Papa la Liturghia în biserica „Sacrada Familia” din Barcelona: Statul să apere cu
determinare familia întemeiată pe căsătoria dintre un bărbat şi o femeie (textul predicii
în spaniolă şi italiană)
(RV - 7 noiembrie 2010) Cine a voit să fie înălţată această bazilică a Sfintei
Familii din Barcelona, voia „să arate lumii iubirea, munca şi serviciul trăite înaintea
lui Dumnezeu, aşa cum le-a trăit Sfânta Familie din Nazaret”. A afirmat Benedict
al XVI-lea în timpul predicii pe care a ţinut-o duminică în marea biserică proiectată
de arhitectul Antoni Gaudí, şi astăzi încă în construcţie - după indicaţiile marelui
geniu catalan - sub responsabilitatea arhitectului Jordi Bonet. Vorbind despre progresele
sociale înregistrate în lumea contemporană, Papa a spus că nu trebuie să ne mulţumim
cu atât: „Împreună cu ele trebuie să fie prezente progresele morale, precum atenţia,
ocrotirea şi ajutorul pentru familie, deoarece iubirea generoasă şi indisolubilă a
unui bărbat şi a unei femei este cadrul eficient şi temelia vieţii umane în timpul
sarcinii, în naşterea, în creşterea şi în sfârşitul ei natural (…) De aceea, Biserica
- a îndemnat Benedict al XVI-lea - invocă adecvate măsuri economice şi sociale, pentru
ca femeia să poată găsi deplina sa realizare în casă şi în muncă, pentru ca bărbatul
şi femeia care se unesc în căsătorie şi formează o familie să fie susţinuţi cu determinare
de către Stat, pentru ca să fie apărată ca sacră şi inviolabilă viaţa copiilor din
momentul conceperii, pentru ca natalitatea să fie stimată, valorizată şi susţinută
pe plan juridic, social şi legislativ. De aceea, Biserica se opune oricărei forme
de negare a vieţii umane şi susţine ceea ce promovează ordinea naturală în domeniul
instituţiei familiale.
Propunem textul predicii Papei în originalul spaniol
şi în italiană:
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Templo de la Sagrada Familia
- Barcelona Domingo, 7 de noviembre de 2010 En catalán: Estimats
germans i germanes en el Senyor: «La diada d’avui és santa, dedicada a Déu, nostre
Senyor; no us entristiu ni ploreu… El goig del Senyor sarà la vostra força» (Ne 8,
9-11). Amb aquestes paraules de la primera lectura que hem proclamat vull saludar-vos
a tots els qui us trobeu aquí presents participant en aquesta celebració. Adreço una
salutació afectuosa a Ses Majestats els Reis d’Espanya, que han volgut acompanyar-nos
cordialment. La meva salutació agraïda al Senyor Cardenal Lluís Martínez Sistach,
Arquebisbe de Barcelona, per les seves paraules de benvinguda i la seva invitació
a dedicar aquesta Església de la Sagrada Família, suma admirable de tècnica, d’art
i de fe. Saludo també al Cardenal Ricard Maria Carles Gordó, Arquebisbe emèrit de
Barcelona, als altres Senyors Cardenals i Germans en l’Episcopat, especialment, al
Bisbe auxiliar d’aquesta Església particular, com també als nombrosos sacerdots, diaques,
seminaristes, religiosos i fidels que participen en aquesta solemne cerimònia. També
adreço la meva deferent salutació a totes les Autoritats Nacionals, Autonòmiques i
Locals, com també als membres d’altres comunitats cristianes, que s’han unit al nostre
goig i a la nostra lloança agraïda a Déu.
[Amadísimos Hermanos y Hermanas en
el Señor: «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios; no hagáis duelo ni lloréis…
El gozo en el Señor es vuestra fortaleza» (Neh 8,9-11). Con estas palabras de la
primera lectura que hemos proclamado quiero saludaros a todos los que estáis aquí
presentes participando en esta celebración. Dirijo un afectuoso saludo a Sus Majestades
los Reyes de España, que han querido cordialmente acompañarnos. Vaya mi saludo agradecido
al Señor Cardenal Lluís Martínez Sistach, Arzobispo de Barcelona, por sus palabras
de bienvenida y su invitación para la dedicación de esta Iglesia de la Sagrada Familia,
admirable suma de técnica, de arte y de fe. Saludo igualmente al Cardenal Ricardo
María Carles Gordó, Arzobispo emérito de Barcelona, a los demás Señores Cardenales
y Hermanos en el Episcopado, en especial, al Obispo auxiliar de esta Iglesia particular,
así como a los numerosos sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos y fieles que
participan en esta solemne ceremonia. Asimismo, dirijo mi deferente saludo a las Autoridades
Nacionales, Autonómicas y Locales, así como a los miembros de otras comunidades cristianas,
que se unen a nuestra alegría y alabanza agradecida a Dios.]
