El Papa afirma que la paz es un don de Cristo, que la guerra es el rostro más horrendo
y violento de la historia y que para construir la paz es menester el compromiso concreto
de los responsables de las Naciones
Sábado, 01 ene (RV).- Benedicto XVI presidió esta mañana en la Basílica de San Pedro
la concelebración eucarística de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios que
concede además con la 44 Jornada Mundial de la Paz. Con el Papa concelebraron los
Cardenales Tarcisio Bertone, Peter Kodwo A. Turkson, los Arzobispos Fernando Filoni,
Dominique Mamberti y el Obispo Mario Toso.
El Santo Padre centró su homilía
en las lecturas que hoy la Iglesia nos propone reflexionando, al mismo tiempo sobre
su Mensaje sobre la Jornada Mundial de la Paz que se hizo público el pasado 16 de
diciembre. Reflexionando sobre las lecturas de la liturgia de hoy Benedicto XVI manifestó
que estas lecturas bíblicas ponen el acento principalmente en el Hijo e Dios hecho
hombre y sobre el “nombre” del Señor. Sobre la primera lectura del libro de los Números
evoca la riqueza de gracia y de paz que Dios da al hombre:
La Iglesia vuelve
a escuchar hoy estas palabras, mientras pide al Señor que bendiga el nuevo año apenas
comenzado, conscientes de que, ante los trágicos acontecimientos que marcan la historia,
ante la lógica de guerra que por desgracia no han sido superadas, sólo Dios puede
tocar el alma humana en lo más profundo y asegurar esperanza y paz a la humanidad
A
este punto el Papa ha recordado que ya se ha consolidado la tradición que el primer
día del año la Iglesia, la Iglesia, esparcida en todo el mundo, eleve una coral oración
para invocar la paz:
“Hoy, queremos levantar el grito de tantos hombres,
mujeres, niños y ancianos víctimas de la guerra, que es el rostro más horrendo y violento
de la historia. Nosotros hoy rezamos para que la paz, que los ángeles han anunciado
a los pastores la noche de Navidad, llegue a todas partes”
Pasando
a la segunda lectura de hoy en la que San Pablo se dirige a los Gálatas Benedicto
XVI manifestó que el Apóstol resume en la adopción filial la obra de la salvación
llevada a cabo por Cristo, en la que está como engarzada la figura de María:
“En
el umbral de un nuevo año resuena la invitación a caminar con alegría hacia la luz
del “sol que nace de lo alto (Luc 1,78), ya que en la perspectiva cristiana, todo
el tiempo está habitado por Dios, no hay futuro que no vaya en dirección a Cristo
y no existe plenitud fuera de aquella de Cristo”
Y
pasando al Evangelio del evangelista Lucas, el pontífice manifestó que el pasaje
del Evangelio termina con la imposición del nombre de Jesús, mientras María participa
en silencio, meditando en el corazón, en el misterio de éste su Hijo, que de manera
del todo singular, es don de Dios.
“Esta atención prevalente que las lecturas
hodiernas dedican al “Hijo”, a Jesús, no reduce el papel de la Madre, es más, lo coloca
en la justa perspectiva: María, en efecto, es verdadera Madre de Dios precisamente
propio en virtud de su total relación con Cristo”
Y
en el nombre de María, madre de Dios y de los hombres, desde el 1 de enero de 1968
se celebra en todo el mundo la Jornada Mundial de la Paz. La paz es un don de Dios.
Es el don mesiánico por excelencia, el primer fruto de la caridad que Jesús nos ha
dado, es nuestra reconciliación y pacificación con Dios.
Benedicto XVI tuvo
palabras de reconocimiento para sus más íntimos colaboradores en las cuestiones concernientes
a la justicia y a la paz y en esta perspectiva, la comunidad eclesial -dijo el Papa-
está cada vez más comprometida en actuar, según las indicaciones del Magisterio, para
ofrecer un seguro patrimonio espiritual de valores y de principios en la continua
búsqueda de la paz.
