En las exequias del cardenal Navarrete, el Papa encomienda a Dios a este purpurado
español de la Compañía de Jesús, ferviente servidor de la Iglesia e insigne jurista.
Miércoles, 24 nov (RV).- «Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán»
(Dn 12, 2). Y «los que enseñaron a la multitud la justicia, brillarán como las estrellas,
por toda la eternidad» (Dn 12, 3). Después de la audiencia general, en la Basílica
de San Pedro, en las exequias del «querido y venerado cardenal Urbano Navarrete, que
el pasado lunes, a la edad de noventa años, concluyó su larga y fecunda peregrinación
terrenal», Benedicto XVI ha hecho hincapié en estas palabras del profeta Daniel, enlazándolas
con la vida de este purpurado español de la Compañía de Jesús - ferviente servidor
de la Iglesia e insigne jurista - que el mismo Pontífice había creado cardenal en
2007.
El horizonte descrito por Daniel es el del pueblo de la Alianza, que
en las dificultades, en la prueba, en la persecución, debe asumir una posición ante
Dios. Es decir, «mantenerse fiel a la fe de los padres o renegarla». El profeta anuncia
la dúplice suerte final que es consiguiente a estas acciones. Unos se volverán a despertar
en «la vida eterna, otros en la infamia eterna», ha recordado el Papa, señalando que
se pone de relieve «la justicia de Dios»:
«Con ánimo conmovido
y grato, deseo en este momento recordar al llorado purpurado como ‘maestro de justicia’.
El estudio escrupuloso y la enseñanza apasionada del derecho canónico representaron
un elemento central de su vida. Educar especialmente a las jóvenes generaciones a
la verdadera justicia, la de Cristo, la del Evangelio: he aquí el ministerio que el
cardenal Navarrete ha desarrollado a lo largo de toda su vida. A ello se dedicó generosamente,
prodigándose con humilde disponibilidad, en las diversas situaciones en las que lo
puso la obediencia y la providencia de Dios». Desde las aulas universitarias,
en particular como experto de derecho matrimonial, al cargo de decano de la Facultad
de derecho canónico de la Pontificia Universidad Gregoriana, a la alta responsabilidad
de rector del mismo ateneo, ha recordado el Santo Padre, subrayando también con especial
afecto la atención del cardenal Navarrete hacia importantes eventos eclesiales como
el Sínodo diocesano de Roma y el Concilio Vaticano II. Y su competente contribución
científica en la revisión del Código de Derecho Canónico, así como su proficua colaboración
con varios dicasterios de la Curia Romana, en calida de apreciado consultor.
En
lo que concierne a la vocación sacerdotal y religiosa del cardenal Navarrete, el Santo
Padre ha recordado que en una entrevista reciente había dicho que nunca había dudado
de su elección, ni siquiera en los momentos de contestaciones:
«Esta afirmación
resume la fidelidad generosa de este servidor de la Iglesia a la llamada del Señor,
a la voluntad de Dios. Con el equilibrio que lo caracterizaba solía decir que eran
tres los principios fundamentales que lo guiaban en el estudio: mucho amor al pasado,
a la tradición, porque el que en ámbito científico – en particular un eclesiástico
- no ama el pasado es como un hijo sin padres. Luego, la sensibilidad hacia los problemas,
las exigencias, los desafíos del presente, donde Dios nos ha colocado. Y, finalmente,
la capacidad de mirar y de abrirse al futuro sin temor, pero con esperanza, aquella
que viene de la fe. Una visión profundamente cristiana, que ha guiado su compromiso
en Dios, por la Iglesia y por el hombre en la enseñanza y en las obras». Tras
reiterar que «en Cristo, el hombre encuentra el camino de la salvación y también la
historia humana recibe su punto de referencia y su significado profundo», Benedicto
XVI ha destacado que el cardenal Urbano Navarrete ha profesado incesantemente su fe
en el misterio de amor de Dios, rico en misericordia, que proclamó a todos con su
palabra y su vida, también en la Compañía de Jesús a la que pertenecía:
«El cardenal Urbano
Navarrete, hijo espiritual de san Ignacio de Loyola, es uno de los discípulos fieles
que el Padre ha dado a Cristo para que estén con él. Ha estado ‘con Jesús’ en el curso
de su larga existencia, ha conocido su nombre. Lo ha amado viviendo en íntima unión
con Él, especialmente en los prolongados momentos de oración, donde encontraba, en
el manantial de la salvación, la fortaleza para ser fiel a la voluntad del Dios, en
toda circunstancia, también la más adversa». Lo había aprendido desde niño,
en su hogar, gracias al luminoso ejemplo de sus padres, que supieron crear en familia
un clima de profunda fe cristiana, favoreciendo en los seis hijos, tres de ellos jesuitas
y dos religiosas, la valentía de testimoniar su propia fe, sin anteponer nunca nada
al amor de Cristo y haciendo todo para mayor gloria de Dios, ha señalado el Papa,
encomendando a Dios el alma del cardenal Urbano Navarrete e invocando la intercesión
de la madre de Jesús y madre nuestra, espejo de justicia.