El Papa bautiza a 21 niños y pide colaboración entre la comunidad cristiana y la familia
en un contexto social sin referencias culturales en el que se hace muy difícil el
compromiso educativo
Domingo, 09 ene (RV).- Benedicto XVI ha presidido esta mañana en la Capilla Sixtina
la Santa Misa en el curso de la cual ha bautizado a 21 recién nacidos. La solemne
ceremonia eucarística que concluye el ciclo de la liturgia navideña ha sido concelebrada
con Benedicto XVI por los arzobispos Félix del Blanco Prieto, Limosnero de Su Santidad
y Carlo María Viganó, Secretario General del Gobernatorato del Estado de la Ciudad
del Vaticano, quienes han ayudado al Santo Padre también en los ritos bautismales.
En
la fiesta de hoy, Bautismo del Señor, el Pontífice ha renovado una tradición querida
por su antecesor, el Papa Juan Pablo II. Los 21 bautizados son hijos de funcionarios
de la Santa Sede. El mayor tiene 4 meses y la más pequeña cuatro semanas de vida.
Algunos de sus hermanos han traído ante el altar los dones durante el ofertorio.
En
su homilía el Papa, tras dar una cálida bienvenida, a los padres y padrinos de los
21 niños, ha explicado el rito y la tradición del sacramento del Bautismo, que se
lleva a cabo en la Fiesta del Bautismo del Señor, que coincide con el primer domingo
después de la Epifanía. La manifestación del Señor en el Jordán termina pues, con
el tiempo de la Navidad.
Según el relato del evangelista Mateo, Jesús vino
de Galilea al río Jordán para ser bautizado por Juan; de hecho, de toda Palestina
se congregaban allí las gentes para escuchar la predicación de este gran profeta,
y el anuncio de la venida del Reino de Dios, y también para ser bautizados, es decir,
para recibir aquel signo de penitencia que llamaba a la conversión del pecado.
“Aunque
se llamara bautismo, -ha señalado el Santo Padre- este rito no tenía el valor sacramental
del rito que celebramos hoy”. Es en realidad con su muerte y resurrección, con la
que Jesús instituye los sacramentos y da luz a la Iglesia. El administrado por Juan,
era más bien un acto penitencial, un gesto que invitaba a la humildad ante Dios, para
un nuevo inicio: sumergiéndose en el agua, el penitente reconocía haber pecado, imploraba
de Dios la purificación de las propias culpas y era invitado a cambiar su comportamiento.
“Por eso cuando el Bautista vio a Jesús que, en hilera con los pecadores,
llegaba para ser bautizado, quedó sorprendido”, ha afirmado el Pontífice. Reconociendo
en Él al Mesías, el Santo de Dios, Aquel que no tiene pecado, Juan manifiesta su desconcierto;
él mismo, el Bautista hubiera querido ser bautizado por Jesús, pero Jesús le exhorta
a no oponer resistencia, a que acepte y cumpla este gesto para llevar a cabo aquello
que resulta conveniente para "cumplir toda justicia."
Con este gesto, revela
ante todo que es Jesús: es el Hijo de Dios, verdadero Dios como el Padre; es Aquel
que se ha hecho como uno de nosotros, Aquel que se ha hecho hombre y ha aceptado humillarse
hasta la muerte en la cruz. El bautismo de Jesús, cuya memoria recordamos hoy, se
inscribe en esta lógica de la humildad: es el gesto de Aquel que quiere ser en todo
como uno de nosotros y se pone en hilera con los pecadores. El que está libre de
pecado se deja tratar como un pecador para llevar sobre sus hombros la carga de la
culpa de toda la humanidad
Jesús
ha dicho el Papa es el "siervo de Yahvé" del quien hablaba Isaías en la primera lectura.
Su humildad viene dictada por querer establecer una plena comunión con la humanidad.
Su deseo es lograr una auténtica solidaridad con el hombre y su condición.
El
gesto de Jesús anticipa la Cruz, la aceptación de la muerte por los pecados del hombre.
