Benedicto XVI denuncia la falta de una base ética sólida en la actividad económica
que «ha contribuido a agravar las dificultades que ahora están padeciendo millones
de personas en todo el mundo»
Viernes, 17 sep (RV).- En el encuentro de esta tarde con los representantes de la
sociedad británica, en Westminster Hall, Benedicto XVI ha destacado el importante
papel del Parlamento de esta nación, en la Commonwealth y en el mundo de habla inglesa
en general.
Subrayando que la tradición jurídica –“common law”- sirve de base
a los sistemas legales de muchos lugares del mundo, el Papa ha destacado que la visión
particular de los respectivos derechos y deberes del Estado y de las personas, así
como de la separación de poderes, siguen inspirando a muchos en todo el mundo.
Evocando
entre las grandes figuras a Santo Tomás Moro, «admirado por creyentes y no creyentes
por la integridad con la que fue fiel a su conciencia, pues eligió servir primero
a Dios», Benedicto XVI se ha referido a la perenne cuestión de la relación entre lo
que se debe al César y lo que se debe a Dios.
Reiterando la importancia de
alcanzar un genuino equilibrio entre las legítimas reivindicaciones del gobierno y
los derechos de quienes están sujetos a él, el Santo Padre ha afirmado que, en este
proceso, Gran Bretaña se ha configurado como una democracia pluralista que valora
enormemente la libertad de expresión, la libertad de afiliación política y el respeto
por el papel de la ley, con un profundo sentido de los derechos y deberes individuales,
y de la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.
«Si bien con otro lenguaje
la Doctrina Social de la Iglesia tiene mucho en común con dicha perspectiva, en su
preocupación primordial por la protección de la dignidad única de toda persona humana,
creada a imagen y semejanza de Dios, y en su énfasis en los deberes de la autoridad
civil para la promoción del bien común», ha afirmado Benedicto XVI, para luego añadir
que ante los complejos problemas sociales y éticos del mundo de hoy, evidenciados
por la reciente crisis financiera global, la falta de una base ética sólida en la
actividad económica «ha contribuido a agravar las dificultades que ahora están padeciendo
millones de personas en todo el mundo».
Tras hacer hincapié en que “toda decisión
económica tiene consecuencias de carácter moral” (Caritas in veritate, 37), Benedicto
XVI ha reiterado que igualmente en el campo político, la dimensión ética de la política
tiene consecuencias de tal alcance que ningún gobierno puede permitirse ignorar. La
tradición católica mantiene que las normas objetivas para una acción justa de gobierno
son accesibles a la razón, prescindiendo del contenido de la revelación, ha recordado
el Papa, añadiendo luego una vez más que «la religión no es un problema que los legisladores
deban solucionar, sino una contribución vital al debate nacional».
«Desde este punto
de vista, no puedo menos que manifestar mi preocupación por la creciente marginación
de la religión, especialmente del cristianismo, en algunas partes, incluso en naciones
que otorgan un gran énfasis a la tolerancia. Hay algunos que desean que la voz de
la religión se silencie, o al menos que se relegue a la esfera meramente privada.
Hay quienes esgrimen que la celebración pública de fiestas como la Navidad deberían
suprimirse según la discutible convicción de que ésta ofende a los miembros de otras
religiones o de ninguna. Y hay otros que sostienen -paradójicamente con la intención
de suprimir la discriminación- que a los cristianos que desempeñan un papel público
se les debería pedir a veces que actuaran contra su conciencia. Éstos son signos preocupantes
de un fracaso en el aprecio no sólo de los derechos de los creyentes a la libertad
de conciencia y a la libertad religiosa, sino también del legítimo papel de la religión
en la vida pública. Quisiera invitar a todos ustedes, por tanto, en sus respectivos
campos de influencia, a buscar medios de promoción y fomento del diálogo entre fe
y razón en todos los ámbitos de la vida nacional.
Refiriéndose a las numerosas
iniciativas comunes en diversos ámbitos en los que el gobierno británico trabaja con
la Santa Sede, el Santo Padre ha afirmado que «en el ámbito de la paz, ha habido conversaciones
para la elaboración de un tratado internacional sobre el comercio de armas». Así como
«respecto a los derechos humanos, la Santa Sede y el Reino Unido se han congratulado
por la difusión de la democracia, especialmente en los últimos sesenta y cinco años;
en el campo del desarrollo, se ha colaborado en la reducción de la deuda, en el comercio
justo y en la ayuda al desarrollo, especialmente a través del International Finance
Facility, del International Immunization Bond, y del Advanced Market Commitment. Igualmente,
la Santa Sede tiene interés en colaborar con el Reino Unido en la búsqueda de nuevas
vías de promoción de la responsabilidad medioambiental, en beneficio de todos».
