El Papa pide a los cristianos que no ignoren la profunda crisis de fe de la sociedad
y cumplan su misión de cambiar el mundo trabajando por una cultura de amor y respeto
al ser humano
Sábado, 18 sep (RV).- Los cristianos no pueden permitirse el lujo de hacer caso omiso
a la profunda crisis de fe de nuestra sociedad o confiar en que el patrimonio de valores
del cristianismo seguirá inspirando y configurando el futuro de nuestra sociedad.
Esta ha sido la afirmación de Benedicto XVI en la vigilia de oración que ha tenido
lugar en Hyde Park de Londres y en la que el Papa ha dicho que “cada uno de nosotros
tiene una misión, está llamado a cambiar el mundo, a trabajar por una cultura de vida,
una cultura forjada por el amor y el respeto a la dignidad de cada persona humana”.
El
Papa ha definido esta vigilia como una noche de alegría, de gozo espiritual inmenso
para preparar la misa de mañana, durante la que un gran hijo de esta nación será declarado
beato. De hecho el Pontífice ha hablado y alabado extensamente la figura del cardenal
John Henry Newman, quien describió su vida como “una lucha contra la creciente tendencia
a percibir la religión como un asunto puramente privado y subjetivo, una cuestión
de opinión personal”.
“Cuando un relativismo intelectual y moral amenaza con
minar la base misma de nuestra sociedad, Newman nos recuerda que, como hombres y mujeres
a imagen y semejanza de Dios, fuimos creados para conocer la verdad, y encontrar en
esta verdad nuestra libertad última y el cumplimiento de nuestras aspiraciones humanas
más profundas”.
Además, como recordó Benedicto XVI “la vida de Newman nos enseña
también que la pasión por la verdad, la honestidad intelectual y la auténtica conversión
son costosas. No podemos guardar para nosotros mismos la verdad que nos hace libres”.
“En nuestro tiempo, el precio que hay que pagar por la fidelidad al Evangelio
ya no es ser ahorcado, descoyuntado y descuartizado, pero a menudo implica ser excluido,
ridiculizado o parodiado. Y, sin embargo, la Iglesia no puede sustraerse a la misión
de anunciar a Cristo y su Evangelio como verdad salvadora, fuente de nuestra felicidad
definitiva como individuos y fundamento de una sociedad justa y humana”.
En
el mismo contexto el Papa ha subrayado que “Newman nos enseña que si hemos aceptado
la verdad de Cristo y nos hemos comprometido con él, no puede haber separación entre
lo que creemos y lo que vivimos”. Newman vio claramente que lo que hacemos no es tanto
aceptar la verdad en un acto puramente intelectual, sino abrazarla en una dinámica
espiritual que penetra hasta la esencia de nuestro ser”.
Saludo del Santo
Padre.
Hermanos y hermanas en Cristo
Ésta
es una noche de alegría, de gozo espiritual inmenso para todos nosotros. Nos hemos
reunido aquí en esta vigilia de oración para preparar la Misa de mañana, durante la
que un gran hijo de esta nación, el cardenal John Henry Newman, será declarado beato.
Cuántas personas han anhelado este momento, en Inglaterra y en todo el mundo. También
es una gran alegría para mí, personalmente, compartir con vosotros esta experiencia.
Como sabéis, durante mucho tiempo, Newman ha ejercido una importante influencia en
mi vida y pensamiento, como también en otras muchas personas más allá de estas islas.
El drama de la vida de Newman nos invita a examinar nuestras vidas, para verlas en
el amplio horizonte del plan de Dios y crecer en comunión con la Iglesia de todo tiempo
y lugar: la Iglesia de los apóstoles, la Iglesia de los mártires, la Iglesia de los
santos, la Iglesia que Newman amaba y a cuya misión dedicó toda su vida.
Agradezco
al Arzobispo Peter Smith sus amables palabras de bienvenida en vuestro nombre, y me
complace vivamente ver a tantos jóvenes presentes en esta vigilia. Esta tarde, en
el contexto de nuestra oración común, me gustaría reflexionar con vosotros sobre algunos
aspectos de la vida de Newman, que considero muy relevantes para nuestra vida como
creyentes y para la vida de la Iglesia de hoy.
