Benedicto XVI beatifica al cardenal Newman, cuya vida nos enseña la pasión por la
verdad, la honestidad intelectual y la auténtica conversión
Domingo, 18 sep (RV).- Con la beatificación, esta mañana en el Cofton Park de Birmingham
del cardenal John Henry Newman el Papa dio cumplimiento al motivo central de su visita
de cuatro días al Reino Unido. El cardenal John Henry Newman, sacerdote de la Iglesia
anglicana que, tras un laborioso proceso de discernimiento y de dudas, la abandonó
a los cuarenta años para ser acogido en el seno de la iglesia católica. Newman ha
sido un gran teólogo, predicador y estudioso de la Iglesia y paladín del ecumenismo.
Benedicto
XVI ha empezado su homilía recordando que este domingo en particular representa también
un momento significativo en la vida de la nación británica, al ser el día elegido
para conmemorar el setenta aniversario de la batalla de Bretaña.
“Para mí, que estuve
entre quienes vivieron y sufrieron los oscuros días del régimen nazi en Alemania,
es profundamente conmovedor estar con vosotros en esta ocasión, y poder recordar a
tantos conciudadanos vuestros que sacrificaron sus vidas, resistiendo con tesón a
las fuerzas de esta ideología demoníaca. Pienso en particular en la vecina Coventry,
que sufrió durísimos bombardeos, con numerosas víctimas en noviembre de 1940. Setenta
años después recordamos con vergüenza y horror el espantoso precio de muerte y destrucción
que la guerra trae consigo, y renovamos nuestra determinación de trabajar por la paz
y la reconciliación, donde quiera que amenace un conflicto”.
“Pero existe
otra razón, más alegre, -ha afirmado el Papa- por la cual este día es especial para
Gran Bretaña y para Birmingham. Éste es el día en que formalmente el Cardenal John
Henry Newman ha sido elevado a los altares y declarado beato.
“Inglaterra tiene
un larga tradición de santos mártires, cuyo valiente testimonio ha sostenido e inspirado
a la comunidad católica local durante siglos. Es justo y conveniente reconocer hoy
la santidad de un confesor, un hijo de esta nación que, si bien no fue llamado a derramar
la sangre por el Señor, jamás se cansó de dar un testimonio elocuente de Él a lo largo
de una vida entregada al ministerio sacerdotal, y especialmente a predicar, enseñar
y escribir”.
En el beato John Newman, ha explicado el Santo Padre, “esta
tradición de delicada erudición, profunda sabiduría humana y amor intenso por el Señor,
ha dado grandes frutos, como signo de la presencia constante del Espíritu Santo en
el corazón del Pueblo de Dios, suscitando copiosos dones de santidad”.
“El lema del Cardenal
Newman, cor ad cor loquitur, “el corazón habla al corazón”, nos da la perspectiva
de su comprensión de la vida cristiana como una llamada a la santidad, experimentada
como el deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima con el Corazón
de Dios. Nos recuerda que la fidelidad a la oración nos va transformando gradualmente
a semejanza de Dios”.
El Evangelio de hoy afirma que ‘nadie puede servir
a dos señores’, y “el Beato John Henry, en sus enseñanzas sobre la oración -ha dicho
el Papa-, aclara cómo el fiel cristiano toma partido por servir a su único y verdadero
Maestro, que pide sólo para sí nuestra devoción incondicional.
“El servicio concreto
al que fue llamado el Beato John Henry incluía la aplicación entusiasta de su inteligencia
y su prolífica pluma a muchas de las más urgentes “cuestiones del día”. Sus intuiciones
sobre la relación entre fe y razón, sobre el lugar vital de la religión revelada en
la sociedad civilizada, y sobre la necesidad de un educación esmerada y amplia fueron
de gran importancia, no sólo para la Inglaterra victoriana. Hoy también siguen inspirando
e iluminando a muchos en todo el mundo”.
