El Papa subraya la necesidad de que Europa se abra a Dios, que ni es antagonista del
hombre ni enemigo de su libertad, y trabaje por la dignidad humana amenazada por el
expolio de sus valores y la marginación o la muerte de los más débiles y pobres
Sábado, 6 nov (RV).- Benedicto XVI ha lamentado como una “tragedia que en Europa,
sobre todo en el siglo XIX, se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es el
antagonista del hombre y el enemigo de su libertad”. Durante su homilía en la Santa
Misa con ocasión del Año Jubilar Compostelano, en la Plaza del Obradoiro de Santiago
de Compostela, el Papa ha subrayado la imperante necesidad de que Europa se abra a
Dios “que envió al mundo a su Hijo Jesucristo, a fin de que nadie perezca, sino que
todos tengan vida eterna”.
"Es necesario que
Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa palabra santa
no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta haciéndola servir a fines que le
son impropios. Es menester que se profiera santamente. Es necesario que la percibamos
así en la vida de cada día, en el silencio del trabajo, en el amor fraterno y en las
dificultades que los años traen consigo. Europa ha de abrirse a Dios, salir a su encuentro
sin miedo, trabajar con su gracia por aquella dignidad del hombre que habían descubierto
las mejores tradiciones: además de la bíblica, fundamental en este orden, también
las de época clásica, medieval y moderna, de las que nacieron las grandes creaciones
filosóficas y literarias, culturales y sociales de Europa".
El Santo Padre
ha señalado a la cruz de Cristo como “nuestra estrella orientadora en la noche del
tiempo”. Cruz y amor, cruz y luz han sido sinónimos en nuestra historia, porque Cristo
se dejó clavar en ella para darnos el supremo testimonio de su amor, para invitarnos
al perdón y la reconciliación, para enseñarnos a vencer el mal con el bien. “No dejéis
de aprender las lecciones de ese Cristo de las encrucijadas de los caminos y de la
vida, en el que nos sale al encuentro Dios como amigo, padre y guía”.
Desde
Santiago de Compostela el Papa ha querido proclamar la gloria del hombre, advertir
de las amenazas a su dignidad por el expolio de sus valores y riquezas originarios,
por la marginación o la muerte infligidas a los más débiles y pobres.
"La Europa de la
ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene
que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros
continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero. Esto es lo
que la Iglesia desea aportar a Europa: velar por Dios y velar por el hombre, desde
la comprensión que de ambos se nos ofrece en Jesucristo".
Con emoción particular,
el Pontífice se ha dirigido en concreto a los peregrinos, “forjadores del genuino
espíritu jacobeo, sin el cual poco o nada se entendería de lo que aquí tiene lugar”.
"Desde aquí, como
mensajero del Evangelio que Pedro y Santiago rubricaron con su sangre, deseo volver
la mirada a la Europa que peregrinó a Compostela. ¿Cuáles son sus grandes necesidades,
temores y esperanzas? ¿Cuál es la aportación específica y fundamental de la Iglesia
a esa Europa, que ha recorrido en el último medio siglo un camino hacia nuevas configuraciones
y proyectos? Su aportación se centra en una realidad tan sencilla y decisiva como
ésta: que Dios existe y que es Él quien nos ha dado la vida. Solo Él es absoluto,
amor fiel e indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes,
verdades y bellezas admirables de este mundo; admirables pero insuficientes para el
corazón del hombre. Bien comprendió esto Santa Teresa de Jesús cuando escribió: “Sólo
Dios basta”.
Benedicto XVI ha querido evidenciar que “para los discípulos
que quieren seguir e imitar a Cristo, el servir a los hermanos no es una mera opción,
sino parte esencial de su ser”. “Un servicio –ha precisado el Papa- que no se mide
por los criterios mundanos de lo inmediato, lo material y vistoso, sino porque hace
presente el amor de Dios a todos los hombres y en todas sus dimensiones, y da testimonio
de Él, incluso con los gestos más sencillos.
