V aniversario de la muerte de Juan Pablo II: Benedicto XVI subraya la fortaleza de
fe, esperanza y caridad de un Papa que por amor se consumió por Cristo, la Iglesia
y el mundo entero
Lunes, 29 mar (RV).- A las 6 de la tarde el Papa Benedicto XVI presidió la misa en
sufragio por el V aniversario del fallecimiento de su predecesor Juan Pablo II, eucaristía
celebrada en el altar de la confesión en la Basílica de San Pedro.
Benedicto
XVI explicó, al iniciar su homilía, que celebraba la eucaristía hoy 29 de marzo porque
el día del aniversario del fallecimiento de Juan Pablo II es el 2 de abril, y este
año será Viernes Santo. De todos modos dijo que estamos en la Semana Santa que es
un “contexto muy propicio para el recogimiento y la oración, en el que la Liturgia
nos hace revivir más intensamente las últimas jornadas de la vida terrena de Jesús”.
El
Papa ofreció sus saludos a los presentes, cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos,
y de manera especial saludó al cardenal Stanislao Dziwisz, arzobispo de Cracovia,
quien fue secretario personal de Juan Pablo II, y que vino a la celebración con un
grupo de fieles polacos.
Benedicto XVI basó su homilía en las lecturas de la
misa del Lunes Santo, donde el profeta Isaías presenta a un “Siervo de Dios” y el
evangelio según san Juan narra el encuentro de Jesús con la familia de Lázaro, seis
días antes de la pascua. Refiriéndose a la figura de un “Siervo de Dios”, que es presentado
por Isaías como un elegido de Dios, en el que se complace, el Papa dijo que el Siervo
es alguien que actúa con firmeza inquebrantable, con una energía que no disminuye
hasta que él haya realizado la tarea que le fue asignada, y que, no obstante carecer
de los medios humanos que parecen necesarios para alcanzar el objetivo, sin embargo
se presenta con la fuerza de la convicción, siendo el Espíritu que ha puesto Dios
en él, el que le dará la capacidad de actuar con humildad y fuerza, asegurándole el
éxito final.
“Aquello que el profeta inspirado dice del Siervo, lo podemos
aplicar al amado Juan Pablo II: el Señor lo ha llamado a su servicio y, al confiarle
tareas de mayor responsabilidad, lo ha acompañado con su gracia y con su continua
asistencia. Durante su Pontificado, él se prodigó en proclamar el derecho con firmeza,
sin debilidades ni titubeos, sobre todo cuando tenía que medirse con resistencias,
hostilidades y rechazos. Sabía de haber sido tomado por la mano del Señor, y esto
le consintió ejercitar un ministerio fecundo, por el cual, una vez más, damos férvidas
gracias a Dios.
Benedicto XVI después se refirió al evangelio de este Lunes
Santo, donde san Juan presenta el encuentro de Jesús con Lázaro, María y Marta, destacando
que el relato presenta los “presentimientos de la muerte inminente” de Jesús: seis
días antes de la pascua, la sugerencia de la traición de Judas, la respuesta de Jesús
que hace alusión a los actos de piedad antes de su sepultura que hacía María al derramarle
el perfume. El Papa destacó la actitud de María como una expresión de fe y de amor
grande hacia el Señor, un amor que no calcula, no mide, no se detiene en gastos, no
pone barreras, sino que se da con alegría y busca el bien del otro, que vence las
mezquindades, los resentimientos, las cerrazones que el hombre lleva a veces en su
corazón. El amor, como lo expresó María en este gesto, es la regla que Jesús pone
a su comunidad, un amor que sabe servir hasta donar la vida.
“El significado
del gesto de María, que es respuesta al Amor infinito de Dios, se difunde entre todos
los convidados; cada gesto de caridad y de devoción auténtica hacia Cristo, no permanece
como un acto personal, no tiene que ver sólo con la relación entre el individuo y
el Señor, sino que tiene que ver con todo el cuerpo de la Iglesia, es contagioso:
infunde amor, alegría, luz”.
El Papa Benedicto XVI después hizo alusión a la
actitud de Judas, que con el pretexto de ofrecer ayuda a los pobres, esconde el egoísmo
y la falsedad del hombre cerrado en sí mismo, encadenado a la avidez de la posesión
de bienes, que no deja brotar el buen perfume del amor divino. Un amor que había intuido
María como amor de Dios, un Amor que encontrará su máxima expresión en el madero de
la Cruz. Un amor que duramente se expresó durante toda la vida de Juan Pablo II.
“Toda
la vida del venerable Juan Pablo II se ha desarrollado en el signo de esta caridad,
de la capacidad de donarse de manera generosa, sin reservas, sin medidas, sin cálculo.
Aquello que lo movía era el amor hacia Cristo, a quien había consagrado la vida, un
amor sobreabundante e incondicionado. Y precisamente porque se acercó siempre más
a Dios en el amor, él pudo hacerse compañero de viaje para el hombre de hoy, derramando
en el mundo el perfume del Amor de Dios. Quien tuvo la alegría de conocerlo y frecuentarlo,
pudo tocar con la mano cuanto estaba viva en él la certeza de contemplar la bondad
del Señor en la tierra de los vivientes, como hemos escuchado en el salmo responsorial;
certeza que lo acompañó en el curso de su existencia y que, de manera particular,
se manifestó durante el último período de su peregrinación en esta tierra: el progresivo
debilitamiento físico, en efecto, no ha derrumbado su fuerte fe, su luminosa esperanza
y su ferviente caridad. Se dejó consumir por Cristo, por la Iglesia, por el mundo
entero: el suyo, fue un sufrimiento vivido hasta lo último por amor y con amor.