En la Misa celebrada en Sulmona, el Papa recuerda que la santidad nunca pasa de moda,
destacando la actualidad de san Celestino V en el octavo centenario de su nacimiento
Domingo, 4 jul (RV).- En el octavo centenario del nacimiento de Papa Celestino V y
con el anhelo de confirmar y exhortar con cariño a permanecer firmes en la fe -que
da sentido a la vida y la fuerza para amar- Benedicto XVI ha viajado, esta mañana,
a la diócesis italiana de Sulmona, en la región de central de Los Abruzos – ‘tan ligada
al Sucesor de Pedro’ - que ya visitó otras dos veces y donde trascurrirá este domingo,
para volver al Vaticano hacia las seis de esta tarde.
Acogido con grandes muestras
de alegría el Papa ha presidido la Santa Misa en la plaza Garibaldi, en el centro
de esta ciudad, y reiterando su deseo de compartir con esta comunidad diocesana sus
gozos y esperanzas, fatigas y empeños e ideales y aspiraciones el Santo Padre -conociendo
las dificultades de esta población- ha renovado sus palabras de aliento y de esperanza
cristiana: “Pienso, en especial,
en cuantos viven concretamente su existencia en condiciones de precariedad, debido
a la falta de empleo, a la incertidumbre sobre el futuro, al sufrimiento físico y
moral y –como ha recordado vuestro obispo– al sentido de desasosiego, debido al seísmo
del 6 de abril de 2009. A todos os quiero asegurar mi cercanía y mi recuerdo en la
oración, mientras os aliento a perseverar en el testimonio de los valores humanos
y cristianos, tan profundamente arraigados en la fe y en la historia de este territorio
y de su población.
Tras hacer hincapié en que su visita coincide con el especial
Año Jubilar que conmemora los ocho siglos del nacimiento de san Pedro Celestino, Benedicto
XVI se ha referido a la belleza del paisaje y de las localidades que ha podido apreciar,
mientras llegaba desde el Vaticano, en helicóptero. Lugares estrechamente ligados
a la insigne figura del santo Papa, que veneró el año pasado, en la Basílica de Collemaggio,
en L’Aquila: “A esta Basílica, fui
yo mismo, en abril del año pasado, después del terremoto que asoló la región, para
venerar la urna con sus restos y dejar el palio que recibí el día del comienzo de
mi Pontificado. Han pasado ochocientos años del nacimiento de san Pedro Celestino
V, pero él permanece en la historia, por las conocidas vivencias de su tiempo y de
su pontificado. Y, sobre todo, por su santidad. La santidad, en efecto, nunca pierde
su propia fuerza atractiva, no cae en el olvido, nunca pasa de moda. Aún más, con
el pasar del tiempo, resplandece cada vez con mayor luminosidad, expresando la perenne
tensión del hombre hacia Dios”.
De la vida de este santo Pontífice, Benedicto
XVI ha querido destacar algunas enseñanzas, que ha calificado como “válidas también
en nuestros días”. Desde su juventud fue un “buscador de Dios”. Ansiando encontrar
respuestas a los grandes interrogantes de la existencia – quién soy, por qué y para
quién vivo – emprende su viaje en búsqueda de la verdad y de la felicidad, de Dios.
Y para escuchar su voz, decide separarse del mundo y vivir como eremita.
En
el silencio exterior y sobre todo ‘interior’ logra percibir la voz de Dios, capaz
de orientar su vida, ha enfatizado el Papa, señalando la apremiante importancia de
ponerse a la escucha: “Hay aquí un primer
aspecto importante para nosotros: vivimos en una sociedad en la que cada espacio,
cada momento parece que se debe ‘llenar’ con iniciativas, actividades, sonidos. A
menudo no hay ni siquiera tiempo para dialogar. Queridos hermanos y hermanas ¡No tengamos
miedo de favorecer el silencio fuera y dentro de nosotros, si queremos ser capaces,
no sólo de percibir la voz de Dios, sino también la de quien está al lado nuestro,
de los demás”.
Destacando luego que el “descubrimiento del Señor que logra
Pedro Angelerio, no es resultado de un esfuerzo suyo, sino que se vuelve posible por
la Gracia misma de Dios”, Benedicto XVI ha reafirmado que, sin la gracia divina, no
podemos nada. Dios nos anticipa que siempre y en cada vida, hay algo bueno y bello,
un rayo de su bondad y ternura: “Por ello debemos estar
atentos, tener siempre abiertos ‘los ojos interiores’ los de nuestro corazón. Y si
aprendemos a conocer a Dios en su bondad infinita, entonces seremos capaces también
de ver, con estupor, en nuestra vida – como los Santos – los signos de aquel Dios,
que está siempre cerca de nosotros, que es siempre bueno con nosotros, que nos dice:
‘¡Ten fe en mí!’”.
