Benedicto XVI advierte que el peligro mayor para la Iglesia no proviene de las persecuciones,
sino de todo lo que contamina la fe y la vida cristiana de sus miembros y de sus comunidades
Martes, 29 jun (RV).- En la solemnidad de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, Benedicto
XVI, ha recordado en su homilía que «Dios está cerca de sus fieles servidores y los
libera de todo mal, así como libera a la Iglesia de las potencias negativas. Es el
tema de la libertad de la Iglesia, que presenta un aspecto histórico y otro profundamente
espiritual». Palabras de esperanza cristiana, afianzada en la promesa de Cristo a
Pedro de que las potencias de los infiernos no prevalecerán sobre su Iglesia.
Promesa
que abarca la protección divina ante las experiencias históricas de persecuciones,
así como ante las amenazas de orden espiritual, ha destacado el Papa, evocando la
carta de san Pablo a los Efesios: «Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre,
sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este
mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas» (6,12): «En
efecto, si pensamos en los dos milenios de historia de la Iglesia, podemos observar
que – como había preanunciado el Señor Jesús (cfr Mt 10, 16-33) – no faltaron nunca
para los cristianos pruebas, que en algunos periodos y lugares asumieron características
de verdaderas persecuciones. Éstas, sin embargo, a pesar de los sufrimientos que causaron,
no constituyen el peligro más grave para la Iglesia. El daño mayor, en efecto, la
Iglesia lo recibe de lo que contamina la fe y la vida cristiana de sus miembros y
de sus comunidades, mellando la integridad del Cuerpo místico, debilitando su capacidad
de profecía y de testimonio, ofuscando la belleza de su rostro».
Con el epistolario
paulino, Benedicto XVI ha recordado los peligros ‘de los últimos días’, identificándolos
con conductas negativas que pertenecen al mundo y que pueden contagiar a la comunidad
cristiana: egoísmo, vanidad, orgullo, apego al dinero. (cfr 3, 1-5). La conclusión
del Apóstol, en su Segunda Carta a Timoteo, es tranquilizadora: los hombres que obran
el mal «no progresarán más, porque su insensatez quedará patente a todos» (3,9)
«Hay
pues una garantía de libertad asegurada por Dios a la Iglesia, libertad sea de los
lazos materiales que intentan impedir o coartar su misión, que de los lazos espirituales
y morales, que pueden mellar su autenticidad y su credibilidad. El tema de la libertad
de la Iglesia, garantizada por Cristo a Pedro, tiene también una atingencia específica
con el rito de la imposición del Palio, que hoy renovamos para treinta y ocho arzobispos
metropolitanos, a quienes dirijo mi más cordial saludo, extendiéndolo con cariño a
cuantos han querido acompañarlos en esta peregrinación. La comunión con Pedro y sus
sucesores, en efecto, es garantía de libertad para los pastores de la Iglesia y para
las mismas comunidades que les han sido confiadas».
Garantía de libertad en
el plano histórico – ha enfatizado el Santo Padre - pues la unión con la Sede Apostólica
asegura, a las Iglesias particulares y a las Conferencias Episcopales la libertad
con respecto a los poderes locales, nacionales o supranacionales, que en algunos casos
pueden obstaculizar la misión eclesial. Y, además y más esencialmente, el ministerio
petrino es garantía de libertad, en el sentido de la plena adhesión a la verdad, a
la auténtica tradición, de forma que el Pueblo de Dios quede preservado de errores
concernientes a la fe y a la moral.
Benedicto XVI ha hecho hincapié en que
el hecho que los nuevos metropolitanos vengan a Roma para recibir el Palio de las
manos del Papa se debe comprender en su significado propio, como gesto de comunión
y el tema de la libertad de la Iglesia, nos ofrece una clave de lectura particularmente
importante.
«Esto es evidente en el caso de las Iglesias marcadas por persecuciones,
sometidas a ingerencias políticas o otras duras pruebas. Pero no es menos relevante
en el caso de comunidades que sufren la influencia de doctrinas desviadoras o de tendencias
ideológicas y prácticas contrarias al Evangelio».
