Benedicto XVI subraya la urgencia del anuncio y el testimonio de la verdad del Amor
Domigno, 11 abr (RV).- Domingo, 11 abr (RV).- Benedicto XVI, que desde el pasado domingo
de Resurrección se encuentra en Castel Gandolfo ha dirigido a las 12 la antífona mariana
pascual de Regina Caeli ante unos dos mil fieles congregados en el patio del palacio
apostólico de esta pequeña ciudad a treinta kilómetros de Roma.
Este domingo,
ha dicho Benedicto XVI, en su breve alocución previa a la oración mariana, concluye
la Octava de Pascua, como único día hecho por el Señor marcado con el distintivo de
la Resurrección y del gozo de los discípulos al ver a Jesús. Desde la antigüedad,
este domingo ha sido llamado “in albis”, del nombre latin “alba”, dado a la túnica
blanca que los neófitos vestían en el Bautismo la noche de Pascua y deponían después
de ocho días. El Venerable Juan Pablo II dedicó este mismo domingo a la Divina Misericordia
con ocasión de la canonización de sor María Faustina Kowalska, el 30 de abril del
2000.
Seguidamente el Papa ha aludido al texto del Evangelio de hoy haciendo
hincapié en la misericordia y la bondad que este pasaje encierra:
“De misericordia
y de bondad divina es rica la página del Evangelio de san Juan (20,19-31) de este
Domingo que nos narra que Jesús, después de la Resurrección, visitó a sus discípulos,
atravesando las puertas cerradas del Cenáculo. San Agustín explica que “las puertas
cerradas no impidieron la entrada de aquel cuerpo en el que habitaba la divinidad.
Aquel que naciendo había dejado intacta la virginidad de la madre, pudo entrar en
el Cenáculo a puertas cerradas. Y San Gregorio Magno añade que nuestro Redentor se
presentó, después de su Resurrección, con un cuerpo de naturaleza incorruptible y
palpable, pero en un estado de gloria"
Jesús, ha
recordado el Papa, muestra los signos de la pasión, hasta conceder al incrédulo Tomás
de tocarlos. ¿Como es posible, sin embargo, que un discípulo pueda dudar? En realidad,
la condescendencia divina nos permite sacar provecho también de la incredulidad de
Tomás además de la de los discípulos creyentes. En efecto, tocando las heridas del
Señor, el discípulo que dudaba alivia así no solamente su propia desconfianza sino
también la nuestra.
La visita del Resucitado no se limita al espacio del
Cenáculo sino que va más allá, para que todos puedan recibir el don de la paz y de
la vida con el “soplo del creador”. En efecto, dos veces Jesús les dice a los discípulos:
“La paz con vosotros”, y añade: “Como el Padre me envió, también yo os envío. Dicho
esto sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis
los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
“Es esta la misión de la Iglesia perennemente asistida por el Paráclito:
llevar a todos el feliz anuncio, la gozosa realidad del Amor misericordioso de Dios,
para que, -como dice san Juan “creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para
que creyendo tengáis vida en su nombre” (20,31). A la luz de esta palabra, aliento,
en particular a todos los Pastores a seguir el ejemplo del santo Cura de Ars, que,
“consiguió en su tiempo cambiar el corazón y la vida de muchas personas, porque fue
capaz de hacerles sentir el amor misericordioso del Señor. Urge también en nuestro
tiempo un anuncio y un testimonio similar de la verdad del Amor” (Benedicto XVI, Carta
a los sacerdotes al comenzar el Año Sacerdotal) De
este modo, ha asegurado el Santo Padre, haremos cada vez más familiar y cercano a
Aquel que nuestros ojos no han visto, pero de cuya infinita Misericordia tenemos absoluta
certeza. A la Virgen María, Reina de los Apóstoles le pedimos que sostenga la misión
de la Iglesia, y La invocamos exultantes de gozo con el Regina Caeli.
Texto
completo de las palabras del Papa
Queridos Hermanos y hermanas:
Este
domingo concluye la Octava de Pascua, como único día “hecho por el Señor” marcado
con el distintivo de la Resurrección y del gozo de los discípulos al ver a Jesús.
Desde la antigüedad, este domingo ha sido llamado “in albis”, del nombre latín “alba”,
dado a la túnica blanca que los neófitos vestían en el Bautismo la noche de Pascua
y deponían después de ocho días.
El Venerable Juan Pablo II dedicó
este mismo domingo a la Divina Misericordia con ocasión de la canonización de sor
María Faustina Kowalska, el 30 de abril del 2000.
De misericordia y
de bondad divina es rica la página del Evangelio de san Juan (20,19-31) de este domingo
que nos narra que Jesús, después de la Resurrección, visitó a sus discípulos, atravesando
las puertas cerradas del Cenáculo. San Agustín explica que “las puertas cerradas no
impidieron la entrada de aquel cuerpo en el que habitaba la divinidad. Aquel que naciendo
había dejado intacta la virginidad de la madre, pudo entrar en el Cenáculo a puertas
cerradas. Y San Gregorio Magno añade que nuestro Redentor se presentó, después de
su Resurrección, con un cuerpo de naturaleza incorruptible y palpable, pero en un
estado de gloria. Jesús muestra los signos de la pasión, hasta conceder al incrédulo
Tomás de tocarlos. ¿Cómo es posible, sin embargo, que un discípulo pueda dudar? En
realidad, la condescendencia divina nos permite sacar provecho también de la incredulidad
de Tomás además de la de los discípulos creyentes. En efecto, tocando las heridas
del Señor, el discípulo que dudaba alivia así no solamente su propia desconfianza
sino también la nuestra.
La visita del Resucitado no se limita al
espacio del Cenáculo sino que va más allá, para que todos puedan recibir el don de
la paz y de la vida con el “soplo del creador”. En efecto, dos veces Jesús les dice
a los discípulos: “La paz con vosotros”, y añade: “Como el Padre me envió, también
yo os envío. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.
A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis,
les quedan retenidos». Es esta la misión de la Iglesia perennemente asistida por el
Paráclito: llevar a todos el feliz anuncio, la gozosa realidad del Amor misericordioso
de Dios, para que, -como dice san Juan “creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de
Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (20,31).
A la
luz de esta palabra, aliento, en particular a todos los Pastores a seguir el ejemplo
del santo Cura de Ars, que, “consiguió en su tiempo cambiar el corazón y la vida de
muchas personas, porque fue capaz de hacerles sentir el amor misericordioso del Señor.
Urge también en nuestro tiempo un anuncio y un testimonio similar de la verdad del
Amor” (Benedicto XVI, Carta a los sacerdotes al comenzar el Año Sacerdotal). De este
modo haremos cada vez más familia y cercano a Aquel que nuestros ojos no han visto,
pero de cuya infinita Misericordia tenemos absoluta certeza. A la Virgen María, Reina
de los Apóstoles le pedimos que sostenga la misión de la Iglesia, y La invocamos exultantes
de gozo con el Regina Caeli.