En el acto de veneración a la Inmaculada el Papa subraya que María es nuestra abogada
porque su corazón inmaculado está sintonizado con la misericordia de Dios
Miércoles, 8 dic (RV).- El Santo Padre Benedicto XVI llegó, esta tarde, a la Plaza
de España para renovar la antigua y ferviente tradición de homenajear y venerar a
la Madre de Dios, ante su imagen colocada en lo alto de una columna desde donde vela
sobre la Diócesis de Roma. Un acto con el que hace más de 150 años se recuerda la
Proclamación del Dogma de que María fue concebida sin pecado original, sin mancha.
El
Papa, salió del Vaticano poco antes de las 4 de la tarde, en dirección al centro de
Roma, deteniéndose brevemente, como es costumbre, ante la Iglesia de la Santísima
Trinidad, para un saludo a las Asociaciones de los Comerciantes de Via Condotti, calle
que desemboca en la famosa Plaza de España. Allí, el Pontífice fue acogido por el
alcalde de Roma, Gianni Alemanno y por Su Vicario para la Diócesis de Roma, Cardenal
Agostino Vallini, dando comienzo al acto de veneración a la Virgen Inmaculada.
“Queridos hermanos
y hermanas, en este día, lleno de piedad mariana, nos detenemos en el corazón de la
amada ciudad de Roma para rendir un homenaje filial y agradecido a la Virgen Inmaculada.
A ella, la Toda Santa, pedimos que nos enseñe a creer, a amar y a esperar, que nos
indique el camino que conduce a la paz, el camino hacia el Reino de Dios, que nos
ayude en los momentos alegres y tristes de nuestro peregrinar terreno; que nos sostenga
en nuestro camino de santidad”.
Luego de escuchar una breve lectura de
la Palabra, el Papa –ante miles de fieles y peregrinos congregados en la plaza y sus
alrededores- recordó que el don más querido que podemos ofrecer a la Virgen es nuestra
oración, las invocaciones “de agradecimiento por el don de la fe y por todo el bien
que cotidianamente recibimos de Dios” y las “de súplica por las diversas necesidades,
por la familia, la salud, el trabajo, por cada dificultad que encontramos en la vida”.
Benedicto
XVI subrayó que en nuestro acto de veneración a la Madre de Dios es siempre más lo
que recibimos de Ella que lo que podemos ofrecerle, pues nos regala un mensaje destinado
a cada uno de nosotros, a la ciudad de Roma y al mundo entero. “Ella nos habla con
la Palabra de Dios que se hizo carne en su vientre -dijo el Papa- y su “mensaje” no
es otro que Jesús”.
“Y como el Hijo
de Dios se hizo hombre entre nosotros, así también Ella, la Madre ha sido preservada
del pecado por nosotros, por todos, como anticipo de la salvación de Dios para cada
hombre. Así María nos dice que estamos llamados a abrirnos a la acción del Espíritu
Santo para poder alcanzar, en nuestro destino final, el ser inmaculados, plenamente
y definitivamente libres del mal”.
El Santo Padre insistió en que María
dirige este mensaje a todos los hombres y las mujeres de esta ciudad y del mundo,
incluso a quienes no les interesa, a quienes ni siquiera recuerdan qué es la Fiesta
de la Inmaculada y a quienes se sienten solos y abandonados, porque Ella nos mira
con el amor mismo del Padre y nos bendice.
“Se comporta
como nuestra “abogada” – y así la invocamos en el Salve, Regina. Advocata nostra”.
Incluso si todos hablaran mal de nosotros, ella, la Madre, hablaría bien porque su
corazón inmaculado está sintonizado con la misericordia de Dios. Así ella ve la Ciudad:
no como una aglomeración anónima, sino como una constelación donde Dios conoce a todos
personalmente por nombre, uno a uno, y nos llama a resplandecer con su luz”.
“La Madre nos mira como Dios la ha mirado a ella, humilde jovencita de Nazaret,
insignificante a los ojos del mundo, pero elegida y preciosa para Dios” dijo Papa
al afirmar que el mensaje que recibimos a los pies de María Inmaculada es un mensaje
de confianza y de esperanza que no está hecho de palabras sino de su propia historia,
la de una mujer de nuestra estirpe que dio a luz al Hijo de Dios.
“Y hoy nos dice:
este es también tu destino, el vuestro, el destino de todos: ser santos como nuestro
Padre, ser inmaculados como nuestro hermano Jesucristo, ser hijos amados, todos adoptados
para formar una gran familia, sin fronteras de nacionalidad, de color, de lengua,
porque uno sólo es Dios, Padre de cada hombre”.