El Papa pone en guardia a los aspirantes al sacerdocio que busquen aumentar su prestigio
personal y su propio poder, porque han tergiversado el sentido de este ministerio
Domingo, 20 jun (RV).- Esta mañana, Su Santidad Benedicto XVI, Obispo de Roma, ha
ordenado sacerdotes, en la Basílica de San Pedro, a catorce diáconos procedentes
de los seminarios romanos. La solemne concelebración eucarística ha comenzado a las
nueve y media de la mañana y junto al Santo Padre han concelebrado, el cardenal Agostino
Vallini, vicario del Papa para la diócesis de Roma, junto a los obispos auxiliares,
los rectores de los seminarios de procedencia de los nuevos presbíteros y los párrocos.
Entre los nuevos sacerdotes se encuentra el hijo de una querida colega francesa
quien, desde hace más de 30 años, trabaja en la Radio del Papa. Se trata del presbítero
Davide Martini. Trece de los nuevos sacerdotes estarán incardinados en la diócesis
de Roma, mientras el restante ha sido ordenado por la Orden Teutónica. En su homilía,
el Papa ha dicho que como Obispo de esta diócesis, se sentía sumamente feliz de acoger
en el “presbyterium” romano a catorce nuevos sacerdotes. Y ha añadido que junto al
cardenal Vicario, a los obispos auxiliares y a todos los presbíteros, daba gracias
al Señor por el don de estos nuevos pastores del pueblo de Dios.
Precisamente
al dirigirles un saludo particular a cada uno de los queridos ordenandos, el Santo
Padre les ha recordado que hoy han sido el centro de atención del Pueblo de Dios,
“un pueblo simbólicamente representado por la gente que llenaba la Basílica Vaticana:
la llena de oración y de cantos –ha dicho- de afecto sincero y profundo, de conmoción
auténtica, de alegría humana y espiritual”.
El Pontífice ha añadido que en
este Pueblo de Dios, tienen un lugar particular sus padres y familiares, sus amigos
y compañeros, sus superiores y educadores del Seminario; así como las diversas comunidades
parroquiales y realidades de la Iglesia de las que proceden y que los han acompañado
en su camino y a las cuales ellos mismos ya han servido pastoralmente. “Sin olvidar
–ha dicho textualmente el Papa- la singular cercanía, en este momento, de tantas personas,
humildes y sencillas pero grandes ante Dios, como, por ejemplo, las claustrales, los
niños, los que sufren y los enfermos. Todos ellos os acompañan con el don preciosísimo
de su inocencia y sufrimiento”.
“Por tanto, es la entera
Iglesia de Roma la que da gracias a Dios hoy y reza por vosotros; pone tanta confianza
y esperanza en vuestro mañana; y espera frutos abundantes de santidad y de bien, de
vuestro ministerio sacerdotal. ¡Sí, la Iglesia cuenta con vosotros, cuenta muchísimo
con vosotros! La Iglesia tiene necesidad de cada uno de vosotros, conciente como es,
de los dones que Dios os ofrece y al mismo tiempo, de la absoluta necesidad del corazón
de cada hombre de encontrarse con Cristo, único y universal salvador del mundo, para
recibir de Él la vida nueva y eterna, la verdadera libertad y la alegría plena. Entonces,
todos nos sentimos invitados a entrar en el ‘misterio’, en el evento de gracia que
se está realizando en vuestros corazones con la Ordenación presbiteral, dejándonos
iluminar por la Palabra de Dios que ha sido proclamada”.
Aludiendo al Evangelio
de hoy, el Papa ha explicado que inmediatamente después de la confesión de Pedro,
Jesús anunció su pasión y resurrección y ofreció una enseñanza sobre el camino de
los discípulos: seguirle a Él, el Crucificado, seguirle por el camino de la Cruz.
Y ha destacado que con una expresión paradójica para Jesús, ser discípulo significa
“perderse a sí mismo, pero para encontrarse plenamente a sí mismo” (cfr Lc 9,22-24).
Al preguntarse qué significa esto para cada cristiano, pero sobre todo para un sacerdote,
Benedicto XVI ha afirmado que “la secuela, el sacerdocio, jamás puede representar
un modo para alcanzar la seguridad en la vida o para conquistar una posición social”.
