Palermo: el Papa piensa en quienes viven en condiciones de precariedad a causa de
la falta de trabajo, de la incertidumbre por el futuro, del sufrimiento físico y moral
y del crimen organizado
Domingo, 3 oct (RV).- Gran entusiasmo entre la multitud de fieles que esta mañana
han asistido a la Santa Misa presidida por Benedicto XVI en Palermo. El Papa ha llegado
a la capital siciliana a las 9 de la mañana. Tras el saludo a la ciudadanía se ha
trasladado al Foro Itálico, junto al paseo marítimo de Palermo, donde a las 10 y media
ha presido la Santa Misa. En su homilía el Papa ha ofrecido su estímulo y ha recordado
a los fieles “fundar toda la vida en la fe, testimoniando con claridad y sin tener
miedo a los valores humanos y cristianos”.
Como ha explicado el mismo Santo
Padre su “visita se realiza en ocasión de una importante reunión eclesial regional
de los jóvenes y de las familias”. Su presencia representa el final de un camino emprendido
hace tres años en todas las diócesis sicilianas: un camino hacia el compromiso de
los jóvenes en la vida religiosa, el encuentro con las familias y la transmisión de
la fe a las nuevas generaciones. Pero -como ha dicho el Papa- también ha venido “para
compartir alegrías y esperanzas, fatigas y compromisos, ideales y aspiraciones de
esta comunidad diocesana”, donde no faltan las dificultades:
Pienso, en
particular, en quienes viven concretamente su existencia en condiciones de precariedad,
a causa de la falta de trabajo, de la incertidumbre por el futuro, del sufrimiento
físico y moral y, como ha recordado el Arzobispo, a causa del crimen organizado. Hoy
estoy en medio de vosotros para dar testimonio de mi cercanía y de mi recuerdo en
la oración. Estoy aquí para daros un fuerte aliento para no tener miedo de testimoniar
con claridad los valores humanos y cristianos, tan profundamente enraizados en la
fe y en la historia de este territorio y de su población
Todos
los textos de la liturgia de este domingo ha proseguido el Papa nos hablan de la fe,
que es el fundamento de toda la vida cristiana. Y la increíble vitalidad de la fe
-ha dicho- es “como una palanca que mueve mucho más que su propio peso, así la fe,
inclusive una pizca de fe, está en grado de realizar cosas impensables y extraordinarias”.
“La fe, fiarse de Cristo, acogerlo, dejar que nos transforme, seguirlo sin reservas
-ha afirmado el Pontífice-, hace posibles las cosas humanamente imposibles, en cualquier
realidad”.
A Continuación el Santo padre ha confirmado sus palabras repasando
la historia de la Iglesia que peregrina en Palermo que en los siglos pasados “estuvo
enriquecida y animada por una fe ferviente, que encontró su más alta y acabada expresión
en los Santos y Santas, como Santa Rosalía, Patrona de la ciudad.
No se
debe olvidar como vuestro sentido religioso haya siempre inspirado y orientado la
vida familiar, alimentando valores, como la capacidad de donación y de solidaridad
hacia los otros, especialmente los que sufren, y el innato respeto por la vida, que
constituyen una preciosa herencia que se debe custodiar celosamente y se debe impulsar
aún más en nuestros días. Queridos amigos, ¡conservad este precioso tesoro de fe de
vuestra Iglesia; que sean siempre los valores cristianos los que guíen vuestras decisiones
y vuestras acciones!
Benedicto
XVI aludiendo a la segunda parte del Evangelio de hoy, ha hablado de otra enseñanza:
la humildad, que está estrechamente ligada a la fe. Jesús nos invita a ser humildes
y nos hace tomar conciencia de que, frente a Dios, somos sus siervos; no somos acreedores
frente a él, sino que somos siempre deudores, porque debemos todo a Él, porque todo
es un don suyo.