Este día es un
punto significativo en una larga historia de ilusión, de trabajo y de generosidad,
que dura más de un siglo. En estos momentos, quisiera recordar a todos y a cada uno
de los que han hecho posible el gozo que a todos nos embarga hoy, desde los promotores
hasta los ejecutores de la obra; desde los arquitectos y albañiles de la misma, a
todos aquellos que han ofrecido, de una u otra forma, su inestimable aportación para
hacer posible la progresión de este edificio. Y recordamos, sobre todo, al que fue
alma y artífice de este proyecto: a Antoni Gaudí, arquitecto genial y cristiano consecuente,
con la antorcha de su fe ardiendo hasta el término de su vida, vivida en dignidad
y austeridad absoluta. Este acto es también, de algún modo, el punto cumbre y la desembocadura
de una historia de esta tierra catalana que, sobre todo desde finales del siglo XIX,
dio una pléyade de santos y de fundadores, de mártires y de poetas cristianos. Historia
de santidad, de creación artística y poética, nacidas de la fe, que hoy recogemos
y presentamos como ofrenda a Dios en esta Eucaristía. La alegría que siento de
poder presidir esta ceremonia se ha visto incrementada cuando he sabido que este templo,
desde sus orígenes, ha estado muy vinculado a la figura de san José. Me ha conmovido
especialmente la seguridad con la que Gaudí, ante las innumerables dificultades que
tuvo que afrontar, exclamaba lleno de confianza en la divina Providencia: «San José
acabará el templo». Por eso ahora, no deja de ser significativo que sea dedicado por
un Papa cuyo nombre de pila es José. ¿Qué hacemos al dedicar este templo? En el
corazón del mundo, ante la mirada de Dios y de los hombres, en un humilde y gozoso
acto de fe, levantamos una inmensa mole de materia, fruto de la naturaleza y de un
inconmensurable esfuerzo de la inteligencia humana, constructora de esta obra de arte.
Ella es un signo visible del Dios invisible, a cuya gloria se alzan estas torres,
saetas que apuntan al absoluto de la luz y de Aquel que es la Luz, la Altura y la
Belleza misma. En este recinto, Gaudí quiso unir la inspiración que le llegaba
de los tres grandes libros en los que se alimentaba como hombre, como creyente y como
arquitecto: el libro de la naturaleza, el libro de la Sagrada Escritura y el libro
de la Liturgia. Así unió la realidad del mundo y la historia de la salvación, tal
como nos es narrada en la Biblia y actualizada en la Liturgia. Introdujo piedras,
árboles y vida humana dentro del templo, para que toda la creación convergiera en
la alabanza divina, pero al mismo tiempo sacó los retablos afuera, para poner ante
los hombres el misterio de Dios revelado en el nacimiento, pasión, muerte y resurrección
de Jesucristo. De este modo, colaboró genialmente a la edificación de la conciencia
humana anclada en el mundo, abierta a Dios, iluminada y santificada por Cristo.
E hizo algo que es una de las tareas más importantes hoy: superar la escisión entre
conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal
y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza. Esto
lo realizó Antoni Gaudí no con palabras sino con piedras, trazos, planos y cumbres.