Manifestando
luego su satisfacción por el importante y activo compromiso de las autoridades británicas
en favor de los pobres del mundo, Benedicto XVI ha señalado que se requieren «nuevas
ideas en ámbito mundial que mejoren las condiciones de vida en muchas áreas importantes,
tales como la producción de alimentos, el agua potable, la creación de empleo, la
educación, el apoyo a las familias, sobre todo emigrantes, y la atención sanitaria
básica. Donde hay vidas humanas de por medio, el tiempo es siempre limitado: el mundo
ha sido también testigo de los ingentes recursos que los gobiernos pueden emplear
en el rescate de instituciones financieras consideradas “demasiado grandes para que
fracasen”. Desde luego, el desarrollo humano integral de los pueblos del mundo no
es menos importante. He aquí una empresa digna de la atención mundial, que es en verdad
“demasiado grande para que fracase”».
Al terminar su denso discurso sobre la
visión general de la cooperación reciente entre el Reino Unido y la Santa Sede que
muestra cuánto progreso se ha realizado en los años transcurridos desde el establecimiento
de relaciones diplomáticas bilaterales, promoviendo en todo el mundo los muchos valores
fundamentales que compartimos, Benedicto XVI ha subrayado nuevamente que para que
dicha cooperación sea posible, las entidades religiosas -incluidas las instituciones
vinculadas a la Iglesia católica- necesitan tener libertad de actuación conforme a
sus propios principios y convicciones específicas basadas en la fe y el magisterio
oficial de la Iglesia. Así se garantizarán derechos fundamentales como la libertad
religiosa, la libertad de conciencia y la libertad de asociación.
Antes de
impartir su bendición y renovando su profunda gratitud, Benedicto XVI ha añadido textualmente:
«Los ángeles que nos contemplan desde el espléndido cielo de este antiguo salón nos
recuerdan la larga tradición en la que la democracia parlamentaria británica se ha
desarrollado. Nos recuerdan que Dios vela constantemente para guiarnos y protegernos;
y, a su vez, nos invitan a reconocer la contribución vital que la religión ha brindado
y puede seguir brindando a la vida de la nación».
Crónica
DISCURSO
COMPLETO
Señor Orador
Gracias por sus palabras de
bienvenida en nombre de esta distinguida asamblea. Al dirigirme a ustedes, soy consciente
del gran privilegio que se me ha concedido de poder hablar al pueblo británico y a
sus representantes en Westminster Hall, un edificio de significación única en la historia
civil y política del pueblo de estas islas. Permítanme expresar igualmente mi estima
por el Parlamento, presente en este lugar desde hace siglos y que ha tenido una profunda
influencia en el desarrollo de los gobiernos democráticos entre las naciones, especialmente
en la Commonwealth y en el mundo de habla inglesa en general. Vuestra tradición jurídica
–“common law”- sirve de base a los sistemas legales de muchos lugares del mundo, y
vuestra visión particular de los respectivos derechos y deberes del Estado y de las
personas, así como de la separación de poderes, siguen inspirando a muchos en todo
el mundo.
Al hablarles en este histórico lugar, pienso en los innumerables
hombres y mujeres que durante siglos han participado en los memorables acontecimientos
vividos entre estos muros y que han determinado las vidas de muchas generaciones de
británicos y de otras muchas personas. En particular, quisiera recordar la figura
de Santo Tomás Moro, el gran erudito inglés y hombre de Estado, quien es admirado
por creyentes y no creyentes por la integridad con la que fue fiel a su conciencia,
incluso a costa de contrariar al soberano de quien era un “buen servidor”, pues eligió
servir primero a Dios. El dilema que afrontó Moro en aquellos tiempos difíciles, la
perenne cuestión de la relación entre lo que se debe al César y lo que se debe a Dios,
me ofrece la oportunidad de reflexionar brevemente con ustedes sobre el lugar apropiado
de las creencias religiosas en el proceso político.
