El Papa recuerda los retos a los que se enfrentan los cristianos en su camino hacia
la unidad y la exigencia de ser libres del conformismo intelectual o de las modas
del momento
Viernes, 17 sep (RV).- Benedicto XVI se reunió con los representantes de las confesiones
cristianas presentes en Gran Bretaña en el marco de una celebración ecuménica en la
abadía Westminster de Londres. A todos ellos el Santo Padre dirigió un discurso centrado
principalmente en la unidad de los cristianos, precisamente este año en el que se
cumple el centenario del movimiento ecuménico moderno, que comenzó con el llamamiento
de la Conferencia de Edimburgo a la unidad cristiana como condición previa para un
testimonio creíble y convincente del Evangelio en nuestro tiempo.
“Al conmemorar
este aniversario, -ha especificado el Pontífice- debemos dar gracias por los notables
progresos realizados en este noble objetivo a través de los esfuerzos de cristianos
comprometidos de todas las confesiones. Al mismo tiempo, sin embargo, somos conscientes
de lo mucho que todavía queda por hacer. En un mundo caracterizado por una creciente
interdependencia y solidaridad, tenemos el desafío de proclamar con renovada convicción
la realidad de nuestra reconciliación y liberación en Cristo, y proponer la verdad
del Evangelio como la clave de un desarrollo humano auténtico e integral. En una sociedad
cada vez más indiferente o incluso hostil al mensaje cristiano, todos estamos obligados
a dar una explicación convincente de la alegría y la esperanza que hay en nosotros
(cf. 1 P 3,15), y a presentar al Señor Resucitado como respuesta a los interrogantes
más profundos y las aspiraciones espirituales de los hombres y las mujeres de nuestro
tiempo”.
Reiterando que la unidad de la Iglesia significa la unidad en la
fe apostólica el Papa ha reconocido que “todos somos concientes de los retos, las
bendiciones, las decepciones y los signos de esperanza” que han marcado el camino
ecuménico, y de la misma forma y con realismo evangélico “también debemos reconocer
los retos a que nos enfrentamos no sólo en el camino de la unidad de los cristianos,
sino también en nuestra tarea de anunciar a Cristo en nuestros días”.
Por último
el Papa ha recordado que la fidelidad a la Palabra de Dios “nos exige una obediencia
que nos lleve juntos a una comprensión más profunda de la voluntad del Señor, una
obediencia que debe estar libre de conformismo intelectual o acomodación fácil a las
modas del momento”.
Crónica
DISCURSO
COMPLETO
Queridos amigos en Cristo
Doy
gracias al Señor por esta oportunidad de unirme a vosotros, representantes de las
confesiones cristianas presentes en Gran Bretaña, en esta magnífica iglesia de la
abadía de San Pedro, cuya arquitectura e historia hablan de manera tan elocuente de
nuestra herencia común de fe. No podemos dejar de recordar aquí en qué gran medida
la fe cristiana configuró la unidad y la cultura de Europa y el corazón y el espíritu
del pueblo inglés. Aquí también se nos recuerda necesariamente que lo que nos une
a Cristo es más que lo que aún nos separa.
Agradezco a Su Gracia el
Arzobispo de Canterbury su amable saludo, y al Deán y al Cabildo de esta venerable
Abadía su cordial bienvenida. Doy gracias al Señor por permitirme, como Sucesor de
San Pedro en la Sede de Roma, realizar esta peregrinación a la tumba de San Eduardo,
el Confesor. Eduardo, rey de Inglaterra, sigue siendo un modelo de testimonio cristiano
y un ejemplo de la verdadera grandeza a la que el Señor llama a sus discípulos, tal
y como acabamos de escuchar en la Escritura: la grandeza de una humildad y obediencia
fundadas en el propio ejemplo de Cristo (cf. Flp 2,6-8), la grandeza de una fidelidad
que no duda en abrazar el misterio de la cruz por amor eterno al divino Maestro y
la inquebrantable esperanza en sus promesas (cf. Mc 10,43-44).