Ante Dios no debemos presentarnos nunca como quien cree
haber hecho un servicio y por ello merecer una gran recompensa (...) Debemos, en cambio,
ser conscientes que, en realidad, no hacemos nunca bastante por Dios (…) Esta es una
actitud de humildad que nos pone verdaderamente en nuestro puesto y permite al Señor
ser muy generoso con nosotros (...) Queridos amigos, si hacemos cada día la voluntad
de Dios, con humildad, sin pretender nada de Él, será Jesús mismo quien nos sirva,
quien nos ayude, quien nos anime, quien nos done fuerza y serenidad
El
Santo Padre ha recordado las palabras que el Apóstol Pablo ha dicho: “Dios no nos
ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio”. Fe,
humildad y caridad. Y ha invitado a todos Palermitanos y Sicilianos a acoger, como
sus antepasados, la fe de los Apóstoles, y a adherir a la fe de modo generoso, también
en medio de las dificultades y persecuciones, recordando que Sicilia ha sido y es
tierra de Santos, pertenecientes a toda condición de vida, que ha vivido el Evangelio
con sencillez e integridad.
A vosotros, fieles laicos, os repito: ¡no tengáis
temor de vivir y testimoniar la fe en los diversos ambientes de la sociedad, en las
múltiples situaciones de la existencia humana, sobretodo en la más difíciles! La fe
os dona la fuerza de Dios para ser siempre confiados y animosos, para seguir adelante
con nuevas decisiones, para emprender las iniciativas necesarias para dar un rostro
siempre más bello a vuestra tierra
Y
cuando encontréis la oposición del mundo, -ha terminado diciendo el Papa- escuchad
las palabras del Apóstol: “No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor”: así
se han comportado los Santos y las Santas, florecidos en el curso de los siglos, en
Palermo y en toda Sicilia, así como laicos y sacerdotes de hoy.
¡De lo
que se debe avergonzar es del mal, de lo que ofende a Dios, de lo que ofende al hombre;
de lo que se debe avergonzar es del mal que se produce a la Comunidad civil y religiosa
con acciones que no aman salir a la luz! La tentación del desánimo, de la resignación,
llega a quien es débil en la fe, a quien confunde el mal con el bien, a quien piensa
que ante el mal, con frecuencia profundo, no haya nada que hacer. En cambio, quien
está sólidamente fundado en la fe, quien tiene plena confianza en Dios y vive en la
Iglesia, es capaz de llevar la fuerza avasallante del Evangelio
Homilía
Completa
¡Queridos hermanos y hermanas! Es muy
grande mi alegría al poder partir con vosotros el pan de la Palabra de Dios y de la
Eucaristía. ¡Os saludo a todos con afecto y os agradezco por vuestra calurosa acogida!
Saludo en particular a vuestro Pastor, el Arzobispo Mons. Paolo Romeo; le agradezco
por las expresiones de bienvenida que ha querido dirigirme en nombre de todos, y también
por el significativo don que me ha ofrecido. Saludos también a los Arzobispos y Obispos
presentes, a los Sacerdotes, a los Religiosos y a las Religiosas, a los representantes
de las Asociaciones y de los Movimientos eclesiales. Dirijo un deferente pensamiento
al Alcalde, Sr. Diego Cammarata, agradecido por el cortés saludo, a los Representantes
del Gobierno y a las Autoridades civiles y militares, que con su presencia han querido
honrar nuestro encuentro. Un agradecimiento especial a quienes ha ofrecido generosamente
su colaboración para la organización y preparación de esta jornada. ¡Queridos
amigos! Mi visita se realiza en ocasión de una importante reunión eclesial regional
de los jóvenes y de las familias, a quienes encontraré en la tarde. Pero he venido
también a compartir con vosotros alegrías y esperanzas, fatigas y compromisos, ideales
y aspiraciones de esta comunidad diocesana. Cuando los antiguos griegos atracaron
en esta zona, como lo ha recordado el Alcalde en su saludo, la llamaron “Panormo”,
es decir, “todo puerto”: un nombre que quería indicar seguridad, paz y serenidad.