Refiriéndose también a la percepción de la presencia del
Señor que este santo había madurado en toda la creación, el Papa ha exhortado, a esta
Iglesia local y a la de toda la región, a perseverar en su compromiso e impulsar la
responsabilidad de todos en la salvaguarda del medio ambiente, “fruto y signo del
Amor de Dios”.
En sus palabras dedicadas a la espiritualidad de san Pedro
Celestino, Benedicto XVI ha señalado que la Cruz constituyó el centro de su vida,
convencido como estaba de que “de ella viene la salvación”. La Cruz le dio también
una clara conciencia del pecado y de la misericordia infinita de Dios. “Viendo los
brazos abiertos de su Dios crucificado, se sintió llevar al mar infinito del amor
de Dios”: “Como sacerdote,
experimentó la belleza de ser administrador de esta misericordia absolviendo a los
penitentes del pecado. Y, cuando fue elegido a la Sede del Apóstol Pedro, quiso conceder
una particular indulgencia, denominada ‘La Perdonanza’. Deseo exhortar a los sacerdotes
a ser testimonios claros y creíbles de la buena noticia de la reconciliación con Dios,
ayudando al hombre de hoy a recuperar el sentido del pecado y del perdón de Dios,
para experimentar aquella alegría sobreabundante, de la que nos ha hablado el profeta
Isaías en la primera lectura”.
Antes de terminar, Benedicto XVI ha subrayado
que su santo Predecesor, aún llevando una vida de ermitaño, nunca se encerró en sí
mismo. Sino que sentía la pasión de llevar la buena noticia del Evangelio a los hermanos.
Y el secreto de su fecundidad pastoral era el de “permanecer” con el Señor, en la
oración: “¡El primer imperativo
es siempre el de rezar al Señor de la mies! (cfr Lc 10,2). Y es sólo después de esta
invitación que Jesús define algunos compromisos esenciales del discípulo: el anuncio
sereno, claro y valiente del mensaje evangélico – también en los momentos de persecución
– sin ceder ni a la fascinación de la moda, ni a la de la violencia o de la imposición.
El desapego de las preocupaciones por las cosas – el dinero y el vestido – confiando
en la Providencia el Padre. La atención y el cuidado en particular hacia los enfermos
en el cuerpo y en el espíritu (cfr Lc 10, 5- 9) ¡Éstas fueron también las características
del breve y sufrido pontificado de Celestino V y éstas son las características de
la actividad misionera de la Iglesia en toda época!”.
El Papa ha sellado su
homilía invocando a la Madre de Dios, para que nos acompañe con su ejemplo en este
camino Y después de la Santa Misa, Benedicto XVI ha invitado a los fieles a recitar
juntos la oración del Ángelus. “A la Virgen María,
que veneráis con particular devoción en el Santuario de Nuestra Señora de la Libera,
confío esta Iglesia de Sulmona-Valva: al Obispo, los sacerdotes y a todo el pueblo
de Dios, que camine unida y alegre por el camino de la fe, de la esperanza y de la
caridad. Fiel a la herencia de san Pedro Celestino, sepa siempre constituir la radicalidad
evangélica y la misericordia, para que todos aquellos que buscan a Dios lo puedan
encontrar.” En María, Virgen del silencio y de la escucha, san Pedro del Morrone,
ha recordado el Papa, encontró el modelo perfecto de obediencia a la voluntad divina,
en una vida sencilla y humilde, tendida e la búsqueda de aquello que verdaderamente
es esencial, capaz de dar siempre gracias al Señor reconociendo en cada cosa un don
de su bondad.
También nosotros, que vivimos en una época de mayores comodidades
y posibilidades, ha pedido Benedicto XVI, estamos llamados a estimar un estilo de
vida sobrio, para conservar mayor libertad en la mente y en el corazón y para poder
compartir los bienes con los hermanos. María Santísima, que animó con su presencia
materna la primera comunicad de los discípulos de Jesús, ayude también a la Iglesia
de hoy a dar buen testimonio del Evangelio.
Al concluir la celebración el Santo
Padre almorzará con los obispos de la región de Los Abruzos, en la casa sacerdotal
del centro pastoral diocesano de Sulmona. En esta misma sede, a las 16:30, tendrá
lugar una reunión entre el Papa y una delegación de la cárcel de Sulmona. Tras un
encuentro con los jóvenes en la catedral de la ciudad, el Papa concluirá su visita
con un acto de veneración ante las reliquias de san Pánfilo y San Celestino V, custodiadas
en la misma catedral. Hacia las 6 de la tarde, el Papa regresará al Vaticano.