Como
sabéis, este año se cumple el centenario del movimiento ecuménico moderno, que comenzó
con el llamamiento de la Conferencia de Edimburgo a la unidad cristiana como condición
previa para un testimonio creíble y convincente del Evangelio en nuestro tiempo. Al
conmemorar este aniversario, debemos dar gracias por los notables progresos realizados
en este noble objetivo a través de los esfuerzos de cristianos comprometidos de todas
las confesiones. Al mismo tiempo, sin embargo, somos conscientes de lo mucho que todavía
queda por hacer. En un mundo caracterizado por una creciente interdependencia y solidaridad,
tenemos el desafío de proclamar con renovada convicción la realidad de nuestra reconciliación
y liberación en Cristo, y proponer la verdad del Evangelio como la clave de un desarrollo
humano auténtico e integral. En una sociedad cada vez más indiferente o incluso hostil
al mensaje cristiano, todos estamos obligados a dar una explicación convincente de
la alegría y la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 P 3,15), y a presentar al Señor
Resucitado como respuesta a los interrogantes más profundos y las aspiraciones espirituales
de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo.
En la procesión al
presbiterio, al comienzo de esta celebración, el coro ha cantado que Cristo es nuestro
"seguro fundamento". Él es el Hijo eterno de Dios, de la misma naturaleza del Padre,
que se encarnó, como dice el Credo, "por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación".
Sólo Él tiene palabras de vida eterna. Como enseña el Apóstol, «todo se mantiene en
él» ... «porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud» (Col 1,17.19).
Nuestro
compromiso por la unidad de los cristianos nace nada menos que de nuestra fe en Cristo,
en este Cristo, resucitado de entre los muertos y sentado a la derecha del Padre,
que de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos. Es la realidad de la
persona de Cristo, su obra de salvación y sobre todo el hecho histórico de su resurrección,
lo que configura el contenido del kerigma apostólico y las fórmulas del credo que,
a partir del Nuevo Testamento mismo, han garantizado la integridad de su transmisión.
En una palabra, la unidad de la Iglesia jamás puede ser otra cosa que la unidad en
la fe apostólica, en la fe confiada a cada nuevo miembro del Cuerpo de Cristo durante
el rito del Bautismo. Ésta es la fe que nos une al Señor, que nos hace partícipes
de su Espíritu Santo, y por lo tanto, incluso ahora, partícipes de la vida de la Santísima
Trinidad, el modelo de la koinonía de la Iglesia en este mundo.
Queridos
amigos, todos somos conscientes de los retos, las bendiciones, las decepciones y los
signos de esperanza que han marcado nuestro camino ecuménico. Esta noche, encomendamos
todo esto al Señor, confiando en su providencia y el poder de su gracia. Sabemos que
la amistad que hemos forjado, el diálogo que hemos iniciado y la esperanza que nos
guía nos dará fuerza y orientación, para que perseveramos en nuestro camino común.
Al mismo tiempo, con realismo evangélico, también debemos reconocer los retos a que
nos enfrentamos, no sólo en el camino de la unidad de los cristianos, sino también
en nuestra tarea de anunciar a Cristo en nuestros días. La fidelidad a la palabra
de Dios, precisamente porque es una palabra verdadera, nos exige una obediencia que
nos lleve juntos a una comprensión más profunda de la voluntad del Señor, una obediencia
que debe estar libre de conformismo intelectual o acomodación fácil a las modas del
momento. Ésta es la palabra de aliento que deseo dejaros esta noche, y lo hago con
fidelidad a mi ministerio de Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro, encargado de cuidar
especialmente de la unidad del rebaño de Cristo.
Reunidos en esta antigua
iglesia monástica, recordamos el ejemplo de un gran inglés y hombre de Iglesia, a
quien honramos en común: San Beda el Venerable. En los albores de una nueva era para
la sociedad y la Iglesia, Beda comprendió tanto la importancia de ser fiel a la palabra
de Dios transmitida por la tradición apostólica, como la necesidad de apertura creativa
a los nuevos desarrollos y exigencias de una adecuación correcta del Evangelio al
lenguaje contemporáneo y a la cultura.
Esta nación, y la Europa que
Beda y sus contemporáneos ayudaron a construir, una vez más se sitúa en el umbral
de una nueva etapa. Que el ejemplo de San Beda inspire a los cristianos de estas tierras
a redescubrir su herencia común, a reforzar lo que tienen en común y a proseguir en
el esfuerzo de crecer en la amistad. Que el Señor Resucitado dé vigor a nuestros esfuerzos
para reparar las rupturas del pasado y afrontar los retos del presente con esperanza
en el futuro que, en su providencia, depara a nosotros y nuestro mundo. Amén.