El Papa advierte contra la engañosa indulgencia de la mentalidad actual y señala que
sacerdote no debe ser solidario con la debilidad humana sino compartir el peso para
redimirlo y purificarlo
Jueves, 18 feb (RV).- Benedicto XVI ha impartido hoy una lección sobre el sacerdocio
en el Aula de las Bendiciones, en el Vaticano, ante los presbíteros de la diócesis
de Roma, encabezados por el cardenal vicario, Agostino Vallini. Una meditación intensa,
en forma de lectio divina, centrada en algunos fragmentos de la Carta a los Hebreos.
Sacerdotes
plenamente hombres y completamente de Dios, con el corazón animado por un sentimiento
hacia todos, la compasión por el mundo y sus miserias, y animados por la obediencia
a Dios, que no es una renuncia sino un acto libre de adhesión a Él. Estos han sido
los puntos cardinales sobre los que ha desarrollado el Papa su lectio divina con los
sacerdotes romanos, partiendo de la visión del Mesías en el Antiguo Testamento y confrontándola
con lo que realmente Cristo ha representado en la historia de la Salvación.
En
la concepción antigua el Mesías debía desempeñar sobre todo un aspecto real. El autor
de la Carta a los Hebreos, afirma sin embargo el papa, descubre un verso –“tú eres
sacerdote para siempre como Melquisedec”- que arroja una nueva luz sobre toda la Biblia.
«Jesús
no sólo cumple la promesa davídica, la expectativa del verdadero Rey de Israel, del
mundo, sino que realiza también la promesa del verdadero sacerdote. El autor de la
carta, descubriendo este versículo, ha comprendido que en Cristo se unen las dos promesas.
Cristo es el verdadero Rey, el Hijo de Dios, pero también el verdadero sacerdote y
así todo el mundo cultual, toda la realidad de los sacrificios del sacerdocio que
está en búsqueda del verdadero sacerdote, del verdadero sacrificio, encuentra en Cristo
su clave, su cumplimiento».
Por lo tanto el sacerdocio “aparece en toda su
pureza y en su verdad profunda”, ha proseguido el Papa, que ha subrayado otra característica
del sacerdocio de Cristo que da sentido a la vocación de cada ministro consagrado
suyo.
«Un sacerdote para ser realmente mediador entre Dios y el hombre debe
ser hombre y el Hijo de Dios se hizo hombre precisamente para ser sacerdote, para
poder realizar la misión del sacerdote. Ésta es la misión del sacerdote... ser mediador,
puente que une y así conduce al hombre hacia Dios, hacia su redención, su verdadera
luz y su verdadera vida»
Si un sacerdote es un puente que comunica la humanidad
con la divinidad, su alma debe nutrirse – ha subrayado el Pontífice- con la oración
cotidiana y constante y con la Eucaristía.
«Sólo Dios puede atraerme hacia
sí, puede autorizarme, puede introducirme en la participación del misterio de Cristo.
Sólo Dios puede entrar en mi vida y tomarme de la mano... Cada vez de nuevo debemos
volver al sacramento, volver a este don en el cual Dios me da cuanto yo nunca podría
dar... un sacerdote debe ser realmente un hombre de Dios. Debe conocer a Dios de cerca
y lo conoce en comunión con Cristo. Debemos vivir esta comunión»
Esta elección
de vida, ha insistido Benedicto XVI, requiere de un sacerdote que sea un hombre que
desarrolle sentimientos y afectos según la voluntad de Dios. Una conversión nada simple,
si se considera la engañosa indulgencia que reside en la mentalidad actual.
«Así
se dice: ‘ha mentido, es humano. Ha robado, es humano’. Pero ello no es realmente
humano. Humano es ser generoso. Humano es ser bueno. Humano es ser un hombre de justicia...
Y, por lo tanto, saliendo, con la ayuda de Cristo, de esta oscuridad que encubre nuestra
naturaleza, empieza un proceso de vida que debe comenzar en la educación al sacerdocio
y que debe realizarse y proseguir en toda nuestra vida.»
Un sacerdote, que
ante todo es un hombre totalmente realizado, tiene un corazón volcado en la compasión.
No es el pecado, ha subrayado el Papa, el signo de la solidaridad hacia la debilidad
humana, sino la capacidad de compartir el peso para redimirlo y purificarlo, con la
misma capacidad de conmoverse que Jesús tuvo en vida y que le permitió llevar su grito
de compasión hasta los oídos de Dios.
«Nosotros los sacerdotes no podemos retirarnos
en un exilio, sino que estamos inmersos en la pasión de este mundo y debemos, con
la ayuda de Cristo y en comunión con Cristo, intentar transformar este mundo y llevarlo
hacia Dios»
Por último, en cuanto la obediencia, el Pontífice ha dicho que
es una palabra que no gusta mucho en nuestro tiempo. “La obediencia aparece como una
alienación, como un comportamiento servil... En vez de la palabra obediencia, queremos
la palabra clave antropológica ‘libertad’. Pero considerando con atención este problema,
vemos que ambas son inseparables... Porque la voluntad de Dios no es una voluntad
tiránica, sino que es precisamente el lugar donde encontramos nuestra verdadera identidad.