Y es que la belleza es la gran necesidad del hombre; es la raíz de la que brota el
tronco de nuestra paz y los frutos de nuestra esperanza. La belleza es también reveladora
de Dios porque, como Él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la libertad y arranca
del egoísmo. Hemos dedicado este espacio sagrado a Dios, que se nos ha revelado
y entregado en Cristo para ser definitivamente Dios con los hombres. La Palabra revelada,
la humanidad de Cristo y su Iglesia son las tres expresiones máximas de su manifestación
y entrega a los hombres. «Mire cada cual cómo construye. Pues nadie puede poner otro
cimiento que el ya puesto, que es Jesucristo» (1 Co 3,10-11), dice San Pablo en la
segunda lectura. El Señor Jesús es la piedra que soporta el peso del mundo, que mantiene
la cohesión de la Iglesia y que recoge en unidad final todas las conquistas de la
humanidad. En Él tenemos la Palabra y la presencia de Dios, y de Él recibe la Iglesia
su vida, su doctrina y su misión. La Iglesia no tiene consistencia por sí misma; está
llamada a ser signo e instrumento de Cristo, en pura docilidad a su autoridad y en
total servicio a su mandato. El único Cristo funda la única Iglesia; Él es la roca
sobre la que se cimienta nuestra fe. Apoyados en esa fe, busquemos juntos mostrar
al mundo el rostro de Dios, que es amor y el único que puede responder al anhelo de
plenitud del hombre. Ésa es la gran tarea, mostrar a todos que Dios es Dios de paz
y no de violencia, de libertad y no de coacción, de concordia y no de discordia. En
este sentido, pienso que la dedicación de este templo de la Sagrada Familia, en una
época en la que el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios, como si ya
no tuviera nada que decirle, resulta un hecho de gran significado. Gaudí, con su obra,
nos muestra que Dios es la verdadera medida del hombre. Que el secreto de la auténtica
originalidad está, como decía él, en volver al origen que es Dios. Él mismo, abriendo
así su espíritu a Dios ha sido capaz de crear en esta ciudad un espacio de belleza,
de fe y de esperanza, que lleva al hombre al encuentro con quien es la Verdad y la
Belleza misma. Así expresaba el arquitecto sus sentimientos: «Un templo [es] la única
cosa digna de representar el sentir de un pueblo, ya que la religión es la cosa más
elevada en el hombre». Esa afirmación de Dios lleva consigo la suprema afirmación
y tutela de la dignidad de cada hombre y de todos los hombres: «¿No sabéis que sois
templo de Dios?... El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros» (1 Co 3,16-17).
He aquí unidas la verdad y dignidad de Dios con la verdad y la dignidad del hombre.
Al consagrar el altar de este templo, considerando a Cristo como su fundamento, estamos
presentando ante el mundo a Dios que es amigo de los hombres e invitando a los hombres
a ser amigos de Dios. Como enseña el caso de Zaqueo, del que se habla en el Evangelio
de hoy (cf. Lc 19,1-10), si el hombre deja entrar a Dios en su vida y en su mundo,
si deja que Cristo viva en su corazón, no se arrepentirá, sino que experimentará la
alegría de compartir su misma vida siendo objeto de su amor infinito. La iniciativa
de este templo se debe a la Asociación de amigos de San José, quienes quisieron dedicarlo
a la Sagrada Familia de Nazaret. Desde siempre, el hogar formado por Jesús, María
y José ha sido considerado como escuela de amor, oración y trabajo. Los patrocinadores
de este templo querían mostrar al mundo el amor, el trabajo y el servicio vividos
ante Dios, tal como los vivió la Sagrada Familia de Nazaret. Las condiciones de la
vida han cambiado mucho y con ellas se ha avanzado enormemente en ámbitos técnicos,
sociales y culturales. No podemos contentarnos con estos progresos. Junto a ellos
deben estar siempre los progresos morales, como la atención, protección y ayuda a
la familia, ya que el amor generoso e indisoluble de un hombre y una mujer es el marco
eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento, en
su crecimiento y en su término natural. Sólo donde existen el amor y la fidelidad,
nace y perdura la verdadera libertad. Por eso, la Iglesia aboga por adecuadas medidas
económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena
realización; para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia
sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos
como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad
sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por eso,
la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya cuanto
promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar. Al contemplar
admirado este recinto santo de asombrosa belleza, con tanta historia de fe, pido a
Dios que en esta tierra catalana se multipliquen y consoliden nuevos testimonios de
santidad, que presten al mundo el gran servicio que la Iglesia puede y debe prestar
a la humanidad: ser icono de la belleza divina, llama ardiente de caridad, cauce para
que el mundo crea en Aquel que Dios ha enviado (cf. Jn 6,29). Queridos hermanos,
al dedicar este espléndido templo, suplico igualmente al Señor de nuestras vidas que
de este altar, que ahora va a ser ungido con óleo santo y sobre el que se consumará
el sacrificio de amor de Cristo, brote un río constante de gracia y caridad sobre
esta ciudad de Barcelona y sus gentes, y sobre el mundo entero. Que estas aguas fecundas
llenen de fe y vitalidad apostólica a esta Iglesia archidiocesana, a sus pastores
y fieles. En catalán: Desitjo, finalment, confiar a l’amorosa protecció de la
Mare de Déu, Maria Santissima, Rosa d’abril, Mare de la Mercè, tots els aquí presents,
i tots aquells que amb paraules i obres, silenci o pregària, han fet possible aquest
miracle arquitectònic. Que Ella presenti al seu diví Fill les joies i les penes de
tots els qui vinguin en aquest lloc sagrat en el futur, perquè, com prega l’Església
en la dedicació dels temples, els pobres trobin misericòrdia, els oprimits assoleixin
la llibertat veritable i tots els homes es revesteixin de la dignitat dels fills de
Déu. Amén. [Deseo, finalmente, confiar a la amorosa protección de la Madre de Dios,
María Santísima, Rosa de abril, Madre de la Merced, a todos los que estáis aquí, y
a todos los que con palabras y obras, silencio u oración, han hecho posible este milagro
arquitectónico. Que Ella presente también a su divino Hijo las alegrías y las penas
de todos los que lleguen a este lugar sagrado en el futuro, para que, como reza la
Iglesia al dedicar los templos, los pobres puedan encontrar misericordia, los oprimidos
alcanzar la libertad verdadera y todos los hombres se revistan de la dignidad de hijos
de Dios. Amén.]
