Benedicto XVI exhortó a rescatar la Navidad de moralismos y sentimentalismos porque
pese al consumismo todos pueden intuir en el nacimiento de Jesús los profundos anhelos
y esperanzas del hombre
Miércoles, 05 ene (RV).- La celebración de la Iglesia, en estos días de Navidad –
primicia del tiempo pascual - no es sólo un recuerdo de algo pasado, sino una feliz
experiencia de la presencia de Cristo, que perdura en nuestro mundo. En su primera
audiencia general de 2011, el Papa alienta «a vivir con intensidad el misterio del
nacimiento del Hijo de Dios, a anunciarlo con alegría al mundo y a dar testimonio
de su amor con nuestra vida».
Benedicto XVI acogió con alegría a los numerosos
fieles y peregrinos congregados en el Aula Pablo VI del Vaticano y deseó a todos lo
mejor en este nuevo año, con el anhelo de que «el Señor del tiempo y de la historia
guíe nuestros pasos por la senda del bien y conceda a cada uno la abundancia de su
gracia y prosperidad».
En vísperas de la solemnidad de la Epifanía y recordando
la fiesta del Bautismo del Señor, del próximo domingo, el Papa evocó las celebraciones
litúrgicas, en las que hemos vivido, de forma misteriosa pero real, la entrada del
Hijo de Dios en el mundo e hizo hincapié en que cada celebración «es presencia actual
del misterio de Cristo y en ella se prolonga la historia de la salvación». Pues «el
misterio celebrado se vuelve eficaz para nosotros hoy».
La celebración de
la Iglesia, en estos días de Navidad, no es sólo un recuerdo de algo pasado, sino
una feliz experiencia de la presencia de Cristo, que perdura en nuestras vidas y en
nuestro mundo. Con la concepción de Jesús en el vientre de la Virgen María, con el
Nacimiento del Salvador, se expresa el misterio pascual de su muerte y resurrección.
En este tiempo santo, celebrando la Encarnación estamos llamados no sólo a
seguir su ejemplo de humildad y de pobreza, sino, en primer lugar a dejarnos transformar
totalmente por el Hijo de Dios, enfatizó el Santo Padre, invitando a contemplar a
Jesús recién nacido, para percibir su presencia en la Eucaristía y a acogerlo con
corazón abierto y sincero, para anunciar al mundo su Evangelio, alabándolo con el
testimonio de nuestras palabras y obras.
Reiterando que en la solemnidad de
mañana, celebraremos la Epifanía, es decir la manifestación del Señor a todas las
gentes, Benedicto XVI exhortó a rescatar la Navidad de un revestimiento demasiado
moralista y sentimental, señalando que, a pesar de que el consumismo, pueda apartarnos
de los anhelos y esperanzas más profundas del hombre - «si el corazón anhela acoger
a aquel Niño, que trae la novedad de Dios, que ha venido para donarnos la vida plena,
las luces de los adornos navideños pueden ser más bien un reflejo de la Luz que se
ha encendido con la Encarnación de Dios».
Tras destacar una vez más que la
celebración litúrgica de la Navidad no es sólo un recuerdo, sino que es, sobre todo,
misterio, el Papa señaló que no es sólo memoria, sino también presencia, y recordó
que el tiempo litúrgico navideño se extiende durante 40 días - desde el 25 de diciembre
al 2 de febrero – desde la celebración de la Nochebuena, hasta la Maternidad de María,
la Epifanía, el Bautismo de Jesús, las bodas de Caná, la Presentación al Templo. Precisamente
en analogía con el tiempo pascual, que forma una unidad de cincuenta días, hasta Pentecostés.
En
este contexto, Benedicto XVI hizo hincapié en que la misma fecha del 25 de diciembre,
en efecto, enlazada con la manifestación solar - por la que Dios se presenta como
luz sin ocaso en el horizonte de la historia - «nos recuerda que Dios es la plenitud
de la luz. No se trata solo de una idea, sino de una realidad ya realizada y siempre
actual para todos los hombres. Hoy como entonces, Dios se revela en la carne, es decir
en el cuerpo vivo de la Iglesia que peregrina en el tiempo».
Como de costumbre,
el Papa hizo un resumen de su catequesis y dirigió un saludo en diferentes idiomas
para los peregrinos presentes en la audiencia. Estas sus palabras en español.
Queridos
hermanos y hermanas:
En esta primera audiencia de un nuevo año, seguimos
inmersos en la luz de la Navidad, una fiesta que sigue fascinando, porque en ella
se intuye de alguna manera que el nacimiento de Jesús está relacionado con las aspiraciones
y esperanzas más profundas del hombre. Las celebraciones litúrgicas de estos días
nos han permitido vivir de un modo misterioso pero real la entrada del Hijo de Dios
en el mundo, ya que éstas no son un simple recuerdo de algo pasado, sino que hacen
presente esos misterios de gracia. La Navidad es ya la primicia del misterio pascual.
La Cruz y la Resurrección presuponen la Encarnación, en la que la carne se convierte
en instrumento de la salvación. En esta perspectiva unitaria del Misterio de Cristo,
la visita al pesebre orienta hacia la Eucaristía, en donde encontramos realmente presente
a Cristo crucificado y resucitado. La Navidad no nos propone sólo unos ejemplos para
imitar, sino que nos invita a dejarnos transformar por Aquel que ha asumido nuestra
carne. La manifestación de Dios tiene como finalidad nuestra participación en la vida
divina, la realización en nosotros del misterio de su Encarnación.
*********** Saludo
cordialmente a los fieles de lengua española aquí presentes. En particular, a los
peregrinos de España, México, y de otros países latinoamericanos. Os exhorto a vivir
con intensidad el misterio del nacimiento del Hijo de Dios, a anunciarlo con alegría
al mundo, y dar testimonio de su amor con vuestra vida. Asimismo, os renuevo de corazón
mis mejores deseos para este Año Nuevo, así como una feliz fiesta de la Epifanía.
Muchas gracias.
Al concluir, Benedicto XVI dirigió como siempre unas
palabras especiales a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Al referirse
a la solemnidad de la Epifanía, que celebraremos mañana, en la que recordamos el camino
de los Reyes Magos hacia Cristo guiados por la luz de la estrella, el Santo Padre
deseó a los jóvenes que su ejemplo alimente el ellos el deseo de encontrar a Jesús
y de transmitir a todos la alegría de su Evangelio; a los enfermos, que los lleve
a ofrecer al Niño de Belén sus dolores y sufrimientos que se han hecho preciosos por
la fe; y a los recién casados que constituya un constante estímulo para hacer se sus
familias “pequeñas iglesias”, tesoreras de los signos misteriosos de Dios y del don
de la vida.