El Palio se vuelve, pues,
en este sentido, una prenda de libertad, como el yugo de Jesús, que Él mismo invita
llevar sobre las espaldas. Como el mandamiento de Cristo, que aun siendo exigente
‘es dulce y ligero’ y en lugar de pesar sobre quien lo lleva, lo alivia, de forma
que el vínculo con la Sede Apostólica, aun siendo comprometedor – sostiene al Pastor
y a la porción de Iglesia que se le confía a sus cuidados, haciéndolos más libres
y más fuertes, ha señalado el Papa, destacando luego, asimismo, el valor ecuménico.
«Quisiera
tomar de la Palabra de Dios, una última indicación, en particular de la promesa de
Cristo de que las potencias de los infiernos no prevalecerán sobre su Iglesia. Estas
palabras pueden tener una significativa valencia ecuménica, desde el momento en que,
como aludía hace poco, uno de los efectos típicos de la acción del Maligno es precisamente
la división en el interior de la Comunidad eclesial. Las divisiones, en efecto, son
síntomas de la fuerza del pecado, que sigue actuando en los miembros de la Iglesia,
también después de la redención. Pero la palabra de Cristo es clara: ‘Non praevalebunt
– no prevalecerán’ (Mt 16,18)».
En este contexto, el Santo Padre ha reiterado
que «la unidad de la Iglesia se arraiga en su unión con Cristo y la causa de la unidad
plena de los cristianos – que se debe buscar y renovar siempre, de generación en generación,
está sostenida también por el ruego y la promesa de Cristo. Pues en la lucha contra
el espíritu del mal, Dios nos ha donado en Jesús al ‘Abogado’ defensor. Y, después
de su Pascua, ‘otro Paráclito’ (cfr Jn 14,16), el Espíritu Santo, que permanece con
nosotros para siempre y conduce a la Iglesia hacia la plenitud de la verdad (cfr Jn
14,16; 16,13), que es también la plenitud de la caridad y de la unidad.
Con
estos sentimientos de confiada esperanza, Benedicto XVI ha saludado con alegría a
la delegación del Patriarcado de Constantinopla, que, siguiendo la bella tradición
de las visitas recíprocas, ha participado en las celebraciones de los Santos Patronos
de Roma. Benedicto XVI ha animado a dar gracias a Dios por los progresos en las relaciones
ecuménicas entre católicos y ortodoxos y a renovar el compromiso de corresponder generosamente
a la gracia divina, que nos conduce a la comunión plena.
Homilía completa
Queridos hermanos y hermanas: Los textos bíblicos de esta Liturgia eucarística
de la solemnidad de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, en su gran riqueza, ponen
en resalto un tema que se podría resumir así: Dios está cerca a sus fieles servidores
y los libera de todo mal, y libera a la Iglesia de las potencias negativas. Y el tema
de la libertad de la Iglesia, que presenta un aspecto histórico y otro más profundamente
espiritual. Esta temática atraviesa hoy toda la Liturgia de la Palabra. La primera
y la segunda Lectura hablan, respectivamente, de San Pedro y San Pablo subrayando
propiamente la acción liberadora de Dios con ellos. Especialmente el texto de los
Hechos de los apóstoles describe con abundancia las intervenciones particulares del
ángel del Señor, que desata a Pedro de las cadenas y lo conduce fuera de la cárcel
de Jerusalén donde lo había hecho encerrar, bajo la estrecha vigilancia, el rey Herodes
(cfr. Hechos 12,1-11). Pablo, en cambio, escribiendo a Timoteo cuando siente cercano