TRADUCERE ÎN ITALIANĂ
Santa Messa. Tempio della
Sacra Famiglia di Barcellona Omelia del Santo Padre Domenica 7 novembre 2010
Amatissimi
fratelli e sorelle nel Signore.
“Questo giorno è consacrato al Signore, vostro
Dio; non fate lutto e non piangete… La gioia del Signore è la vostra forza” (Ne 8,9-11).
Con queste parole della prima lettura che abbiamo proclamato desidero salutare tutti
voi che siete qui presenti per partecipare a questa celebrazione. Rivolgo un affettuoso
saluto alle Loro Maestà i Reali di Spagna, che hanno voluto cordialmente unirsi a
noi. Il mio grato saluto va al Signor Cardinale Lluís Martínez Sistach, Arcivescovo
di Barcellona, per le parole di benvenuto e il suo invito per la dedicazione di questa
chiesa della Sacra Famiglia, meravigliosa sintesi di tecnica, di arte e di fede. Saluto
anche il Cardinale Ricardo María Carles Gordó, Arcivescovo emerito di Barcellona,
gli altri Signori Cardinali e Fratelli nell’Episcopato, specialmente il Vescovo ausiliare
di questa Chiesa particolare, così come i numerosi sacerdoti, diaconi, seminaristi,
religiosi e fedeli che partecipano a questa solenne celebrazione. Nello stesso tempo,
rivolgo il mio deferente saluto alle Autorità Nazionali, Regionali e Locali, così
come ai membri di altre comunità cristiane, che si uniscono alla nostra gioia e lode
grata a Dio.
Questo giorno è un punto significativo in una lunga storia di
aspirazioni, di lavoro e di generosità, che dura da più di un secolo. In questi momenti,
vorrei ricordare ciascuna delle persone che hanno reso possibile la gioia che oggi
pervade tutti noi: dai promotori fino agli esecutori di quest’opera; dagli architetti
e muratori della stessa, a tutti quelli che hanno offerto, in un modo o nell’altro,
il loro insostituibile contributo per rendere possibile la progressiva costruzione
di questo edificio. E ricordiamo, soprattutto, colui che fu anima e artefice di questo
progetto: Antoni Gaudí, architetto geniale e cristiano coerente, la cui fiaccola della
fede arse fino al termine della sua vita, vissuta con dignità e austerità assoluta.
Quest’evento è anche, in qualche modo, il punto culminante e lo sbocco di una storia
di questa terra catalana che, soprattutto a partire dalla fine del XIX secolo, diede
una moltitudine di santi e di fondatori, di martiri e di poeti cristiani. Storia di
santità, di creazioni artistiche e poetiche, nate dalla fede, che oggi raccogliamo
e presentiamo come offerta a Dio in questa Eucaristia.
La gioia che provo
nel poter presiedere questa celebrazione si è accresciuta quando ho saputo che questo
edificio sacro, fin dalle sue origini, è strettamente legato alla figura di san Giuseppe.
Mi ha commosso specialmente la sicurezza con la quale Gaudí, di fronte alle innumerevoli
difficoltà che dovette affrontare, esclamava pieno di fiducia nella divina Provvidenza:
“San Giuseppe completerà il tempio”. Per questo ora non è privo di significato il
fatto che sia un Papa il cui nome di battesimo è Giuseppe a dedicarlo.