Luego, el Santo Padre ha rendido
especial homenaje a la visión que sobre la educación tuvo el nuevo beato británico,
y que “ha hecho tanto por formar el ethos, que es la fuerza motriz de las escuelas
y facultades católicas actuales. “Firmemente contrario a cualquier enfoque reductivo
o utilitarista, buscó unas condiciones educativas en las que se unificara el esfuerzo
intelectual, la disciplina moral y el compromiso religioso”. El proyecto de fundar
una Universidad Católica en Irlanda le brindó la oportunidad de desarrollar sus ideas
al respecto. Benedicto XVI ha querido concluir su homilía “con una breve reflexión
sobre la vida sacerdotal del cardenal Newman, como pastor de almas, leyendo un sermón
suyo.
“Si vuestros sacerdotes
fueran ángeles, hermanos míos, ellos no podrían compartir con vosotros el dolor, sintonizar
con vosotros, no podrían haber tenido compasión de vosotros, sentir ternura por vosotros
y ser indulgentes con vosotros, como nosotros podemos; ellos no podrían ser ni modelos
ni guías, y no te habrían llevado de tu hombre viejo a la vida nueva, como ellos,
que vienen de entre nosotros”.
“Newman -ha terminado diciendo el Papa-
vivió profundamente esta visión tan humana del ministerio sacerdotal en sus desvelos
pastoral por el pueblo de Birmingham, durante los años dedicados al Oratorio que él
mismo fundó, visitando a los enfermos y a los pobres, consolando al triste, o atendiendo
a los encarcelados”.
Al término de la ceremonia eucarística, durante el Ángelus,
el Papa ha enviado un saludo especial a los fieles de Sevilla, donde ayer tuvo lugar
la beatificación de la religiosa María Purísima de la Cruz.
Hermanos y hermanas
en Jesucristo
Deseo enviar mi saludo al pueblo de Sevilla, donde ayer
fue beatificada la Madre María de la Purísima de la Cruz. Que la Beata María inspire
a las jóvenes a seguir su ejemplo de amor incondicional a Dios y al prójimo.
Luego,
el Pontífice ha vuelto a hablar del ministerio pastoral y del espíritu de devoción
y santidad del nuevo beato John Henry Newman, que cuando vino a vivir a Birmingham,
dio el nombre de "Maryvale" a su primera casa en este lugar. El Oratorio que fundó
está dedicado a la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen. Y puso bajo el patrocinio
de María, Sedes Sapientiae, la Universidad Católica de Irlanda.
“De muchas maneras,
vivió su ministerio sacerdotal con un espíritu de devoción filial a la Madre de Dios.
Meditando acerca de su papel en el desarrollo del plan de Dios para nuestra salvación,
llegó a exclamar: «¿Quién puede apreciar la santidad y la perfección de Aquella que
fue elegida para ser la Madre de Cristo? ¿Qué dones debió tener, quien fue elegida
para ser el único familiar más cercano en la tierra al Hijo de Dios, la única a quien
Él estaba obligado por naturaleza a venerar y admirar; la escogida para guiarle y
educarle, para instruirle día a día, a medida que crecía en sabiduría y en estatura?»”
El Papa ha terminado su alocución invitando a rezar a los fieles por
María, la agraciada, la venerada y, en la que, “buscamos lógicamente su intercesión
en nuestras propias necesidades y las del mundo entero. Ahora, nos dirigimos a nuestra
Madre Santísima con las palabras del Ángel y le confiamos las intenciones que llevamos
en nuestro corazón”.
Crónica de la ceremonia
HOMILÍA
DEL SANTO PADRE
Queridos hermanos y hermanas en
Cristo
Nos encontramos aquí en Birmingham en un día realmente feliz.
En primer lugar, porque es el día del Señor, el Domingo, el día en que el Señor Jesucristo
resucitó de entre los muertos y cambió para siempre el curso de la historia humana,
ofreciendo nueva vida y esperanza a todos los que viven en la oscuridad y en sombras
de muerte. Es la razón por la que los cristianos de todo el mundo se reúnen en este
día para alabar y dar gracias a Dios por las maravillas que ha hecho por nosotros.
