Ángelus: María enseña la certeza de la esperanza, de modo que sus hijos vivimos con
este mismo sentimiento sabiendo que ella no nos abandonará
Domingo, 6 jun (RV).- Después de entregar el Instrumentum laboris para la Asamblea
del Sínodo de Oriente Medio, a mediodía, el Papa ha celebrado el rezo mariano del
Ángelus durante el que ha evocado dos eventos importantes de la vida de María: el
momento de la Anunciación, y cuando se encuentra a los pies de la Cruz.
“La
Anunciación –ha explicado el Benedicto XVI- fue el signo de que Dios había elegido
a su humilde sierva para cooperar con Él en la tarea de la salvación”. Por lo que
a través de su “sí”, la esperanza “se ve cumplida”. Mientras que cuando lloraba a
los pies de la Cruz, cuando “parecía que las tinieblas acabarían imponiéndose”, ella
recordaba las palabras del ángel enseñándonos “la certeza de la esperanza”. “Así sus
hijos –ha proseguido el Santo Padre- vivimos con la misma esperanza confiada de que
la Palabra hecha carne en el seno de María nunca nos abandonará”.
Y tras el
rezo mariano del Ángelus y el responso por los fieles difuntos, el Pontífice ha recordado,
hablando en polaco, la beatificación en Varsovia del Padre Jerzy Popiełuszko, sacerdote
y mártir, cuyo “celoso servicio y martirio son un signo especial del triunfo del bien
sobre el mal. Que su ejemplo e intercesión incremente la entrega de los sacerdotes
y avive la caridad en los fieles”.
Texto completo Ángelus:
Queridos
hermanos y hermanas
Es tradición de la Iglesia rezar a mediodía a la Bienaventurada
Virgen María, recordando con gozo su pronta aceptación de la invitación del Señor
para ser la madre de Dios. Fue una invitación que la turbó y que apenas si pudo comprender.
Fue el signo de que Dios había elegido a su humilde sierva, para cooperar con Él en
su tarea de salvación. Cómo nos alegramos por su generosa respuesta. A través de su
“sí”, la esperanza de los siglos se ve cumplida, y Aquél a quien Israel esperaba desde
antiguo entra en el mundo, entra en nuestra historia. Acerca de Él, el ángel había
anunciado que su Reino no tendría fin (cf. Lc 1,33).
Alrededor de treinta
años más tarde, debió de ser duro mantener viva esta esperanza cuando María lloraba
al pie de la cruz. Parecía que las fuerzas de las tinieblas acabarían por imponerse.
Y con todo, en su interior, ella recordaba las palabras del ángel. Incluso en medio
de la desolación del Sábado Santo, la certeza de la esperanza la sostiene hasta la
alegría de la mañana de Pascua. Y así nosotros, sus hijos, vivimos con la misma esperanza
confiada de que la Palabra hecha carne en el seno de María nunca nos abandonará. Él,
el Hijo de Dios y el Hijo de María, fortalece la comunión que nos une, para que podamos
ser así testigos de Él y del poder de su amor que sana y reconcilia. Imploremos ahora
la intercesión de María, nuestra Madre, por cada uno de nosotros, por el pueblo de
Chipre, y por la Iglesia de Medio Oriente, con Cristo, su Hijo, el Príncipe de la
Paz.
Me gustaría ahora decir algunas palabras en polaco en la feliz circunstancia
de la beatificación hoy de Jerzy Popiełuszko, sacerdote y mártir.
Envío un
cordial saludo a la Iglesia en Polonia, que hoy se alegra con la elevación a los altares
del Padre Jerzy Popieluszko. Su celoso servicio y su martirio son un signo especial
del triunfo del bien sobre el mal. Que su ejemplo e intercesión incremente la entrega
de los sacerdotes y avive la caridad en los fieles.