Texto
completo de la homilía
Queridos hermanos y hermanas: Estoy muy contento de
estar hoy con Uds. y celebrar con Uds. y para Uds. esta solemne Eucaristía. Saludo
a vuestro Pastor, el Obispo Mons. Ángelo Spina; le agradezco por la calurosa expresión
de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos, y por los dones que me han ofrecido
y que aprecio mucho en su cualidad de ‘signos’ – como los han definido- de la comunión
afectiva y efectiva que une al pueblo de esta querida Tierra de Abruzo con el Sucesor
de Pedro. Saludo a los arzobispos y obispos presentes, a los sacerdotes, a los religiosos
y las religiosas, los representantes de las Asociaciones y de los Movimientos eclesiales.
Dirijo un pensamiento deferente al Sindaco, Dr. Fabio Federico, agradecido su cortés
saludo, al representante del Gobierno y de las autoridades civiles y militares. Un
agradecimiento especial a cuantos han ofrecido generosamente su colaboración para
la realización de mi Visita Pastoral.
Queridos hermanos y hermanas! Vine a
compartir con ustedes alegrías y esperanzas, fatigas y compromisos, ideales y aspiraciones
de esta Comunidad diocesana. Se bien que también en Sulmona no faltan las dificultades,
problemas y preocupaciones: pienso, en particular, en cuantos viven concretamente
su existencia en condiciones de precariedad, a causa de su falta de trabajo, de la
incertidumbre por el futuro, del sufrimiento físico y moral –como ha recordado el
obispo- de la sensación de confusión debida al sismo del 6 de abril de 2009. A todos
quiero asegurar mi cercanía y mi recuerdo en la oración, mientras los animo a perseverar
en el testimonio de los valores humanos y cristianos así profundamente radicados en
la fe y en la historia de este territorio y de su población.
Queridos
amigos! Mi Visita sucede en ocasión del especial Año Jubilar convocado por los obispos
de Abruzo y del Molise para celebrar los ochocientos años del nacimiento de san Pedro
Celestino. Sobrevolando vuestro territorio, he podido contemplar la belleza del paisaje
y, sobretodo, admirar algunas localidades estrechamente ligadas a la vida de esta
insigne figura: el Monte Morron, donde Pedro lleva por mucho tiempo vida eremítica;
la ermita de San Onofre, donde en 1294 lo alcanza la noticia de su elección como Sumo
Pontífice, realizada en el Conclave de Perugia; y la Abadía de Santo Espíritu, cuyo
altar mayor viene por él consagrado después de su coronación, realizada en la Basílica
de Collemaggio en Láquila. En esta Basílica yo mismo, en abril del año pasado, después
del terremoto que ha devastado la región, me acerque para venerar la urna con sus
restos y dejar el palio recibido en el día del inicio de mi Pontificado.
Han
pasado ochocientos años del nacimiento de san Pedro Celestino V, pero él permanece
en la historia por las notables vicisitudes de su tiempo y de su pontificado y, sobretodo,
por su santidad. La santidad, de hecho, no pierde jamás la propia fuerza atractiva,
no cae en el olvido, no pasa jamás de moda, es más, con el transcurrir del tiempo,
resplandece siempre con mayor luminosidad, expresando la perenne tensión del hombre
hacia Dios. De la vida de san Pedro Celestino quisiera recoger algunas enseñanzas,
válidas también a nuestros días.
Pedro Angelerio desde su juventud
fue un ‘buscador de Dios’, un hombre deseoso de encontrar respuestas a los grandes
interrogantes de la existencia: ¿Que somos, de dónde vengo, porqué vivo, para quién
vivo? El se pone en viaje a la investigación de la verdad y de la felicidad, se pone
a la búsqueda de Dios y, para escuchar las voces, decide separarse del mundo y vivir
como eremita. El silencio se convierte así en el elemento de su vivir cotidiano. Y
es propiamente en el silencio exterior, pero sobre todo en aquel interior, que él
alcanza a percibir la voz de Dios, capaz de orientar su vida. Hay aquí un primer aspecto
importante para nosotros: vivimos en una sociedad en la que cada espacio, cada momento
parece que debe ser ‘colmado’ de iniciativas, de actividad, de sonidos; frecuentemente
no hay tiempo ni siquiera para escuchar y para dialogar. Queridos hermanos y hermanas!
No tengamos miedo de hacer silencio fuera y dentro de nosotros, si queremos ser capaces
no solo de percibir la voz de Dios, sino también aquella del que esta junto a nosotros,
de los otros.