Este acto de rebajarse a la condición humana con el que Jesús quiere ajustarse totalmente
al designio del amor del Padre, manifiesta la plena sintonía de la voluntad y propósito
que existe entre las personas de la Santísima la Trinidad
Y por su parte,
ha afirmado Benedicto XVI, “el Padre revela abiertamente a los hombres la profunda
comunión que le une al Hijo: la voz que resuena desde lo alto confirma que Jesús es
totalmente obediente al Padre y que esta obediencia es expresión del amor que los
une. Por ello, el Padre se complace en Jesús, en la acción del Hijo, ya que reconoce
el deseo de seguir en todo a su voluntad.
Estimados padres, el Bautismo
que hoy pedís para vuestros hijos, los introduce en este intercambio de amor recíproco
que está en Dios, entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En este gesto que yo
voy a cumplir, recae sobre ellos el amor de Dios, inundándoles con sus dones. A través
del lavamiento del agua, vuestros hijos vienen a formar parte de la vida misma de
Jesús, que murió en la cruz para liberarnos del pecado y resucitando ha vencido la
muerte
Por eso ha
señalado el Pontífice, “espiritualmente inmersos en la muerte y resurrección de Jesús,
los niños son liberados del pecado original y comienzan su vida de gracia, que es
la vida misma de Jesús Resucitado.
El Señor nos ha dado lo que es más precioso
en la vida, y este es el motivo más verdadero y el más hermoso para vivir: es por
la gracia que hemos creído en Dios, que hemos conocido su amor, con el que quiere
salvarnos y líbranos del mal. Ahora vosotros, queridos padres, padrinos y madrinas,
pedid a la Iglesia que acepte en su seno a estos niños, para darles el Bautismo, y
haced esta petición por el mismo don de la fe que vosotros habéis, a su vez, recibido
A través del
sacramento del Bautismo, ha proseguido explicado Benedicto XVI, el Señor consagra
a vuestros hijos y los llama a seguir a Jesús, a través de la realización de su vocación
personal, de acuerdo con el diseño particular del amor que el Padre tiene en mente
para cada uno de ellos. El objetivo final de esta peregrinación terrena será la plena
comunión con Dios en la felicidad eterna.
Por el Bautismo, estos niños
reciben el regalo de un sello espiritual indeleble, el "carácter", que marca para
siempre su pertenencia al Señor y los hace que sean miembros vivos de su Cuerpo místico,
que es la Iglesia. Mientras entran a formar parte del Pueblo de Dios, para estos niños,
inicia hoy un camino de santidad y de conformidad a Jesús, una realidad que es puesta
en ellos como la semilla de un espléndido árbol, que debe crecer
“Comprendiendo
la grandeza de este don -ha dicho el Papa- desde los primeros siglos, se ha tenido
premura de dar el bautismo a los bebés al nacer. Luego, también habrá necesidad de
la adhesión libre y consciente a esta vida de fe y amor, y por eso es necesario que,
después del bautismo, los niños sen educados en la fe, instruidos de acuerdo a la
sabiduría de las Escrituras y la enseñanzas de la Iglesia, para que las semillas de
la fe que están recibiendo hoy puedan llegar a la madurez plena de los cristianos.
La Iglesia, que les da la bienvenida entre sus hijos, es responsable, junto con los
padres y padrinos, para acompañarlos en este camino de crecimiento.
La
colaboración entre la comunidad cristiana y la familia es muy necesaria en el contexto
social actual, donde la institución familiar está amenazada por muchos lados, y ha
de afrontar muchas dificultades en su misión de educar a la fe. La falta de referencias
culturales y la rápida transformación a la que está continuamente sujeta la sociedad,
hacen muy difícil el compromiso educativo. Por ello es necesario que las parroquias
se esfuercen cada vez más en apoyar a las familias, pequeñas iglesias domésticas,
en su tarea de transmisión de la fe
Texto
completo Homilía santa Misa de la Fiesta del Bautismo del Señor 09-01-11º
Queridos
hermanos y hermanas: Soy feliz de darles la cordial bienvenida, en particular a Uds.