“¡Quien aspira al sacerdocio
para aumentar su propio prestigio personal y su propio poder ha tergiversado en la
raíz el sentido de este ministerio. Quien sobre todo quiere realizar una ambición
propia, alcanzar un propio éxito, será siempre esclavo de sí mismo y de la opinión
pública. Para ser considerado, deberá adular; deberá decir lo que le gusta a la gente;
deberá adaptarse al cambio de las modas y de las opiniones y, así, se privará de la
relación vital con la verdad, reduciéndose a condenar mañana lo que habrá alabado
hoy. Un hombre que oriente así su vida, un sacerdote que vea en estos términos su
propio ministerio, no ama verdaderamente a Dios y a los demás, sino sólo a sí mismo
y, paradójicamente, termina por perderse a sí mismo. El sacerdocio -recordémoslo siempre–
se funda en el valor de decir sí a otra voluntad, con la conciencia de hacer crecer
cada día, que precisamente conformándonos a la voluntad de Dios, ‘inmersos’ en esta
voluntad, no sólo no será cancelada nuestra originalidad, sino, al contrario, entraremos
cada vez más en la verdad de nuestro ser y de nuestro ministerio”.
“Cuando
celebramos la Santa Misa tenemos en nuestra manos el pan del Cielo, el pan de Dios,
que es Cristo, grano partido para multiplicarse y convertirse en el verdadero alimento
de vida para el mundo. Es un acto, les ha dicho el Santo Padre, que os llena de íntimo
estupor, de viva alegría, y de inmensa gratitud: el amor y el don de Cristo crucificado
y glorioso que pasa a través de vuestras manos, vuestra voz, y vuestro corazón!”.
Yo tengo siempre una expresión nueva de estupor al ver cómo en mis manos, y en mi
voz el Señor realiza este misterio de Su presencia.” De ahí que el Papa haya invitado
entonces a orar al Señor para que les dé una conciencia siempre atenta y entusiasta
de este don, ¡que está puesto en el centro de su ser sacerdotes! “Para que os dé la
gracia –les ha dicho- de saber experimentar en profundidad toda la belleza y la fuerza
de vuestro servicio presbiteral y, al mismo tiempo, la gracia de poder vivir este
ministerio con coherencia y generosidad, cada día”.
Después de recordar que
la gracia del presbiterato los relaciona “íntimamente”, es más, “estructuralmente”,
con la Eucaristía y con los sentimientos de Jesús que “ama hasta el final, hasta el
don total de sí”, Benedicto XVI ha agregado que “esta efusión pentecostal del Espíritu,
está destinada a inflamar su ánimo con el mismo amor del Señor Jesús”. Y ha concluido
su homilía con estas palabras: “Amadísimos, el camino
que nos indica el Evangelio de hoy es el camino de vuestra espiritualidad y de vuestra
acción pastoral, de su eficacia y carácter incisivo, incluso en las situaciones más
fatigosas y áridas. Es más, este es el camino seguro para encontrar la verdadera alegría.
Que María, la sierva del Señor, que ha conformado su voluntad a la de Dios, que ha
generado a Cristo dándole al mundo, que ha seguido al Hijo hasta los pies de la cruz
en el supremo acto de amor, os acompañe cada día de vuestra vida y de vuestro ministerio.
Gracias al afecto de esta Madre tierna y fuerte, podréis ser gozosamente fieles a
la consigna que como presbíteros hoy os es dada: la de conformaros a Cristo Sacerdote,
que ha sabido obedecer a la voluntad del Padre y amar al hombre hasta el final. ¡Amen!”.
A
continuación les ofrecemos el texto completo de la homilía:
Queridos
hermanos y hermanas: Como Obispo de esta diócesis estoy particularmente feliz de recibir
en el "presbyterium" romano catorce nuevos sacerdotes. Junto con el Cardenal Vicario,
y los Obispos auxiliares y todo el presbiterio agradezco al Señor por el don de estos
nuevos Pastores del Pueblo de Dios. Quisiera dirigirles un saludo particular a ustedes,
queridos ordenandos: hoy ustedes están al centro de la atención del Pueblo de Dios,
un pueblo simbólicamente representado por la gente que llena esta Basílica Vaticana:
la llena de oración y de cantos, de afecto sincero y profundo, de conmoción autentica,
de alegría humana y espiritual. En este Pueblo de Dios tienen un puesto particular
sus padres y familiares, los amigos y compañeros, los superiores y educadores del
Seminario, las varias comunidades parroquiales y las diversas realidades de la Iglesia
de la que provienen y que los acompañaron en el camino y aquellos a los que ustedes
mismos han servido pastoralmente. Sin olvidar la particular cercanía, en este momento,
de tantísimas personas, humildes y simples, pero grandes ante Dios, como, por ejemplo,
los de clausura, los niños, los enfermos. Ellos los acompañan con el don precioso
de su oración, de su inocencia y de su sufrimiento.