Este domingo en particular representa también un momento significativo en la vida
de la nación británica, al ser el día elegido para conmemorar el setenta aniversario
de la Batalla de Bretaña. Para mí, que estuve entre quienes vivieron y sufrieron los
oscuros días del régimen nazi en Alemania, es profundamente conmovedor estar con vosotros
en esta ocasión, y poder recordar a tantos conciudadanos vuestros que sacrificaron
sus vidas, resistiendo con tesón a las fuerzas de esta ideología demoníaca. Pienso
en particular en la vecina Coventry, que sufrió durísimos bombardeos, con numerosas
víctimas en noviembre de 1940. Setenta años después recordamos con vergüenza y horror
el espantoso precio de muerte y destrucción que la guerra trae consigo, y renovamos
nuestra determinación de trabajar por la paz y la reconciliación, donde quiera que
amenace un conflicto. Pero existe otra razón, más alegre, por la cual este día es
especial para Gran Bretaña, para el centro de Inglaterra, para Birmingham. Éste es
el día en que formalmente el Cardenal John Henry Newman ha sido elevado a los altares
y declarado beato.
Agradezco al Arzobispo Bernard Longley su amable
acogida al comenzar la Misa en esta mañana. Agradezco a cuantos habéis trabajado tan
duramente durante tantos años en la promoción de la causa del Cardenal Newman, incluyendo
a los Padres del Oratorio de Birminghan y a los miembros de la Familia Espiritual
Das Werk. Y os saludo a todos los que habéis venido desde diversas partes de Gran
Bretaña, Irlanda y otros puntos más lejanos; gracias por vuestra presencia en esta
celebración, en la que alabamos y damos gloria a Dios por las virtudes heroicas de
este santo inglés.
Inglaterra tiene un larga tradición de santos mártires,
cuyo valiente testimonio ha sostenido e inspirado a la comunidad católica local durante
siglos. Es justo y conveniente reconocer hoy la santidad de un confesor, un hijo de
esta nación que, si bien no fue llamado a derramar la sangre por el Señor, jamás se
cansó de dar un testimonio elocuente de Él a lo largo de una vida entregada al ministerio
sacerdotal, y especialmente a predicar, enseñar y escribir. Es digno de formar parte
de la larga hilera de santos y eruditos de estas islas, San Beda, Santa Hilda, San
Aelred, el Beato Duns Scoto, por nombrar sólo a algunos. En el Beato John Newman,
esta tradición de delicada erudición, profunda sabiduría humana y amor intenso por
el Señor ha dado grandes frutos, como signo de la presencia constante del Espíritu
Santo en el corazón del Pueblo de Dios, suscitando copiosos dones de santidad.
El
lema del Cardenal Newman, cor ad cor loquitur, “el corazón habla al corazón”, nos
da la perspectiva de su comprensión de la vida cristiana como una llamada a la santidad,
experimentada como el deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima
con el Corazón de Dios. Nos recuerda que la fidelidad a la oración nos va transformando
gradualmente a semejanza de Dios. Como escribió en uno de sus muchos hermosos sermones,
«el hábito de oración, la práctica de buscar a Dios y el mundo invisible en cada momento,
en cada lugar, en cada emergencia –os digo que la oración tiene lo que se puede llamar
un efecto natural en el alma, espiritualizándola y elevándola. Un hombre ya no es
lo que era antes; gradualmente... se ve imbuido de una serie de ideas nuevas, y se
ve impregnado de principios diferentes» (Sermones Parroquiales y Comunes, IV, 230-231).
El Evangelio de hoy afirma que nadie puede servir a dos señores (cf. Lc 16,13), y
el Beato John Henry, en sus enseñanzas sobre la oración, aclara cómo el fiel cristiano
toma partido por servir a su único y verdadero Maestro, que pide sólo para sí nuestra
devoción incondicional (cf. Mt 23,10). Newman nos ayuda a entender en qué consiste
esto para nuestra vida cotidiana: nos dice que nuestro divino Maestro nos ha asignado
una tarea específica a cada uno de nosotros, un “servicio concreto”, confiado de manera
única a cada persona concreta: «Tengo mi misión», escribe, «soy un eslabón en una
cadena, un vínculo de unión entre personas. No me ha creado para la nada. Haré el
bien, haré su trabajo; seré un ángel de paz, un predicador de la verdad en el lugar
que me es propio... si lo hago, me mantendré en sus mandamientos y le serviré a Él
en mis quehaceres» (Meditación y Devoción, 301-2).