Viniendo por primera vez entre vosotros, mi augurio es que en verdad, esta Ciudad,
inspirándose en los valores más auténticos de su historia y su tradición, sepa siempre
realizar para sus habitantes, así como para toda la Nación, el auspicio de serenidad
y de paz sintetizado en su nombre. Sé que en Palermo, así como
en toda Sicilia, no faltan las dificultades, los problemas y las preocupaciones: pienso,
en particular, en quienes viven concretamente su existencia en condiciones de precariedad,
a causa de la falta de trabajo, de la incertidumbre por el futuro, del sufrimiento
físico y moral y, como ha recordado el Arzobispo, a causa del crimen organizado. Hoy
estoy en medio de vosotros para dar testimonio de mi cercanía y de mi recuerdo en
la oración. Estoy aquí para daros un fuerte aliento para no tener miedo de testimoniar
con claridad los valores humanos y cristianos, tan profundamente enraizados en la
fe y en la historia de este territorio y de su población. Queridos
hermanos y hermanas, cada asamblea litúrgica es espacio de la presencia de Dios. Reunidos
para la Sagrada Eucaristía, los discípulos del Señor son sumergidos en el sacrificio
redentor de Cristo, proclaman que Él ha resucitado, está vivo y es dador de la vida,
y dan testimonio que su presencia es gracia, fuerza y alegría. ¡Abramos el corazón
a su palabra y acojamos el don de su presencia! Todos los textos de la liturgia de
este domingo nos hablan de la fe, que es el fundamento de toda la vida cristiana.
Jesús ha educado a sus discípulos para crecer en la fe, a creer y a confiar siempre
en Él, para construir sobre la roca la propia vida. Por esto ello le piden: “Auméntanos
la fe” (Lc 17,6). Es una bella petición que dirigen al Señor, es la demanda fundamental:
los discípulos no piden dones materiales, no piden privilegios, sino que piden la
gracia de la fe, que oriente e ilumine toda la vida; piden la gracia de reconocer
a Dios y poder estar en relación íntima con Él, recibiendo de Él todos sus dones,
inclusive los del coraje, el amor y la esperanza. Sin responder
directamente a su petición, Jesús recurre a una imagen paradójica para expresar la
increíble vitalidad de la fe. Como una palanca mueve mucho más que su propio
peso, así la fe, inclusive una pizca de fe, está en grado de realizar cosas impensables,
extraordinarias, como sacar de raíz un árbol grande y transplantarlo en el mar (Ibid.).
La fe – fiarse de Cristo, acogerlo, dejar que nos transforme, seguirlo sin reservas
– hace posibles las cosas humanamente imposibles, en cualquier realidad. Nos da testimonio
el profeta Habacuc en la primera lectura. Él implora al Señor a partir de una situación
tremenda de violencia, de iniquidad, de opresión; y precisamente en esta situación
difícil y de inseguridad, el profeta introduce una visión que ofrece una visión del
proyecto que Dios está trazando y realizando en la historia: “El injusto tiene el
alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe” (Hab 2,4). El impío, aquél que no actúa
según la voluntad de Dios, confía en el propio poder, pero se apoya en una realidad
frágil e inconsistente, por ello se doblará, está destinado a caer; el justo, en cambio,
confía en una realidad oculta pero sólida, confía en Dios y por ello tendrá la vida. En
los siglos pasados la Iglesia que peregrina en Palermo estuvo enriquecida y animada
por una fe ferviente, que encontró su más alta y acabada expresión en los Santos y
Santas. Pienso en Santa Rosalía, que vosotros veneráis y honráis y que, desde el monte
Pellegrino, vela sobre vuestra Ciudad, de la que es Patrona. No se debe olvidar como
vuestro sentido religioso haya siempre inspirado y orientado la vida familiar, alimentando
valores, como la capacidad de donación y de solidaridad hacia los otros, especialmente
los que sufren, y el innato respeto por la vida, que constituyen una preciosa herencia
que se debe custodiar celosamente y se debe impulsar aún más en nuestros días. Queridos
amigos, ¡conservad este precioso tesoro de fe de vuestra Iglesia; que sean siempre
los valores cristianos los que guíen vuestras decisiones y vuestras acciones! La
segunda parte del Evangelio de hoy presenta otra enseñanza, una enseñanza de humildad,
que está estrechamente ligada a la fe. Jesús nos invita a ser humildes y pone el ejemplo
de un siervo que ha trabajado en los campos. Cuando regresa a casa, el patrón le pide
todavía de trabajar. Según la mentalidad el tiempo de Jesús, el patrón tenía todo
el derecho de hacerlo. El siervo debía al patrón una disponibilidad completa, y el
patrón no se sentía obligado hacía él porque había cumplido las órdenes recibidas.