La tradición parlamentaria
de este país debe mucho al instinto nacional de moderación, al deseo de alcanzar un
genuino equilibrio entre las legítimas reivindicaciones del gobierno y los derechos
de quienes están sujetos a él. Mientras se han dado pasos decisivos en muchos momentos
de vuestra historia para delimitar el ejercicio del poder, las instituciones políticas
de la nación se han podido desarrollar con un notable grado de estabilidad. En este
proceso, Gran Bretaña se ha configurado como una democracia pluralista que valora
enormemente la libertad de expresión, la libertad de afiliación política y el respeto
por el papel de la ley, con un profundo sentido de los derechos y deberes individuales,
y de la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. Si bien con otro lenguaje, la
Doctrina Social de la Iglesia tiene mucho en común con dicha perspectiva, en su preocupación
primordial por la protección de la dignidad única de toda persona humana, creada a
imagen y semejanza de Dios, y en su énfasis en los deberes de la autoridad civil para
la promoción del bien común.
Con todo, las cuestiones fundamentales
en juego en la causa de Tomás Moro continúan presentándose hoy en términos que varían
según las nuevas condiciones sociales. Cada generación, al tratar de progresar en
el bien común, debe replantearse: ¿Qué exigencias pueden imponer los gobiernos a los
ciudadanos de manera razonable? Y ¿qué alcance pueden tener? ¿En nombre de qué autoridad
pueden resolverse los dilemas morales? Estas cuestiones nos conducen directamente
a la fundamentación ética de la vida civil. Si los principios éticos que sostienen
el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social,
entonces este proceso se presenta evidentemente frágil. Aquí reside el verdadero desafío
para la democracia.
La reciente crisis financiera global ha mostrado
claramente la inadecuación de soluciones pragmáticas y a corto plazo relativas a complejos
problemas sociales y éticos. Es opinión ampliamente compartida que la falta de una
base ética sólida en la actividad económica ha contribuido a agravar las dificultades
que ahora están padeciendo millones de personas en todo el mundo. Ya que “toda decisión
económica tiene consecuencias de carácter moral” (Caritas in veritate, 37), igualmente
en el campo político, la dimensión ética de la política tiene consecuencias de tal
alcance que ningún gobierno puede permitirse ignorar. Un buen ejemplo de ello lo encontramos
en uno de los logros particularmente notables del Parlamento Británico: la abolición
del tráfico de esclavos. La campaña que condujo a promulgar este hito legislativo
estaba edificada sobre firmes principios éticos, enraizados en la ley natural, y brindó
una contribución a la civilización de la cual esta nación puede estar orgullosa.
Así
que, el punto central de esta cuestión es el siguiente: ¿Dónde se encuentra la fundamentación
ética de las deliberaciones políticas? La tradición católica mantiene que las normas
objetivas para una acción justa de gobierno son accesibles a la razón, prescindiendo
del contenido de la revelación. En este sentido, el papel de la religión en el debate
político no es tanto proporcionar dichas normas, como si no pudieran conocerlas los
no creyentes. Menos aún proponer soluciones políticas concretas, algo que está totalmente
fuera de la competencia de la religión. Su papel consiste más bien en ayudar a purificar
e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos.
Este papel “corrector” de la religión respecto a la razón no siempre ha sido bienvenido,
en parte debido a expresiones deformadas de la religión, tales como el sectarismo
y el fundamentalismo, que pueden ser percibidas como generadoras de serios problemas
sociales. Y a su vez, dichas distorsiones de la religión surgen cuando se presta una
atención insuficiente al papel purificador y vertebrador de la razón respecto a la
religión. Se trata de un proceso en doble sentido. Sin la ayuda correctora de la religión,
la razón puede ser también presa de distorsiones, como cuando es manipulada por las
ideologías o se aplica de forma parcial en detrimento de la consideración plena de
la dignidad de la persona humana. Después de todo, dicho abuso de la razón fue lo
que provocó la trata de esclavos en primer lugar y otros muchos males sociales, en
particular la difusión de las ideologías totalitarias del siglo XX. Por eso deseo
indicar que el mundo de la razón y el mundo de la fe -el mundo de la racionalidad
secular y el mundo de las creencias religiosas- necesitan uno de otro y no deberían
tener miedo de entablar un diálogo profundo y continuo, por el bien de nuestra civilización.
En otras palabras, la religión no es un problema que los legisladores
deban solucionar, sino una contribución vital al debate nacional. Desde este punto
de vista, no puedo menos que manifestar mi preocupación por la creciente marginación
de la religión, especialmente del cristianismo, en algunas partes, incluso en naciones
que otorgan un gran énfasis a la tolerancia. Hay algunos que desean que la voz de
la religión se silencie, o al menos que se relegue a la esfera meramente privada.
