A los participantes en la Plenaria de la Pontificia Academia de las Ciencias Benedicto
XVI les recuerda el aprecio de la Iglesia por la investigación científica
Jueves, 28 oct (RV).- Benedicto XVI reiteró, una vez más, que la Iglesia aprecia la
investigación científica y la alienta a que reconozca la dimensión espiritual del
ser humano, para impulsar la fraternidad y la paz y ayudar a resolver los grandes
problemas de la humanidad. Al recibir con gusto, al final de esta mañana, a los participantes
en la Sesión Plenaria de la Pontificia Academia de las Ciencias –que están reflexionando
sobre “El legado del científico del Siglo XX”– el Papa saludó, en particular, al obispo
Marcelo Sánchez Sorondo, Canciller de esta Academia, y recordó “con afecto y gratitud
al fallecido profesor Nicola Cabibbo”, quien fue su presidente, uniendo sus oraciones
a las de todos ellos para encomendar su noble alma a Dios Padre de la misericordia.
Refiriéndose
a la historia de la ciencia en el siglo pasado y destacando los logros indudables
y los avances importantes, Benedicto XVI recordó que, lamentablemente, la imagen popular
de la ciencia del Siglo XX se caracteriza a veces por dos formas extremas y contrarias
entre sí. Por una parte, algunos –apoyándose en los importantes logros e innumerables
y rápidos avances– señalan que la ciencia puede responder a todas las preguntas de
la existencia del hombre, e incluso de sus más altas aspiraciones. Y por otra, otros
temen que la evolución de la ciencia se aparte del bien del hombre, como en el caso
de la fabricación y el uso terrible de las armas nucleares.
Tras afirmar que
“la ciencia, por supuesto, no se define por cualquiera de estos extremos”, Benedicto
XVI reiteró la importancia de la “paciente y apasionada búsqueda de la verdad sobre
el cosmos, sobre la naturaleza y sobre el ser humano”. Búsqueda que ha conocido éxitos
y fracasos, triunfos y reveses.
El Papa recordó que en el último siglo, el
hombre ciertamente ha avanzado mucho más que en toda la historia de la humanidad,
en su conocimiento del macro y microcosmos, aunque no siempre en su conocimiento de
sí mismo y de Dios. E hizo hincapié en que el encuentro de hoy, con los queridos amigos,
que son miembros de la Pontificia Academia de las Ciencias “es una prueba del aprecio
de la Iglesia para con la investigación científica en curso y de su gratitud por la
labor de los científicos, que la misma Iglesia alienta y de la que recibe beneficios”.
En este contexto, el Papa subrayó la importancia de que los científicos aprecian
cada vez más la necesidad de estar abiertos a la filosofía, para descubrir el fundamento
lógico y epistemológico de su metodología y sus conclusiones. “Por su parte, la Iglesia
está convencida de que la actividad científica en última instancia se beneficia con
el reconocimiento de la dimensión espiritual del hombre y su búsqueda de respuestas
definitivas, que permitan reconocer que el mundo existe independientemente de nosotros”:
“Los
científicos no crean el mundo, sino que aprenden a conocerlo e intentan imitarlo siguiendo
las leyes y la inteligibilidad que la naturaleza nos manifiesta. La experiencia del
científico como ser humano es, pues, la de percibir una constante, una ley, un ‘logos’,
que el científico no ha creado, sino que ha observado: de hecho, nos lleva a admitir
la existencia de una Razón todopoderosa, que no es la del hombre y que sostiene el
mundo. Éste es el punto de encuentro entre las ciencias naturales y la religión. Como
resultado, la ciencia se convierte en un lugar de diálogo, un encuentro entre el hombre
y la naturaleza y, potencialmente, incluso entre el mismo hombre y su Creador”.
Al
extender su mirada hacia el Siglo XXI, el Santo Padre propuso dos ideas para una reflexión
más profunda: “En primer lugar, con los crecientes logros de las ciencias que nos
hacen profundizar con maravilla en la complejidad de la naturaleza, se percibe cada
vez más la necesidad de un enfoque interdisciplinario ligado a la reflexión filosófica.
En segundo lugar, los logros científicos en este nuevo siglo deberían estar guiados
siempre por el sentido de la fraternidad y la paz, ayudando a resolver los grandes
problemas de la humanidad y dirigiendo los esfuerzos de todos hacia el verdadero bien
del hombre y hacia el desarrollo integral de los pueblos del mundo. El resultado positivo
de la ciencia del siglo XXI seguramente dependerá, en gran medida, de la capacidad
del científico de buscar la verdad y de que se apliquen los descubrimientos de manera
que vayan de la mano con la búsqueda de lo que es justo y bueno. Con estos sentimientos,
os invito a dirigir vuestra mirada a Cristo –Sabiduría increada– y a reconocer en
su rostro, el Logos del Creador de todas las cosas”.