Es, entonces, la entera
Iglesia de Roma que hoy da gracias a Dios y reza por ustedes, que pone tanta confianza
y esperanza en el mañana de ustedes, que espera frutos abundantes de santidad y de
bien de vuestro ministerio sacerdotal. Sí, la Iglesia cuenta con ustedes, cuenta muchísimo
con ustedes. La Iglesia tiene necesidad de cada uno de ustedes, conciente como es
de los dones que Dios les ofrece y, también, de la absoluta necesidad del corazón
de cada hombre de encontrarse con Cristo, único y universal salvador del mundo, para
recibir de él la vida nueva y eterna, la verdadera libertad y la alegría plena. Nos
sentimos ahora todos invitados a entrar en el 'misterio' del evento de gracia que
se esta realizando en sus corazones con la ordenación presbiteral, dejándonos iluminar
por la Palabra de Dios que ha sido proclamada.
El Evangelio que hemos escuchado
nos presenta un momento significativo del camino de Jesús, en el cual él pregunta
a los discípulos qué piensa la gente de él y cómo lo juzgan ellos mismos. Pedro responde
en nombre de los Doce con una confesión de fe, que se diferencia en modo sustancial
de la opinión que la gente tiene sobre Jesús; él de echo afirma: Tu eres el Cristo
de Dios (Cfr.9,20). ¿De dónde nace este acto de fe? Si vamos al inicio del texto evangélico
constatamos que la confesión de fe de Pedro esta ligada a un momento de oración: “Jesús
se encontraba en un lugar solitario rezando. Los discípulos estaban con él." (9,18).
Los discípulos, esto es, vienen involucrados en el ser y hablar absolutamente único
de Jesús con el Padre. Y en tal modo les viene a ellos concedido ver al maestro en
lo intimo de su condición de Hijo; les viene concedido de ver lo que otros no ven;
de 'ser con él' de 'estar con él' en oración, deriva un conocimiento que va más allá
de las opiniones de la gente para alcanzar la identidad profunda de Jesús, la verdad.
Aquí nos viene dada una indicación bien precisa para la vida y la misión del sacerdote:
en la oración él esta llamado a redescubrir el rostro siempre nuevo del Señor y el
contenido más auténtico de su misión. Solamente quien tiene una relación intima con
el Señor viene aferrado por él, puede llevarlo a los otros, puede ser enviado. Se
trata de un 'permanecer con él' que debe acompañar siempre el ejercicio del ministerio
sacerdotal; debe ser la parte central, también y sobre todo en los momentos difíciles,
cuando parece que las 'cosas por hacer' deben tener la prioridad. Donde estemos, en
cualquier cosa que hagamos, debemos permanecer siempre con Él.
Un tercer elemento
quisiera subrayar del Evangelio de hoy. Inmediatamente después de la confesión de
Pedro, Jesús anuncia su pasión y resurrección y hace seguir a este anuncio una enseñanza
en relación al camino de los discípulos, que es un seguirlo a él, el crucificado,
seguirlo por el camino de la cruz. Y agrega después -con una expresión paradojal -
que ser discípulos significa 'perderse a si mismo', pero para reencontrarse plenamente
(Cfr. Lc 9,22-24). ¿Qué significa esto para cada cristiano, pero sobre todo qué significa
para un sacerdote? El seguimiento, pero podríamos tranquilamente decir: el sacerdocio,
no puede jamás representar un modo par alcanzar seguridad en la vida o para conquistar
una posición social. El que aspira al sacerdocio para un aumento del propio prestigio
personal y el propio poder mal entiende en su raíz el sentido de este ministerio.
Quien quiere sobretodo realizar una ambición propia, alcanzar éxito propio será siempre
esclavo de su mismo y de la opinión pública. Para ser considerado deberá adular; deberá
decir aquello que agrada a la gente; deberá adaptarse al cambio de las modas y de
las opiniones y, así, se privará de la relación vital con la verdad, reduciéndose
a condenar mañana aquello que había alabado hoy. Un hombre que imposta así su vida,
un sacerdote que vea en estos términos el propio ministerio, no ama verdaderamente
a Dios y a los otros, sino solo a si mismo y, paradojalmente termina por perderse
a si mismo. El sacerdocio -recordémoslo siempre- se funda sobre el coraje de decir
sí a otra voluntad, con la conciencia, que debe crecer cada día, que propiamente conformándose
a la voluntad de Dios, 'inmersos' en esta voluntad, no solo no será cancelada nuestra
originalidad, sino, al contrario, entraremos siempre más en la verdad de nuestro ser
y de nuestro ministerio.
