2010-06-14 15:53:14

El Papa destaca la labor de los representantes pontificios como canal de comunicación seguro entre las Iglesias particulares y la Sede Apostólica


Lunes, 14 jun (RV).- Destacando el papel del Representante Pontificio, que «respondiendo concretamente a la llamada de Dios», se vuelve «signo de la presencia y de la caridad del Papa», Benedicto XVI ha recibido esta mañana a los miembros de la Pontificia Academia Eclesiástica, en la tradicional audiencia, que marca la conclusión del año académico de esta institución donde se forman, precisamente, los sacerdotes que se preparan a formar parte del servicio diplomático de la Santa Sede, en las Nunciaturas Apostólicas o en la Secretaría de Estado.

Con gran alegría, el Santo Padre ha saludado y alentado a los miembros de esta comunidad sacerdotal, encabezados por Mons. Beniamino Stella. Y tras hacer hincapié en el verdadero significado del ‘concepto de representación’ - que lejos de ser ‘algo meramente exterior, formal y poco personal’, se trata, en realidad, de un servicio que requiere gran profundidad, porque es participación en la solicitud ‘omnium ecclesiarum’, que caracteriza el Ministerio del Romano Pontífice - Benedicto XVI ha reiterado la perspectiva eclesial que caracteriza el ejercicio de la representación pontificia, recordando algunas dimensiones especiales:

«Ante todo, cultivar una plena adhesión interior a la persona del Papa, a su Magisterio y a su Ministerio universal. Es decir, adhesión plena a aquel que ha recibido la tarea de confirmar a los hermanos en la fe (cfr Lc 22,32 y que ‘es el principio y fundamento perpetuo visible de unidad, tanto de los Obispos como de la multitud de los fieles’ (Lumen gentium, 23)».

La segunda dimensión que ha señalado Benedicto XVI a los que se preparan a ser representantes del Sucesor de Pedro es la de «asumir, como estilo de vida y como prioridad cotidiana, un cuidado atento – una verdadera pasión – hacia la comunión eclesial», para luego poner de relieve que el profundo amor a la Iglesia debe caracterizar la tarea de cada uno de ellos:


«Aún más, representar al Romano Pontífice significa tener la capacidad de ser un sólido ‘puente’, un canal de comunicación seguro entre las Iglesias particulares y la Sede Apostólica: por un lado, poniendo a disposición del Papa y de sus colaboradores una visión objetiva, correcta y profunda de la realidad eclesial y social en que se vive. Por otro, comprometiéndose a transmitir las normas, las indicaciones, las orientaciones que manan de la Santa Sede, no de manera burocrática, sino con profundo amor a la Iglesia y con la ayuda de la confianza personal pacientemente construida, respetando y valorizando, al mismo tiempo, los esfuerzos de los Obispos y el camino de las Iglesias particulares a donde se ha sido enviados».

Se trata, como se puede percibir, de un servicio que requiere una entrega plena y generosa, sacrificando, si fuera necesario, intuiciones personales, proyectos propios y otras posibilidades de ejercicio del ministerio sacerdotal, ha recordado nuevamente el Santo Padre:

«El Representante Pontificio – junto con sus colaboradores – se vuelve verdaderamente signo de la presencia y de la caridad del Papa. Y si ello es un beneficio para la vida de todas las Iglesias particulares, lo es de forma especial en aquellas situaciones particularmente delicadas y difíciles en las que, por varias razones, puedan vivir algunas comunidades cristianas. Se trata de un auténtico servicio sacerdotal, caracterizado por una analogía no remota con la representación de Cristo, típica del sacerdote que, como tal, tiene una dimensión sacrificial intrínseca».

Precisamente de ello mana el estilo peculiar del servicio de los representantes pontificios ante las autoridades de los estados y ante las organizaciones internacionales:

«También en estos ámbitos, en efecto, la figura y la forma de la presencia del Nuncio, del Delegado Apostólico y del Observador Permanente se determina, no sólo por el ambiente en que obra, sino ante todo y principalmente, por aquel que se ha sido llamados a representar. Ello pone al Representante Pontificio en una posición particular con respecto a los demás embajadores o enviados. Él, en efecto, será identificado siempre profundamente – en sentido sobrenatural – con aquel que representa. Ser portavoz del Vicario de Cristo podrá ser de gran compromiso, incluso extremadamente exigente, pero nunca será mortificante o algo que despersonaliza. Se vuelve, más bien, una forma original de realizar la propia vocación sacerdotal.

Benedicto XVI ha concluido sus palabras evocando a su Predecesor el Siervo de Dios Pablo VI, con el anhelo de que la Pontificia Academia Eclesiástica pueda ser para sus alumnos una ‘escuela superior de caridad’, acompañados por su oración y por la intercesión de la Virgen María – Madre de la Iglesia – y de san Antonio, abad, patrono de esta institución.







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