II Predicación de Cuaresma: la figura del sacerdote y el don de la Eucaristía
Viernes, 12 mar (RV).- En presencia de Benedicto XVI y sus colaboradores de la Curia
Romana, el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, ha tenido
esta mañana en la capilla Redemptoris Mater del Vaticano, la segunda predicación de
Cuaresma, dedicada a la figura del sacerdote y al don de la Eucaristía.
“El
misterio sacerdotal -ha dicho el predicador- tiene su fundamento en el anuncio del
Evangelio y extrae su propia fuerza y eficacia del sacrificio de Cristo. Para ser
sacerdote el presbítero debe ofrecerse a sí mismo, como hizo Jesús”. “La ofrenda
del sacerdote y de toda la Iglesia, sin la de Jesús, no seria ni santa ni grata a
Dios, porque somos criaturas pecadoras. Pero el ofrecimiento de Jesús, sin el ofrecimiento
de su cuerpo, que es la Iglesia, también seria incompleto e insuficiente, no porque
procura la salvación, sino porque la recibe”.
El Padre Cantalamessa después
se ha detenido en el sacramento por excelencia, la Eucaristía, signo concreto de la
gracia: “Jesús cuando dice
‘Tomad mi cuerpo’, nos da su vida concreta. Lo vivido en el tiempo: las fatigas, las
alegrías, todo aquello que ha llenado su vida. Diciendo ‘Tomad, esta es mi sangre’
nos da su muerte. La Eucaristía es semilla de la vida y de la muerte de Jesús”.
Aplicar
estas palabras en la vida cotidiana significa para un sacerdote ofrecer tiempo, sus
fuerzas físicas, y todo aquello que anticipa la muerte como las mortificaciones y
las enfermedades. Todo el día, y no sólo el momento de la celebración, es una eucaristía.
“La Eucaristía -ha explicado el fraile capuchino- está profundamente unida a todos
los aspectos de la vida y en particular al trabajo”. “La Eucaristía
es el fruto del trabajo del hombre pero no sólo del trabajo agrícola, porque del grano
al pan, en el altar, está de por medio el transporte, la transformación. Por ello,
el trabajador sabe que al altar llega el fruto de su trabajo, su sudor va en el producto
que finaliza como ofrenda a Dios: la Eucaristía.
“La Eucaristía -ha concluido
el predicador franciscano- es alimento también para los jóvenes, sobre todo en un
mundo dominado por la instrumentalización del cuerpo, visto ‘como instrumento de placer
y de explotación’. El sacerdote puede enseñar a los jóvenes a no ‘dar como pasto’
el cuerpo a la concupiscencia: “Ayudándoles a vivir
así la Eucaristía, a ofrecer su cuerpo junto con Jesús en la misa. Entonces entenderán
qué quiere decir Pablo cuando afirmaba: ‘glorificad a Dios con vuestro cuerpo’. El
cuerpo ya no es instrumento de placer, para vender, sino don, ofrenda: en el matrimonio,
como medio de diálogo, de transmisión de la vida; en la vida consagrada como sacrificio,
ofrenda a los hermanos. Así, en verdad, toda la vida cambia”.