Llegados a este punto de la homilía el Santo Padre aludió
explícitamente a su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz que hoy celebramos con
el título,”Libertad religiosa, camino para la paz”: “el mundo tiene necesidad de
Dios. Tiene necesidad de valores éticos y espirituales, universales y compartidos,
y la religión puede contribuir de manera preciosa a su búsqueda, para la construcción
de un orden social justo y pacífico, a nivel nacional e internacional. En este contexto,
el Papa subrayó que “la libertad religiosa es un elemento imprescindible de un Estado
de derecho; no se puede negar sin dañar al mismo tiempo los demás derechos y libertades
fundamentales, pues es su síntesis y su cumbre”.
“La humanidad no puede manifestarse
resignada a la negativa del egoísmo y a la violencia: no debe habituarse a conflictos
que provocan víctimas y ponen en riesgo el futuro de los pueblos. Y ante las amenazantes
tensiones del momento, especialmente ante las discriminaciones, atropellos y a las
intolerancias religiosas, que hoy golpean de manera particular a los cristianos, (cfr
ibid.,1), Benedicto XVI, una vez más hizo una apremiante invitación a no ceder al
desánimo y a la resignación”.
“Exhorto a todos a rezar para que lleguen
a buen fin los esfuerzos emprendidos de las diversas partes para promover y construir
la paz en el mundo. Para este difícil deber no bastan las palabras, es menester el
compromiso concreto y constante de los responsables de las Naciones, pero es necesario
sobre todo que cada persona esté animada por el auténtico espíritu de paz, de implorarla
siempre nuevamente en la oración y de vivirla en las relaciones cotidianas, en todos
los ambientes”
Benedicto
XVI finalizó su homilía aludiendo a la Virgen María que nos da a su Hijo, nos enseña
el rostro de Su Hijo, Príncipe de la Paz. Que la Madre de Dios nos acompañe en este
nuevo año; nos obtenga para nosotros y para el mundo entero el deseado don de la paz.
Texto completo de la homilía de Benedicto XVI en la Solemnidad de Santa
María Madre de Dios y 44° Jornada Mundial de la Paz 01-01-11
Queridos
hermanos y hermanas:
Todavía envueltos en el clima espiritual de Navidad
en la cual hemos contemplado el misterio del nacimiento de Cristo, hoy celebramos
con los mismos sentimientos a la Virgen María, que la Iglesia venera como Madre de
Dios, en cuanto ha dado carne al Hijo del Eterno Padre. Las lecturas bíblicas de esta
solemnidad ponen el acento principalmente sobre el Hijo de Dios, hecho hombre y sobre
el ‘nombre’ del Señor. La primera lectura nos presenta la solemne bendición que los
sacerdotes pronunciaban sobre los israelitas en las grandes fiestas religiosas. Esta
bendición subraya el nombre del Señor repetido tres veces, como para expresar la plenitud
y la fuerza que de tal invocación deriva. Este texto de bendición litúrgica, en efecto,
evoca la riqueza de gracia y de paz que Dios dona al hombre, con una benévola disposición
en relación con el, y que se manifiesta con el “resplandor” del rostro divino y en
el volver hacia el hombre su rostro.
La Iglesia vuelve a escuchar hoy
estas palabras, mientras pide al Señor bendecir el nuevo año apenas iniciado. En la
conciencia que frente a los trágicos eventos que marcan la historia, frente a las
lógicas de guerra que lamentablemente no están todavía del todo superadas, solo Dios
puede tocar el alma humana en lo profundo y asegurar la esperanza y la paz a la humanidad.
