Benedicto XVI recomienda “rectitud moral y respeto imparcial” a los políticos, características
esenciales para el bienestar de las sociedades y para crear un clima de confianza
en las relaciones humanas
Sábado, 5 jun (RV).- En el Palacio Presidencial de Nicosia, al que ha acudido con
motivo de la visita de cortesía, Benedicto XVI ha tenido un encuentro con las autoridades
civiles y con el cuerpo diplomático. Tras el saludo del presidente de la República
el Santo Padre ha pronunciado su discurso ha recordado en primer lugar al arzobispo
Makarios, primer presidente de la República de Chipre: “Como él, cada uno de vosotros,
servidores públicos, se esfuerza por servir al bien común de la sociedad, ya en el
ámbito local, nacional o internacional. Esta es una noble vocación que al Iglesia
aprecia”. Cuando este servicio se realiza con fidelidad nos permite crecer en sabiduría,
íntegramente y relación personal.
A este punto el Santo Padre ha aludido a
Platón, Aristóteles y los estoicos que daban una gran importancia a esta realización
como objetivo de la vida humana, y veían en la dimensión moral la vía para lograr
esta meta. También para los grandes filósofos árabes y cristianos que siguieron sus
huellas, la práctica de la virtud consistía en actuar conforme a la recta razón, en
la búsqueda de todo lo que es verdadero, bueno y bello y Benedicto XVI ha proseguido
reflexionando desde la perspectiva religiosa afirmando que somos miembros de una única
familia humana creados por Dios y llamados a favorecer la unidad y a construir un
mundo más justo y fraterno basado en valores permanentes y ha recordado la encíclica
de Juan Pablo II Veritatis splendor.
“Las relaciones interpersonales son
el primer paso para construir auténticos y, en su momento, sólidos vínculos de amistad
entre los individuos, los pueblos y las naciones. En países con una delicada situación
política, dicha honestidad y apertura a las relaciones personales puede ser el inicio
de un bien mayor para las sociedades y los pueblos”.
Y después de animarles
para que construyan tales relaciones Benedicto XVI les ha recordado que, “la rectitud
moral y el respeto imparcial por los demás y su bienestar son esenciales para el bien
de la sociedad, ya que crean un clima de confianza en el que los intercambios humanos,
ya sean religiosos, económicos, sociales o culturales, civiles o políticos, adquieren
fuerza y vigor”. En este sentido el Santo Padre se ha preguntado ¿qué significa en
la práctica el respeto y la promoción de la verdad moral en el mundo de la política
y la diplomacia nacional e internacional? ¿Cómo puede la búsqueda de la verdad traer
una mayor armonía a las regiones más probadas de la tierra? Pienso, ha dicho el Papa
- que esto se puede lograr por tres vías.
“Actuar de manera responsable partiendo
del conocimiento de los hechos. Cuando las partes superan sus propios puntos de vista
sobre lo ocurrido, adquieren una visión objetiva y completa. Quienes deben resolver
dichos conflictos son capaces de tomar decisiones justas y promover una auténtica
reconciliación, cuando admiten y reconocen la verdad completa sobre una determinada
cuestión”.
La segunda vía es la de promover la verdad moral que consiste en
poner al descubierto las ideologías políticas que pretenden suplantar la verdad. En
nuestros días, asistimos a continuos intentos de fomentar supuestos valores bajo la
apariencia de paz, desarrollo y derechos humanos. Y sobre este punto Benedicto XVI
ha recordado que en su discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas llamaba
la atención sobre una determinada tendencia a reinterpretar la Declaración Universal
de los Derechos Humanos con el objetivo de satisfacer intereses particulares, que
comprometerían la coherencia interna de la propia Declaración, apartándose de su intención
original (Cf. Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, 18 de abril de
2008).
“La promoción de la verdad moral en la vida pública requiere un esfuerzo
constante para fundamentar la ley positiva sobre los principios éticos de la ley natural.
Individuos, comunidades y estados, sin la guía de verdades morales objetivas, se volverían
egoístas y sin escrúpulos, y el mundo sería un lugar más peligroso para vivir. En
cambio, respetando los derechos de las personas y los pueblos se protege y promueve
la dignidad humana. Cuando las políticas que propugnamos se encuentran en armonía
con la ley natural, que pertenece a nuestra común condición humana, nuestras acciones
se vuelven más sensatas y contribuyen al desarrollo de la comprensión, la justicia
y la paz”.
Crónica del encuentro
DISCURSO
COMPLETO
Señor Presidente,
Excelencias,
Señoras
y Señores
Me complace vivamente tener la oportunidad
de encontrarme con las autoridades políticas y civiles de la República, así como con
los miembros de la comunidad diplomática, en mi viaje apostólico a Chipre. Agradezco
al Señor Presidente Christofias las amables palabras con las que me ha saludado en
vuestro nombre y a las que correspondo gustoso con mis mejores deseos para vuestro
importante trabajo.
Acabo de hacer una ofrenda floral en memoria del
difunto Arzobispo Makarios, primer Presidente de la República de Chipre. Como él,
cada uno de vosotros, servidores públicos, se esfuerza por servir al bien común de
la sociedad, ya sea en el ámbito local, nacional o internacional. Esta es una noble
vocación que la Iglesia aprecia. Desempeñado con fidelidad, el servicio público os
permite crecer en sabiduría, integridad y realización personal. Platón, Aristóteles
y los estoicos daban una gran importancia a esta realización -eudemonia- como objetivo
de la vida humana, y veían en la dimensión moral la vía para lograr esta meta. Para
ellos, así como para los grandes filósofos árabes y cristianos que siguieron sus huellas,
la práctica de la virtud consistía en actuar conforme a la recta razón, en la búsqueda
de todo lo que es verdadero, bueno y bello.