Y en particular el Papa ha expresado
su deseo de que este mensaje llegue sobre todo a los jóvenes, porque precisamente
a ellos, este contenido esencial del Evangelio les indica el camino para que, “renunciando
a un modo de pensar egoísta, de cortos alcances, como tantas veces os proponen, y
asumiendo el de Jesús, podáis realizaros plenamente y ser semilla de esperanza”.
Y
sobre esta última ceremonia en Santiago les ofrecemos el reporte de David Gutiérrez.
HOMILÍA
COMPLETA Benqueridos irmáns en Xesucristo: Dou gracias a Deus
polo don de poder estar aquí, nesta espléndida praza chea de arte, cultura e significado
espiritual. Neste Ano Santo, chego como peregrino entre os peregrinos, acompañando
a tantos deles que veñen ata aquí sedentos da fe en Cristo Resucitado. Fe anunciada
e transmitida fielmente polos Apóstolos, como Santiago o Maior, ao que se venera en
Compostela desde tempo inmemorial. [Amadísimos Hermanos en Jesucristo: Doy
gracias a Dios por el don de poder estar aquí, en esta espléndida plaza repleta de
arte, cultura y significado espiritual. En este Año Santo, llego como peregrino entre
los peregrinos, acompañando a tantos como vienen hasta aquí sedientos de la fe en
Cristo resucitado. Fe anunciada y transmitida fielmente por los Apóstoles, como Santiago
el Mayor, a quien se venera en Compostela desde tiempo inmemorial.] Agradezco
las gentiles palabras de bienvenida de Monseñor Julián Barrio Barrio, Arzobispo de
esta Iglesia particular, y la amable presencia de Sus Altezas Reales los Príncipes
de Asturias, de los Señores Cardenales, así como de los numerosos Hermanos en el Episcopado
y el Sacerdocio. Vaya también mi saludo cordial a los Parlamentarios Europeos, miembros
del intergrupo “Camino de Santiago”, así como a las distinguidas Autoridades Nacionales,
Autonómicas y Locales que han querido estar presentes en esta celebración. Todo ello
es signo de deferencia para con el Sucesor de Pedro y también del sentimiento entrañable
que Santiago de Compostela despierta en Galicia y en los demás pueblos de España,
que reconoce al Apóstol como su Patrón y protector. Un caluroso saludo igualmente
a las personas consagradas, seminaristas y fieles que participan en esta Eucaristía
y, con una emoción particular, a los peregrinos, forjadores del genuino espíritu jacobeo,
sin el cual poco o nada se entendería de lo que aquí tiene lugar. Una frase
de la primera lectura afirma con admirable sencillez: «Los apóstoles daban testimonio
de la resurrección del Señor con mucho valor» (Hch 4,33). En efecto, en el punto de
partida de todo lo que el cristianismo ha sido y sigue siendo no se halla una gesta
o un proyecto humano, sino Dios, que declara a Jesús justo y santo frente a la sentencia
del tribunal humano que lo condenó por blasfemo y subversivo; Dios, que ha arrancado
a Jesucristo de la muerte; Dios, que hará justicia a todos los injustamente humillados
de la historia. «Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu
Santo, que Dios da a los que le obedecen» (Hch 5,32), dicen los apóstoles. Así pues,
ellos dieron testimonio de la vida, muerte y resurrección de Cristo Jesús, a quien
conocieron mientras predicaba y hacía milagros. A nosotros, queridos hermanos, nos
toca hoy seguir el ejemplo de los apóstoles, conociendo al Señor cada día más y dando
un testimonio claro y valiente de su Evangelio. No hay mayor tesoro que podamos ofrecer
a nuestros contemporáneos. Así imitaremos también a San Pablo que, en medio de tantas
tribulaciones, naufragios y soledades, proclamaba exultante: «Este tesoro lo llevamos
