiones, que este año será el 23 de octubre, pues se celebra el tercer domingo
de este mes.
Con el anhelo que la Jornada Mundial de las Misiones «reavive
en cada uno el deseo y la alegría de salir al encuentro de la humanidad, llevando
a todos a Cristo», el Papa hace hincapié en que por medio de la «participación corresponsable
en la misión de la Iglesia, el cristiano se vuelve constructor de la comunión, de
la paz y de la solidaridad que Cristo nos ha donado. Y colabora en la realización
del plan salvífico de Dios para toda la humanidad». Los desafíos que encuentra la
misma humanidad, destaca Benedicto XVI, «apelan a los cristianos a caminar con los
demás y la misión es parte integrante de este camino con todos» en que «llevamos nuestra
vocación cristiana, el tesoro inestimable del Evangelio, el testimonio vivo de Jesús
muerto y resucitado, encontrado y creído en la Iglesia».
Tras reiterar asimismo
que anunciando el Evangelio, la Iglesia sigue con atención entrañable todo lo que
concierne a la vida humana, el Papa evoca la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi
de Pablo VI y recuerda que «no es aceptable, que en la evangelización se descuiden
los temas que se refieren a la promoción humana, la justicia, la liberación de toda
forma de opresión, obviamente en el respeto de la autonomía de la esfera política».
Pues «desinteresarse de los problemas temporales de la humanidad ‘sería ignorar la
doctrina del Evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad’»
(n.31.34). Y no sería acorde con lo que hacía Jesús.
Haciendo resonar la exhortación
de su amado predecesor, Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris missio, Benedicto
XVI reitera que «la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana,
da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización
de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión
universal». (n.2)
“Id y anunciad”, alienta el Papa haciendo hincapié en que
«todos aquellos que han encontrado al Señor resucitado perciben la necesidad profunda
y entrañable de anunciarlo a los demás, como hicieron los discípulos de Emaús. Anunciarlo
a todos los pueblos, como señalan también el Siervo de Dios Pablo VI y el Concilio
Vaticano II. Tarea que «no ha perdido su urgencia», escribe Benedicto XVI, recordando
que «la misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse»
(Redemptoris missio 1) y que no podemos permanecer tranquilos cuando, «después de
dos mil años, hay aún pueblos que no conocen a Cristo y todavía no han escuchado su
Mensaje de salvación».
«No sólo, sino que se va ampliando la multitud de aquellos
que, aún habiendo recibido el anuncio del Evangelio, se han olvidado de él, lo han
abandonado y ya no se reconocen en la Iglesia», lamenta Benedicto XVI, añadiendo luego
que «además, muchos ambientes, también en sociedades tradicionalmente cristianas,
son refractarios a abrirse a la palabra de la fe».
Asistimos a «un cambio cultural,
alimentado también por la globalización, por movimientos de pensamiento y por el imperante
relativismo, un cambio que lleva a una mentalidad y a un estilo de vida que prescinden
del Mensaje evangélico, como si Dios no existiera. Y que exaltan la búsqueda del bienestar,
de las ganancias fáciles, de la carrera y del éxito, como objetivo de la vida, aun
en detrimento de los valores morales», escribe el Santo Padre, recordando luego que
la misión universal de la Iglesia es corresponsabilidad de todos. Pues el «Evangelio
no es un bien exclusivo de quien lo ha recibido, sino un don que se debe compartir,
una bella noticia que se debe comunicar».
Un don, que es al mismo tiempo un
compromiso, que debe abarcar todas las actividades de la Iglesia en el mundo. Pues
la dimensión misionera de la misma Iglesia es esencial, en todos los ámbitos y durante
todo el año, no sólo en la Jornada Mundial de las Misiones, reitera Benedicto XVI,
destacando luego la importancia de la «Evangelización global».
Y, entre los
elementos de la evangelización, el Papa destaca la «atención peculiar que desde siempre
se dedica a la solidaridad», que es también uno de los objetivos de la Jornada Mundial
de las Misiones, que a su vez, por medio de las Pontificias Obras Misioneras, solicita
la ayuda para el desarrollo de las tareas de evangelización en los territorios de
misión.
«Se trata de sostener instituciones necesarias para establecer y consolidar
a la Iglesia mediante los catequistas, los seminarios y los sacerdotes. Así como de
contribuir de forma activa a mejorar las condiciones de vida de las personas en aquellos
países donde se sufre la gravedad de los múltiples fenómenos de pobreza, malnutrición
sobre todo infantil, enfermedades, carencias de servicio sanitarios y de instrucción».
Todo ello, vuelve a destacar una vez más, Benedicto XVI «forma parte de la misión
de la Iglesia».