Desde una perspectiva religiosa,
somos miembros de una única familia humana creados por Dios y llamados a favorecer
la unidad y a construir un mundo más justo y fraterno basado en valores permanentes.
En la medida en que cumplimos con nuestro deber, servimos a los demás y cumplimos
lo que es justo, nuestra mente se abre más a las verdades más profundas y nuestra
libertad se robustece adhiriéndose a lo que es bueno. Mi predecesor, el Papa Juan
Pablo II, escribió que la obligación moral nunca debería ser vista como una ley impuesta
desde fuera y que reclama obediencia, sino como una expresión de la sabiduría misma
de Dios, a la que la libertad humana se somete con solicitud (cf. Veritatis Splendor,
41). Como todos los seres humanos, nosotros encontramos nuestra realización última
en relación a esta Realidad Absoluta, cuyo reflejo lo encontramos a menudo en nuestra
conciencia como una invitación apremiante a servir a la verdad, la justicia y el amor.
Como
servidores públicos, conocéis de primera mano la importancia de la verdad, la integridad
y el respeto en las relaciones con los demás. Con frecuencia, las relaciones interpersonales
son el primer paso para construir auténticos y, en su momento, sólidos vínculos de
amistad entre los individuos, los pueblos y las naciones. Esto es parte esencial de
vuestra tarea tanto de políticos como de diplomáticos. En países con una delicada
situación política, dicha honestidad y apertura a las relaciones personales puede
ser el inicio de un bien mayor para las sociedades y los pueblos. Animo a todos los
que estáis hoy aquí a aprovechar las oportunidades que se os ofrecen, tanto en el
ámbito personal como institucional, para cultivar estas relaciones y, de esta manera,
promover el mayor bien del conjunto de las naciones, así como el auténtico bien de
aquellas a las que representáis.
Los antiguos filósofos griegos nos
enseñan también que el servicio al bien común se da precisamente a través de la influencia
de gente dotada de una clara profundidad moral y de arrojo. Así, la política se ve
purificada de intereses personales y de presiones partidistas, poniendo en su lugar
unas bases más sólidas. De este modo, las aspiraciones legítimas de aquellos a quienes
representamos son protegidas y favorecidas. La rectitud moral y el respeto imparcial
por los demás y su bienestar son esenciales para el bien de la sociedad, ya que crean
un clima de confianza en el que los intercambios humanos, ya sean religiosos, económicos,
sociales o culturales, civiles o políticos, adquieren fuerza y vigor.
Pero,
¿qué significa en la práctica el respeto y la promoción de la verdad moral en el mundo
de la política y la diplomacia nacional e internacional? ¿Cómo puede la búsqueda de
la verdad traer una mayor armonía a las regiones más probadas de la tierra? Pienso
que esto se puede lograr por tres vías.
En primer lugar, promover la
verdad moral significa actuar de manera responsable partiendo del conocimiento de
los hechos. Como diplomáticos, sabéis por experiencia que este conocimiento os ayuda
a identificar las injusticias y ofensas, así como a considerar de manera desapasionada
los intereses de todas las partes involucradas en una determinada disputa. Cuando
las partes superan sus propios puntos de vista sobre lo ocurrido, adquieren una visión
objetiva y completa. Quienes deben resolver dichos conflictos son capaces de tomar
decisiones justas y promover una auténtica reconciliación, cuando admiten y reconocen
la verdad completa sobre una determinada cuestión.
Una segunda vía para
promover la verdad moral consiste en poner al descubierto las ideologías políticas
que pretenden suplantar la verdad. Las trágicas experiencias vividas durante el siglo
veinte han desenmascarado la inhumanidad que resulta de la supresión de la verdad
y la dignidad humana. En nuestros días, asistimos a continuos intentos de fomentar
supuestos valores bajo la apariencia de paz, desarrollo y derechos humanos. En este
sentido, dirigiéndome a la Asamblea General de las Naciones Unidas, llamaba la atención
sobre una determinada tendencia a reinterpretar la Declaración Universal de los Derechos
Humanos con el objetivo de satisfacer intereses particulares, que comprometerían la
coherencia interna de la propia Declaración, apartándose de su intención original
(Cf. Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, 18 de abril de 2008).
En
tercer lugar, la promoción de la verdad moral en la vida pública requiere un esfuerzo
constante para fundamentar la ley positiva sobre los principios éticos de la ley natural.
Esta exigencia, en el pasado, fue considerada como algo evidente, sin embargo, la
corriente positivista en las teorías legales contemporáneas está pidiendo la recuperación
de este axioma fundamental. Individuos, comunidades y estados, sin la guía de verdades
morales objetivas, se volverían egoístas y sin escrúpulos, y el mundo sería un lugar
más peligroso para vivir. En cambio, respetando los derechos de las personas y los
pueblos se protege y promueve la dignidad humana. Cuando las políticas que propugnamos
se encuentran en armonía con la ley natural, que pertenece a nuestra común condición
humana, nuestras acciones se vuelven más sensatas y contribuyen al desarrollo de la
comprensión, las justicia y la paz.
Señor Presidente, queridos amigos,
con estas reflexiones les renuevo mi estima y la de la Iglesia por vuestro importante
servicio a la sociedad y a la construcción de un porvenir seguro para nuestro mundo.
Invoco sobre todos ustedes los dones celestiales de la sabiduría, la fortaleza y la
perseverancia para el cumplimiento de vuestra misión. Muchas gracias.