Queridos ordenandos, quisiera proponer a su reflexión
un tercer pensamiento, estrechamente ligado a este apenas expuesto: la invitación
de Jesús de 'perderse a sì mismo', de tomar la cruz, reclama el misterio que estamos
celebrando: la Eucaristía. A ustedes hoy con el sacramento del Orden, ¡les viene donado
presidir la Eucaristía! A ustedes se les confía el sacrificio redentor de Cristo;
a ustedes se les confía su cuerpo entregado y su sangre derramada. Ciertamente, Jesús
ofrece su sacrificio, su donación de amor humilde y totalmente a la Iglesia su esposa,
sobre la cruz. Es sobre aquel leño que el grano de trigo dejado caer por el Padre
sobre el campo del mundo muere para convertirse en fruto maduro, dador de vida. Pero,
en el diseño de Dios, esta donación de Cristo viene hecha presente en la Eucaristía
gracias a aquella potestas sacra que el sacramento del Orden les confiera a ustedes,
presbíteros. Cuando celebramos la santa misa tenemos en nuestras manos el pan del
Cielo, el pan de Dios, que es Cristo, grano partido para multiplicarse y convertirse
en el verdadero alimento de la vida del mundo. Es algo que no puede no llenarles el
corazón de íntimo estupor, de viva alegría y de inmensa gratitud: el amor y el don
de Cristo crucificado pasan a través de las manos, la vos, el corazón de ustedes.
Yo tengo una expresión siempre nueva de estupor de ver que en mis manos, en mi voz
el Señor realiza este misterio de Su presencia
¡Cómo no rezar ahora al Señor,
para que les de una conciencia siempre vigilante y entusiasta de este don, que se
les pone al centro de su ser sacerdotes! Para que les de la gracia de saber experimentar
en profundidad toda la belleza y la fuerza de este servicio presbiteral y, al mismo
tiempo, la gracia de poder vivir este ministerio con coherencia y generosidad, cada
día. La gracia del presbiterado, que dentro de poco les vendrá donada, los pone en
contacto íntimamente, estructuralmente, a la Eucaristía. Por esto, los pone en contacto
en lo profundo de sus corazones con los sentimientos de Jesús que ama hasta el extremo,
hasta el don total de sí, a su ser pan multiplicado para el santo convite de la unidad
y la comunión. Es esta efusión pentecostal del Espíritu, destinada a inflamar su camino
con el amor mismo del Señor Jesús. Es una efusión que, mientras dice la absoluta gratuidad
del don, graba dentro del mismo ser una ley indeleble, la ley nueva, una ley que los
empuja a inserirse y a hacer reflorecer en el tejido concreto de las actitudes y de
los gestos de su vida de cada día el amor mismo de donación de Cristo crucificado.
Volvamos a escuchar la voz del apóstol Pablo, es más, en esta voz reconocemos aquella
potente del Espíritu Santo: 'Cuantos fueron bautizados en Cristo fueron revestidos
de Cristo' (Gal 3,27) Ya con el Bautismo, y ahora en virtud del Sacramento del orden,
ustedes se revisten de Cristo. Al cuidado por la celebración eucarística lo acompañe
siempre el empeño por una vida eucarística, vivida en la obediencia a una única gran
ley, aquella del amor que se dona totalmente y sirve con humildad, una vida que la
gracia del Espíritu Santo hace siempre mas semejante a aquella de Cristo Jesús, Sumo
y eterno Sacerdote, siervo de Dios y de los hombres.
Queridos, el camino que
nos indica el Evangelio de hoy es el camino espiritual de ustedes y de sus acciones
pastorales eficaz e incisiva, también en las situaciones más fatigosas y áridas. Es
más, este es el camino seguro para encontrar la verdadera alegría. María, la sierva
del Señor, que ha conformado su voluntad a aquella de Dios, que ha generado a Cristo
donándolo al mundo, que siguió el Hijo hasta los pies de la cruz en el supremo acto
de amor, los acompañe cada día de sus vidas y de su ministerio. Gracias al afecto
de esta madre tierna y fuerte, podrán ser felizmente fieles a la consigna que como
presbíteros hoy les viene dada: aquella de conformarse a Cristo Sacerdote, que ha
sabido obedecer a la voluntad del Padre y amar a los hombres hasta el extremo. Amén.