en vasijas de barro, para que se vea que esa fuerza tan extraordinaria es de Dios
y no proviene de nosotros» (2 Co 4,7). Junto a estas palabras
del Apóstol de los gentiles, están las propias palabras del Evangelio que acabamos
de escuchar, y que invitan a vivir desde la humildad de Cristo que, siguiendo en todo
la voluntad del Padre, ha venido para servir, «para dar su vida en rescate por muchos»
(Mt 20,28). Para los discípulos que quieren seguir e imitar a Cristo, el servir a
los hermanos ya no es una mera opción, sino parte esencial de su ser. Un servicio
que no se mide por los criterios mundanos de lo inmediato, lo material y vistoso,
sino porque hace presente el amor de Dios a todos los hombres y en todas sus dimensiones,
y da testimonio de Él, incluso con los gestos más sencillos. Al proponer este nuevo
modo de relacionarse en la comunidad, basado en la lógica del amor y del servicio,
Jesús se dirige también a los «jefes de los pueblos», porque donde no hay entrega
por los demás surgen formas de prepotencia y explotación que no dejan espacio para
una auténtica promoción humana integral. Y quisiera que este mensaje llegara sobre
todo a los jóvenes: precisamente a vosotros, este contenido esencial del Evangelio
os indica la vía para que, renunciando a un modo de pensar egoísta, de cortos alcances,
como tantas veces os proponen, y asumiendo el de Jesús, podáis realizaros plenamente
y ser semilla de esperanza. Esto es lo que nos recuerda también
la celebración de este Año Santo Compostelano. Y esto es lo que en el secreto del
corazón, sabiéndolo explícitamente o sintiéndolo sin saber expresarlo con palabras,
viven tantos peregrinos que caminan a Santiago de Compostela para abrazar al Apóstol.
El cansancio del andar, la variedad de paisajes, el encuentro con personas de otra
nacionalidad, los abren a lo más profundo y común que nos une a los humanos: seres
en búsqueda, seres necesitados de verdad y de belleza, de una experiencia de gracia,
de caridad y de paz, de perdón y de redención. Y en lo más recóndito de todos esos
hombres resuena la presencia de Dios y la acción del Espíritu Santo. Sí, a todo hombre
que hace silencio en su interior y pone distancia a las apetencias, deseos y quehaceres
inmediatos, al hombre que ora, Dios le alumbra para que le encuentre y para que reconozca
a Cristo. Quien peregrina a Santiago, en el fondo, lo hace para encontrarse sobre
todo con Dios que, reflejado en la majestad de Cristo, lo acoge y bendice al llegar
al Pórtico de la Gloria. Desde aquí, como mensajero del Evangelio
que Pedro y Santiago rubricaron con su sangre, deseo volver la mirada a la Europa
que peregrinó a Compostela. ¿Cuáles son sus grandes necesidades, temores y esperanzas?
¿Cuál es la aportación específica y fundamental de la Iglesia a esa Europa, que ha
recorrido en el último medio siglo un camino hacia nuevas configuraciones y proyectos?
Su aportación se centra en una realidad tan sencilla y decisiva como ésta: que Dios
existe y que es Él quien nos ha dado la vida. Solo Él es absoluto, amor fiel e indeclinable,
meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes, verdades y bellezas admirables
de este mundo; admirables pero insuficientes para el corazón del hombre. Bien comprendió
esto Santa Teresa de Jesús cuando escribió: “Sólo Dios basta”. Es
una tragedia que en Europa, sobre todo en el siglo XIX, se afirmase y divulgase la
convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad. Con
esto se quería ensombrecer la verdadera fe bíblica en Dios, que envió al mundo a su
Hijo Jesucristo, a fin de que nadie perezca, sino que todos tengan vida eterna (cf.