Cosa
significa dedicare questa chiesa? Nel cuore del mondo, di fronte allo sguardo di Dio
e degli uomini, in un umile e gioioso atto di fede, abbiamo innalzato un’immensa mole
di materia, frutto della natura e di un incalcolabile sforzo dell’intelligenza umana,
costruttrice di quest’opera d’arte. Essa è un segno visibile del Dio invisibile, alla
cui gloria svettano queste torri, frecce che indicano l’assoluto della luce e di colui
che è la Luce, l’Altezza e la Bellezza medesime.
In questo ambiente, Gaudí
volle unire l’ispirazione che gli veniva dai tre grandi libri dei quali si nutriva
come uomo, come credente e come architetto: il libro della natura, il libro della
Sacra Scrittura e il libro della Liturgia. Così unì la realtà del mondo e la storia
della salvezza, come ci è narrata nella Bibbia e resa presente nella Liturgia. Introdusse
dentro l’edificio sacro pietre, alberi e vita umana, affinché tutta la creazione convergesse
nella lode divina, ma, allo stesso tempo, portò fuori i “retabli”, per porre davanti
agli uomini il mistero di Dio rivelato nella nascita, passione, morte e resurrezione
di Gesù Cristo. In questo modo, collaborò in maniera geniale all’edificazione di una
coscienza umana ancorata nel mondo, aperta a Dio, illuminata e santificata da Cristo.
E realizzò ciò che oggi è uno dei compiti più importanti: superare la scissione tra
coscienza umana e coscienza cristiana, tra esistenza in questo mondo temporale e apertura
alla vita eterna, tra la bellezza delle cose e Dio come Bellezza. Antoni Gaudí non
realizzò tutto questo con parole, ma con pietre, linee, superfici e vertici. In realtà,
la bellezza è la grande necessità dell’uomo; è la radice dalla quale sorgono il tronco
della nostra pace e i frutti della nostra speranza. La bellezza è anche rivelatrice
di Dio perché, come Lui, l’opera bella è pura gratuità, invita alla libertà e strappa
dall’egoismo.
Abbiamo dedicato questo spazio sacro a Dio, che si è rivelato
e donato a noi in Cristo per essere definitivamente Dio con gli uomini. La Parola
rivelata, l’umanità di Cristo e la sua Chiesa sono le tre espressioni massime della
sua manifestazione e del suo dono agli uomini. “Ciascuno stia attento a come costruisce.
Infatti nessuno può porre un fondamento diverso da quello che già vi si trova, che
è Gesù Cristo” (1Cor 3, 10-11), dice san Paolo nella seconda lettura. Il Signore Gesù
è la pietra che sostiene il peso del mondo, che mantiene la coesione della Chiesa
e che raccoglie in ultima unità tutte le conquiste dell’umanità. In Lui abbiamo la
Parola e la Presenza di Dio, e da Lui la Chiesa riceve la propria vita, la propria
dottrina e la propria missione. La Chiesa non ha consistenza da se stessa; è chiamata
ad essere segno e strumento di Cristo, in pura docilità alla sua autorità e in totale
servizio al suo mandato. L’unico Cristo fonda l’unica Chiesa; Egli è la roccia sulla
quale si fonda la nostra fede. Basati su questa fede, cerchiamo insieme di mostrare
al mondo il volto di Dio, che è amore ed è l’unico che può rispondere all’anelito
di pienezza dell’uomo. Questo è il grande compito, mostrare a tutti che Dio è Dio
di pace e non di violenza, di libertà e non di costrizione, di concordia e non di
discordia. In questo senso, credo che la dedicazione di questa chiesa della Sacra
Famiglia, in un’epoca nella quale l’uomo pretende di edificare la sua vita alle spalle
di Dio, come se non avesse più niente da dirgli, è un avvenimento di grande significato.
Gaudí, con la sua opera, ci mostra che Dio è la vera misura dell’uomo, che il segreto
della vera originalità consiste, come egli diceva, nel tornare all’origine che è Dio.
Lui stesso, aprendo in questo modo il suo spirito a Dio, è stato capace di creare
in questa città uno spazio di bellezza, di fede e di speranza, che conduce l’uomo
all’incontro con colui che è la verità e la bellezza stessa. Così l’architetto esprimeva
i suoi sentimenti: “Una chiesa [è] l’unica cosa degna di rappresentare il sentire
di un popolo, poiché la religione è la cosa più elevata nell’uomo”.
