En un encuentro retransmitido a todas las escuelas católicas del Reino Unido, el Papa
invita a los jóvenes a ser santos y les pide que no persigan una meta limitada e ignoren
las demás
Viernes, 17 sep (RV).- Tras el encuentro con el mundo de la educación católica el
Papa se reunió con unos 4.000 estudiantes de las escuelas católicas británicas en
el campo deportivo, donde además tuvo lugar la inauguración de la Fundación Juan Pablo
II para el Deporte. Tras el saludo de Mons. Malcolm McMahon, obispo de Nottingham
y presidente de la Comisión episcopal para la instrucción, así como del testimonio
de una joven estudiante, y teniendo en cuenta que este encuentro fue muy seguido también
en directo a través de Internet, el Papa les dijo:
“No es frecuente
que un Papa u otra persona tenga la posibilidad de hablar a la vez a los alumnos de
todas las escuelas católicas de Inglaterra, Gales y Escocia. Y como tengo esta oportunidad,
hay algo que deseo enormemente deciros. Espero que, entre quienes me escucháis hoy,
esté alguno de los futuros santos del siglo XXI. Lo que Dios desea más de cada uno
de vosotros es que seáis santos. Él os ama mucho más de lo jamás podríais imaginar
y quiere lo mejor para vosotros. Y, sin duda, lo mejor para vosotros es que crezcáis
en santidad”.
Benedicto XVI les recordó asimismo que vivimos en una cultura
de la fama, y a menudo se alienta a los jóvenes a modelarse según las figuras del
mundo del deporte o del entretenimiento. Por eso les preguntó: ¿cuáles son las cualidades
que ven en los demás y que más les gustaría tener a ellos? O ¿qué tipo de persona
les gustaría ser, de verdad?
“Cuando os invito
a ser santos, os pido que no os conforméis con ser de segunda fila. Os pido que no
persigáis una meta limitada y que ignoréis las demás. Tener dinero posibilita ser
generoso y hacer el bien en el mundo, pero, por sí mismo, no es suficiente para haceros
felices”.
Crónica de los dos encuentros
DISCURSO
COMPLETO
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Queridos
jóvenes
Quiero manifestaros ante todo mi alegría por
estar con vosotros hoy aquí. Os saludo con cariño a todos los que habéis venido a
la Universidad de Saint Mary desde las diversas escuelas y facultades católicas de
todo el Reino Unido, y a los que seguís este encuentro a través de la televisión o
internet. Agradezco al Obispo McMahon su amable bienvenida. Doy las gracias también
al coro y a la orquesta por la preciosa música que ha dado comienzo a nuestra celebración,
e igualmente deseo expresar mi gratitud a la Señorita Bellot por las amables palabras
que me ha dirigido en nombre de todos los jóvenes aquí presentes. Con vistas a los
próximos Juegos Olímpicos en Londres, me ha sido grato inaugurar esta fundación deportiva,
llamada así en honor del Papa Juan Pablo II, y rezo para que cuantos vengan aquí den
gloria a Dios con sus actividades deportivas y disfruten ellos mismos y los demás.
No es frecuente que un Papa u otra persona tenga la posibilidad de
hablar a la vez a los alumnos de todas las escuelas católicas de Inglaterra, Gales
y Escocia. Y como tengo esta oportunidad, hay algo que deseo enormemente deciros.
Espero que, entre quienes me escucháis hoy, esté alguno de los futuros santos del
siglo XXI. Lo que Dios desea más de cada uno de vosotros es que seáis santos. Él os
ama mucho más de lo jamás podríais imaginar y quiere lo mejor para vosotros. Y, sin
duda, lo mejor para vosotros es que crezcáis en santidad.
Quizás alguno
de vosotros nunca antes pensó esto. Quizás, alguno opina que la santidad no es para
él. Dejad que me explique. Cuando somos jóvenes, solemos pensar en personas a las
que respetamos, admiramos y como las que nos gustaría ser. Puede que sea alguien que
encontramos en nuestra vida diaria y a quien tenemos una gran estima. O puede que
sea alguien famoso. Vivimos en una cultura de la fama, y a menudo se alienta a los
jóvenes a modelarse según las figuras del mundo del deporte o del entretenimiento.
Os pregunto: ¿Cuáles son las cualidades que veis en otros y que más os gustarían para
vosotros? ¿Qué tipo de persona os gustaría ser de verdad?
Cuando os
invito a ser santos, os pido que no os conforméis con ser de segunda fila. Os pido
que no persigáis una meta limitada y que ignoréis las demás. Tener dinero posibilita
ser generoso y hacer el bien en el mundo, pero, por sí mismo, no es suficiente para
haceros felices. Estar altamente cualificado en determinada actividad o profesión
es bueno, pero esto no os llenará de satisfacción a menos que aspiremos a algo más
grande aún. Llegar a la fama, no nos hace felices. La felicidad es algo que todos
quieren, pero una de las mayores tragedias de este mundo es que muchísima gente jamás
la encuentra, porque la busca en los lugares equivocados. La clave para esto es muy
sencilla: la verdadera felicidad se encuentra en Dios. Necesitamos tener el valor
de poner nuestras esperanzas más profundas solamente en Dios, no en el dinero, la
carrera, el éxito mundano o en nuestras relaciones personales, sino en Dios. Sólo
él puede satisfacer las necesidades más profundas de nuestro corazón.
Dios
no solamente nos ama con una profundidad e intensidad que difícilmente podremos llegar
a comprender, sino que, además, nos invita a responder a su amor. Todos sabéis lo
que sucede cuando encontráis a alguien interesante y atractivo, y queréis ser amigo
suyo. Siempre esperáis resultar interesantes y atractivos, y que deseen ser vuestros
amigos. Dios quiere vuestra amistad. Y cuando comenzáis a ser amigos de Dios, todo
en la vida empieza a cambiar. A medida que lo vais conociendo mejor, percibís el deseo
de reflejar algo de su infinita bondad en vuestra propia vida. Os atrae la práctica
de las virtudes. Comenzáis a ver la avaricia y el egoísmo y tantos otros pecados como
lo que realmente son, tendencias destructivas y peligrosas que causan profundo sufrimiento
y un gran daño, y deseáis evitar caer en esas trampas. Empezáis a sentir compasión
por la gente con dificultades y ansiáis hacer algo por ayudarles. Queréis prestar
ayuda a los pobres y hambrientos, consolar a los tristes, deseáis ser amables y generosos.
Cuando todo esto comience a sucederos, estáis en camino hacia la santidad.
En
vuestras escuelas católicas, hay cada vez más iniciativas, además de las materias
concretas que estudiáis y de las diferentes habilidades que aprendéis. Todo el trabajo
que realizáis se sitúa en un contexto de crecimiento en la amistad con Dios y todo
ello debe surgir de esta amistad. Aprendéis a ser no sólo buenos estudiantes, sino
buenos ciudadanos, buenas personas. A medida que avanzáis en los diferentes cursos
escolares, debéis ir tomando decisiones sobre las materias que vais a estudiar, comenzando
a especializaros de cara a lo que más tarde vais a hacer en la vida. Esto es justo
y conveniente. Pero recordad siempre que cuando estudiáis una materia, es parte de
un horizonte mayor. No os contentéis con ser mediocres. El mundo necesita buenos científicos,
pero una perspectiva científica se vuelve peligrosa si ignora la dimensión religiosa
y ética de la vida, de la misma manera que la religión se convierte en limitada si
rechaza la legítima contribución de la ciencia en nuestra comprensión del mundo. Necesitamos
buenos historiadores, filósofos y economistas, pero si su aportación a la vida humana,
dentro de su ámbito particular, se enfoca de manera demasiado reducida, pueden llevarnos
por mal camino.
Una buena escuela educa integralmente a la persona en
su totalidad. Y una buena escuela católica, además de este aspecto, debería ayudar
a todos sus alumnos a ser santos. Sé que hay muchos no-católicos estudiando en las
escuelas católicas de Gran Bretaña, y deseo incluiros a todos vosotros en mi mensaje
de hoy. Rezo para que también vosotros os sintáis movidos a la práctica de la virtud
y crezcáis en el conocimiento y en la amistad con Dios junto a vuestros compañeros
católicos. Sois para ellos un signo que les recuerda ese horizonte mayor, que está
fuera de la escuela, y de hecho, es bueno que el respeto y la amistad entre miembros
de diversas tradiciones religiosas forme parte de las virtudes que se aprenden en
una escuela católica. Igualmente, confío en que queráis compartir con otros los valores
e ideas aprendidos gracias a la educación cristiana que habéis recibido.
Queridos
amigos, os agradezco vuestra atención; os prometo que rezaré por vosotros, y os pido
que recéis por mí. Espero veros a muchos de vosotros el próximo agosto, en la Jornada
Mundial de la Juventud, en Madrid. Mientras tanto, que Dios os bendiga.