Hay quienes esgrimen que la celebración pública de fiestas como la Navidad deberían
suprimirse según la discutible convicción de que ésta ofende a los miembros de otras
religiones o de ninguna. Y hay otros que sostienen -paradójicamente con la intención
de suprimir la discriminación- que a los cristianos que desempeñan un papel público
se les debería pedir a veces que actuaran contra su conciencia. Éstos son signos preocupantes
de un fracaso en el aprecio no sólo de los derechos de los creyentes a la libertad
de conciencia y a la libertad religiosa, sino también del legítimo papel de la religión
en la vida pública. Quisiera invitar a todos ustedes, por tanto, en sus respectivos
campos de influencia, a buscar medios de promoción y fomento del diálogo entre fe
y razón en todos los ámbitos de la vida nacional.
Vuestra disposición
a actuar así ya está implícita en la invitación sin precedentes que se me ha brindado
hoy. Y se ve reflejada en la preocupación en diversos ámbitos en los que vuestro gobierno
trabaja con la Santa Sede. En el ámbito de la paz, ha habido conversaciones para la
elaboración de un tratado internacional sobre el comercio de armas; respecto a los
derechos humanos, la Santa Sede y el Reino Unido se han congratulado por la difusión
de la democracia, especialmente en los últimos sesenta y cinco años; en el campo del
desarrollo, se ha colaborado en la reducción de la deuda, en el comercio justo y en
la ayuda al desarrollo, especialmente a través del International Finance Facility,
del International Immunization Bond, y del Advanced Market Commitment. Igualmente,
la Santa Sede tiene interés en colaborar con el Reino Unido en la búsqueda de nuevas
vías de promoción de la responsabilidad medioambiental, en beneficio de todos.
Observo
asimismo que el Gobierno actual compromete al Reino Unido a asignar el 0,7% de la
renta nacional a la ayuda al desarrollo hasta el año 2013. En los últimos años, ha
sido alentador percibir signos positivos de un crecimiento mundial de la solidaridad
hacia los pobres. Sin embargo, para concretar esta solidaridad en acciones eficaces
se requieren nuevas ideas que mejoren las condiciones de vida en muchas áreas importantes,
tales como la producción de alimentos, el agua potable, la creación de empleo, la
educación, el apoyo a las familias, sobre todo emigrantes, y la atención sanitaria
básica. Donde hay vidas humanas de por medio, el tiempo es siempre limitado: el mundo
ha sido también testigo de los ingentes recursos que los gobiernos pueden emplear
en el rescate de instituciones financieras consideradas “demasiado grandes para que
fracasen”. Desde luego, el desarrollo humano integral de los pueblos del mundo no
es menos importante. He aquí una empresa digna de la atención mundial, que es en verdad
“demasiado grande para que fracase”.
Esta visión general de la cooperación
reciente entre el Reino Unido y la Santa Sede muestra cuánto progreso se ha realizado
en los años transcurridos desde el establecimiento de relaciones diplomáticas bilaterales,
promoviendo en todo el mundo los muchos valores fundamentales que compartimos. Confío
y rezo para que esta relación continúe dando frutos y que se refleje en una creciente
aceptación de la necesidad de diálogo y de respeto en todos los niveles de la sociedad
entre el mundo de la razón y el mundo de la fe. Estoy convencido de que, también dentro
de este país, hay muchas áreas en las que la Iglesia y las autoridades públicas pueden
trabajar conjuntamente por el bien de los ciudadanos, en consonancia con la histórica
costumbre de este Parlamento de invocar la asistencia del Espíritu sobre quienes buscan
mejorar las condiciones de toda la humanidad. Para que dicha cooperación sea posible,
las entidades religiosas -incluidas las instituciones vinculadas a la Iglesia católica-
necesitan tener libertad de actuación conforme a sus propios principios y convicciones
específicas basadas en la fe y el magisterio oficial de la Iglesia. Así se garantizarán
derechos fundamentales como la libertad religiosa, la libertad de conciencia y la
libertad de asociación. Los ángeles que nos contemplan desde el espléndido cielo de
este antiguo salón nos recuerdan la larga tradición en la que la democracia parlamentaria
británica se ha desarrollado. Nos recuerdan que Dios vela constantemente para guiarnos
y protegernos; y, a su vez, nos invitan a reconocer la contribución vital que la religión
ha brindado y puede seguir brindando a la vida de la nación.
Señor
Orador, le agradezco una vez más la oportunidad que me ha brindado de poder dirigirme
brevemente a esta distinguida asamblea. Les aseguro mis mejores deseos y mis oraciones
por ustedes y por los fructuosos trabajos de las dos Cámaras de este antiguo Parlamento.
Gracias y que les Dios bendiga a todos ustedes.