el fin de su vida terrena, hace un balance completo, del que emerge que el Señor le
fue siempre cercano, lo ha liberado de de tantos peligros y ahora lo liberará introduciéndolo
en su Reino eterno (cfr. 2 Tim 4,6-8.17-18). El tema es reforzado por el Salmo responsorial
(sal 33), y encuentra un particular desarrollo también en el texto evangélico de la
confesión de Pedro, donde Cristo promete que el poder de los infiernos no prevalecerá
sobre su Iglesia (cfr. Mt 16, 18)
Observando bien se nota, en relación a esta
temática, una cierta progresión. En la primera Lectura viene narrado un episodio específico
que muestra la intervención del Señor para liberar a Pedro de la prisión; en la segunda
de Pablo, sobre la base de su extraordinaria experiencia apostólica, se dice convencido
que el Señor, que ya lo ha liberado 'de la boca del león', lo librará de todo mal
abriéndole las puertas del cielo; en el Evangelio en cambio no se habla más de apóstoles
individuales, sino de la iglesia en su conjunto y de la seguridad respecto a las fuerzas
del mal, entendidas en sentido amplio y profundo. En tal modo vemos que la promesa
de Jesús -"el poder del infierno no prevalecerá" sobre la Iglesia - comprende si las
experiencias históricas de persecución sufridas por Pedro y Pablo y de los otros testigos
del Evangelio, pero va más allá, queriendo asegurar sobre todo la protección contra
las amenazas de orden espiritual; según lo que el mismo Pablo escribe en la Carta
a los Efesios: "Nuestra batalla, de hecho, no es contra la carne y la sangre, sino
contra los principados y las potencias, contra los dominadores de este mundo tenebroso,
contra los espíritus del mal que habitan en las regiones celestes" (Ef 6,12).
En
efecto, si pensamos en dos mil años de historia de la Iglesia, podemos observar que
-como había preanunciado el Señor Jesús (cfr. Mt 10,16-33)- no han jamás faltado a
los cristianos las pruebas, que en algunos períodos y lugares han asumido carácter
de verdaderas y propias persecuciones. Estas, pero, a pesar de los sufrimientos que
provocan, no constituyen el peligro más grave para la Iglesia. El daño mayor, de hecho,
ella lo sufre de aquello que contamina la fe y la vida cristiana de sus miembros y
de sus comunidades corrompiendo la integridad del Cuerpo místico, debilitando su capacidad
de profecía y de testimonio, empañando la belleza de su rostro. Esta realidad es atestiguada
ya del epistolario paulino. La Primera Carta a los Corintios, por ejemplo, responde
propiamente a algunos problemas de divisiones, de incoherencias, de infidelidad al
Evangelio que amenazan seriamente a la iglesia. Pero también la Segunda Carta a Timoteo
- de la que hemos escuchado un fragmento- habla de los peligros de los 'últimos tiempos',
identificándolos con actitudes negativas que pertenecen al mundo y que pueden contagiar
la comunidad cristiana: egoísmo, vanidad, orgullo, apego al dinero, etc. (cfr. 3,1-5).
La conclusión del Apóstol es tranquilizante.: los hombres que obran el mal -escribe
- "no llegarán muy lejos, porque su necedad quedará manifiesta a todos" (3,9). Hay,
entonces, una garantía de libertad, asegurada por Dios a la iglesia, libertad sea
de lazos materiales que buscan impedir o coartar la misión, sea de males espirituales
y morales, que pueden corromper la autenticidad y la credibilidad.