Jn 3,16). El autor sagrado afirma tajante ante un paganismo
para el cual Dios es envidioso o despectivo del hombre: ¿Cómo hubiera creado Dios
todas las cosas si no las hubiera amado, Él que en su plenitud infinita no necesita
nada? (cf. Sab 11,24-26). ¿Cómo se hubiera revelado a los hombres si no quisiera
velar por ellos? Dios es el origen de nuestro ser y cimiento y cúspide de nuestra
libertad; no su oponente. ¿Cómo el hombre mortal se va a fundar a sí mismo y cómo
el hombre pecador se va a reconciliar a sí mismo? ¿Cómo es posible que se haya hecho
silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana? ¿Cómo lo
más determinante de ella puede ser recluido en la mera intimidad o remitido a la penumbra?
Los hombres no podemos vivir a oscuras, sin ver la luz del sol. Y, entonces, ¿cómo
es posible que se le niegue a Dios, sol de las inteligencias, fuerza de las voluntades
e imán de nuestros corazones, el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla?
Por eso, es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa;
que esa palabra santa no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta haciéndola
servir a fines que le son impropios. Es menester que se profiera santamente. Es necesario
que la percibamos así en la vida de cada día, en el silencio del trabajo, en el amor
fraterno y en las dificultades que los años traen consigo. Europa
ha de abrirse a Dios, salir a su encuentro sin miedo, trabajar con su gracia por aquella
dignidad del hombre que habían descubierto las mejores tradiciones: además de la bíblica,
fundamental en este orden, también las de época clásica, medieval y moderna, de las
que nacieron las grandes creaciones filosóficas y literarias, culturales y sociales
de Europa. Ese Dios y ese hombre son los que se han manifestado
concreta e históricamente en Cristo. A ese Cristo que podemos hallar en los caminos
hasta llegar a Compostela, pues en ellos hay una cruz que acoge y orienta en las encrucijadas.
Esa cruz, supremo signo del amor llevado hasta el extremo, y por eso don y perdón
al mismo tiempo, debe ser nuestra estrella orientadora en la noche del tiempo. Cruz
y amor, cruz y luz han sido sinónimos en nuestra historia, porque Cristo se dejó clavar
en ella para darnos el supremo testimonio de su amor, para invitarnos al perdón y
la reconciliación, para enseñarnos a vencer el mal con el bien. No dejéis de aprender
las lecciones de ese Cristo de las encrucijadas de los caminos y de la vida, en el
que nos sale al encuentro Dios como amigo, padre y guía. ¡Oh Cruz bendita, brilla
siempre en tierras de Europa! Dejadme que proclame desde aquí
la gloria del hombre, que advierta de las amenazas a su dignidad por el expolio de
sus valores y riquezas originarios, por la marginación o la muerte infligidas a los
más débiles y pobres. No se puede dar culto a Dios sin velar por el hombre su hijo
y no se sirve al hombre sin preguntarse por quién es su Padre y responderle a la pregunta
por él. La Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización
y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la
fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y
verdadero. Esto es lo que la Iglesia desea aportar a Europa: velar por Dios y velar
por el hombre, desde la comprensión que de ambos se nos ofrece en Jesucristo. Queridos
amigos, levantemos una mirada esperanzadora hacia todo lo que Dios nos ha prometido
y nos ofrece. Que Él nos dé su fortaleza, que aliente a esta Archidiócesis compostelana,
que vivifique la fe de sus hijos y los ayude a seguir fieles a su vocación de sembrar
y dar vigor al Evangelio, también en otras tierras. Que Santiago,
o Amigo do Señor, acade abundantes bendicións para Galicia, para os demais pobos de
España, de Europa e de tantos outros lugares alén mar onde o Apóstolo e sinal de identidade
cristiá e promotor do anuncio de Cristo. [Que Santiago, el amigo del Señor,
alcance abundantes bendiciones para Galicia, para los demás pueblos de España, de
Europa y de tantos otros lugares allende los mares, donde el Apóstol es signo de identidad
cristiana y promotor del anuncio de Cristo.]