Está ya consolidada la tradición, en efecto, que el primer día del año, la Iglesia
esparcida por todo el mundo, eleve una coral oración para invocar la paz. Esta bien
iniciar un nuevo trayecto del camino poniéndose con decisión sobre el camino de la
paz. Hoy queremos unir al grito de tantos hombres, mujeres, niños y ancianos, victimas
de la guerra, que es el rostro más horrendo y violento de la historia. Nosotros hoy
rezamos a fin que la paz que los ángeles anunciaron a los pastores la noche de Navidad
pueda llegar a todo lugar: “Sobre la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lucas
2,14). Por esto, especialmente con nuestra oración, queremos ayudar a cada hombre
y a cada pueblo, en particular a cuantos tienen la responsabilidad de gobierno, a
caminar en modo siempre más decidido sobre la vía de la paz.
En la segunda
lectura, san Pablo en la adopción filial retoma la obra de salvación cumplida por
Cristo, en la cual esta engarzada la figura de María. Gracias a ella el Hijo de Dios
“nacido de Mujer” (Gálatas 4,4), ha podido venir al mundo como verdadero hombre en
la plenitud de los tiempos. Tal cumplimiento, tal plenitud considera el pasado y la
espera mesiánica, que se realizan, pero, al mismo tiempo, se refiere también a la
plenitud en sentido absoluto: en el Verbo hecho carne, Dios ha dicho su última y definitiva
palabra. A las puertas del nuevo año, resuena así la invitación a caminar con alegría
hacia la luz del “sol que surge de lo alto” (Lucas 1,78).
Del momento
en que la perspectiva cristiana, todo el tiempo es habitado por Dios, no hay futuro
que no sea en dirección a Cristo y no existe plenitud más allá de aquella de Cristo.
El
párrafo del evangelio de hoy termina con la imposición del nombre de Jesús, mientras
María participa en silencio, meditando en su corazón, el misterio de su Hijo, que
de modo totalmente singular es don de Dios. Pero la perícopa evangélica que hemos
escuchado pone en particular evidencia a los pastores que volvieron “glorificando
y alabando a Dios por todo aquello que habían visto y escuchado”. (Lucas 2,20). El
ángel les había anunciado que en la ciudad de David, es decir Belén, había nacido
el Salvador y que encontrarían el signo: un niño envuelto en pañales, acostado en
un pesebre (Cfr. Lc.2,11-12). Partieron rápidamente y encontraron a María a José y
al Niño. Notamos cómo el evangelista habla de la maternidad de María a partir del
Hijo, de aquel “Niño envuelto en pañales”, porque es él –el Verbo de Dios (Jn 1,14)-
el punto de referencia, el centro del evento que se está cumpliendo, y es él el que
hace que la maternidad de María se cualificada como “divina”.
Esta atención
prevalente que las lecturas actuales dedican al “Hijo”, a Jesús, no reducen el rol
de la madre, es más, la coloca en la justa perspectiva: María en efecto, es verdadera
madre de Dios, propiamente en virtud de su total relación a Cristo. Por lo tanto,
glorificando al Hijo se honra la Madre y honrando a la madre se glorifica al Hijo.
El título de “Madre de Dios”, que hoy la liturgia resalta, subraya la misión única
de la Virgen santa en la historia de la salvación: misión que esta a la base del culto
y la devoción que el pueblo cristiano le reserva. María en efecto no ha recibido el
don de Dios para si misma, sino para traerlo al mundo, en su virginidad fecunda Dios
ha donado a los hombres el bien de la salvación eterna (Cfr. Colecta). Y María ofrece
continuamente su mediación al pueblo de Dios peregrinante en la historia hacia la
eternidad, como en un tiempo la ofreció a los pastores de Belén. Ella, que ha dado
la vida terrena al Hijo de Dios, continúa a dar a los hombres la vida divina, que
es Jesús mismo y su Santo Espíritu. Por esto viene considerada madre de cada hombre
que nace a la Gracia y a su vez es invocada como Madre de la Iglesia.