Pero es importante subrayar también un segundo elemento;
el descubrimiento del Señor que hace Pedro Angelerio no es el resultado de su esfuerzo,
pero es hecho posible por la Gracia misma de Dios, que lo previene. Esto que él tenía,
lo que él era, no le venía de sí: le fue donado, era gracia, y era por esto también
responsabilidad delante de Dios y de los otros. Si bien nuestra vida es muy diversa,
también para nosotros vale la misma cosa: todo lo esencial de nuestra existencia nos
es donado sin nuestro aporte. El hecho que yo viva no depende de mí; el hecho que
haya habido personas que me han introducido en la vida, que me han enseñado que es
amar y ser amado, que me han transmitido la fe y me han abierto la mirada a Dios:
todo esto es gracia.
Por nosotros mismos no habríamos podido hacer nada, si
no nos hubiera estado donado: Dios se nos anticipa siempre y en cada vida singular
hay algo de lo bello y bueno que nosotros podemos reconocer fácilmente como su gracia,
como un rayo de luz de su bondad. Por eso debemos estar atentos, tener abiertos los
‘ojos interiores’, aquellos de nuestro corazón. Y si aprendemos a conocer a Dios en
su bondad infinita, ahora seremos capaces también de ver, con estupor, en nuestra
vida – como lo santos- los signos de aquel Dios que esta siempre cercano, que es siempre
bueno con nosotros, que nos dice: “¡Tengan fe en mí!”.
En el silencio
interior, en la percepción de la presencia del Señor, Pedro del Morrone había madurado,
además, una experiencia viva de la belleza de lo creado, obra de las manos de Dios:
sabía percibir el sentido profundo, respetaba los signos y los ritmos, hacía uso de
lo que es esencial a la vida. Se que esta Iglesia local, como también las otras del
Abruzo y del Molise, están activamente comprometidas en una campaña de sensibilización
por la promoción del bien común y la salvaguarda de la creación: los animo en este
esfuerzo vuestro exhortando a todos a sentir la responsabilidad del propio futuro,
como también de aquel de los otros, también respetando y custodiando la creación,
fruto y signo del Amor de Dios.
En la segunda lectura de la Carta a
los Gálatas, hemos escuchado una bellísima expresión de san Pablo, que es también
un prefecto retrato espiritual de san Pedro Celestino: “En cuanto a mi, yo sólo me
gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado
para mí, como yo lo estoy para el mundo.” (6,14). Verdaderamente la cruz constituye
el centro de su vida, le da la fuerza para afrontar las ásperas penitencias y los
momentos más comprometidos, de la juventud a la última hora: El fue siempre conciente
que de ella viene la salvación. La cruz da a san Pedro Celestino también una clara
conciencia del pecado, siempre acompañada de una clara conciencia de la misericordia
de Dios hacia su creatura. Viendo los brazos abiertos de par en par de su Dios crucificado,
él se ha sentido llevar en el mar infinito del amor de Dios. Como sacerdote hizo experiencia
de la belleza de ser administrador de esta misericordia absolviendo a los penitentes
del pecado, y, cuando fue elegido a la Sede del Apóstol Pedro, quiere conceder una
particular indulgencia denominada ‘La perdonanza’. Deseo exhortar a los sacerdotes
a hacerse testigos claros y creíbles de la buena noticia de la reconciliación con
Dios, ayudando al hombre de hoy a recuperar el sentido del pecado y del perdón de
Dios, para experimentar aquella alegría sobreabundante de la que el profeta Isaías
nos ha hablado en la primera lectura (cfr Is 66,10-14)
En fin, un último
elemento; san Pedro Celestino, aún llevando vida eremitita, no estaba ‘encerrado en
sí mismo’, sino que estaba dominado por la pasión de llevar la buena noticia del
Evangelio a sus hermanos. Y el secreto de su fecundidad pastoral estaba propiamente
en el ‘permanecer’ con el Señor en la oración, como nos ha recordado el Evangelio
de hoy: el primer imperativo es siempre aquel de rezar al Señor de la mies (cfr. Lc
10,2). Y es solo después de esta invitación que Jesús define algunos compromisos esenciales
del discípulo: el anuncio sereno, claro y con coraje del mensaje evangélico – también
en los momentos de persecución- sin ceder ni a la fascinación de la moda, ni a aquella
de la violencia o de la imposición; el desapego de las preocupaciones por las cosas
– el dinero y el vestido- confiado en la Providencia del Padre; la atención y cuidados
en particular hacia los enfermos en el cuerpo y en el espíritu (cfr. Lc. 10,5-9).
Esta fueron también las características del breve y sufrido pontificado de Celestino
V y estas son las características de la actividad misionera de la Iglesia en cada
época.
Queridos hermanos y hermanas! Estoy en medio de ustedes para
confirmarlos en la fe. Deseo exhortarlos, con fuerza y con afecto, a permanecer firmes
en aquella fe que han recibido, que da sentido a la vida y que da la fuerza de amar.
Nos acompañen in este camino el ejemplo y la intercesión de la Madre de Dios y de
san pedro Celestino. ¡Amén!