2011-01-05 15:39:23

Benedicto XVI exhortó a rescatar la Navidad de moralismos y sentimentalismos porque pese al consumismo todos pueden intuir en el nacimiento de Jesús los profundos anhelos y esperanzas del hombre


Miércoles, 05 ene (RV).- La celebración de la Iglesia, en estos días de Navidad – primicia del tiempo pascual - no es sólo un recuerdo de algo pasado, sino una feliz experiencia de la presencia de Cristo, que perdura en nuestro mundo. En su primera audiencia general de 2011, el Papa alienta «a vivir con intensidad el misterio del nacimiento del Hijo de Dios, a anunciarlo con alegría al mundo y a dar testimonio de su amor con nuestra vida».

Benedicto XVI acogió con alegría a los numerosos fieles y peregrinos congregados en el Aula Pablo VI del Vaticano y deseó a todos lo mejor en este nuevo año, con el anhelo de que «el Señor del tiempo y de la historia guíe nuestros pasos por la senda del bien y conceda a cada uno la abundancia de su gracia y prosperidad».

En vísperas de la solemnidad de la Epifanía y recordando la fiesta del Bautismo del Señor, del próximo domingo, el Papa evocó las celebraciones litúrgicas, en las que hemos vivido, de forma misteriosa pero real, la entrada del Hijo de Dios en el mundo e hizo hincapié en que cada celebración «es presencia actual del misterio de Cristo y en ella se prolonga la historia de la salvación». Pues «el misterio celebrado se vuelve eficaz para nosotros hoy».

La celebración de la Iglesia, en estos días de Navidad, no es sólo un recuerdo de algo pasado, sino una feliz experiencia de la presencia de Cristo, que perdura en nuestras vidas y en nuestro mundo. Con la concepción de Jesús en el vientre de la Virgen María, con el Nacimiento del Salvador, se expresa el misterio pascual de su muerte y resurrección.

En este tiempo santo, celebrando la Encarnación estamos llamados no sólo a seguir su ejemplo de humildad y de pobreza, sino, en primer lugar a dejarnos transformar totalmente por el Hijo de Dios, enfatizó el Santo Padre, invitando a contemplar a Jesús recién nacido, para percibir su presencia en la Eucaristía y a acogerlo con corazón abierto y sincero, para anunciar al mundo su Evangelio, alabándolo con el testimonio de nuestras palabras y obras.

Reiterando que en la solemnidad de mañana, celebraremos la Epifanía, es decir la manifestación del Señor a todas las gentes, Benedicto XVI exhortó a rescatar la Navidad de un revestimiento demasiado moralista y sentimental, señalando que, a pesar de que el consumismo, pueda apartarnos de los anhelos y esperanzas más profundas del hombre - «si el corazón anhela acoger a aquel Niño, que trae la novedad de Dios, que ha venido para donarnos la vida plena, las luces de los adornos navideños pueden ser más bien un reflejo de la Luz que se ha encendido con la Encarnación de Dios».

Tras destacar una vez más que la celebración litúrgica de la Navidad no es sólo un recuerdo, sino que es, sobre todo, misterio, el Papa señaló que no es sólo memoria, sino también presencia, y recordó que el tiempo litúrgico navideño se extiende durante 40 días - desde el 25 de diciembre al 2 de febrero – desde la celebración de la Nochebuena, hasta la Maternidad de María, la Epifanía, el Bautismo de Jesús, las bodas de Caná, la Presentación al Templo. Precisamente en analogía con el tiempo pascual, que forma una unidad de cincuenta días, hasta Pentecostés.

En este contexto, Benedicto XVI hizo hincapié en que la misma fecha del 25 de diciembre, en efecto, enlazada con la manifestación solar - por la que Dios se presenta como luz sin ocaso en el horizonte de la historia - «nos recuerda que Dios es la plenitud de la luz. No se trata solo de una idea, sino de una realidad ya realizada y siempre actual para todos los hombres. Hoy como entonces, Dios se revela en la carne, es decir en el cuerpo vivo de la Iglesia que peregrina en el tiempo».

Como de costumbre, el Papa hizo un resumen de su catequesis y dirigió un saludo en diferentes idiomas para los peregrinos presentes en la audiencia. Estas sus palabras en español. RealAudioMP3

Queridos hermanos y hermanas:

En esta primera audiencia de un nuevo año, seguimos inmersos en la luz de la Navidad, una fiesta que sigue fascinando, porque en ella se intuye de alguna manera que el nacimiento de Jesús está relacionado con las aspiraciones y esperanzas más profundas del hombre. Las celebraciones litúrgicas de estos días nos han permitido vivir de un modo misterioso pero real la entrada del Hijo de Dios en el mundo, ya que éstas no son un simple recuerdo de algo pasado, sino que hacen presente esos misterios de gracia. La Navidad es ya la primicia del misterio pascual. La Cruz y la Resurrección presuponen la Encarnación, en la que la carne se convierte en instrumento de la salvación. En esta perspectiva unitaria del Misterio de Cristo, la visita al pesebre orienta hacia la Eucaristía, en donde encontramos realmente presente a Cristo crucificado y resucitado. La Navidad no nos propone sólo unos ejemplos para imitar, sino que nos invita a dejarnos transformar por Aquel que ha asumido nuestra carne. La manifestación de Dios tiene como finalidad nuestra participación en la vida divina, la realización en nosotros del misterio de su Encarnación.

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Saludo cordialmente a los fieles de lengua española aquí presentes. En particular, a los peregrinos de España, México, y de otros países latinoamericanos. Os exhorto a vivir con intensidad el misterio del nacimiento del Hijo de Dios, a anunciarlo con alegría al mundo, y dar testimonio de su amor con vuestra vida. Asimismo, os renuevo de corazón mis mejores deseos para este Año Nuevo, así como una feliz fiesta de la Epifanía. Muchas gracias.


Al concluir, Benedicto XVI dirigió como siempre unas palabras especiales a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Al referirse a la solemnidad de la Epifanía, que celebraremos mañana, en la que recordamos el camino de los Reyes Magos hacia Cristo guiados por la luz de la estrella, el Santo Padre deseó a los jóvenes que su ejemplo alimente el ellos el deseo de encontrar a Jesús y de transmitir a todos la alegría de su Evangelio; a los enfermos, que los lleve a ofrecer al Niño de Belén sus dolores y sufrimientos que se han hecho preciosos por la fe; y a los recién casados que constituya un constante estímulo para hacer se sus familias “pequeñas iglesias”, tesoreras de los signos misteriosos de Dios y del don de la vida.








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