Benedicto XVI a los Obispos de Burkina Faso y Níger: proseguir el gran esfuerzo misionero
de solidaridad respecto a las Iglesias hermanas de vuestro continente
Sábado 20 de marzo de 2010
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS OBISPOS
DE BURKINA FASO Y NÍGER EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Queridos hermanos
en el episcopado:
Os acojo con gran alegría a vosotros, a quienes se ha encomendado
la responsabilidad pastoral de la Iglesia que peregrina en Burkina Faso y en Níger.
Saludo en particular al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Séraphin
Rouamba, arzobispo de Koupéla, y le agradezco sus amables palabras. A vuestros diocesanos
y a todos los habitantes de vuestros países, especialmente a los enfermos y a las
personas que pasan por un momento de prueba, llevad el aliento y el saludo afectuoso
del Papa. Vuestra visita ad limina es un signo concreto de comunión entre vuestras
Iglesias particulares y la Iglesia universal, que se manifiesta de manera significativa
en vuestro vínculo con el Sucesor de Pedro. Espero que el reforzamiento de esta unidad
entre vosotros y en el seno de la Iglesia fortifique vuestro ministerio y aumente
la credibilidad del testimonio de los discípulos de Cristo.
Después de más
de un siglo, la evangelización ya ha dado frutos abundantes, visibles a través de
numerosos signos de la vitalidad de la Iglesia-familia de Dios en vuestros países.
Que un nuevo impulso misionero anime vuestras comunidades, a fin de que se acoja plenamente
y se viva fielmente el mensaje evangélico. La fe siempre necesita consolidar sus raíces
para no volver a prácticas antiguas o incompatibles con el seguimiento de Cristo y
para resistir a las llamadas de un mundo a veces hostil al ideal evangélico. Me congratulo
por los esfuerzos que estáis realizando desde hace muchos años para una sana inculturación
de la fe. Velad para que continúen gracias a la labor de personas competentes, respetando
las normas y haciendo referencia a las estructuras apropiadas. Por otra parte, os
aliento a proseguir el gran esfuerzo misionero de solidaridad que habéis emprendido
con generosidad respecto a las Iglesias hermanas de vuestro continente.
La
reciente Asamblea sinodal para África invitó a las comunidades cristianas a afrontar
los desafíos de la reconciliación, la justicia y la paz. Me alegra saber que en vuestras
diócesis, la Iglesia sigue luchando, de distintas formas, contra los males que impiden
a las poblaciones alcanzar un desarrollo auténtico. Así, las graves inundaciones de
septiembre del año pasado fueron la ocasión para promover la solidaridad con todos
y especialmente con los más necesitados. Esta solidaridad, arraigada en el amor de
Dios, debe ser un compromiso permanente de la comunidad eclesial: vuestros fieles
la han practicado generosamente también respecto de las víctimas del reciente seísmo
de Haití, pese a las grandes necesidades que tienen ellos mismos. Se lo agradezco
vivamente. Por último, quiero congratularme especialmente aquí por la obra que realiza
la Fundación Juan Pablo II para el Sahel, que el año pasado celebró en Uagadugú su
vigésimo quinto aniversario.
Queridos hermanos en el episcopado, el Año sacerdotal
contribuye a poner de relieve la grandeza del sacerdocio y a promover una renovación
interior en la vida de los presbíteros, a fin de que su ministerio sea cada vez más
intenso y fecundo. El sacerdote es ante todo un hombre de Dios, que intenta responder
cada vez con mayor coherencia a su vocación y a su misión al servicio del pueblo que
le ha sido encomendado y que debe guiar hacia Dios. Por eso es necesario asegurarle
una formación sólida, no sólo durante la preparación a la ordenación, sino a lo largo
de todo su ministerio. En efecto, es indispensable que el sacerdote pueda dedicar
tiempo a profundizar su vida sacerdotal para evitar caer en el activismo. Que el ejemplo
de san Juan María Vianney despierte en el corazón de vuestros sacerdotes, a los que
felicito por su valiente compromiso misionero, una conciencia renovada de su entrega
total a Cristo y a la Iglesia, alimentada por una ferviente vida de oración y por
el amor apasionado al Señor Jesús. ¡Que su ejemplo suscite numerosas vocaciones sacerdotales!
Los catequistas son los colaboradores indispensables de los sacerdotes en
el anuncio del Evangelio. Tienen un papel esencial no sólo en la primera evangelización
y para el catecumenado, sino también en la animación y el sostén de vuestras comunidades,
junto a los demás agentes pastorales. A través de vosotros, quiero saludarlos afectuosamente
y alentarlos en su tarea de evangelizadores de sus hermanos. Vuestras diócesis están
realizando esfuerzos importantes para garantizar su formación humana, intelectual,
espiritual y pastoral, permitiéndoles de este modo asegurar su servicio con fe y competencia;
me alegro de ello y os aliento a seguir adelante, saliendo también al paso de sus
necesidades materiales para que puedan llevar una vida digna.
A fin de que
los laicos encuentren el lugar que les corresponde en vuestras comunidades y en la
sociedad, es necesario aumentar los medios para consolidar su fe. Desarrollando las
instituciones de formación, les daréis la posibilidad de asumir responsabilidades
en la Iglesia y en la sociedad, para ser auténticos testigos del Evangelio. Os invito
a prestar atención especial a las élites políticas e intelectuales de vuestros países,
que a menudo deben confrontarse con ideologías opuestas a una concepción cristiana
del hombre y de la sociedad. Una fe segura, fundada en una relación personal con Cristo,
expresada en la práctica habitual de la caridad, y sostenida por una comunidad viva,
es un punto de apoyo para el desarrollo de la vida cristiana. Infundid también a los
jóvenes, con frecuencia llenos de generosidad, el gusto de ir al encuentro de Cristo.
Reforzar las capellanías escolares y universitarias les ayudará a encontrar en él
la luz que les guíe a lo largo de toda su vida y les dé el verdadero sentido del amor
humano.
El buen clima que existe habitualmente en las relaciones interreligiosas
permite profundizar tanto los vínculos de estima y de amistad, como la colaboración
entre todos los componentes de la sociedad. La enseñanza a las generaciones jóvenes
de los valores fundamentales de respeto y fraternidad favorecerá la comprensión mutua.
Es preciso seguir reforzando los vínculos que unen sobre todo a cristianos y musulmanes,
a fin de hacer progresar la paz y la justicia, y promover el bien común, rechazando
toda tentación de violencia o intolerancia.
Queridos hermanos en el episcopado,
al concluir nuestro encuentro, encomiendo a cada una de vuestras diócesis a la protección
materna de la Virgen María. Que ella, en estos tiempos marcados por la incertidumbre,
os dé la fuerza de mirar al futuro con confianza. Que ella sea para los pueblos de
Burkina Faso y Níger un signo de esperanza. De todo corazón os imparto una afectuosa
bendición apostólica, a vosotros y a todos los sacerdotes, a los religiosos, a las
religiosas, a los catequistas y a todos los fieles de vuestras diócesis.