Es
en el nombre de María, Madre de Dios y de los hombres, que desde el 1 de enero de
1968 se celebra en todo el mundo la jornada mundial de la paz. La paz es don de Dios,
hemos escuchado en la primera lectura: “el Señor, te conceda la paz” (Números 6,26).
La paz es el don mesiánico por excelencia, el primer fruto de la caridad que Jesús
nos ha donado, es nuestra reconciliación y pacificación con Dios. La paz es también
un valor humano a realizar sobre el plano social y político, pero hunde sus raíces
en el misterio de Cristo (Cfr. Conc. Vat. II G et S 77-90). En esta solemne celebración,
en ocasión de la Jornada mundial de la paz 44°, soy feliz de dirigir mi saludo deferente
a los ilustres señores embajadores en la Santa Sede, con los mejores augurios para
sus misiones. Un cordial y fraterno saludo va después a mi secretario de Estado y
a los otros responsables de los dicasterios, con un particular pensamiento para el
presidente del Consejo Pontificio de la justicia y de la paz y sus colaboradores.
Deseo manifestarles vivo reconocimiento para el cotidiano trabajo a favor de una pacífica
convivencia entre los pueblos y de la formación siempre más sólida de una conciencia
de paz en la Iglesia y en el mundo. En esta perspectiva, la comunidad eclesial esta
siempre más empeñada a operar según las indicaciones del Magisterio, para ofrecer
un seguro patrimonio espiritual de valores y de principios en la continua búsqueda
de la paz.
He querido recordar en mi mensaje por la actual Jornada,
desde el título: “Libertad religiosa, camino para la paz”: “El mundo tiene necesidad
de Dios. Tiene necesidad de valores éticos y espirituales, universales y compartidos,
y la religión puede ofrecer una contribución preciosa en su búsqueda, por la construcción
de un orden social e internacional justo y pacífico” (n. 15). He subrayado, por lo
tanto, que “la libertad religiosa es elemento imprescindible de un estado de derecho;
no se la puede negar sin corroer, al mismo tiempo, todos los derechos y las libertades
fundamentales, siendo síntesis y vértice” (n. 5) .
La humanidad no puede
mostrarse resignada a la fuerza negativa del egoísmo y de la violencia; no debe habituarse
a los conflictos que provocan víctimas y ponen en riesgo el futuro de los pueblos.
Frente a las amenazadoras tensiones del momento, especialmente frente a las discriminaciones,
atropellos y a las intolerancias religiosas, que hoy golpean en modo particular a
los cristianos (Cfr. Ibid, 1), todavía una vez más dirijo la urgente invitación a
no ceder al desánimo y a la resignación. Exhorto a todos a rezar para que alcancen
buen fin los esfuerzos emprendidos desde varias partes para promover y construir la
paz en el mundo. Para esta difícil tarea no bastan las palabras es necesario el empeño
concreto y constante de los responsables de las naciones, pero es necesario sobre
todo que cada persona sea animada desde el auténtico espíritu de paz, a implorarla
siempre nuevamente en la oración y a vivirla en las relaciones cotidianas, en cada
ambiente.
En esta celebración eucarística, tenemos delante de nuestros
ojos, para nuestra veneración la imagen de la Madre del Sagrado Monte de Vigiano,
tan querida por la gente de la Basilicata. La Virgen María nos dona a su Hijo, nos
muestra el rostro de su Hijo, Príncipe de la paz: sea ella la que nos ayude a permanecer
en la luz de este rostro que brilla sobre nosotros (Cfr. Números 6,25), para redescubrir
toda la ternura de Dios Padre, sea ella, la que nos sostiene en la invocación al Espíritu
Santo; para que renueve la faz de la tierra y transforme los corazones, disolviendo
su dureza frente a la bondad desarmante del Niño, que ha nacido para nosotros. La
Madre de Dios que nos acompaña en este nuevo año, obtenga para nosotros y para el
mundo entero el deseado don de la paz. Amén.
Traducción del italiano:
jesuita Guillermo Ortiz -RV