Quest’affermare
Dio porta con sé la suprema affermazione e tutela della dignità di ogni uomo e di
tutti gli uomini: “Non sapete che siete tempio di Dio?... Santo è il tempio di Dio,
che siete voi” (1Cor 3, 16-17). Ecco qui unite la verità e la dignità di Dio con la
verità e la dignità dell’uomo. Nel consacrare l’altare di questa chiesa, tenendo presente
che Cristo è il suo fondamento, noi presentiamo al mondo Dio che è amico degli uomini,
e invitiamo gli uomini ad essere amici di Dio. Come insegna l’episodio di Zaccheo,
di cui parla il Vangelo odierno (cfr Lc 19,1-10), se l’uomo lascia entrare Dio nella
sua vita e nel suo mondo, se lascia che Cristo viva nel suo cuore, non si pentirà,
ma anzi sperimenterà la gioia di condividere la sua stessa vita, essendo destinatario
del suo amore infinito.
L’iniziativa della costruzione di questa chiesa si
deve all’Associazione degli Amici di san Giuseppe, che vollero dedicarla alla Sacra
Famiglia di Nazaret. Da sempre, il focolare formato da Gesù, Maria e Giuseppe è stato
considerato una scuola di amore, preghiera e lavoro. I patrocinatori di questa chiesa
volevano mostrare al mondo l’amore, il lavoro e il servizio vissuti davanti a Dio,
così come li visse la Sacra Famiglia di Nazaret. Le condizioni di vita sono profondamente
cambiate e con esse si è progredito enormemente in ambiti tecnici, sociali e culturali.
Non possiamo accontentarci di questi progressi. Con essi devono essere sempre presenti
i progressi morali, come l’attenzione, la protezione e l’aiuto alla famiglia, poiché
l’amore generoso e indissolubile di un uomo e una donna è il quadro efficace e il
fondamento della vita umana nella sua gestazione, nella sua nascita, nella sua crescita
e nel suo termine naturale. Solo laddove esistono l’amore e la fedeltà, nasce e perdura
la vera libertà. Perciò, la Chiesa invoca adeguate misure economiche e sociali affinché
la donna possa trovare la sua piena realizzazione in casa e nel lavoro, affinché l’uomo
e la donna che si uniscono in matrimonio e formano una famiglia siano decisamente
sostenuti dallo Stato, affinché si difenda come sacra e inviolabile la vita dei figli
dal momento del loro concepimento, affinché la natalità sia stimata, valorizzata e
sostenuta sul piano giuridico, sociale e legislativo. Per questo, la Chiesa si oppone
a qualsiasi forma di negazione della vita umana e sostiene ciò che promuove l’ordine
naturale nell’ambito dell’istituzione familiare.
Contemplando ammirato questo
ambiente santo di incantevole bellezza, con tanta storia di fede, chiedo a Dio che
in questa terra catalana si moltiplichino e consolidino nuovi testimoni di santità,
che offrano al mondo il grande servizio che la Chiesa può e deve prestare all’umanità:
essere icona della bellezza divina, fiamma ardente di carità, canale perché il mondo
creda in Colui che Dio ha mandato (cfr Gv 6,29).
Cari fratelli, nel dedicare
questa splendida chiesa, supplico, al tempo stesso, il Signore delle nostre vite che
da questo altare, che ora verrà unto con olio santo e sopra il quale si consumerà
il sacrificio d’amore di Cristo, sgorghi un fiume continuo di grazia e di carità su
questa città di Barcellona e sui suoi abitanti, e sul mondo intero. Che queste acque
feconde riempiano di fede e di vitalità apostolica questa Chiesa arcidiocesana, i
suoi Pastori e fedeli.
Desidero, infine, affidare all’amorosa protezione della
Madre di Dio, Maria Santissima, “Rosa di aprile”, “Madre della Mercede”, tutti voi
qui presenti e tutti coloro che con parole e opere, con il silenzio o la preghiera,
hanno reso possibile questo miracolo architettonico. Che Ella presenti al suo divin
Figlio anche le gioie e le sofferenze di coloro che giungeranno in futuro in questo
luogo sacro, perché, come prega la Liturgia della dedicazione delle chiese, i poveri
possano trovare misericordia, gli oppressi conseguire la vera libertà e tutti gli
uomini rivestirsi della dignità di figli di Dio. Amen.