padres, padrinos y madrinas de los 21 neonatos a los cuales, dentro de poco, tendré
la alegría de administrar el sacramento del bautismo. Como es tradición, este rito
se desarrolla en la santa Eucaristía en la que celebramos el Bautismo del Señor. Se
trata de la Fiesta que, en el primer domingo después de la solemnidad de la Epifanía,
cierra el tiempo natalicio con la manifestación del Señor en el Jordan. Según
el relato del evangelista Mateo (3,13-17), Jesús viene de la Galilea al río Jordán,
para hacerse bautizar por Juan; de hecho, de toda la Palestina acudían para escuchar
la predicación de este gran profeta, el anuncio del adviento del Reino de Dios, y
para recibir el bautismo, esto es para someterse a aquel signo de penitencia que llamaba
a la conversión del pecado. Aún llamándose bautismo, este no tenía el valor sacramental
del rito que celebramos hoy; como bien saben, es con su muerte y resurrección que
Jesús instituye los Sacramentos y hace nacer la Iglesia. Aquel administrado por Juan,
era un acto penitencial, un gesto que invitaba a la humildad frente a Dios, invitaba
a un nuevo inicio: sumergiéndose en el agua, el penitente reconocía haber pecado,
imploraba a Dios la purificación de las propias culpas y era enviado a cambiar los
comportamientos equivocados, muriendo en el agua y resurgiendo a una vida nueva. Por
esto, cuando el Bautista ve a Jesús que, en fila con los pecadores, viene a hacerse
bautizar, queda perplejo; reconociendo en él al Mesías, el Santo de Dios, Aquel que
es sin pecado, Juan manifiesta su desconcierto: él mismo, el que bautiza hubiera querido
hacerse bautizar por Jesús. Pero Jesús lo exhorta a no poner resistencia, aceptar
cumplir este acto, para obrar lo que conviene y "cumplir toda justicia". Cone esta
expresión Jesús manifiesta de haber venido al mundo para hacer la voluntad de Aquel
que lo ha enviado, para cumplir todo lo que el Padre le pide; es para obedecer la
Padre que él ha aceptado hacerse hombre. Este gesto revela sobre todo quien es Jesús:
es el Hijo de Dios, verdadero Dios como el Padre; es Aquel que "se ha abajado" para
hacerse uno de nosotros Aquel que se hizo hombre ha aceptado de humillarse hasta la
muerte de la cruz. (Cfr. Fil. 2,7). El bautismo de Jesús, del que hoy hacemos memoria,
se coloca en esta lógica de la humildad y de la solidaridad: es el gesto de Aquel
que quiere hacerse en todo igual a nosotros y se pone realmente en fila con los pecadores;
él, que no tiene pecado, se dejan tratar como pecador (Cfr. 2Cor 5,21), para llevar
sobre sus hombros el peso de la culpa de toda la humanidad, también de nuestra culpa.
Es el "siervo de Dios" del que nos habla el profeta Isaías en la primera lectura (Cfr.
42,1). Su humildad es dictada del querer establecer la comunión plena con la humanidad,
del deseo de realizar una verdadera solidaridad con el hombre y con su condición.
El gesto de Jesús anticipa la cruz, la aceptación de la muerte por los pecados del
hombre. Este acto de abajamiento con el que Jesús quiere uniformarse totalmente al
diseño de amor del Padre, y conformarse con nosotros, manifiesta la plena sintonía
de voluntad y de intenciones que hay entre las personas de la Santísima Trinidad.
