El Papa señala que la dimensión religiosa favorece el auténtico progreso de Italia,
un país cuya historia y cultura están marcadas profundamente por la Iglesia católica
Viernes, 17 dic (RV).- Benedicto XVI ha recibido esta mañana las cartas credenciales
del nuevo embajador de Italia ante la Santa Sede, Francesco Maria Greco. El Papa en
su discurso ha recordado, en primer lugar, que la Embajada de Italia ante la Santa
Sede es un punto de conexión importante para las relaciones de intensa colaboración
que existen entre ambos estados, no sólo desde el punto de vista bilateral, sino también
en el contexto más amplio de la vida internacional. Además, la misión diplomática
ofrece una valiosa contribución al desarrollo de relaciones armoniosas entre las comunidades
civil y eclesial en el país, y también proporciona valiosos servicios al Cuerpo Diplomático
acreditado ante la Santa Sede.
Luego, el Santo Padre ha dedicado el resto del
mensaje para reflexionar sobre las inminentes celebraciones del 150 aniversario de
la unificación de Italia. “Uno de los aspectos más importantes de aquel largo y en
ocasiones agotador desafío que llevó a la aparición del Estado italiano, -ha dicho
el Pontífice- fue la búsqueda de una correcta distinción y de justas formas de colaboración
entre la comunidad civil y la religiosa”, exigencia más sentida en un país como Italia,
cuya historia y cultura están marcadas profundamente por la Iglesia católica y, en
cuya capital, tiene su sede episcopal la Cabeza visible de esa comunidad, difundida
en todo el mundo”.
Estas características, que durante siglos forman parte del
patrimonio histórico y cultural de Italia, ha afirmado el Papa, “no pueden ser negadas,
olvidadas o marginadas; la experiencia de estos 150 años enseña que, cuando se ha
tratado de hacerlo, se han provocado peligrosos desequilibrios y fracturas dolorosas
en la vida social del país”. El Pontífice ha explicado que de hecho, “el Tratado de
Letrán, configurando el Estado de la Ciudad del Vaticano, ha creado las condiciones
para garantizar al Pontífice y la Santa Sede la plena soberanía y la independencia,
a tutela de su misión universal”. Es por lo tanto importante observar y al mismo tiempo
desarrollar “la letra y el espíritu de aquellos acuerdos”.
“Aquellos acuerdos
internacionales -ha recordado Benedicto XVI- no son expresión de la voluntad de la
Iglesia o de la Santa Sede para obtener poder, privilegios o posiciones de ventaja
económica y social, por el contrario, estos acuerdos tienen su fundamento en la justa
voluntad por parte del Estado de garantizar a los ciudadanos y a la Iglesia el pleno
ejercicio de la libertad religiosa”. La libertad religiosa es por tanto, ha ratificado
el Papa, “un derecho, no sólo del individuo, sino de la familia, de los grupos religiosos
y de la Iglesia; y el Estado está llamado a proteger no sólo los derechos de los creyentes
a la libertad de conciencia y de religión, sino también el papel legítimo de la religión
y las comunidades religiosas en la esfera pública”.
“Por ello, -ha terminado
diciendo el Papa- no podemos pensar en lograr un verdadero progreso social con la
marginación, o incluso con el rechazo explícito de lo religioso, como se tiende a
hacer en nuestro tiempo. Una de las modalidades consiste, por ejemplo, en querer eliminar
de los lugares públicos los símbolos religiosos, como el Crucifijo, que sin duda es
el símbolo por excelencia de la fe cristiana, pero al mismo tiempo, habla a todos
las personas de buena voluntad y, como tal, no es un factor que discrimina. El Santo
Padre frente a esta dolorosa realidad, ha resaltado la particular sensibilidad de
demostrada por las autoridades italianas.