Permitidme empezar recordando
que Newman, por su propia cuenta, trazó el curso de toda su vida a la luz de una poderosa
experiencia de conversión que tuvo siendo joven. Fue una experiencia inmediata
de la verdad de la Palabra de Dios, de la realidad objetiva de la revelación cristiana
tal y como se recibió en la Iglesia. Esta experiencia, a la vez religiosa e intelectual,
inspiraría su vocación a ser ministro del Evangelio, su discernimiento de la fuente
de la enseñanza autorizada en la Iglesia de Dios y su celo por la renovación de la
vida eclesial en fidelidad a la tradición apostólica. Al final de su vida, Newman
describe el trabajo de su vida como una lucha contra la creciente tendencia a percibir
la religión como un asunto puramente privado y subjetivo, una cuestión de opinión
personal. He aquí la primera lección que podemos aprender de su vida: en nuestros
días, cuando un relativismo intelectual y moral amenaza con minar la base misma de
nuestra sociedad, Newman nos recuerda que, como hombres y mujeres a imagen y semejanza
de Dios, fuimos creados para conocer la verdad, y encontrar en esta verdad nuestra
libertad última y el cumplimiento de nuestras aspiraciones humanas más profundas.
En una palabra, estamos destinados a conocer a Cristo, que es "el camino, y la verdad,
y la vida" (Jn 14,6).
La vida de Newman nos enseña también que la pasión
por la verdad, la honestidad intelectual y la auténtica conversión son costosas. No
podemos guardar para nosotros mismos la verdad que nos hace libres; hay que dar testimonio
de ella, que pide ser escuchada, y al final su poder de convicción proviene de sí
misma y no de la elocuencia humana o de los argumentos que la expongan. No lejos de
aquí, en Tyburn, un gran número de hermanos y hermanas nuestros murieron por la fe.
Su testimonio de fidelidad hasta el final fue más poderoso que las palabras inspiradas
que muchos de ellos pronunciaron antes de entregar todo al Señor. En nuestro tiempo,
el precio que hay que pagar por la fidelidad al Evangelio ya no es ser ahorcado, descoyuntado
y descuartizado, pero a menudo implica ser excluido, ridiculizado o parodiado. Y,
sin embargo, la Iglesia no puede sustraerse a la misión de anunciar a Cristo y su
Evangelio como verdad salvadora, fuente de nuestra felicidad definitiva como individuos
y fundamento de una sociedad justa y humana.
Por último, Newman nos
enseña que si hemos aceptado la verdad de Cristo y nos hemos comprometido con él,
no puede haber separación entre lo que creemos y lo que vivimos. Cada uno de nuestros
pensamientos, palabras y obras deben buscar la gloria de Dios y la extensión de su
Reino. Newman comprendió esto, y fue el gran valedor de la misión profética de los
laicos cristianos. Vio claramente que lo que hacemos no es tanto aceptar la verdad
en un acto puramente intelectual, sino abrazarla en una dinámica espiritual que penetra
hasta la esencia de nuestro ser. Verdad que se transmite no sólo por la enseñanza
formal, por importante que ésta sea, sino también por el testimonio de una vida íntegra,
fiel y santa; y los que viven en y por la verdad instintivamente reconocen lo que
es falso y, precisamente como falso, perjudicial para la belleza y la bondad que acompañan
el esplendor de la verdad, veritatis splendor.
La primera lectura de
esta noche es la magnífica oración en la que San Pablo pide que comprendamos "lo que
trasciende toda filosofía: el amor cristiano" (Ef 3,14-21). El apóstol desea que Cristo
habite en nuestros corazones por la fe (cf. Ef 3,17) y que podamos comprender con
todos los santos “lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo" de ese amor. Por la fe,
llegamos a ver la palabra de Dios como lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro
sendero (cf. Sal 119,105). Newman, igual que innumerables santos que le precedieron
en el camino del discipulado cristiano, enseñó que la "bondadosa luz” de la fe nos
lleva a comprender la verdad sobre nosotros mismos, nuestra dignidad como hijos de
Dios y el destino sublime que nos espera en el cielo. Al permitir que brille la luz
de la fe en nuestros corazones, y permaneciendo en esa luz a través de nuestra unión
cotidiana con el Señor en la oración y la participación en la vida que brota de los
sacramentos de la Iglesia, llegamos a ser luz para los que nos rodean; ejercemos nuestra
"misión profética"; con frecuencia, sin saberlo si quiera, atraemos a la gente un
poco más cerca del Señor y su verdad. Sin la vida de oración, sin la transformación
interior que se lleva a cabo a través de la gracia de los sacramentos, no podemos,
en palabras de Newman, "irradiar a Cristo"; nos convertimos en otros “platillos que
aturden” (1 Co 13,1) en un mundo lleno de creciente ruido y confusión, lleno de falsos
caminos que sólo conducen a angustias y espejismos.