Por tal acto de amor, el Espíritu de Dios se manifiesta y viene sobre Él como paloma,
y en aquel momento, el amor que une a Jesús con el Padre viene testimoniado, a cuantos
asisten al bautismo, por una voz de lo alto que todos escuchan. El Padre manifiesta
abiertamente a los hombres, a nosotros, la comunión profunda que lo liga al Hijo:
la voz que resuena de lo alto atestigua que Jesús es obediente en todo al Padre y
que esta obediencia es expresión del amor que los une entre ellos. Por esto, el Padre
deposita su complacencia en Jesús, porque reconoce en el obrar del Hijo el deseo de
seguir en todo su voluntad: "Este es mi Hijo, el amado: en él me complazco" (Mt.3,
17). Y esta palabra del Padre alude también, en anticipo, a la victoria de la resurrección
y nos dice cómo debemos vivir para estar en la complacencia del Padre, comportándonos
como Jesús. Queridos padres, el Bautismo que Uds. hoy piden
para sus hijos, los inserta en este intercambio de amor reciproco que hay en Dios
entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; por este gesto que estoy por realizar,
se derrama sobre ellos el amor de Dios, inundándoles de sus dones. A través del lavado
del agua, sus hijos vienen injertados en la vida misma de Jesús resucitado. "Él, Jesús
-afirma san Pablo- se ha dado a si mismo por nosotros, para rescatarnos de toda iniquidad
y formar para sí un pueblo puro que le pertenezca, lleno de celo por la obras buenas"
(Tt 2,14) Queridos amigos, donándonos la fe, el Señor nos ha
dado lo más precioso de la vida, y este es el motivo más verdadero y más bello por
el cual vivir: es por gracia que hemos creído en Dios, que hemos conocido su amor,
con el que quiere salvarnos y liberarnos del mal. La fe es el gran don con el cual
nos da también la vida eterna. Ahora a Uds., queridos padres, padrinos y madrinas,
piden a la Iglesia que reciba en su seno a estos niños, que les de el Bautismo; y
este pedido lo hacen en razón del don de la fe que Uds. mismos tienen, y que a su
vez, han recibido. Con el profeta Isaías, cada cristiano puede repetir: "El Señor
me plasmo siervo suyo desde el seno materno" (cfr. 49,5); así, queridos padres, sus
hijos son un don precioso del Señor, el cual ha reservado para si sus corazones a
fin de poderlos colmar de su amor. A través del sacramento del Bautismo, hoy los consagra
y los llama a seguir a Jesús, a través de la realización de su vocación personal según
aquel particular designio de amor que el padre tiene en mente para cada uno de ellos;
meta de esta peregrinación terrena es la plena comunión con él en la felicidad eterna. Recibiendo
el Bautismo, estos niños obtienen en don el sello espiritual indeleble, el "carácter",
que signa interiormente para siempre su pertenencia al Señor y los hace miembros vivos
de su cuerpo místico, que es la iglesia. Mientras entran a formar parte del Pueblo
de Dios, para estos niños inicia hoy un camino que debería ser un camino de santidad
y de conformación a Jesús, una realidad que es puesta en ellos como la semilla de
un esplendido árbol, que debe hacerse crecer. Por esto, comprendiendo la grandeza
de este don, desde los primeros siglos se ha tenido el cuidado de dar el bautismo
a los niños apenas nacidos. Ciertamente, habrá después necesidad de una adhesión libre
y conciente a esta vida de fe y de amor, y es por esto que es necesario que, después
del Bautismo, ellos vengan educados en la fe, instruidos según la sabiduría de la
sagrada Escritura y las enseñanzas de la Iglesia, de modo que crezca en ellos este
germen de la fe que hoy reciben y que puedan alcanzar la plena madurez cristiana.
La Iglesia que los recibe entre sus hijos debe hacerse cargo, junto a sus padres y
a sus padrinos, de acompañarlos en su camino de crecimiento. La colaboración entre
la comunidad cristiana y la familia es muy necesaria en el actual contexto social,
en el que la institución familiar es amenazada de muchas partes y tiene que hacer
frente a no pocas dificultades en su misión de educar en la fe. El disminuir de las
estables referencias culturales y las rápidas transformaciones a la que es continuamente
expuesta la sociedad, hacen verdaderamente arduo el empeño educativo. Por esto, es
necesario que las parroquias se dediquen siempre más a sostener las familias, pequeñas
iglesias domésticas, en su trabajo de transmisión de la fe. Queridos
padres, agradezco con Uds. al Señor por el don del Bautismo de estos vuestros hijos;
al elevar nuestra oración por ellos, invoquemos abundantemente el don del Espíritu
Santo, que hoy los consagra a imagen de Cristo sacerdote, rey y profeta. Confiándolos
a la materna intercesión de María Santísima, pidamos para ellos vida y salud, para
que puedan crecer y madurar en la fe, y dar, con sus vidas, frutos de santidad y de
amor. Amén. Traducción del italiano: jesuita Guillermo Ortiz