El tema
de la libertad de la Iglesia, garantizada por Cristo a Pedro, tiene también una pertinencia
especifica con el rito de la imposición del Palio, que hoy renovamos para treinta
y ocho Arzobispos Metropolitanos, a los cuales dirijo mi más cordial saludo, extendiéndolo
con afecto a cuantos han querido acompañarlos en esta peregrinación. La comunión con
Pedro y con sus sucesores, de hecho, es garantía de libertad para los pastores de
la Iglesia y para las mismas comunidades a ellos confiadas. Lo es en los dos planos
puestos en luz en la reflexión precedente. Sobre el plano histórico la unión con la
Sede Apostólica asegura a las iglesias particulares y a las Conferencias Episcopales
la libertad respecto a los poderes locales, nacionales o supranacionales, que pueden
en ciertos casos obstaculizar la misión eclesial. Además, y más esencialmente, el
ministerio petrino es garantía de libertad en el sentido de la plena adhesión a la
verdad, a la auténtica tradición, de modo que el pueblo de Dios sea preservado de
errores concernientes a la fe y a la moral. El hecho, por tanto que, cada año, los
nuevos metropolitanos vengan a Roma a recibir el Palio de las manos del Papa va entendido
en su significado propio, como geto de comunión, y el tema de la libertad de la Iglesia
nos ofrece una clave de lectura particularmente importante. Esto aparece evidente
en el caso de las iglesias signadas por la persecución, o sometidas a ingerencias
políticas o a otras duras pruebas. Pero esto no es menos relevante en el caso de comunidades
que sufren la influencia de doctrinas desviadas, o de tendencias ideológicas y prácticas
contrarias al Evangelio. El Palio entonces se convierte, en este sentido, en garantía
de libertad de libertad, análogamente al 'yugo' de Jesús, que el invita a tomar, cada
uno sobre las propias espaldas (cfr. Mt 11,29-30). Como el mandamiento de Cristo -siendo
exigente, es 'dulce y ligero', y en vez de pesar sobre el que lo lleva, lo alivia,
así el vínculo con la Sede Apostólica - siendo comprometido -sostiene al Pastor y
la porción de la iglesia confiada a su cuidado, haciéndola más libre y más fuerte.
Una
última indicación quisiera extraer de la palabra de Dios, en particular de la promesa
de Cristo que el poder del infierno no prevalecerá sobre su iglesia. Estas palabras
pueden tener también un significativo valor ecuménico, del momento que, como aludía
poco antes, uno de los efectos típicos de la acción del Maligno es propiamente la
división al interno de la Comunidad eclesial. Las divisiones de hecho, son síntomas
de la fuerza del pecado, que continúa actuando en los miembros de la iglesia también
después de la redención. Pero la palabra de Cristo es clara: 'Non praevalebunt - no
prevalecerán' (Mt. 16,18). La unidad de la Iglesia está radica en la unión con Cristo,
y la causa de la plena unidad de los cristianos -siempre de buscar y renovar, de generación
en generación - es también sostenida por su oración y su promesa. En la lucha contra
el espíritu del mal, Dios nos ha donado en Jesús el 'Abogado' defensor, y, después
de su Pascua, 'otro paráclito' (cfr Jn 14,16), el Espíritu santo, que permanece con
nosotros por siempre y conduce a la iglesia hacia la plenitud de la verdad (cfr Jn
14,16; 16,13), que es también la plenitud de la caridad y de la unidad. Con estos
sentimientos de confiada esperanza, estoy feliz de saludar la Delegación del Patriarcado
de Constantinopla, que según la bella costumbre de las visitas recíprocas, participa
de la celebración de los Santos Patronos de Roma. Juntos damos gracias a Dios por
los progresos en las relaciones ecuménicas entre católicos y ortodoxos, y renovamos
el compromiso de corresponder generosamente a la gracia de Dios que nos conduce a
la plena comunión.
Queridos amigos, saludo cordialmente a cada uno de ustedes:
señores Cardenales, Hermanos en el Episcopado, Señores Embajadores y Autoridades civiles,
en particular al alcalde de Roma, sacerdotes, religiosos y fieles laicos. Les agradezco
por vuestra presencia. Los santos Apóstoles Pedro y Pablo les obtengan de amar siempre
más la santa iglesia, cuerpo místico de cristo Señor y mensajera de unidad y de paz
para todos los hombres. Les obtengan también ofrecer con alegría por su santidad y
misión las fatigas y los sufrimientos soportados por fidelidad al Evangelio. La Virgen
María, Reina de los Apóstoles y Madre de la iglesia, vele siempre sobre ustedes, en
particular sobre el ministerio de los Arzobispos Metropolitanos. Con su celeste ayuda
puedan vivir y actuar siempre en aquella libertad, que Cristo nos ha ganado. Amén. Traducción
del italiano: Guillermo Ortiz SJ - RV