En una de
las meditaciones más queridas del Cardenal se dice: "Dios me ha creado para una misión
concreta. Me ha confiado una tarea que no ha encomendado a otro" (Meditaciones sobre
la doctrina cristiana). Aquí vemos el agudo realismo cristiano de Newman, el punto
en que fe y vida inevitablemente se cruzan. La fe busca dar frutos en la transformación
de nuestro mundo a través del poder del Espíritu Santo, que actúa en la vida y obra
de los creyentes. Nadie que contemple con realismo nuestro mundo de hoy podría pensar
que los cristianos pueden permitirse el lujo de continuar como si no pasara nada,
haciendo caso omiso de la profunda crisis de fe que impregna nuestra sociedad, o confiando
sencillamente en que el patrimonio de valores transmitido durante siglos de cristianismo
seguirá inspirando y configurando el futuro de nuestra sociedad. Sabemos que en tiempos
de crisis y turbación Dios ha suscitado grandes santos y profetas para la renovación
de la Iglesia y la sociedad cristiana; confiamos en su providencia y pedimos que nos
guíe constantemente. Pero cada uno de nosotros, de acuerdo con su estado de vida,
está llamado a trabajar por el progreso del Reino de Dios, infundiendo en la vida
temporal los valores del Evangelio. Cada uno de nosotros tiene una misión, cada uno
de nosotros está llamado a cambiar el mundo, a trabajar por una cultura de la vida,
una cultura forjada por el amor y el respeto a la dignidad de cada persona humana.
Como el Señor nos dice en el Evangelio que acabamos de escuchar, nuestra luz debe
alumbrar a todos, para que, viendo nuestras buenas obras, den gloria a nuestro Padre,
que está en el cielo (cf. Mt 5,16).
Deseo ahora dirigir una
palabra especial a los numerosos jóvenes presentes. Queridos jóvenes amigos: sólo
Jesús conoce la "misión concreta" que piensa para vosotros. Dejad que su voz resuene
en lo más profundo de vuestro corazón: incluso ahora mismo, su corazón está hablando
a vuestro corazón. Cristo necesita familias para recordar al mundo la dignidad del
amor humano y la belleza de la vida familiar. Necesita hombres y mujeres que dediquen
su vida a la noble labor de educar, atendiendo a los jóvenes y formándolos en el camino
del Evangelio. Necesita a quienes consagrarán su vida a la búsqueda de la caridad
perfecta, siguiéndole en castidad, pobreza y obediencia y sirviéndole en sus hermanos
y hermanas más pequeños. Necesita el gran amor de la vida religiosa contemplativa,
que sostiene el testimonio y la actividad de la Iglesia con su oración constante.
Y necesita sacerdotes, buenos y santos sacerdotes, hombres dispuestos a dar su vida
por sus ovejas. Preguntadle al Señor lo que desea de vosotros. Pedidle la generosidad
de decir sí. No tengáis miedo a entregaros completamente a Jesús. Él os dará la gracia
que necesitáis para acoger su llamada. Permitidme terminar estas pocas palabras invitándoos
vivamente a acompañarme el próximo año en Madrid en la Jornada Mundial de la Juventud.
Siempre es una magnífica ocasión para crecer en el amor a Cristo y animaros a una
gozosa vida de fe junto a miles de jóvenes. Espero ver a muchos de vosotros allí.
Y
ahora, queridos amigos, sigamos con nuestra vigilia de oración para preparar nuestro
encuentro con Cristo, presente entre nosotros en el Santísimo Sacramento del Altar.
Juntos, en el silencio de nuestra adoración en común, abramos nuestras mentes
y corazones a su presencia, a su amor y al poder convincente de su verdad. Démosle
gracias especialmente por el testimonio perenne de la verdad, ofrecido por el Cardenal
John Henry Newman. Confiando en sus oraciones, pidamos al Señor que ilumine nuestro
camino y el camino de toda la sociedad británica, con la luz amable de su verdad,
su amor y su paz. Amén.