Jesús nos hace tomar conciencia que, frente a Dios, nos encontramos en una situación
semejante: somos siervos de Dios; no somos acreedores frente a él, sino que somos
siempre deudores, porque debemos todo a Él, porque todo es un don suyo. Aceptar y
hacer su voluntad es la actitud que debemos tener cada día, en cada momento de nuestra
vida. Ante Dios no debemos presentarnos nunca como quien cree haber hecho un servicio
y por ello merecer una gran recompensa. Esta es una ilusión que puede nacer en todos,
también en las personas que trabajan mucho en el servicio del Señor, en la Iglesia.
Debemos, en cambio, ser conscientes que, en realidad, no hacemos nunca bastante por
Dios. Debemos decir, como sugiere Jesús: “Somo unos pobres siervos, hemos hecho lo
que teníamos que hacer” (Lc 17,10). Esta es una actitud de humildad que nos pone verdaderamente
en nuestro puesto y permite al Señor ser muy generoso con nosotros. En efecto, en
otra parte del Evangelio él nos promete que “se ceñirá, los hará ponerse a la mesa
y, yendo de uno a otro, les servirá” (cfr. Lc 12, 37). Queridos amigos, si hacemos
cada día la voluntad de Dios, con humildad, sin pretender nada de Él, será Jesús mismo
quien nos sirva, quien nos ayude, quien nos anime, quien nos done fuerza y serenidad. También
el apóstol Pablo, en la segunda lectura de hoy, habla de la fe. Timoteo es invitado
a tener fe y, por medio de ella, a ejercitar la caridad. El discípulo es exhortado
a reavivar en la fe el don de Dios que hay en él por la imposición de las manos de
Pablo, es decir, el don de la Ordenación, recibido para desarrollar el ministerio
apostólico como colaborador de Pablo (cfr. 2Tim 1,6). Él no debe dejar apagar este
don, sino que debe hacerlo siempre más vivo por medio de la fe. Y el Apóstol añade:
“Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen
juicio” (v. 7). ¡Queridos Palermitanos y queridos Sicilianos!
Vuestra bella Isla ha estado entre las primeras regiones de Italia en acoger la fe
de los Apóstoles, a recibir el anuncio de la Palabra de Dios, y a adherir a la fe
de modo generoso que, también en medio de las dificultades y persecuciones, ha siempre
germinado en ella la flor de la santidad. Sicilia ha sido y es tierra de Santos, pertenecientes
a toda condición de vida, que ha vivido el Evangelio con sencillez e integridad. A
vosotros, fieles laicos, os repito: ¡no tengáis temor de vivir y testimoniar la fe
en los diversos ambientes de la sociedad, en la múltiples situaciones de la existencia
humana, sobretodo en la más difíciles! La fe os dona la fuerza de Dios para ser siempre
confiados y animosos, para seguir adelante con nuevas decisiones, para emprender las
iniciativas necesarias para dar un rostro siempre más bello a vuestra tierra. Y cuando
encontréis la oposición del mundo, escuchad las palabras del Apóstol: “No tengas miedo
de dar la cara por nuestro Señor” (v. 8). ¡De lo que se debe avergonzar es del mal,
de lo que ofende a Dios, de lo que ofende al hombre; de lo que se debe avergonzar
es del mal que se produce a la Comunidad civil y religiosa con acciones que no aman
salir a la luz! La tentación del desánimo, de la resignación, llega a quien es débil
en la fe, a quien confunde el mal con el bien, a quien piensa que ante el mal, con
frecuencia profundo, no haya nada que hacer. En cambio, quien está sólidamente fundado
en la fe, quien tiene plena confianza en Dios y vive en la Iglesia, es capaz de llevar
la fuerza avasallante del Evangelio. Así se han comportado los Santos y las Santas,
florecidos en el curso de los siglos, en Palermo y en toda Sicilia, así como laicos
y sacerdotes de hoy, bien conocidos a vosotros, como por ejemplo don Pino Puglisi.
Que sean ellos quienes os custodien siempre unidos y alimenten en cada uno el deseo
de proclamar, con las palabras y las obras, la presencia y el amor de Cristo. Pueblo
de Sicilia, ¡mira con esperanza tu futuro! ¡Haz emerger en toda su luz el bien que
quieres, que buscas y que tienes! ¡Vive con valentía los valores del Evangelio para
hacer resplandecer la luz del bien! ¡Con la fuerza de Dios todo es posible! Que la
Madre de Cristo, la Virgen Odigitria (la que instruye) tan venerada por vosotros,
os asista y os conduzca al conocimiento profundo de su Hijo. ¡Amen!