El Papa exhorta a dejarnos guiar por la Palabra de Dios, la verdadera estrella, que
en la incertidumbre de los debates humanos, nos ofrece el inmenso esplendor de la
verdad divina
Jueves, 06 ene (RV).- En su homilía de la Misa, que presidió esta mañana en la Basílica
de San Pedro, el Papa recordó que «en la solemnidad de la Epifanía, la Iglesia sigue
contemplando y celebrando el misterio del nacimiento de Jesús salvador y, en particular,
esta celebración subraya el destino y el significado universales de este nacimiento.
Pues, «haciéndose hombre en el vientre de María, el Hijo de Dios ha venido no sólo
para el pueblo de Israel, representado por los pastores de Belén, sino también para
toda la humanidad, representada por los Magos».
Benedicto XVI reflexionó, precisamente
sobre los Magos y el camino que cumplieron buscando al Mesías. Ante todo, encontraron
al rey Herodes, hombre de poder, que llega a ver a Dios como rival peligroso y que
miente cuando dice que lo quiere adorar, pues, en realidad lo quiere eliminar. Personaje
que no nos cae simpático y que instintivamente juzgamos negativamente por su brutalidad,
señaló el Papa, invitando a preguntarnos si, de alguna forma, no hay algo de Herodes
en cada uno de nosotros. Si quizá, algunas veces, vemos a Dios como a un rival, permaneciendo
ciegos ante sus signos y sordos ante sus palabras, porque pensamos que quiere poner
límites a nuestra vida y no nos permite disponer de ella como nos guste:
Debemos quitar
de nuestra mente y de nuestro corazón la idea de la rivalidad, de que, dar espacio
a Dios, sea un límite para nosotros mismos. Debemos abrirnos a la certeza de que Dios
es el amor omnipotente que no quita nada, no amenaza. Aún más, es el Único capaz de
ofrecernos la posibilidad de vivir en plenitud, de encontrar la verdadera alegría.
Refiriéndose
a los estudiosos, a los teólogos y a los expertos, que saben todo de las Sagradas
Escrituras, que los Magos encuentran luego, Benedicto XVI exhortó a no ser como ellos,
de quienes san Agustín afirma que ‘aman ser guías para los demás, indican el camino,
pero no caminan y se quedan estancados’. Y, reflexionando, sobre la estrella, más
allá de los debates entre los astrónomos, el Papa recordó que los Magos iban buscando
las huellas de Dios, intentando leer su ‘firma en la creación’. No con telescopios,
sino con la razón y el anhelo impulsado por la fe. «El Universo no es fruto de la
casualidad, como algunos quisieran hacernos creer», enfatizó una vez más el Santo
Padre, haciendo hincapié en «la sabiduría del Creador, en la inextinguible fantasía
de Dios, en su infinito amor hacia los hombres»:
En la belleza
del mundo, en su misterio, en su grandeza y en su racionalidad no podemos no leer
la racionalidad eterna. Y no podemos hacer otra cosa que dejarnos guiar por ella hasta
el único Dios, Creador del cielo y de la tierra. Si tendremos esa mirada, veremos
que Aquel que ha creado al mundo y Aquel que ha nacido en una gruta en Belén y que
sigue habitando entre nosotros en la Eucaristía, son el mismo Dios vivo, que nos interpela,
nos ama, nos quiere conducir a la vida eterna.
Y prosiguiendo su camino,
los Magos llegan a Jerusalén y ven que sobre la gran ciudad la estrella desaparece.
Constatan con estupor que el recién nacido no se encuentra en los lugares del poder
y de la cultura, que si bien pueden ofrecer informaciones importantes, algunas veces
llegan a impedir el encuentro con el Niño Dios. La estrella guía a los Magos hasta
la pequeña ciudad de Belén, entre los pobres y los humildes. «Dios no se manifiesta
en el poder de este mundo, sino en la humildad de su amor, aquel amor que pide a nuestra
libertad ser acogido para transformarnos y hacernos capaces de llegar a Aquel que
es el Amor», reiteró el Papa, señalando que, de alguna forma - también hoy - algunos
piensan que para salvar el mundo Dios debería manifestar todo su poder dando un sistema
económico más justo:
En realidad,
ello sería como una violencia contra el hombre, porque le negaría los elementos fundamentales
que lo caracterizan. En efecto, no se apelaría ni a nuestra libertad, ni a nuestro
amor. El poder de Dios se manifiesta de forma totalmente distinta: en Belén, donde
encontramos la aparente impotencia de su amor. Allí, es donde tenemos que ir. Allí,
encontramos la estrella de Dios.
Benedicto XVI concluyó su homilía destacando
la importancia del elemento con el que culmina el camino de los Magos y poniendo de
relieve que «el lenguaje de la creación nos permite recorrer un buen trecho de la
senda hacia Dios, pero no nos brinda la luz definitiva»:
Al final, para
los Magos fue indispensable escuchar la voz de las Sagradas Escrituras: sólo ella
podían indicarles el camino. Es la Palabra de Dios, la verdadera estrella, que, en
la incertidumbre de los debates humanos, nos ofrece el inmenso esplendor de la verdad
divina. Queridos hermanos y hermanas, dejémonos guiar por la estrella, que es la Palabra
de Dios, sigámosla en nuestra vida, caminando con la Iglesia donde la Palabra puso
su tienda. Nuestro camino será iluminado siempre por una luz que ningún otro signo
puede darnos. Y así, también nosotros, podremos ser estrellas para los demás, reflejo
de aquella luz que Cristo ha hecho resplandecer sobre nosotros. Amén.