El servicio concreto
al que fue llamado el Beato John Henry incluía la aplicación entusiasta de su inteligencia
y su prolífica pluma a muchas de las más urgentes “cuestiones del día”. Sus intuiciones
sobre la relación entre fe y razón, sobre el lugar vital de la religión revelada en
la sociedad civilizada, y sobre la necesidad de un educación esmerada y amplia fueron
de gran importancia, no sólo para la Inglaterra victoriana. Hoy también siguen inspirando
e iluminando a muchos en todo el mundo. Me gustaría rendir especial homenaje a su
visión de la educación, que ha hecho tanto por formar el ethos que es la fuerza motriz
de las escuelas y facultades católicas actuales. Firmemente contrario a cualquier
enfoque reductivo o utilitarista, buscó lograr unas condiciones educativas en las
que se unificara el esfuerzo intelectual, la disciplina moral y el compromiso religioso.
El proyecto de fundar una Universidad Católica en Irlanda le brindó la oportunidad
de desarrollar sus ideas al respecto, y la colección de discursos que publicó con
el título La Idea de una Universidad sostiene un ideal mediante el cual todos los
que están inmersos en la formación académica pueden seguir aprendiendo. Más aún, qué
mejor meta pueden fijarse los profesores de religión que la famosa llamada del Beato
John Henry por unos laicos inteligentes y bien formados: «Quiero un laicado que no
sea arrogante ni imprudente a la hora de hablar, ni alborotador, sino hombres que
conozcan bien su religión, que profundicen en ella, que sepan bien dónde están, que
sepan qué tienen y qué no tienen, que conozcan su credo a tal punto que puedan dar
cuentas de él, que conozcan tan bien la historia que puedan defenderla» (La Posición
Actual de los Católicos en Inglaterra, IX, 390). Hoy, cuando el autor de estas palabras
ha sido elevado a los altares, pido para que, a través de su intercesión y ejemplo,
todos los que trabajan en el campo de la enseñanza y de la catequesis se inspiren
con mayor ardor en la visión tan clara que el nos dejó.
Aunque la extensa
producción literaria sobre su vida y obras ha prestado comprensiblemente mayor atención
al legado intelectual de John Henry Newman, en esta ocasión prefiero concluir con
una breve reflexión sobre su vida sacerdotal, como pastor de almas. Su visión del
ministerio pastoral bajo el prisma de la calidez y la humanidad está expresado de
manera maravillosa en otro de sus famosos sermones: «Si vuestros sacerdotes fueran
ángeles, hermanos míos, ellos no podrían compartir con vosotros el dolor, sintonizar
con vosotros, no podrían haber tenido compasión de vosotros, sentir ternura por vosotros
y ser indulgentes con vosotros, como nosotros podemos; ellos no podrían ser ni modelos
ni guías, y no te habrían llevado de tu hombre viejo a la vida nueva, como ellos,
que vienen de entre nosotros (“Hombres, no ángeles: los Sacerdotes del evangelio”,
Discursos a las Congregaciones Mixtas, 3). Él vivió profundamente esta visión tan
humana del ministerio sacerdotal en sus desvelos pastoral por el pueblo de Birmingham,
durante los años dedicados al Oratorio que él mismo fundó, visitando a los enfermos
y a los pobres, consolando al triste, o atendiendo a los encarcelados. No sorprende
que a su muerte, tantos miles de personas se agolparan en las calles mientras su cuerpo
era trasladado al lugar de su sepultura, a no más de media milla de aquí. Ciento veinte
años después, una gran multitud se ha congregado de nuevo para celebrar el solemne
reconocimiento eclesial de la excepcional santidad de este padre de almas tan amado.
Qué mejor que expresar nuestra alegría de este momento que dirigiéndonos a nuestro
Padre del cielo con sincera gratitud, rezando con las mismas palabras que el Beato
John Henry Newman puso en labios del coro celestial de los ángeles: