El Papa señala la cooperación ecuménica como esencial y confía en su contribución
a “la promoción de la paz y la armonía en un mundo que, con tanta frecuencia, corre
el riesgo de fragmentarse”
Viernes, 15 sep (RV).- Benedicto XVI ha visitado esta tarde al arzobispo de Canterbury,
Rowan Williams, ante quien ha querido subrayar, ante todo, el notable progreso que
se ha alcanzado en distintos ámbitos del diálogo ecuménico durante los 40 años transcurridos
desde que la Comisión Internacional Anglicano-Católica comenzó su labor. El Papa
ha dejado aparte las dificultades que el camino ecuménico ha encontrado y sigue encontrando
para evidenciar cómo “la cultura que nos rodea se distancia cada vez más de las raíces
cristianas, a pesar de una profunda e intensa hambre de espiritualidad”. No obstante,
al mismo tiempo, “la creciente dimensión multicultural de la sociedad trae consigo
la oportunidad de encontrar otras religiones.
En este sentido el Santo Padre
ha manifestado que precisamente la cooperación ecuménica en el testimonio de la dimensión
trascendente del ser humano y de la vocación universal a la santidad “sigue siendo
esencial, y ciertamente dará frutos en la promoción de la paz y la armonía en un mundo
que, con tanta frecuencia, corre el riesgo de fragmentarse”.
Crónica
del encuentro
SALUDO
DEL SANTO PADRE
Vuestra Gracia:
Me
complace poder corresponder a la cortesía de las visitas que me ha hecho en Roma con
una visita fraterna aquí, en su residencia oficial. Le doy las gracias por su invitación
y por la hospitalidad que tan generosamente me ha brindado. Saludo también a los Obispos
anglicanos llegados de diferentes partes del Reino Unido, a mis hermanos Obispos de
las Diócesis Católicas de Inglaterra, Gales y Escocia, y a los asesores ecuménicos
presentes.
Vuestra Gracias se ha referido al histórico encuentro que
tuvo lugar en la catedral de Canterbury, hace casi treinta años, entre dos de nuestros
predecesores, el Papa Juan Pablo II y el arzobispo Robert Runcie. Allí, en el mismo
lugar donde Santo Tomás de Canterbury dio testimonio de Cristo con el derramamiento
de su sangre, rezaron juntos por el don de la unidad entre los seguidores de Cristo.
Continuamos hoy orando por este don, conscientes de que la unidad que Cristo deseó
fervientemente para sus discípulos sólo llegará en respuesta a la oración, a través
de la acción del Espíritu Santo, que renueva sin cesar a la Iglesia y la conduce a
la plenitud de la verdad.
No es mi intención hablar hoy de las dificultades
que el camino ecuménico ha encontrado y sigue encontrando. Dichas dificultades son
bien conocidas por todos los presentes. Más bien, quiero unirme a ustedes en acción
de gracias por la profunda amistad que ha crecido entre nosotros y por el notable
progreso llevado a cabo en muchos ámbitos del diálogo durante los cuarenta años transcurridos
desde que la Comisión Internacional Anglicano-Católica comenzó su labor. Encomendemos
los frutos de ese trabajo al Señor de la mies, confiando en que bendiga nuestra amistad
con un crecimiento significativo adicional.
El contexto del diálogo
entre la Comunión Anglicana y la Iglesia Católica ha evolucionado de forma espectacular
desde la reunión privada entre el Papa Juan XXIII y el Arzobispo Geoffrey Fisher en
1960. Por un lado, la cultura que nos rodea se distancia cada vez más de sus raíces
cristianas, a pesar de una profunda e intensa hambre de espiritualidad. Por otro lado,
la creciente dimensión multicultural de la sociedad, especialmente marcada en este
país, trae consigo la oportunidad de encontrar otras religiones. Para los cristianos,
esto nos abre la posibilidad de explorar, junto a los miembros de otras tradiciones
religiosas, formas de dar testimonio de la dimensión trascendente de la persona humana
y de la vocación universal a la santidad, poniendo en práctica la virtud en nuestra
vida personal y social. La cooperación ecuménica en esta tarea sigue siendo esencial,
y ciertamente dará frutos en la promoción de la paz y la armonía en un mundo que,
con tanta frecuencia, corre el riesgo de fragmentarse.
Al mismo tiempo,
los cristianos nunca debemos vacilar en proclamar nuestra fe en la unicidad de la
salvación que nos ha ganado Cristo, y en explorar juntos una comprensión más profunda
de los medios que Él nos ha dado para alcanzar dicha salvación. Dios «quiere que todos
se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2,4), y la verdad no es otra
que Jesucristo, Hijo eterno del Padre, quien reconcilió consigo todas las cosas con
la fuerza de su Cruz. Fieles a la voluntad del Señor, tal como se expresa en este
pasaje de la Primera Carta de San Pablo a Timoteo, reconocemos que la Iglesia está
llamada a ser inclusiva, pero nunca a expensas de la verdad cristiana. En esto radica
el dilema que afrontan cuantos están sinceramente comprometidos con el camino ecuménico.
En la figura de John Henry Newman, que será beatificado el domingo,
celebramos a un pastor, cuya visión eclesial creció con su formación anglicana y maduró
durante sus muchos años como ministro ordenado en la Iglesia de Inglaterra. Él nos
enseña las virtudes que exige el ecumenismo: por un lado, seguía su conciencia, aun
con gran sacrificio personal; y por otro, el calor de su constante amistad con sus
antiguos compañeros le condujo a investigar con ellos, con un espíritu verdaderamente
conciliador, las cuestiones sobre las que diferían, impulsado por un profundo anhelo
de unidad en la fe.
Vuestra Gracia, con ese mismo espíritu de amistad,
renovemos nuestra determinación de buscar la unidad en la fe, la esperanza y la caridad,
de acuerdo con la voluntad de Jesucristo, nuestro único Señor y Salvador.
Con
estos sentimientos, me despido de vosotros. Que la gracia del Señor Jesucristo, el
amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros (cf. 2 Co 13,13).